EMPRENDEDORES I

Emprendedorismo y Desarrollo
Primera Parte


Autor: Marcelo Posada


“(…) emprender no es sólo el acto de transformar recursos con miras a crear riquezas, sino que ha de entenderse como el arte de transformar una idea en realidad; la aptitud para buscar los recursos; la fuerza necesaria para crear, inventar y descubrir nuevas formas de hacer las cosas; el compromiso empeñado en encontrar soluciones sencillas a problemas complejos; la actitud de plantearse desafíos en los distintos ámbitos de la vida social, económica, política, cultural y tecnológica. En definitiva, emprender es desarrollar la competencia emprendedora ligada a un hacer reflexivo, que lleva a la acción una idea percibida como oportunidad.”[1]
  
Esta casi declaración de principios forma parte de un documento oficial del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en manos del PRO, y sirve de base para asentar una línea de trabajo en el ámbito de la educación pública, destinada a engendrar un “espíritu emprendedor” entre el alumnado, de cara a su futura inserción en el entramado productivo.

El PRO tuvo desde siempre, tanto a nivel de la Ciudad de Buenos Aires, como ahora a nivel nacional, una cierta fascinación por la actividad emprendedora, considerándola como un pilar del desarrollo del país. Un pilar que, por cierto, necesitó de la creación de una estructura en el organigrama público.



Nació así, en el seno del Ministerio de Producción, la Secretaría de Emprendedores y de la Pequeña y Mediana Empresa. Históricamente, esa era la Subsecretaría de Pequeña y Mediana Empresa, donde se colgaba un casillero que atendía a las cuestiones de emprendedorismo, pero sin que tomen un carácter excesivamente relevante.

Con el gobierno de Mauricio Macri, en cambio, lo que antes era marginal (el emprendedorismo) pasó a ocupar un lugar central, relegando a las Pymes. De ahí, entonces, el nombre de la nueva Secretaría. De ella depende, por supuesto, una Subsecretaría de Emprendedores, de la cual derivan tres Direcciones Nacionales (de Comunidad y Capital Humano; de Capital Emprendedor; y de Innovación Social), a la par que también hay una Dirección, la de Capital Humano (dependiente de la primera de las Direcciones Nacionales mencionadas).

Trámites al por mayor, y toda suerte de coordinadores y capacitadores.

No vamos a detenernos en lo que implica esta estructura en términos de recursos involucrados (personal, espacio físico, insumos, energía, pasajes, viáticos, etc.), sino vamos a poner en acento en la relevancia conceptual que acarrea esta organización, a la par de plantear algunas preguntas respecto del verdadero impacto de las políticas de fomento emprendedor.

A los pocos meses de asumir Macri, la revista Noticias publicaba una breve nota cuyo título sintetiza la visión del presidente y su grupo respecto de este tema: “El PRO consagra al emprendedor como su modelo de empresario”.[2] En efecto, es tan así que en un discurso de campaña, en 2015, Macri llegó a decir que quería una Argentina con “40 millones de emprendedores”.

En el imaginario PRO, el desarrollo pasa por el desenvolvimiento de miles de iniciativas de pequeña escala que, por alguna razón mágica y misteriosa, se sostendrían en el tiempo, crecerían y permitirían a sus gestores vivir muy bien, alegres y felices. Y no solo eso, sino que derramarían bienestar con el remanido tema del “triple impacto”: económico, social y ambiental.

En ese imaginario, entonces, no hay lugar para el afianzamiento (ni el surgimiento) de un colectivo empresario de pequeña o mediana escala, sino solo para los emprendedores. Un mundo start up.

Gúia de Trámites para Emprendedores.

Para el PRO, implícita y explícitamente, las Pymes son el pasado, un relicto de un modelo de desarrollo para el que no hay lugar, salvo en algunos anuncios de campaña. Las Pymes no son cool.

