EL COSTO DE DECIR QUE EL PASTO ES VERDE

El beneficio está en segundo lugar para las corporaciones 'woke'.

O

Donde está prohibido decir la verdad.



Autor: Gerald Warner

Nota original: https://reaction.life/profit-is-an-afterthought-for-woke-corporations/

Original en inglés al pie.

Traducción: Hyspasia



"¡Blasfemias!" El mundo de la banca y hordas de ejecutivos horrorizados y políticamente correctos proferían gritos de indignación luego de que Stuart Kirk, Jefe del Departamento de Inversiones responsables de HSBC Asset Management [Gerenciamiento de Activos de HSBC] sugirió durante un evento organizado por el Financial Times que los peligros que presentaba el cambio climático podrían haber sido exagerados. En minutos, los escribas y fariseos de Twitter estan rasgándose las vestiduras y arrancándose las barbas al borde del desvarío frente a semejante herejía.

Kirk, naturalmente, fue suspendido en su cargo en espera de una investigación. Seguramente un ejecutivo de su jerarquía debió saber que cuestionar, razonar objetivamente y - peor que todo - debatir, no tiene lugar en el sistema financiero actual.

Su forma de libre pensamiento pertenece a la era de los dinosaurios para el mundo corporativo de las finanzas. Desvaríos insensibles promovidos por hombres blancos muertos como Adam Smith o Milton Friedman. Casi casi como si sugirieran que el objetivo de una institución financiera fuera obtener beneficios, más que dedicarse a la ingeniería social.

Como todo director con un gramo de instinto de conservación sabe, es imposible exagerar los peligros del cambio climático. Demasiado frecuentemente el mundo ha ignorado las advertencias de informadas fuentes, como la BBC, cuando sostuvo que el Ártico se iba a descongelar completamente para el año 2015, o cuando el Príncipe de Gales nos dijo que en el año 2009 nos quedaban 96 meses para salvar al planeta, en el año 2019 que nos quedaban 18 meses para lo mismo, o en el 2020, cuando graciosamente extendió el período de gracia por 10 años más, posiblemente para acomodar su breve desempeño en el trono.

¿Por qué el público no escucha a semejantes expertos, focalizándose ciegamente en otros hechos como la pandemia, la guerra o el costo de vida? La descripción de Kirk de los fanáticos del cambio climático como "delirantes" se convirtió en la categoría el-emperador-desnudo por la cual individuos indisciplinados se atreven a susurrar verdades universalmente conocidas que son transgresoras cuando se dicen a viva voz. Aplica especialmente para el mundo corporativo.

Tiempo atrás las instituciones financieras existían para crear riqueza. El desafío era regularlas al punto de asegurarse que actuaran éticamente, sin atentar contra su capacidad de perseguir creativamente el beneficio legítimo.

Hoy - y esto puede ser el presagio de la muerte del capitalismo - la situación se ha invertido en muchas instituciones de gran tamaño, dominadas por la necesidad de promover una agenda "moral", pero que contradice la moralidad de la mayoría de la población, y publicita su adhesión a esta agenda en la forma más agresiva posible.

Este proceso empieza casi siempre como un ejercicio defensivo, señalamiento virtuoso [virtue-signalling] con el fin de ganar aceptación. Hoy, sin embargo, en muchos directorios, han pasado esa etapa hace tiempo. Los directores son marinados por las piedades "woke" al punto que han empezado a creer en ellas, o, algunos de ellos, han sido incorporados a los directorios por sus credenciales "woke".

Es el departamento de Recursos Humanos el que determina la estrategia en muchas de las firmas, con llegada que penetra dramáticamente en toda la organización al punto de alterar el carácter de la compañía. Temas de gobernancia, medio ambiente y sociales [ESG, siglas en inglés] dominan el pensamiento corporativo y las prioridades al punto de relegar la búsqueda de ganancias a un segundo lugar.

Detrás de los directorios y los departamentos de recursos humanos en muchas firmas, en particular en EEUU, los empleados "woke" dictan la agenda para la gerencia general y el resto de los ejecutivos: el rabo sacude al perro. A esto hay que agregar las demandas de los inversores institucionales para mitigar el cambio climático y otras distracciones similares prioritarias por sobre la política corporativa. Incluso hay activistas de poca monta que compran media docena de acciones para promover políticas "progresistas" en las asambleas de accionistas.

