PROYECTO NACIONAL
Una ciudadanía abrumada por la pobreza e inflación
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/proyecto-nacional/
Desde mediados del siglo pasado la Argentina navega a la buena de Dios, incapaz de definir su lugar en un mundo cambiante
Muchas veces se escucha hablar de proyecto nacional, más precisamente de la ausencia de un proyecto nacional. Pero, ¿qué cosa es un proyecto nacional? ¿Por qué deberíamos, o no, contar con uno? Y en todo caso, ¿quiénes lo diseñan? Si lo tuviéramos, ¿es algo que nos facilitaría la vida, o más bien nos obligaría a encarrilarla en rumbos decididos por otros? Quienes aspiran a conducir los destinos del país, ¿deberían venir con un proyecto nacional bajo el brazo? ¿Sería razonable interrogar a los candidatos sobre su proyecto nacional? ¿En qué se diferencia un proyecto nacional de un plan de gobierno?
Una manera de encontrar respuestas a estas preguntas es trasladar el asunto del plano social al plano individual. Cada vez que leemos en los diarios las historias de las personas exitosas en sus respectivos campos -en las artes o en el deporte, en los negocios o en la ciencia- encontramos que casi todas ellas han desarrollado a lo largo de sus vidas un proyecto personal, conscientemente perseguido. Algunos lo anticiparon desde pequeños, otros lo fueron descubriendo con el correr del tiempo, pero todos en algún momento entregaron sus esfuerzos a un propósito dominante que organizó sus esfuerzos y les confirió una dirección.
Eso que ocurre con las personas, ocurre también con las naciones. En ambos casos, siguiendo un proceso que se pone en marcha siguiendo una secuencia que yo llamo “de las tres V”: Vocación, Visión y Voluntad. La vocación le da respuesta a un llamado: ¿qué quiero ser?; la visión le da forma a esa respuesta: ¿cómo quiero serlo?; la voluntad conduce los esfuerzos orientados a convertir esas imágenes en realidades, más allá de los contratiempos y las dificultades. Quizás en este punto corresponda agregar una cuarta V, la de la Versatilidad, para ajustar en cada momento el proyecto según sean las circunstancias en que deba desarrollarse.
Ninguna de esas cuatro, conviene tenerlo en claro, garantiza la quinta V, la de la Victoria, pero protege contra la aparición de su hermana indeseable: la de darse por Vencido. Naturalmente, tanto las personas como las naciones tienen la opción de desarrollar sus vidas sin un proyecto, a la buena de Dios. En general es la opción en la que caen los escasamente dotados en términos de capacidades y energías, los indiferentes a quienes todo les da igual, y los sometidos a alguna especie de esclavitud o coloniaje. Sus vidas, nacionales o personales, son gaseosas o líquidas y se acomodan en los espacios o intersticios que dejan los que sí tienen un propósito.
Un proyecto nacional, o un proyecto personal, supone una manera de relacionarse con las demás naciones o las demás personas, con las que la convivencia es inevitable. Una persona puede tener vocación de ermitaño, que logrará cumplir siempre y cuando los demás lo dejen en paz; una nación rara vez disfruta de ese privilegio, y está continuamente bajo el escrutinio y la interpelación de las otras naciones. Los argentinos somos responsables de una nación cuyo territorio es el octavo en el mundo, y no podemos darnos el lujo de dejar a la buena de Dios nuestras relaciones con las demás naciones. Contar con un proyecto nacional no es para nosotros una opción, es una necesidad. Y una obligación.
Retomando la retórica de los libros de autoayuda, por la que pido disculpas a los lectores, digamos que la vocación nacional es previa a cualquier actividad política: la vocación de constituir la nación argentina determinó las conductas de los dirigentes y el pueblo de esta parte de América del sur, y esa vocación quedó plasmada tanto en las guerras de la independencia como en una serie de tratados, pactos y constituciones anteriores a la de 1853. Diferentes visiones compitieron políticamente hasta conducir a la organización nacional de 1880. La voluntad sostenida de todos los actores permitió colocar a la Argentina entre las primeras diez naciones del mundo. Victoria.
Pero faltó versatilidad. Un proyecto es una manera de relacionarse con los demás, y cuando los demás se mueven uno tiene que acomodarse, a riesgo de no salir en la foto o caerse del mapa. Cuando el proyecto de la generación del 80 mostró su agotamiento pasaron quince años antes de la aparición de un nuevo proyecto nacional, éste gestado por los militares del GOU y llevado a la arena política por el general Juan Perón. Alentados y organizados desde el exterior, los herederos del proyecto caduco le opusieron una resistencia feroz, basada en el rechazo ideológico y la obstrucción práctica. Pero nunca ofrecieron un programa alternativo para la inserción soberana y productiva de la Argentina en el mundo de posguerra.
Hace ya 75 años que el país, a partir de cualquiera de sus visiones políticas, no logra diseñar un proyecto nacional con la amplitud y la determinación que tuvieron los de la generación del 80 y la generación del 43. Lo más parecido fue el programa conducido por Juan Carlos Onganía en 1966, una especie de peronismo aggiornado, con amplio apoyo corporativo, eclesiástico y sindical. La llamada Revolución Argentina, tropezó sin embargo con el mismo rechazo y obstrucción que había recibido el proyecto original de Perón. Con clara vocación suicida, desde 1983 el país asistió al desmantelamiento minucioso y planificado, también con asesoramiento externo, de la herencia sobreviviente de sus dos proyectos históricos, un proceso conducido por los dos grandes liquidadores de la nación argentina: Raúl Alfonsín y Carlos Menem.
Paradójicamente, el largo debate político entre las dos facciones que se alternan en la representación política del país, compitiendo por la capacidad coercitiva del estado para apoderarse de la renta nacional en beneficio propio y de sus amigos, gira en torno de la reivindicación retórica de los dos grandes proyectos nacionales del pasado: unos engalanan sus estrados proselitistas con la imagen de Julio Argentino Roca, los otros con la de Juan Domingo Perón. Retórica carente de contenido: el mundo ha cambiado radicalmente respecto de 1880 y de 1943, y la nación demanda con urgencia un nuevo proyecto capaz de insertarla con provecho en el contexto internacional del siglo XXI.
Vocación nacional se supone que tenemos, nos faltan visión, voluntad y versatilidad si es que queremos reencontrarnos con la victoria. Para no descargar toda la responsabilidad en la clase política, reparemos en que ninguno de los grandes proyectos nacionales del pasado, ni siquiera el ensayo más modesto de Onganía, surgieron estrictamente en el seno de los partidos políticos, sino que fueron amasados en el contexto más amplio de una élite generacional, civiles y militares preocupados y capaces, dispuestos a intercambiar ideas y resignar vanidades en la voluntad de articular propuestas y ordenarlas en un programa amplio y coherente. Sólo en una instancia posterior ese aparato conceptual fue sometido al debate político.
Tratando de captar la atención de una ciudadanía abrumada por la pobreza e inflación, los aspirantes del presente turno electoral alardean de contar con equipos abocados al diseño de un programa económico. Pero un programa económico desligado de un proyecto nacional es apenas un parche como los que ya se han aplicado en el pasado para enfrentar crisis que reaparecen porque el país navega desde hace décadas a la buena de Dios. Ni siquiera un plan de gobierno es un proyecto nacional, sino más bien el conjunto de políticas que permiten llevar a la práctica un proyecto nacional. Junto con la economía, un proyecto nacional debe ocuparse de la defensa, la educación, la justicia, la salud, la demografía y sobre todo de la política exterior, que es por definición la gran ordenadora de todo lo anterior.
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