Así, entonces, la Secretaría de Emprendedores trabajó en diseñar y lograr la aprobación de un marco legal del emprendedorismo, sobre el cual, se jactan sus funcionarios, se construirá una nueva estructura productiva argentina. Agilización de los trámites, reducción de los pasos burocráticos y acceso a financiamiento subsidiado son los caminos que eligió el gobierno para impulsar a esos emprendimientos.[3]


Por supuesto, en los anuncios y en la letra de la ley, entre el dicho y el hecho hay un gran trecho. Por ejemplo, un emprendimiento alimentario podrá inscribirse en 24 hs, como proclaman en el Ministerio de Producción, pero su habilitación por parte del SENASA le insumirá, con suerte, entre 8 y 12 meses.

IncuBAte.

La cuestión del financiamiento, que es el tema central en cualquier iniciativa emprendedora, es abordada desde dos ópticas: por un lado, reglamentando el funcionamiento de las plataformas de microfinanciamiento, y por el otro, y mucho más importante, destinando el Estado recursos propios para financiar o co-financiar proyectos de emprendimientos, por ejemplo con créditos a tasa 0. Es decir, el Ministerio de Producción (el Estado) financiará iniciativas privadas con los fondos que obtiene del pago de impuestos de los contribuyentes que, casi seguro, no tienen interés en fomentar emprendimientos, sino que sus impuestos vuelvan bajo la forma de mayor seguridad ciudadana, mejor servicio de salud pública y mejor sistema educativo público.

En los Estados Unidos y en Israel, paraísos de las start up, el financiamiento de las mismas proviene del propio sector privado: privados apuestan a financiar a otros privados. El Estado brinda un marco institucional (y macroeconómico) para contextualizar esa apuesta y ese potencial desarrollo emprendedor, pero no destina fondos a ello.

Aquí, en la Argentina, el gobierno del PRO busca impulsar la conformación de miles de emprendimientos, mientras que las Pymes no reciben igual atención. En el entramado productivo argentino, las Pymes ocupan un lugar destacado, y no solo a nivel industrial o de servicios, sino también agropecuario. Si bien el propio concepto “Pyme” requiere de una redefinición periódica y sectorial, lo cierto es que en el agro no todos son los Grobo ni todos son horticultores de 2 has. Los datos oficiales del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación permiten inferir que alrededor del 95% del total de empresas registradas (que son, a su vez, cerca del 70% del total de las empresas en actividad) encuadran en la categoría Pyme.

Siendo este su peso, sería lógico que el eje de las políticas se ponga en el apoyo precompetitivo (desde la capacitación hasta el financiamiento) de tales firmas, antes que volcar recursos abundantes hacia los actualmente irrelevantes emprendimientos. No obstante, sí se puede entender con claridad el porqué se efectúa esta toma de decisión política: porque para el modelo de desarrollo PRO, las Pymes no representan un agente decisivo, central, sino un obstáculo, una rémora del pasado modelo de producción. Las grandes corporaciones empresarias y una multitud de pequeños emprendimientos individuales es la base –no enunciada- del modelo de desarrollo PRO.

Aquí podría hacerse una digresión acerca de cómo sería ese modelo de desarrollo y qué implicancias tendría, pero extendería en mucho este texto. Baste decir, solamente, que los modelos de desarrollo nacional más exitosos de la historia reciente (como los del Sudeste asiático) no se sustentaron en emprendimientos individuales, sino en consolidar y modernizar la estructura de sus pequeñas y medianas empresas, que articuladas con las de mayor tamaño, y acompañadas por una acción de apoyo precompetitivo por parte del Estado, lograron crecer, desarrollarse técnicamente, mejorar su productividad y desarrollar un colectivo de trabajadores calificados y altamente productivos, todo con fuerte orientación exportadora.

El apoyo emprendedor del Ministerio de Producción a una barbería hipster en Palermo o a una cervecería artesanal en Beccar no parece condicente con lo reseñado.

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Continúa en EMPRENDEDORES II.

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