FARSA


Autora: Iris Speroni

Los políticos nunca quieren bajar impuestos. Siempre hay una excusa a mano. La última fue El Hambre, así, con mayúscula.

Todos los canales de televisión mañana, tarde y noche, machacando, sin sustento alguno, cifras de “Hambre” superiores a las de Biafra. Lograron aprobación express de varios objetivos caros a la casta política: a. nuevo impuesto, b. sacar dinero del ANSES para financiar la tarjeta “Alimentar”, c. autorización para hacer compras directas sin licitación.

En resumen, inventaron una pantalla -propaganda-, que la casta política usó para quitarle recursos al Pueblo de la Nación. Se autoconcedió una indulgencia de comprar con sobreprecio sin rendir cuentas a nadie. Mientras, nadie de la oposición se atrevió a decir que el rey estaba desnudo y que todo era un acto teatral, una farsa.

Por supuesto, a los más humildes no les tocó ni una moneda. Y respecto a las compras, todos sabemos sobre los sobreprecios de millones de pesos.

Todo esto fue un montaje. Sin embargo gente que fue perjudicada por ese nuevo zarpazo impositivo justificaba el problema - nunca probado - del Hambre. Gente con la barrera mental de no poder decir que la voz de la autoridad, que la voz del poder, que la voz de los medios de comunicación, mentía. Y menos que era con objetivo extorsivo.

Sorprende cómo los damnificados no pueden salir de sus restricciones mentales y toman como propios los argumentos y el vocabulario de quienes los someten.

Recuerden que la farsa de El Hambre la empezó Lavagna, dando pie a la estafa antes enunciada. Y que a la publicidad se plegaron una suerte de celebridades de cabotaje. Y que los miembros de la casta política que se presentan a sí mismos como oposición acompañaron esta patraña.

Durante la campaña electoral de Trump en el 2016, varios intelectuales hablaban de “mindset” y de la necesidad de cambiarlo, como paso previo para poder pelear contra un sistema que los sofoca.

Los políticos cada vez que quieren poner un nuevo impuesto o subir una alícuota de alguno existente acuden a la misma excusa. Una y otra vez. Sostienen que aumentan los impuestos a los ricos.

Cuando pusieron impuestos a los combustibles, que sufrió modificaciones varias, la imagen que presentaban al público era una persona paseando en su Ferrari. Cuando, por el contrario, es un impuesto que paga toda la población ya que se derrama sobre los comestibles y cualquier otro bien. Lo paga la señora que recibe planes sociales cuando compra pan o una lata de tomates, lo paga un matrimonio que vive en La Banda cuando compra calzado o un correntino cuando compra una heladera. Lo pagamos todos cuando compramos una botella de gaseosa. Porque el combustible es imprescindible para sembrar y cosechar y para trasladar todo tipo de bien.

El truco es el siguiente:
Lo que dicen - El político sostiene que hay que poner impuesto a los combustibles para que lo paguen los que más tienen (el dueño de la Ferrari).
La realidad - Lo pagamos todos los habitantes cuando compramos una lata de arvejas.

Lo mismo sucedió con los bienes personales. Originalmente lo iban a pagar los multimillonarios. Como la Argentina es un país con inflación y maliciosamente los políticos nunca cambiaron los mínimos nominales, ahora un propietario de una casa con dos dormitorios en Gregorio de Laferrere debería pagarlo. Esto sucede porque en la Argentina no hay Poder Judicial, ni fiscales, ni defensores del pueblo que obliguen a la automática actualización de los mínimos no imponibles de forma de mantener el espíritu de la ley.

Otro caso similar es el de impuesto a las ganancias para cuarta categoría. Empezó como un impuesto a los supersueldos de los directivos de las empresas multinacionales, en particular las recientemente privatizadas durante el gobierno de Carlos Menem.

Apenas asumió De la Rúa cometió el imperdonable error de aumentar los impuestos, asesinando una incipiente recuperación de la economía. Lo hizo ampliando la base de ciudadanos alcanzados por ese dañino impuesto. Sosteniendo que era un impuesto que debía abonar gente con menores ingresos que los previstos por el legislador originalmente. Le quitó poder de consumo a miles de personas, la economía se retrajo y todo terminó horrible, como es público y notorio.

Como si no hubieran hecho daño suficiente, los políticos no actualizaron el mínimo no imponible hasta llegar a la situación actual donde un chango que gana menos de U$S 500 mensuales debe pagar impuesto a las “ganancias”. ¿Cómo puede tener ganancias alguien que gana menos del dinero necesario para vivir? ¿Cómo pueden cobrarle ganancias a una persona que gana menos de la mitad del sueldo mínimo de Europa o EEUU?

Para que este abuso de parte de la casta política a los trabajadores sea posible se tienen que dar una larga serie de condiciones. Se dan todas. La primera, es la ausencia de contralor. Todos estos impuestos y su deriva en el abuso debieron ser anulados hace mucho tiempo por los jueces. Ninguno lo hace. Ningún fiscal lo pide. Ningún Defensor del Pueblo (lo que esto sea, nunca queda claro), lo pide.