Es la tormenta perfecta para la izquierda militante. No es de extrañar que de cara al Covid y la disrupción de la cadena de suministros consiguiente, más la guerra en Ucrania, la inflación, la falta de alimento global y el caos financiero creciente, muchas corporaciones se vayan por los caños, ya que no están preparadas para enfrentar un huracán.

Tomemos, por ejemplo, el cambio climático, el tema que descarriló a Stuart Kirk del HSBC. Llegamos al punto donde los pacientes psiquiátricos han tomado a su cargo el manicomio. Trate de sintonizar en forma aleatoria el Canal 4 de la BBC y cuente cuántos segundos pasan entre dos menciones de "cambio climático" son efectuadas. Ya sea que el programa - nominalmente - sea sobre cricket, economía o arqueología minoica, la frase CC será insertada sin piedad, como una especie de Síndrome de Tourette modificado, donde los conductores del programa no puede dejar de emitir el término. Completamente transtornados, como todo discurso sobre el calentamiento global.

El sector privado sigue la misma ruta. Accedan al sitio oficial de los administradores de inversiones, y debe esquivar una infinidad de textos sobre diversidad, igualdad, responsabilidad ambiental, ética en la cadena de suministros, recursos humanos, etc. Uno se pregunta si la intensidad de los ingenieros sociales les deja tiempo al resto del personal para ocuparse de acrecentar la riqueza de los clientes.

El fenómeno histórico del que somos testigos es protagonizado por la extrema izquierda, la que conocemos como "woke", pero que en realidad es marxismo cultura, y que ha tomado por asalto a las instituciones y comanda las máximas jerarquías del capitalismo, hasta reconvertirlas para sus propósitos revolucionarios. Al principio era un ejercicio en camuflaje por parte del mundo corporativo; pero ahora es una realidad.

"No me generan confianza".


No necesitamos equipos de investigadores para descubrir este fenómeno y producir análisis prospectivos. Una empresa capitalista dirigida por comunistas en base a principios comunistas no va a prosperar. Es una ley básica de la naturaleza. El resultado es que el futuro de la humanidad está más amenazada por el activismo del cambio climático que por el cambio climático. Sí, el clima está cambiando, como lo hace todos los años desde que se formó la tierra. Estos cambios requieren preparación para compensar los cambios en la actividad económica.

Es solamente otro factor para tomar en cuenta por los gobiernos y las corporaciones mientras diseñan una estrategia para el futuro. Pero, en el caso del clima, ese ejercicio necesario ha vuelto imposible implementarlo con criterio, desde el momento en que los alarmistas dogmáticos del calentamiento global han envenenado los pozos de agua [de la sabiduría]. Los científicos disidentes, aún los premiados con un Nobel, han sido silenciados, cancelados. Toda estadística predictiva, basada en modelos manipulados han sido calibradas para brindar soporte a las interpretaciones más alarmistas.

El término cargado de ideología "negacionista" [denier] se le ha impuesto a todo aquél que cuestione las predicciones más extremistas. Un torrente de propaganda ha sido desatada sobre el público. La información confiable y objetiva sobre los verdaderos parámetros del cambio climático son de imposible acceso. Nuestro gobierno ha sido inducido por el pánico y la adulación a abrazar un objetivo ridículo de "cero emisiones" de carbono para el año 2050.

Sin embargo la tormenta perfecta de pandemia, guerra, inflación y faltantes de alimentos requiere de una planificación austera y coser nuestro abrigo según el retazo de tela disponible. Un compromiso de cero emisiones que requiere una inversiones de un billón [continental] de libras es incompatible con enfrentar estos otros riesgos. La inflación no es un modelo de computación, es un peligro claro y presente que ya llega al 9%. El saqueo del grano ucraniano por parte de Rusia y la destrucción de la infraestructura agrícola del país puede verse por fotos satelitales.

