5 MOTIVOS POR LOS QUE NO VA A VOLVER EL FASCISMO



Autor: información real de la AFI (@sashapak_)

Nota original: https://nadarespetable.com/5-motivos-por-los-que-no-va-a-volver-el-fascismo/


O al menos, no exactamente igual a como la historia lo recuerda.

La elección italiana del domingo pasado actuó como (yet another) disparador para que el progresismo liberal active el morbo y el miedo ante el potencial genocidio de miles de personas bajo un régimen de extrema derecha. Pero tal como prueban sus últimos exponentes en Brasil, Reino Unido o Estados Unidos, los gobiernos de derecha populista suelen terminar acatando los resultados electorales y sin la necesidad de Juicios de Nuremberg.

¿Qué falla desde la intelectualidad mediática al momento de explicar y comunicar estos procesos? Principalmente, la ausencia de honestidad y un exceso de sensibilidad/catastrofismo, que coincidentemente, se alinea con el interés político de las fuerzas opositoras a los nacionalismos de derecha (el establishment liberal-atlantista). 

Esta actitud manipuladora por parte de la elite intelectual terminó permeando en una audiencia que, en otro contexto, estaría deseosa de abrazar una gran agenda transformadora para capear la frustración que causa la imposibilidad de sortear el atolladero político/económico en el que se encuentran las democracias liberales. En algún punto, el antifascismo del siglo XXI cumple un rol de satisfacción político-pulsional más que una identidad coherente con el entorno. 

No obstante, existe un “otro” político bien definido (no por ello simple) que irrumpe en la disputa democrática, con características reaccionarias más que conservadoras, y con un fuerte acento en la oposición a causas liberales que hoy son presumidas como prioritarias y línea de frontera entre lo aceptable/no aceptable en el discurso público. Como ya se dijo, su impacto en términos reales no es mayor a la de cualquier otro espacio político; ésta limitación probablemente tenga que ver con cierta esclerosis operativa del Estado, que es algo común en el “occidente liberal”

Falta de una ideología concreta y un programa político

En la década del 20, Europa transitaba una verdadera revolución cultural fruto de los ya mencionados cambios tecnológicos. El Fordismo, el aumento en la velocidad de circulación de las mercancías y de la información fueron el motor de nuevas ideas, cuestionamientos, demandas y prácticas políticas que se cristalizaron en los movimientos fascistas. Una batería de ideólogos, pintores, poetas, arquitectos, dieron forma a una respuesta por derecha a la “muerte” del “viejo mundo”. 

Si bien hoy pueden encontrarse análisis interesantes de la realidad en pensadores afines a los movimientos de derecha, éstos suelen estar fuera del mainstream y por su marginalidad, rara vez sus ideas son incorporadas a las agendas y discursos de los representantes políticos. Por otro lado, tampoco representan una visión más o menos realista de un programa político o de cómo llevarlo a cabo; por el contrario, suelen consistir de radiografías de las estructuras de poder, revisionismos históricos o lecturas alternativas a sucesos del presente. En líneas generales, nunca queda clara la relación de éstos proto-movimientos con el Estado al que aspiran controlar.

A esto se le suma una relación ambigua de las figuras de la derecha con respecto a su posicionamiento político: prácticamente ninguno es abiertamente anti-atlantista. Por ende, cargan con la necesidad de negar las acusaciones de fascismo en lugar de utilizarlas activamente, cosa que tendria un alto costo en el plano mediático y de las relaciones internacionales, pero ¿quizás? más beneficios político-electorales de lo que la propia derecha se anima a aceptar.

Y si bien logran aglutinar a su electorado alrededor de una miríada de batallas culturales y frases hechas (principalmente en oposición a causas propias del orden liberal), esto no logra transformarse en un movimiento cohesionado, contundente y con la capacidad de gobernar sin contratiempos. Por dar un ejemplo, la derrota de Trump en las elecciones de 2020 se dio en parte por una traición de su propio partido. La fragmentación política y el sistema coalicional favorecen liderazgos situacionales, que se van de patadas con el fascismo “caudillista” tal cual lo conocemos.

Ausencia de un espíritu militarista

El fascismo era un movimiento estrictamente vitalista, que hacía uso y apología de la violencia como instrumento político, por motivos prácticos y filosóficos. Era “viable” en su contexto porque confrontaba con un sistema político anémico y con poca capacidad de ordenar la sociedad, pero también porque los Estados eran máquinas de producir soldados. Hoy eso no ocurre.

Tanto el avance tecnológico como la configuración de poder geopolítico fueron poco a poco, debilitando los ejércitos de la mayoría de los países (exceptuando las potencias), separando a la milicia de la sociedad civil y marginando al ethos de la violencia de las diferentes esferas de socialización. Esto hace que el “pool” de personas dispuestas a usar la fuerza sea más chico y las recompensas por hacerlo, menos jugosas.

No obstante, esto puede dar lugar a escenarios en el futuro en los que las sociedades se encuentren totalmente desamparadas ante una minoría capaz de utilizar la fuerza con fines políticos, al más puro estilo Zardoz (1974).

