PATRIOTISMO - VERDADERO Y FALSO


Autor: reaxionario (@reaxionario)

Nota original: https://reaxionario.wordpress.com/2020/04/03/patriotismo-verdadero-y-falso/


¿Leyeron alguna vez el Farewell Address de George Washington? Es lo mejor que se ha escrito en materia de política exterior en toda la historia humana. Ya que estamos con Imagine thisImagine that, imaginen un mundo sin diplomáticos — un mundo en el que, allí donde supo haber una embajada, hubiera un pequeño monolito (de esos que están en los lugares turísticos) con un botoncito rojo que, al presionarlo, reprodujera a través de un pequeño parlante “Observard la buena fe y la justicia para con todas las naciones…”.
Si te parece exagerado, leé How Diplomats Make War de Francis Neilson y después me decís.
El Farewell Address es producto de una mente sobria, prudente, y de una sabiduría muy superior a la de sus sucesores — especialmente aquellos que hicieron de una medida específica y temporal como la Doctrina Monroe el fundamento de la foreign policy de los Estados Unidos, sometiéndola a todo tipo de distorsiones e hipérboles, y echándole mano como justificación para cometer una gran variedad de excesos aún hasta nuestros días.
La esencia del washingtonismo, si se me permite la atrocidad del neologismo, es hacé la tuya y no jodas a nadie:
"… nada es más esencial que excluir esas permanentes e inveteradas antipatías contra determinadas naciones, así como la apasionada simpatía por otras, y cultivar, en cambio, sentimientos amistosos para con todas. La nación que le profesa a otra un odio o un afecto habitual es en cierto modo esclava".
Acerca del odio, el presi nos dice:
"La nación movida por la mala voluntad y resentimiento a veces empuja al gobierno a la guerra. […] Otras veces, instigado por el orgullo, la ambición y otros móviles perniciosos y siniestros, [el gobierno] saca partido […] de la animosidad de la nación".
Del afecto desmedido, por su parte:
"Al fomentar la ilusión de un interés común imaginario, cuando en realidad no existe ninguno, y al comunicar a la una las enemistades de la otra, la simpatía por la nación favorita expone a la primera a participar en las querellas y guerras de la última sin móvil ni justificación adecuada".
A veces, por supuesto, una nación es arrastrada a tomar parte en ciertos conflictos en nombre de abstracciones como “la civilización occidental”, “la comunidad internacional” o “la democracia y la libertad” — todos productos de las contorsiones retóricas que enmascaran la ambición expansionista de Estados Unidos (la interesante evolución del monroismo hacia el wilsonianismo). No obstante la idea, en esencia, es la misma.
Pero sigue, diciendo que la simpatía hacia una nación en particular:
"… ofrece a los ciudadanos ambiciosos, corrompidos o alucinados, partidarios de la nación favorita, facilidades para traicionar o sacrificar los intereses de su patria…".
Washington habla desde la perspectiva de una nación en pañales, vulnerable a los deseos de las potencias de Europa. Por lo tanto, no es sorpresa que diga que “semejante amistad de una nación pequeña o débil hacia otra grande y poderosa condena a la primera a convertirse en satélite de la segunda”.
Esto, de más está decir, debería ser tatuado en las frentes de todos aquellos florindos deslumbrados cuyos ojos se humedecen al cantarle loas al “mejor país del mundo” — tanto como aquellos que, aún repudiándolo, son promotores de su política exterior, como los activistas por el aborto. Los primeros representan el americanismo burdo de las clases bajas, mientras que los segundos profesan la religión secular de Harvard y Yale — un americanismo más sofisticado e insidioso.
Washington, además, nos advierte de un gran peligro. Atenti con esto:
"Los verdaderos patriotas, que pueden oponerse a las intrigas de la nación favorita, están expuestos a hacerse sospechosos y aborrecidos, en tanto que los que sean sus instrumentos o se dejen embaucar pueden usurpar el aplauso y la confianza del pueblo para traicionar sus intereses".
O sea, imaginate un país cuyo espíritu soberano viene siendo doblegado por cierta doctrina que lleva el nombre de cierto presidente de cierta potencia, al punto de haberse olvidado de lo que ser libre significa; o peor todavía, que percibe su cautividad como la mejor de las libertades. Imaginate una nación en la que los falsos patriotas son tomados por verdaderos, y viceversa, gracias al Síndrome de Estocolmo de gran parte de su población.
Pero, ¿cómo distinguimos uno de otro?
El patriota verdadero es el que, de alguna forma, expresa el sentimiento del Farewell Address. Piensa en el destino de su propia nación independientemente del resto del mundo — y obra en consecuencia.
El falso patriota, como hemos visto, se deja ver en atuendos ideológicos variopintos (desde “liberalismo conservador” hasta “ecofeminismo marxista”), aunque una característica los aúna: su monroismo tosco o benévolo y refinado.
George Washington les ablaba a los norteamericanos como patriota honesto. Sin embargo, habiéndose convertido su nación (muy a su pesar, supongo) en el enfant terrible del mundo, no sería mala idea honrar su memoria y adoptar su pequeño manual. Miren si no nos habla a nosotros cuando dice “Nuestra situación aislada y distante nos invita y faculta para adoptar un rumbo distinto”.
Son oportunísimas palabras para tener en cuenta hoy, cuando nos vemos arrastrados más y más por los caprichos evangelizantes de la Comunidad Internacional, bajo cuya bandera estamos permitiendo que destruyan a nuestros hijos con el veneno ideológico de académicos foráneos; o coqueteando con la agenda del asesinato institucionalizado de los no nacidos.
Creo más que nunca que es momento de empezar a tomar nuestras propias decisiones.
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