La economía del mundo ha sido retrotraída a tiempos pre-globalización, al punto de stress actual. No podemos ni siquiera estar seguros que el dinero fiat sobrevivirá esta catástrofe. Sin embargo, los "delirantes" como el líder del Partido Verde Escocés, Patrick Harvie, nos advierten sentenciosamente que la guerra en Ucrania no debe ser usada para justificar una mayor explotación del petróleo del Mar del Norte. Estamos tratando con gente que no se contentará hasta que no hayamos regresado ha prender el fuego frotando dos ramas secas - y luego nos sacarán los leños, por razones de cuidado del medio ambiente.

Es tentador, al ver la mirada de liebre-frente-a-los-faros-del-auto y la parálisis consiguiente de nuestros líderes corporativos y políticos frente a lo que ya se vislumbra como una crisis existencial, pensar que nuestra civilización simplemente se ha vuelto demasiado delicada para sobrevivir. Una respuesta más razonable, sin embargo, es que eso es verdad para las élites, pero no para la mayoría de la población. Eso, por sí mismo, sugiere una solución.

En octubre, la población del común va a tener que enfrentar un aumento de £800 en sus cuentas de energía, y podrá buscar un uso alternativo de los postes de luz una vez que las luces se apaguen. Los realistas climáticos podrán ser cancelados por el momento, pero vienen malos tiempos para los alarmistas que han ayudado a llevar a sociedades a un estado de pobreza energética.


Activistas de Greenpeace protestan contra BP (British Petroleum) en el Museo Británico.


* * *



Profit is an afterthought for woke corporations

Gerald Warner


woke - Reclaim Shakespeare Company flashmob demonstrating in the British Museum’s Great Court against BP's (British woke)


“He blasphemeth!” The world of banking and extraneous hordes of woke and politically correct enforcers were reduced to biblical outrage after Stuart Kirk, Head of Responsible Investment at HSBC Asset Management, suggested at a Financial Times event that the financial perils posed by climate change might have been exaggerated. Within minutes, the scribes and pharisees on Twitter were tearing their beards and rending their garments in derangement at the articulation of this heresy.


Kirk, naturally, has been suspended pending an investigation. Surely a banking executive of his seniority ought to have known that questioning, objective reasoning and – worst of all – debate, have no place in today’s financial system.


His kind of free-range thinking belongs to the dinosaur past of corporate finance, to the insensitive delusions promoted by dead white men such as Adam Smith or Milton Friedman. It almost suggests that the purpose of a financial institution is to make profits, rather than to socially engineer society.


As any company director with a soupçon of self-preservation instinct knows, it is impossible to exaggerate the dangers of climate change. Too often the world has ignored the warnings of informed sources, such as the BBC when it asserted the Arctic would be ice-free by 2015, or the Prince of Wales when he told us in 2009 that there were just 96 months left to save the planet, in 2019 that there were 18 months to secure the same goal, or, in 2020, when he graciously extended the period of grace to 10 years, possibly to accommodate a brief tenure of the throne on his part.


Why will the public not listen to such experts, purblindly focusing instead on side issues such as pandemic, war or the cost of living? Kirk’s description of climate change fanatics as “nut-jobs” came into the intolerable emperor’s-new-clothes category in which an undisciplined individual utters a universally known truth that it is transgressive to articulate. That applies especially in the corporate world.


Time was, financial institutions existed to create wealth. The challenge was to regulate them to a degree that would ensure they behaved ethically, without hobbling their ability to pursue legitimate profit creatively.


Today – and this may well be a portent of the demise of capitalism – the situation has become so inverted that many large institutions are dominated by the need to promote not just a “moral” agenda, but one that contradicts the morality of the majority of the population, and to advertise this allegiance in the most aggressive ways possible.


Podcast

Reaction Podcast: Partygate and Rishi to the rescue?

Iain Martin, Maggie Pagano and Alastair Benn discuss Britain's energy crisis, the Chancellor's package and the legacy of Partygate.

Listen Now

This process almost certainly began as a defensive exercise, virtue-signalling to the public in order to gain acceptance. Today, however, in many boardrooms, we are long past that stage. Directors have become so marinated in “woke” pieties they have come to believe them, or may have been imported onto the board for their woke credentials.


It is the HR department that determines the strategy of many firms, its all-pervasive outreach dramatically altering the character of the company. Environmental, social and governance (ESG) issues dominate corporate thinking and priorities to an extent that relegates profitability to an afterthought.


