BAHÍA BLANCA
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/bahia-blanca/
La catástrofe de Bahía Blanca no es consecuencia de un problema ambiental o de un fenómeno meteorológico, por más desusadas que hayan sido sus características. La catástrofe de Bahía Blanca denuncia un problema político, un problema de previsión, planificación y administración de recursos por parte de las autoridades electas de cualquier nivel.
La catástrofe de Bahía Blanca se erige en una metáfora del estado de la Nación, extremadamente vulnerable y sin gobierno, donde la solidaridad de los ciudadanos ampara de algún modo y exclusivamente su supervivencia. Las cámaras de televisión, en todas sus miradas, recorrieron la zona del desastre y ninguna registró la presencia oportuna y eficaz del Estado.
La naturaleza imita al arte. En 1992, el cineasta Fernando “Pino” Solanas propuso en su película El viaje la imagen de una Argentina anegada, y de una Buenos Aires cubierta por aguas fecales, para ilustrar la devastación causada por las políticas “liberales” de Carlos Menem, que el actual gobierno invoca como modelo a superar para su propia gestión. La metáfora aludida tiene historia.
Y la historia tiene ribetes irónicos: la única obra hidráulica importante para prevenir las inundaciones en Bahía Blanca data de 1951: el canal Maldonado, aliviador del arroyo Napostá cuyas fuentes nacen en la sierra de la Ventana. Una obra ejecutada por una empresa privada (Panedile) a pedido del gobierno peronista, el último guiado por un proyecto nacional [1].
En los casi 75 años transcurridos desde entonces nadie hizo más nada, y no sólo no se hizo nada sino que se permitió el deterioro de la obra existente. Investigadores de la Universidad Nacional del Sur dieron cuenta en un estudio de 2005 de los daños ocasionados en el canal por la desidia y el abandono, y de la pobre calidad de las reparaciones ensayadas.
Otros trabajos académicos, citados por el diario La Nación, advirtieron ya en 2012 sobre el riesgo de serias inundaciones en la ciudad de Bahía Blanca, a partir de las modificaciones registradas en las condiciones climáticas y la urbanización del paisaje. Las advertencias no tuvieron respuesta, porque desde hace 75 años nadie sabe qué hacer con la Argentina, ni le importa. O sí saben, pero no pueden decirlo.
Uno casi se alegra de que no haya habido tal respuesta, porque de haberla sólo habría servido, o principalmente habría servido, para alimentar negociados y facilitar traiciones. La secuencia de graves inundaciones padecidas por la Argentina en las últimas décadas (Santa Fe, Luján, La Plata) alimenta ahora los argumentos de quienes agitan el fantasma del cambio climático para promover políticas de ingeniería social en favor de unos y perjuicio de otros.
Como hace 75 años que la política es incapaz de proponer un proyecto de país, estratégicamente concebido e inteligentemente planificado, como lo hicieron en su momento Julio A. Roca y Juan D. Perón, y en cuyo marco se deciden obras como el canal Maldonado, los políticos definen sus acciones según las encuestas o también según las gratificaciones que reciben desde el exterior, a través de ONGs, fundaciones, o agencias gubernamentales.
Según datos que no pude corroborar porque sus sitios están caídos, pero que suenan verosímiles, el municipio de Bahía Blanca asignó en 2024 casi 5.000 millones de pesos a las políticas de género, políticas alentadas desde fuera que aquí sólo benefician a quienes las promueven. No sería raro que después de estas inundaciones encontremos asignaciones similares para responder al “cambio climático” en condiciones principalmente favorables para sus gestores, pero orientadas en la dirección que le fijen sus auspiciantes.
Cuando un país carece de un proyecto nacional, cuando los ciudadanos no conocen cuál es el plan de gobierno de su gobierno, generalmente ocurre que ese plan o ese proyecto vienen trazados desde afuera. Si bien se los mira, todos los gobiernos desde el 76 para acá han sido extremadamente coherentes entre sí, prosiguiendo cada uno la faena de desmantelar el país planeado por las administraciones de Roca y Perón allí donde la dejó el anterior. Ya queda poco por demoler.
En la película de Solanas, un simpático Dr. Rana, vestido con impecable traje blanco y de apostura inconfundible, derramaba optimismo y autoridad desde las escalinatas de su palacio de gobierno sobre una ciudad cubierta por aguas pestilentes. Ataviado como un gondolero, el escritor Horacio González aparecía en el filme recogiendo los residuos flotantes en su función de soretero municipal.
–S.G.