¿CUÁL ORDEN MUNDIAL?
Por Brandon J. Weichert (@WeTheBrandon)
Nota original: https://amgreatness.com/2023/01/08/what-world-order/
En inglés al pie.
@theamgreatness
El año pasado estuve en Washington DC. Di una conferencia off-the-record a miembros jerárquicos del Departamento de Defensa. Luego de haber mencionado tres veces "el orden mundial liderado por los EEUU", me quedé callado en el medio de la presentación, miré a la audiencia integrada por militares de alto rango y me di cuenta de lo absurdo que sonaba. Me quedé ahí parado como un idiota por lo que me pareció una eternidad - con todos mirándome con caras extrañas. Ahora estoy convencido que mi reacción estaba totalmente justificada y que fue sana, dadas las circunstancias.
Después de todo, estábamos discutiendo la actual Guerra Ruso-Ucraniana, y la posibilidad de tenernos que defendernos o, mejor dicho, responder a un ataque nuclear ruso. "¿Orden Mundial?". pensé con incredulidad, mientras trataba de recobrar la compostura. En ese momento, sentí como si estuviera mirando un profundo y negro abismo. Tuve ese momento nietszcheano donde el abismo (en este caso varios generales de tres y cuatro estrellas y dos miembros mandato cumplido del Consejo Nacional de Seguridad de la administración Trump) me miraba a mí a los ojos.
¡Miren alrededor de ustedes, washingtoneanos, no hay orden mundial! Lo que sea que haya habido en algún momento, cualquiera glorias alguna vez nos diera, ese orden no existe más.
En su lugar tenemos un mundo en total desorden en el cual a los norteamericanos de a pie los han dejado pagando la cuenta, en términos de costo y de sangre - y una clase política indolente totalmente reacia a conceder que entendieron casi todo al revés (porque, excepto en raros casos, sus hijos no son los que pagan esos errores).
Es más, los que los más altos miembros del llamado "deep state" [estado profundo] están acostumbrados a hacer - actuar con temeridad y haciendo mucho ruido toda vez que tienen dudas - puede empeorar más aún la situación, particularmente para el país que se suponía iba a usufructuar el orden post-Guerra Fría: los EEUU.
Un mundo patas para arriba
A donde sea que miremos, hay guerras o rumores de guerra. Rusia en Ucrania, China en Taiwán, Corea del Norte invadiría a su vecino del sur. Irán causa terror entre los árabes sunitas y sus vecinos israelíes. Y no hablemos del caos en la frontera suroeste de los EEUU. (¡Seriamente, pocos en Washington quieren saber del problema!).
El colapso de la Unión Soviética y la afortunada victoria sin derramamiento de sangre de Norteamérica luego de la guerra fría se suponía que iba a brindarle a los EEUU una nueva era de desarrollo, paz y prosperidad. El mundo de un orden unipolar fue anunciado por los demócratas y los republicanos a la par. Libre comercio internacional, promoción de la democracia, derechos humanos liberales, y hacer cumplir las normas por parte de supuestamente imparciales organizaciones internacionales, todo sostenido por el poder militar de los EEUU; esas fueron los ideales que iban a reforzar la paz post Guerra Fría, la cual, se suponía, duraría al menos hasta la mitad del SXXI.
Tendríamos que haber sabido.
De hecho, un brillante académico de relaciones internacionales, Robert Gilpin, escribió sobre la inherente estabilidad de los sistemas unipolares. Hubieramos acertado si lo hubiéramos tomado con seriedad.
Uno puede argumentar que la relativa estabilidad de los '90s probó que Gilpin tenía algo de razón en su aseveración. Pero, algo sucedió en ese entonces en Washington, que, en lugar de dar un paso atrás y dejar que el sistema que se había diseñado para liderar la complejidad del mundo, empezaron a imponerse en todos lados. Con cada imposición, el mundo post Guerra Fría liderado por los EEUU se volvió cada vez menos apetecible para otros países, como China o Rusia. Centros alternativos de poder no sólo comenzaron a desafiar el orden mundial unipolar, sino que esos sistemas empezaron a fusionarse en alianzas explícitamente antinorteamericanas las cuales, luego de un tiempo, amenazaron la seguridad nacional de los EEUU. (¿Realmente alguien cree que China y Rusia fueran aliados naturales, de la misma forma que los EEUU y GB lo son?).
Extraño los '90s
Es difícil cree que sólo 30 años atrás, los rusos fantasearan con convertirse en miembros del sistema de comercio Occidental y ser parte de la OTAN luego de pasarse 40 años resistiendo todas esas cosas. En los '90s también, los comunistas chinos - quienes nunca eran una demócratas que esperaban mostrarse tal cual eran como la élite neoliberal de Washington creía - estaban mucho dinero en el orden mundial creado por los EEUU que al principio no se sintieron tentados en convertir toda esa riqueza en poder militar, imprescindible para desafiar a los EEUU.
