NUCLEOELÉCTRICA ARGENTINA


 Nucleoeléctrica Argentina: de empresa estatal estratégica a la apertura parcial al capital privado


Autora:  Laura V. Canale* (@LauVic)


En medio de un plan de reformas profundas, el gobierno del presidente Milei avanza con la apertura del capital de Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NA-SA) a inversores privados. La medida, que forma parte del paquete de la Ley Bases sancionada en 2024, contempla la incorporación de hasta un 49 % de participación privada, sin perder el control estatal. La decisión genera entusiasmo en sectores empresariales, pero también inquietud entre especialistas, sindicatos y actores vinculados a la soberanía energética.


Un poco de historia: qué es y qué hace NA-SA

NA-SA nació en 1994, en un contexto de reestructuración del sector energético argentino, con la misión de operar las centrales nucleares del país. Actualmente, tiene a su cargo tres plantas en funcionamiento:

  • Atucha I (1974), ubicada en Lima, provincia de Buenos Aires
  • Atucha II (puesta en marcha en 2014, tras décadas paralizada), también en Lima.
  • Embalse (1983), en la provincia de Córdoba

Estas tres centrales en 2024 generaron 10.449.015 MWh, lo que representó el 7.35% de la electricidad total consumida en el país aproximadamente.

NA-SA en la actualidad impulsa la extensión de vida útil de Atucha I, que una vez concluida podría operar por 20 años más.

En su esquema original, el Estado nacional es el accionista mayoritario con el 79 %, acompañado por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) con el 20 % y Energía Argentina S.A. (ex ENARSA). Es decir, se trata de una empresa íntegramente pública, altamente especializada y estratégica.

También participa en proyectos de desarrollo como el reactor modular CAREM 23, el primero de su tipo en América Latina que sigue siendo un proyecto estratégico de desarrollo íntegramente nacional.  Pero se descartó su versión comercial de 32 MW por falta de viabilidad económica según manifestaciones del propio gobierno nacional.


¿Qué se busca con la apertura al capital privado?

En 2024, con la sanción de la Ley Bases, Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NA-SA) fue incluida en el listado de empresas estatales “sujetas a privatización”. Sin embargo, el texto final aprobado por el Congreso aclara que la privatización será parcial, con el Estado manteniendo el control accionario y las decisiones estratégicas.

El actual presidente de NA-SA, Demian Reidel, que además lidera el denominado Plan Nuclear Argentino, explicó que la participación privada podría permitir el financiamiento de proyectos clave, como nuevas centrales, obras de mantenimiento, sitios de almacenamiento de combustible y expansión de capital.

Las iniciativas de Reidel al frente de Nucleoeléctrica reflejan una estrategia más amplia de apertura al sector privado en áreas clave de la infraestructura energética. Y uno de los objetivos a corto plazo es avanzar con la privatización parcial de Nucleoeléctrica, promoviendo la colaboración público-privada para modernizar y expandir la infraestructura nuclear del país.

Una de las metas más destacadas del Plan Nuclear Argentino es la construcción de nuevos reactores modulares de 300 MW, con diseño nacional, que se sumarán al complejo nuclear de Atucha. Según el mencionado Plan, se construirán cuatro reactores modulares en el predio que hubiese ocupado el reactor de potencia Atucha III (de tecnología y fabricación china), proyecto que quedó trunco.

Estos pequeños reactores modulares (SMR) comprenden el trabajo coordinado de INVAP, NA-SA, CNEA, CONUAR y otros organismos públicos, junto con jugadores privados y capital externo.

El gobierno busca atraer inversores nacionales e internacionales, especialmente en el marco del auge de los reactores modulares pequeños (SMR). Un acuerdo reciente con inversores estadounidenses, promovido por la Cancillería y la empresa INVAP, apunta a construir un SMR argentino para abastecer centros de datos de inteligencia artificial en la Patagonia.

Reidel también buscará implementar lo que denominó el “modelo Gillette” para exportar uranio. Es decir, construir y exportar reactores modulares de tecnología y fabricación argentina, conjuntamente con su elemento combustible: uranio extraído, procesado y enriquecido en el país. “De la misma forma en que te venden la maquinita de afeitar y los repuestos...”, según sus propias palabras. Considera que estos logros atraerán inversiones de empresas que verán al país como un lugar seguro para sus data centers.