Beyond boardrooms and HR, in many firms, particularly in America, militantly woke employees dictate agendas to the CEO and executives: the tail is wagging the dog. This is compounded by institutional investors demanding climate mitigation and similar distractions be given priority in corporate policy. There are even small-fry activists who buy half a dozen shares to enable them to promote “progressive” views at AGMs.


In such a perfect storm of militant leftism, it is a small wonder that, in the face of Covid and its lingering supply-chain disruption, the Ukraine war, inflation, global food shortage and increasing financial chaos, many corporations may be heading for the rocks, ill-equipped to weather this hurricane.


Take climate change, the issue that has derailed Stuart Kirk, of HSBC. We have reached a point where, as he indicated, the lunatics have taken over the asylum. Try switching on BBC Radio 4 several times at random and count how many seconds elapse before you hear the words “climate change” being uttered. Whether the programme is nominally about cricket, economics or Minoan archaeology, the C-word will intrude relentlessly, like a kind of modified Tourette Syndrome whereby the broadcasters cannot help emitting the term. It is completely deranged, as is all discourse on climate.


The private sector is going down the same route. Access the websites of many fund managers and, amid the endless screeds about equity and diversity, environmental responsibility, ethical supply chains, human resources, etc., you may find yourself wondering whether these intensively focused social engineers have any time left for growing clients’ wealth.


The historical phenomenon we are witnessing is the far-left movement colloquially known as “woke”, but actually cultural Marxism, taking over the institutions and commanding heights of capitalism and diverting them to revolutionary purposes. At first, it was just a cynical exercise in camouflage by the corporate world; but now the appearance has become the reality.


We do not need teams of researchers to delve into this phenomenon and produce analysis or forecasts. A capitalist enterprise run by communists on communist principles will not thrive. That is a basic law of nature. The bottom line is that the future of humanity is more threatened by climate activism than by climate change. Yes, the climate is changing, as it has done every year since the earth was formed. Such change requires study and localised preparation for certain changes that will alter economic activity.


It is simply another factor to be taken into consideration by governments and corporations as they map out a strategy for the future. But, in the case of climate, that necessary exercise has been rendered virtually impossible to implement accurately, since dogmatic climate alarmism has poisoned all the wells. Dissident scientists, up to the status of Nobel laureate, have been silenced, deplatformed and cancelled. Every statistic or forecast, based on easily manipulated computer modelling, has been calibrated to support the most alarmist interpretations.


The loaded term “denier” has been imposed on anyone who questions the more extreme predictions. A torrent of propaganda has been unleashed on the public. Reliable, objective information about the true parameters of climatic change have become almost impossible to access. Our government has been half-panicked, half-flattered into embracing the ludicrous objective of “net zero” carbon emissions by 2050.


Yet the perfect storm of a pandemic, war, inflation and food scarcity compels us to plan frugally for the future and cut our coat according to our cloth. A net-zero commitment running into the dimension of trillions of pounds is incompatible with meeting these other threats. Inflation is not a computer model, it is a clear and present danger already roaring past 9 per cent. Russia’s plundering of grain in Ukraine and its destruction of the country’s agricultural infrastructure can be seen on satellite photography.


The world economy has never been subjected, in pre-globalisation times, to the stress test it is entering into now. We cannot even be certain that fiat currency will survive a severe meltdown. Yet “nut jobs” like Scottish Green leader Patrick Harvie warn us sententiously that the war in Ukraine must not be used to justify increased North Sea production. We are dealing with people who will not be content until we have regressed to a state of making fire by rubbing sticks together – and then they will take away the sticks, on environmental grounds.


It is tempting, seeing the rabbit-in-the-headlights paralysis of our corporate leaders and politicians in the face of what begins to look like an almost existential crisis, to wonder if our civilization simply became too precious and effete to survive. A more likely answer, however, is that that is true of the elites, but not of the bulk of the population. That in itself suggests the solution.


In October, the lumpen-populace will face a further increase of £800 on the energy cap and may be looking for an alternative use for lamp posts once the lights have gone out. Climate realists may be cancelled at the moment, but there is a bad time coming for the alarmists who have helped drive prosperous societies into a state of fuel poverty.


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