SOBRE INDIVIDUALISMO Y COLECTIVISMO

 


Escrito por un votante no liberal de LLA.


Autor: reaxionario

Nota original: https://reaxionario.substack.com/p/sobre-individualismo-y-colectivismo

No sé si es cierto que la derrota ajena se festeja más que una victoria propia, pero desde ayer no he parado de escuchar llantos del progresismo de cabotaje ante el triunfo de la “ultraderecha” — siendo hasta ahora uno de mis favoritos la entrevista que el sabandija de Alejandro Bercovich le hizo a Rafael Bielsa, que es incluso más amargo y deprimente que su hermano. Hasta citó a García Linera.

Como se habrán imaginado, ya entramos oficialmente en la etapa de La Resistencia, inaugurada por un Roberto Navarro patéticamente cubierto con una bandera argentina (me hizo acordar a Keith Olbermann) como si no fuera un agente de propaganda de un gobierno cuyo mayor “logro” fue la despenalización del aborto — un esfuerzo coordinado entre funcionarios locales y organizaciones internacionales para legalizar la matanza de argentinos no nacidos en nombre de una ideología extranjera.


No me olvido, por otra parte, del DNI “no binario” — un concepto 100% importado, como el cambio climático, el feminismo, el transgénero y demás agendas propugnadas por el partido que lleva por nombre ni más ni menos que Unión por la Patria. Esta también es una guerra de ideas y de símbolos y creo que hemos regalado algunos al progresismo de manera bastante innecesaria.


Sin embargo, no quiero hablar hoy de la bandera argentina o la idea de Patria — que sin duda debemos recuperar del campo enemigo — sino de un concepto un poco más abstracto. Y, anticipando una objeción, tengo bien claro que Milei tampoco es nacionalista.


Muchas veces veo que — como suele ser dentro del liberalismo — se plantea la cuestión de fondo como una batalla entre individualismo y colectivismo. Esto está muy bien en su debido contexto y no quiero desestimar los méritos de lo que la bibliografía liberal tiene para decir al respecto, pero creo que estamos entregándole en bandeja al progresismo el concepto de comunidad cuando no tenemos por qué hacerlo.


Cuando insistimos en los derechos del individuo contra el colectivo, estamos indirectamente jugando el juego que el progresismo quiere, dentro de su marco teórico, donde la única comunidad posible es aquella que tiene al estado como piedra angular. A los medios del partido del estado esto no se les escapó: he escuchado varias veces que esta elección se trataba de “ultraindividualismo” contra comunidad — o “gente que sólo piensa en sí misma” contra “aquellos que tenemos empatía”. O alguna pavada de esas.


Claramente esta es una vil mentira, pero si ha tenido algo de éxito ha sido en buena parte por nuestra culpa. Y me incluyo a pesar de no ser liberal porque así como me pongo contento cuando las cosas salen bien, me siento responsable como votante de La Libertad Avanza de decir algo cuando creo que se está errando el camino.


La cuestión, para mí, no debería ser tanto individualismo contra colectivismo sino iniciativa privada contra iniciativa estatal. No deberíamos empecinarnos tanto en los derechos del individuo — que son importantes, por supuesto — sino en los individuos libremente asociados (la verdadera comunidad) contra la asociación forzada (una comunidad impuesta y falsa).


En Our Enemy the State — libro que sé que Javier Milei conoce — Albert Nock lo plantea como poder social contra poder estatal, hablando de una “redistribución del poder entre la sociedad y el estado” durante el gobierno de Franklin Delano Roosevelt:

Todo el poder que posee [el estado] es el que le aporta la sociedad, más el que éste confisca de cuando en cuando con un pretexto u otro; no hay otra fuente de donde obtener poder. Por lo tanto, cada toma de poder, bien por un motivo o por el otro, le resta poder a la sociedad, de tal forma que no hay ni puede haber un fortalecimiento del poder estatal sin la correspondiente disminución del social.

O, dicho de otra manera:

El Estado le ha dicho a la sociedad: o tú no estás ejerciendo suficientemente el poder para afrontar una emergencia, o lo estás ejerciendo de una manera que considero incompetente, así que te confisco el poder y lo usaré en mi propio beneficio.

Esta es, en pocas palabras, la ideología del partido del estado — que los individuos libres no pueden asociarse efectivamente sino a través de la intervención y coordinación de un poder superior.

Así, por ejemplo, el partido del estado considera ineficaz la caridad, por lo que ha instaurado un sistema mediante el cual le quita forzosamente a unos para dárselo a otros, en lo que llama “redistribución de la riqueza” fundada en la “justicia social”.

O no confía en la capacidad de la iniciativa privada para regular las relaciones interpersonales, por lo que se ha auto-asignado la tarea de reglamentarlas través de, por ejemplo, leyes “contra la discriminación”.

Tampoco confía en la capacidad formativa de los padres, que deben inscribir a sus hijos en un sistema de educación pública de manera obligatoria para aprender lo que el estado considere apropiado, independientemente del consentimiento familiar.


Los resultados de semejantes aberraciones, que quizás eran novedad hace unos cien años, están hoy a la vista de cualquiera: el estado ha aumentado enormemente su poder, y la sociedad en su conjunto se ha deteriorado. Los chicos son cada vez más ignorantes; el aparato oficial de caridad ha creado millones de individuos que creen que las sociedad les debe algo sólo por existir; y las leyes contra la discriminación han arrojado como resultado un sistema informal de castas, con privilegios especiales para las “minorías protegidas” y los burócratas de quienes dependen.


Lo peor, para colmo, es que el partido del estado considera que potencialmente todo es susceptible de ser regulado — y de hecho en principio nada debería estar exento de la supervisión estatal. Ni bien aparece algo nuevo, ya hay personas clamando por su regulación — personas que creen que el deber del estado es solucionar todos los problemas de la sociedad, lo cual es absurdo, y si no suena absurdo es porque hemos sido condicionados a tomarlo como natural durante más de un siglo de propaganda.


El argumento, entonces, debería ser el siguiente: dado el evidente fracaso del experimento del estado total, es hora de que éste le devuelva a la comunidad de individuos libremente asociados el poder de lidiar con sus propios problemas, y se ocupe de sus funciones básicas, que se limitan a mantener la paz y el orden.


Esto es porque sólo los individuos libremente asociados forman las verdaderas “comunidades organizadas”, a diferencia de la asociación a punta de pistola, a la cual no debemos bajo ningún punto de vista entregarle el monopolio del concepto de la acción social. Por el contrario, debe ser denunciada por lo que es — un fraude.


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