Instituciones políticas con poder de veto

La enorme mayoría de los países liberales han desarrollado una interdependencia económica e institucional que hacen demasiado costoso el postureo fascista y las aventuras autoritarias de un movimiento político. Sería inimaginable ver sostenerse a un potencial gobierno de extrema derecha en Francia en el medio de un torbellino de sanciones económicas, administrativas, y operaciones mediáticas y de agitación sobre su población. 

EEUU perfeccionó la ejecución de las “revoluciones de las flores” gracias a un manejo envidiable de la cultura, la opinión pública y los incentivos sociales de modo que, donde ellos deseen, pueden inocular a un movimiento bien financiado y lo suficientemente devoto como para causar manifestaciones, incidentes y generar enormes costos políticos a los gobiernos locales.

Como contracara, son marginales los movimientos políticos con la capacidad de detectar éstas prácticas y sobre todo, neutralizarlas, ya que por un lado no existen instituciones capaces de generar éstos análisis (las herramientas teóricas para hacerlo existen hace muchísimo tiempo, pero su aplicación al presente parece estar vedada), pero además los partidos políticos se han desligado de la formación de sus cuadros, siendo éstos tercerizados a universidades, ONGs, consultoras, etcétera.

En sí, esto nos pone en otro aprieto, ya que la situación es bastante ambigua: si la sociedad no produce a sus representantes desde una matriz democrática, difícilmente veamos una democracia de buena calidad. ¿Por qué debería creer entonces que la democracia está en peligro sólo porque ganan determinadas ideas?

La ausencia de un análisis realmente honesto sobre la cartografía institucional actual, impide a los analistas concebir éstas deficiencias del sistema democrático y el modo en que atropellan principios y derechos que en otro momento fueran inviolables. Con toda seguridad un futuro gobierno de Meloni no será más antidemocrático que uno de Draghi.

Falta de apoyo económico

Uno de los pilares del fascismo es la política nacionalista, desde lo cultural y lo económico. Con más de 60 años de integración global y con la transformación de los entramados de poder producidos por la financiarización de la economía, resulta difícil imaginar a grandes empresarios realmente cometidos a “aislar” a un país occidental de el resto del mundo. Si históricamente se pensó en el fascismo como una estratagema de la burguesía para manipular o contener procesos revolucionarios de izquierda, hoy esa dimensión queda fuera de análisis ya que incluso las corporaciones se manifiestan públicamente en contra de los movimientos de derecha.

Por otro lado, hacer política es realmente caro, para cualquier empresa con proyección internacional (básicamente cualquiera de mediana/gran escala en Europa) es imposible adherir a un movimiento nacionalista sin que esto represente un grave problema de imagen o incluso ser susceptible a sanciones. Cualquier investigación sobre redes de financiamiento se estanca en fundaciones, o personajes marginales con nombre y apellido -frecuentemente oligarcas rusos-, y rara vez contempla que, puesto en perspectiva, no es tanto dinero comparado a los millones puestos en think tanks, medios y ONGs “oficialistas” del modelo de Bruselas.

A largo plazo, la imposibilidad de integrar una agenda nacionalista a un proyecto democrático (por exclusión del propio sistema de partidos o por el veto directo de potencias extranjeras), puede forzar a esos grupos de interés a volcarse por métodos no-democráticos. Esto no parece ser tenido en cuenta por la centroizquierda que hoy se encuentra obnubilada por la validación que le ofrecen EEUU y UK a sus agendas más superficiales, mientras dichos países despliegan sus intereses sin oposición. El ejemplo más obvio puede observarse en el beneficio directo que obtiene EEUU de la fallida transición energética europea y del forzado arrastre continental a confrontar con Rusia.

Exceso de comodidades

No se ha generado aún la suficiente masa crítica a lo largo de la sociedad, con los incentivos necesarios para conformar una conciencia revolucionaria y un sentido de necesidad que favorezca un proceso de ruptura contra el orden liberal. Los desencantados, los marginados, los integrados que sienten que “se quedan afuera”, todavía tienen un mínimo de esperanza de que el sistema los salve. De hecho, es muy poca la cantidad de gente dispuesta a desgranar a este nivel los problemas políticos a los que nos enfrentamos. Eso de por sí es un indicador de que los temores por el ascenso de un nuevo fascismo son tan infundados como la segunda venida del comunismo; requiere una enorme dosis de imaginación y buena voluntad pensar que puede tener éxito un golpe de mano tan radical sobre un escenario excesivamente complejo.

Por si fuera poco, romper con este sistema, causaría en lo inmediato un cataclismo económico, productivo, cultural, que prácticamente nadie está dispuesto a enfrentar ni tiene los elementos para controlar. Quizás, como excepción, podrían ocurrir ésta clase de fenómenos en países pequeños, con poca complejidad económica, y escasa inserción comercial y política en el mundo.

Pero difícilmente alguien, por propia voluntad, se levante de su silla gamer para ir a embarrarse en una trinchera.

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