¿Oportunidad o amenaza?

Ya el anterior Presidente de NA-SA, Alberto Lamagna, destacaba a inicios de abril de 2025 (Demian Reidel asumió a fines de abril) que si uno quiere incorporar capital privado a una compañía estatal, que tiene tres centrales nucleares y una de ellas ha iniciado el proceso de “revamping” (prolongación de su vida útil), en primer lugar tiene que invertir. Y en ese momento agregaba que incorporar un 49% de capital privado, era muy conveniente en un tiempo de grandes oportunidades, ya sea de negocios como de inversiones en el sector nuclear en el mundo, traccionado especialmente por la necesidad de energía que tienen en particular los data center y la inteligencia artificial. Estas condiciones se mantienen en la actualidad.

Personalmente agregaría que la necesidad de energía es indispensable para la actividad económica de un país en general y para su población, que se contrapone con el abstencionismo al que nos inducía endiabladamente la forzada ex Agenda 2030, hoy 2045 (por que ni para cumplir plazos sirve la izquierda ideológica y fanática). Las distintas fuentes de energía coexistirán, sin importar su origen. Y si nuestro suelo es bendecido con diferentes recursos naturales, es absurdo no aprovecharlos para nosotros y las futuras generaciones, con el debido cuidado y respeto por el ambiente.

Recordar siempre que la energía accesible a toda una población es desarrollo, y el desarrollo es riqueza. Una premisa más que comprobada e incuestionable.

Volviendo al cado NA-SA, los defensores de la industria nuclear que sostenemos que la energía nuclear es limpia, confiable y estratégica, reconocemos que el ingreso de capitales privados permitirá ampliar capacidades pero destacamos que debe hacerse sin resignar el control nacional por su intrínseca calidad de estratégica. En este caso se trata de una apertura acotada, sin que el Estado pierda el timón de decisiones sensibles.

No obstante, y para ser justos, se deberían escuchar las voces críticas que advierten que el proceso podría ser un paso hacia una privatización total a futuro, afectando la soberanía energética y el carácter público de la empresa. Así mismo, sectores gremiales denunciaron un desfinanciamiento del sector alertando por la situación del personal técnico.

Además, existen interrogantes sobre el encuadre jurídico y ambiental de nuevos proyectos: ¿quién regulará la actividad? ¿qué rol tendrán organismos como la Autoridad Regulatoria Nuclear o la CNEA si se suman capitales extranjeros? Todas incógnitas de planteo y solución indispensables. Porque solo se teme a lo que no se conoce.


Una empresa con buenos antecedentes

En los últimos años, NA-SA ha mostrado una performance operativa destacada. En 2024 registró récord de generación eléctrica, incluso durante un contexto de restricciones presupuestarias. También logró acuerdos de financiamiento con organismos internacionales, como el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), para obras de almacenamiento y mantenimiento.

Como se mencionó anteriormente, en 2025 la empresa comenzó oficialmente la extensión de vida de Atucha I, una obra de gran envergadura técnica que implicará el recambio del reactor y la modernización integral del sistema para entregar energía segura y de base por 20 años más.


El futuro del átomo argentino

La decisión de abrir parcialmente NA-SA a capital privado en verdad que encierra una discusión más amplia: ¿cuál debe ser el rol del Estado en sectores estratégicos como la energía nuclear? ¿Cómo conjugar inversión, desarrollo tecnológico y soberanía?

Argentina cuenta con un recorrido singular en materia nuclear, con capacidades que incluyen desde la exploración de uranio (aunque hoy en día no hay minería de uranio) hasta el diseño, construcción y exportación de reactores de potencia e implementos para la medicina nuclear y la industria en general. El desafío está en no alterar y afectar ese ecosistema público-privado y en garantizar que las decisiones de hoy no comprometan el futuro de una industria de alto valor agregado y proyección global.

El debate está sobre la mesa y recién empieza.

 

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