Sí, las paredes importan


Autor: Bets (@Betsiebook)

“Te importa más una pared que X causa”, “te molesta más el aerosol que X circunstancia, desgracia o delito”, “te preocupás por un monumento pero no ves que pasa X cosa”… ¿quién de nosotros no ha tenido que soportar algunos de estos reclamos sea en conjunto (“ustedes”, los otros, los que no ven la desgracia/delito/situación) o personalmente (“vos”)?

Sin embargo, hay varias cuestiones que deben ser dichas sobre esto:
En primer lugar molestarse por la propiedad pública vandalizada por un grupo de personas supuestamente acongojadas o preocupadas por una situación no implica desconocerla o considerar que no es importante. Implica que se tiene el criterio suficiente para separar entre un reclamo que puede o no ser legítimo y la simple destrucción o al menos ataque a un espacio que nada tiene que ver con la cuestión de fondo.

También demuestra que uno ha dejado atrás las prácticas mágicas: en algunas religiones antiguas se escribía aquello que se pretendía que suceda… ninguno de nosotros ha podido encontrar aún correlación entre las pintadas, muchas de ellas groseras, agresivas e incluso delictivas y algún resultado favorable en aquello que se pretende con el resultado. Sin ir más lejos, nadie ha visto que por pintar frases contra los hombres en general o la violencia en particular estos se hayan esfumado (afortundamente) ni la violencia intrafamiliar o doméstica desaparecido (desafortunadamente).

En segundo lugar, la propiedad pública es de todos los habitantes del territorio, lo cual para muchos quiere decir que no es de nadie. Lamento informar a esas personas que los gastos de reparación, nueva pintura y mano de obra los pagamos todos, incluso los que se sienten vengadores de la humanidad latita de aerosol en mano. Y aquí quisiera además detenerme en un punto: el de todas las personas que se ven involucradas en la limpieza del estropicio dejado por las almas bellas que decidieron convertir el espacio que ocupan en un basural además de vandalizar las paredes que encontraron indefensas.

Muchos de los manifestantes que defienden y/o participan en estas actividades de protesta y también delictivas se reivindican de izquierda y sin embargo, ningún favor hacen a los esforzados trabajadores, muchos de los cuales probablemente se encuentran tercerizados en empresas de limpieza que deben acudir prestos en plena noche o madrugada a acomodar los destrozos y dejar nuevamente blancas las paredes. Esto ha permitido a varios de los indignados manifestantes expresar irónicamente “que la pared que tanto te preocupa ya está limpia de nuevo pero x causa no se resolvió”. Dos cosas: con las consignas pintadas tampoco y muchas personas debieron trabajar arduamente para hacerlo, lo cual sospecho implicó un alto costo que se agrega al total de las reparaciones: se sabe, trabajo nocturno y a contra reloj cuesta más.

Difícilmente esto afecte o merezca alguna consideración de quienes pertenecen a la izquierda cool, de café, caviar o sibarita (ver el excelente artículo: La Izquierda Sibarita), qué sin embargo son quienes dicen preocuparse por los trabajadores, las mujeres, la naturaleza, etc., etc.

Esta misma situación (la total falta de consideración por quienes deben lidiar con el enchastre, aunque no es la única) se puede ver en varias de las universidades y colegios terciarios en las famosas (y mayormente asquerosas) “recibidas”. Allí, no sólo se desperdician ingentes cantidades de comida (casi nunca se recibe un solo alumno) sino que además se ensucia el espacio público, se hace difícil transitar por ese espacio (al menos en una facultad el espacio elegido es la vereda del lugar donde se asienta el edificio) debido a los olores nauseabundos provenientes de mezclas dignas de alquimistas o científicos locos preparan y al riesgo de sufrir un tropiezo que lleve no sólo a la rotura de algún miembro sino a tener que circular con esa indefinible mixtura y olores pegados a la ropa. La única defensa para esta agresiva práctica es una intangible “tradición” que muchos se sienten incapaz de cuestionar o sancionar. Pero, para no irnos del tema, son los trabajadores no docentes quienes deben lidiar con esa mugre, que muchos de los ahora graduados siempre dispuestos a explayarse, levantar el dedito acusador y manifestarse por las causas más nobles, dejan.

Finalmente, los espacios públicos que son atacados por la horda con aerosol generalmente son monumentos o edificios altamente simbólicos. A muchos nos molesta ver pintarrajeado el Cabildo, la Catedral o la Legislatura, precisamente porque son mucho más que simples edificios (sobre la propiedad privada atacada haré un punto aparte). Desde luego, tampoco es inocente que sea ese el espacio que se elige prioritariamente: garantiza visibilidad. Quizás para algunos la mala publicidad es mejor que ninguna. Además, los autores siempre pueden contar con la defensa corporativa de quienes pueden no haber nunca empuñado la latita pero les hubiera gustado hacerlo o incluso los que nunca lo harán pero se sienten de alguna forma vindicados o simbióticos en la “valentía” de otros y entonces: “te importa más la pared que la causa”.

Los monumentos cuentan parte de nuestra historia, el patrimonio histórico habla de nosotros, su estado de conservación, su cuidado. La posibilidad de que generaciones más jóvenes vean un trozo de su propia historia, o simplemente de la historia es lo que se roba cada vez que estos lugares son destruidos, cortados, recortados, movidos, cambiados, manoseados y… pintarrajeados. Nobleza obliga, de las cosas citadas solo dos pueden ser atribuidas a vándalos comunes y a los “pacíficos manifestantes” de lata en mano (a veces ambos se confunden inexorablemente).

Por último, no sólo la propiedad pública es atacada también la privada (y no sólo son víctimas de graffitis): casas, edificios, negocios, clínicas privadas, etc. La única falta aparente de los dueños, inquilinos, o trabajadores de esos espacios es haber puesto su morada, su comercio o tener la sede de su trabajo en el lugar equivocado. O quizás no haber puesto rejas que den cierta protección a su hogar. Las cercas electrificadas podrían traer otros problemas...

Tampoco aquí importa que se trate de casas de gente común o espacios de trabajo. Aparentemente todos debemos aceptar que nuestra propiedad se vea destruida o vandalizada por una “causa” que nos preocupe o no, nos excede, que es mayor que nosotros, más importante, más sensible. Los platos rotos, en este caso, las reparaciones, la nueva mano de pintura, esa sí, corre por cuenta de cada uno. Los manifestantes, esa turba sin individualidad, desde luego no se harán cargo de nada. Aparentemente, consideran que lo menos que puede hacer el ciudadano que no “pone el cuerpo” ni el aerosol, ni tira piedras, en causas tan nobles es hacerse cargo de la cuenta de las reparaciones…


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