LA CARNE SE HIZO VERBO

Autora: Morgana.-




No es este un artículo contra el feminismo, sino una observación sobre ciertas prácticas avaladas por el feminismo vernáculo, sus seguidoras, sus ¿íconos? y discursos reinantes en tiempos en los que la corrección política prima por sobre la razón.
A decir verdad, el fenómeno tiene lugar a nivel mundial dada la visibilidad de casos –muchísimas veces, mortales- de violencia de género y es algo transversal a las sociedades, clases sociales y no es una discusión sobre las denuncias, sino que, al finalizar este preámbulo con las debidas aclaraciones del caso, me adentraré en lo que me (pre)ocupa.
La entrega de los Golden Globes tuvo como protagonista al vestuario más que a los típicos discursos de denuncia de la novedad que acontezca en el momento de la premiación.



La decisión –desconozco si fue unánime y sentida o si había que hacerlo y ya- fue de ir vestidas de negro, de luto, dada la cantidad de actrices que testificaron haber sido abusadas por el magnate y productor Harvey Weinstein y que, a raíz de ello, surgieran acusaciones recaídas sobre otros actores o figuras emblemáticas de la farándula del norte. Encuentro, allí, una cuestión tremenda y es la del uso del uniforme. 
Decididamente, anula la seriedad que se le puede otorgar a la palabra de otra mujer que desee no vestirse de negro y acusar las mismas cosas que las demás. Quienes estén a favor dirán que así se hace más fácil de identificar la causa, pero es probable que así, también se deje por fuera la libertad de expresarse de la manera que a cada una se le antoje.



Como respuesta a ello, y con Catherine Deneuve a la cabeza, 100 artistas francesas llamaron a la cordura. ¿Y qué sería “la cordura”? identificar o separar abusos de otros actos que nada se le parecen a un intento de subyugar la voluntad de una mujer. Suena cuasi ridículo, pero no lo es: circulan textos, material audiovisual y otras tantas cosas que van poniendo el acercamiento masculino como a un potencial delito sexual. Y que si no ocurre a una, le ocurre a otra, en cualquier momento y lugar. Es así, el macho va a querer violarte o hacerte de su propiedad. Ah, pero macho no es el hombre. Macho es el que es hijo o profesa la cultura machista- cis-heteronormativa. Parece el nombre de un compuesto químico, de un hidrocarburo, pero no. Es una determinación posmoderna para ir, de a poco, prohibiendo o sesgando cosas. La posmodernidad pareciera tener el objetivo de romper los paradigmas de las libertades modernas, en este caso, al deseo sexual. Ok, la historia es cíclica, ¿pero vamos a dejar que vengan, pues, por el deseo? ¿No habíamos dejado el oscurantismo y la culpa religiosa atrás?

El avance es paulatino, pero no menos escandaloso. Empezaron con la confusión entre acoso callejero y un piropo. No se diferencia entre que venga un hombre y te diga que sos linda contra una barrabasada digna de salir corriendo o largar un insulto. Es un todoeslomismo que no discrimina las buenas intenciones de las malas. Cuando todo es acoso, nada es acoso. Y acoso no es abuso. Y abuso no es violación. 
A esta confusión, se le suma que te indican como debés lucir y usar tu cuerpo. Te dicen que no, que-claramente- no hay que abonar la teoría de la pollera más corta, pero si decidís hacer de tu cuerpo un templo sexual pago, estás equivocada. No vinimos al mundo a ser hornos que cocinan bebés, pero tampoco vinimos a tener sexo libre, porque muchas de las prácticas sexuales dejan a la mujer como a un objeto pasible de deseo y dominación masculina. ¡Pecado, pecado! 



¿Cómo vamos a dejar que nos desee un portador de un falo? ¿Cómo vamos a dejar que nuestro cuerpo sea, por caso, deseable? 
Encuentro, en su discurso ¿liberador? una fuerte similitud con el discurso religioso, con la culpa católica, con las pelucas de los judíos ortodoxos y las burkas musulmanas. Las tres religiones más grandes del mundo, por machismo, esconden la belleza femenina. Está mal ser mujer y que te deseen. Porque la fornicación es pecaminosa, porque una mujer casada no puede ser deseada por otro hombre que no sea el esposo. Los pecados posmodernos y antirreligiosos también atentan contra la belleza y feminidad: está mal hacer culto de la estética y pretender gustar. Está mal que te mire un hombre y quiera acercarse. 



¿Cómo construiremos relaciones hombre-mujer si estamos socavando constantemente la posibilidad de desear? ¿Cómo construiremos la sexualidad, según la posmodernidad? Habremos, entonces, de poner todo en palabras para evitar que la compañera se sienta abusada. Habrá que generar consensos previos. Verbalizar el sexo. Y no la verbalización post relación, que es un punto de encuentro que enriquece, sino modificar el concepto de “previa”. No librar nada al azar inducido por el fragor de la batalla, sino poner en común antes de pasar un mal momento. 



La relación sexual, ese espacio de liberación de tabúes para muchos, pasaría a tener reglas establecidas por el nomenclador social vigente al momento. Como una reunión de consorcio, con orden del día. Punto 1: a dónde está bien besar. Punto 2: posiciones no dominantes o codominancia sexual. Punto 3: ya me cansé, vayamos a los bifes.
La revolución sexual de los ’60 fue – en términos religiosos traídos al texto a efectos de marcar las similitudes seculares - una suerte de reforma luterana que proveyó de libertad a la mujer a la hora de decidir con quién acostarse y cómo andar por la vida, sin prestar atención a la mirada machista sobre ella. A ello se le sumó el uso de las pastillas anticonceptivas y la pastilla “del día después”, que daban lugar a la decisión de no traer hijos al mundo de una manera más controlada. 
El foco estaba en liberar al cuerpo de los paradigmas religiosos y de la familia burguesa que imperaba por entonces. 

Actualmente, estamos viviendo una contrarreforma, volviendo sobre los pasos de las grandes conquistas, para retornar hacia el castigo al cuerpo, al deseo, a la libre expresión del mismo. La premisa “mi cuerpo, mi decisión” no es más que un significante vacío que sólo se llena de contenido de acuerdo a la opinión de los popes del feminismo, en un contexto y en un espacio que poco tiene que ver con el común de las mujeres. Y la única pastilla que vale es la del día después…después de las declaraciones que habremos de rectificar cuando nos arrinconen con la corrección política, el mal que nos aqueja a diario.



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Agradecemos la difutisón del presente artículo:   

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