Tampoco piden la baja de impuestos los sindicatos (en el caso de los trabajadores) ni las cámaras empresariales, ya sean comerciales, industriales o agropecuarias para los impuestos que les ahogan. En el caso de las cámaras agropecuarias se limitan a peticionar, sin demasiado éxito, por la baja de alícuotas de los derechos de exportación y tampoco son homogéneas en su accionar. Desde ya tampoco levantan la voz los colegios profesionales (médicos, médicos veterinarios, contadores, odontólogos, abogados, ingenieros, arquitectos, etc.).

Vamos al impuesto a las ganancias a los trabajadores en relación de dependencia. Los sindicatos y la CGT protestaron más de una vez por este impuesto. Incluso fue uno de los puntos de reclamo en una de las huelgas generales que organizaron al final del segundo mandato de Cristina Fernández.

Los sindicatos tienen dos formas de pelear por la eliminación de este impuestos: pedir a la justicia su nulidad o con medidas de fuerza. Finalmente no hicieron ni una ni la otra. ¿Por qué? Desconozco.

Puede ser porque luego de cada medida de fuerza terminan negociando un paquete de ventajas. Como por ejemplo pagos atrasados a las obras sociales sindicales. O también porque el impuesto afecta el salario real del trabajador pero no el nominal. Y todos los cobros que recibe el sindicalismo, tanto de la cuota sindical como de las obras sociales son sobre el salario bruto y no el neto luego de impuestos a las ganancias. Por lo tanto el sindicalismo no es socio en esa pérdida del trabajador. No sé si estas son o no las razones por las cuales los sindicatos no actúan, pero sí suenan como razones de peso.

Lo mismo sucede sobre los innumerables impuestos al consumo. En una nota de dos años atrás, que escribí para La Prensa, explico cómo el costo de medio litro de puré de tomates (en el ejemplo a $ 24, hoy a $ 58) es mitad el costo del producto y la otra mitad impuestos (IVA, Impuesto a los Ingresos Brutos acumulados en cada paso de la cadena, impuesto a las transacciones bancarias también acumuladas, impuesto al combustible, los impuestos municipales y otros impuestos como cargas sociales del personal, impuestos internos a la energía eléctrica y otros más).

El sindicalismo, en lugar de pedir aumento nominal de salarios, podría pedir la eliminación de los impuestos a los alimentos, combustible y energía eléctrica. Duplicaría automáticamente el poder de compra del salario. Ésa era mi hipótesis de trabajo en el artículo citado.

Sin embargo, el Sr. Piumato cobra por los salarios nominales. Si pide aumento de sueldos y se lo conceden, aumentará la recaudación de la cuota sindical. En cambio, si se eliminan los impuestos a los alimentos, los trabajadores estarán mejor, pero el Sr. Piumato recaudará lo mismo que antes.

Vamos ahora a las cámaras empresariales. Para una industria, un comercio o un productor agropecuario ir solo contra el estado judicialmente puede ser no sólo una tarea ciclópea sino onerosa. Al punto que puede mandarlo a la quiebra. No así para una cámara, donde el costo de un caro estudio de abogados se socializa, así como el seguimiento de una causa, tarea ardua, tediosa y estresante.

Por ejemplo: los débitos arbitrarios de impuestos de las cuentas corrientes. Usando palabras de Nigel Farage “Who the hell do you think you are?”. Sin embargo nadie se peleó seriamente con ARBA y sus arbitrarias intervenciones o el impresentable impuesto de Cavallo sobre las transacciones bancarias (0,6% de todo movimiento).

El estado cobra impuestos a las ganancias sobre la valuación nominal de existencias, por ejemplo, ganado. Una variación nominal porque el estado emite descontroladamente no es ganancia y por lo tanto no corresponde pagar impuestos. Sin embargo no es un reclamo sino esporádico de las cámaras. Podríamos de la misma forma tratar todos y cada uno de los impuestos: sellos, ABL, inmobiliario, tasas de seguridad e higiene.

La casta política abusa de toda la población, desde los indigentes hasta los más favorecidos. Y cuánto más humilde es una persona, mayor es el peso del abuso ya que tenemos un sistema impositivo regresivo.

Y nadie protesta - más allá de la queja lloricosa -. Ésa es la conducta a cambiar.

Soluciones

1. Peticionar a las autoridades, hacer lobby, tomar medidas de fuerza con los mismos objetivos.


2. Que los sindicatos y cámaras empresariales rompan el chanchito, contraten al mejor y más caro estudio de abogados de la Argentina (hay varios) y pedir la nulidad de impuestos o de determinadas alícuotas o de los adelantos impositivos por confiscatorios, por violatorios del art. 14 de la Constitución Nacional, por arbitrarios o por inequitativos. Ídem manipulación y desdoblamiento del mercado de cambios.

3. No bajar nunca los brazos.


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