Lo que experimentamos en la actualidad, sin embargo, es un orden mundial desarmado en su mayoría por malas políticas norteamericanas. Por supuesto, naciones como Rusia o China que acogen a diferentes culturas, no serían pasibles de volverse obedientes a los dictados de los EEUU de la misma forma en que lo hacen los europeos. Sin embargo, su resistencia cotidiana a un orden mundial liderado por los EEUU sería mucho más leve si Washington hubiera intentado actuar con un poco más de moderación en algunas áreas.
Por ejemplo, el ex presidente Bill Clinton usó el capitalismo norteamericano como fuerza bruta para implementar la apertura de mercados en economías en desarrollo - incluyendo Rusia - y efectivamente condenó a la miseria a aquellas naciones que se esforzaban por salir de la pobreza cuando estaban en su punto más débil. Luego, el presidente George W. Bush proclamó su intención de derrocar a todos los dictadores y reemplazarlos por regímenes democráticos y capitalistas. Luego de ganar prematuramente el Premio Nobel de la Paz, el presidente Barack Obama pasó los siguientes ocho años de su administración bombardeando bodas y funerales por todo el Medio Oriente, con la esperanza de ocasionalmente matar a algún terrorista verdadero con su flota de drones. Hoy, Joe Biden corteja una guerra nuclear con Rusia.
Para muchos legisladores norteamericanos combinaron la posición hegemónica de los EEUU en el sistema mundial con la responsabilidad del uso inherente de las tropas y capital de los EEUU para extinguir todos y cada uno de los fuegos que hacían erupción globalmente. Al hacer esto, sólo se avivaban las llamas de la crisis y el resentimiento, y en muchos casos, hubiera sido mejor que no hubiéramos participado en lo absoluto (vean el infame ensayo "Denle una chance a la Guerra" ["Give War a Chance"] de Edward Luttwak, por ejemplo).
Muy pocos líderes de los EEUU en Washington desde el final de la Guerra Fría se atrevieron a preguntarse a sí mismos: ¿qué significan estos problemas para nosotros? Y su corolario: ¿por qué el poder militar de los EEUU o su capital son los que se aplican para encarar estos problemas?
¿El orden de quién es, después de todo?
¿Qué clase de "orden" corteja un conflicto multipolar con dos potencias nucleares como Rusia y China, y con dos estados cimarrones como Irán y Corea del Norte? ¿Qué clase de "orden" es ése en el cual vivimos donde no sólo una guerra nuclear mundial parece ser el deseo de nuestras élites, sino que esas mismas élites se niegan terminantemente a invertir ni siquiera en la más modesta forma de defensa en contra de ese tipo de armas? ¿De qué forma se puede arribar a la conclusión de que alguna de las consecuencias pueda favorecer a los EEUU?
Nuestro actual predicamento no es justamente el que imaginó el presidente Ronald Reagan cuando le dijo a un confundido Dr. Robert Wood del Colegio Militar Naval, en un encuentro en 1982 en la Casa Blanca su creencia de que la Unión Soviética era una "operación Mickey Mouse real" y que los soviéticos estaban destinados a perder la Guerra Fría al final de su segundo término.
Tampoco vivimos en el mundo imaginado por su sucesor, George H. W. Bush, quien aprovechó luego del colapso de la Unión Soviética para declarar que este nuevo orden post Guerra Fría no sería gobernado "por la ley de la jungla" sino por los principios norteamericanos del "imperio de la ley".
Es beneficioso para todos los miembros del establishment político de los EEUU reconocer cuán precario es la posición en la cual sus acciones (y las acciones de sus predecesores) pusieron a nuestra alguna vez poderosa nación desde el final de la Guerra Fría. Y al reconocer esta desafortunada verdad, nuestros líderes en Washington deberían diseñar una nueva política exterior.
Ese camino hacia el futuro no puede ser el aislacionismo y la retirada. Tampoco puede significar ver a todas y cada una de las situaciones como una crisis que requiere resolución vía grandes gastos pública de lo que hoy son limitados recursos nacionales y poder militar. Una aproximación que sea una variación del método de John J. Mearsheimer "equilibrio de ultramar" - o "realismo ofensivo" - sería preferible.
Semejante nuevo paradigma no sólo reconocería sino abrazaría los límites del poder de los EEUU mientras simultáneamente protegería nuestros intereses nacional, que son: primero, la protección del territorio norteamericano; segundo, la expansión de la prosperidad a través de acuerdos comerciales justos; tercero, apoyar a aliados estratégicos dispuestos y darles herramientas necesarias para sobrevivir y prosperar; cuarto, aceptar que otras culturas existen y que las naciones de esas diferentes culturas no siempre estarán dispuestos a ser perritos falderos de las preferencias de Washington; y quinto, que a veces lo mejor que se puede hacer es no hacer nada - a menos que el territorio norteamericano o sus intereses principales estén directamente amenazados.
Es hora que los norteamericanos se den cuenta cuán afortunados fuimos en evitar que la Guerra Fría se convirtiera en una guerra nuclear mundial - y que bendecidos somos geográficamente. También debemos entender que tontos fuimos en dejar que dicha victoria se evaporar para ser reemplazada por las muy probables perspectivas una guerra nuclear mundial hoy.
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Sobre Brandon J. Weichert
Brandon J. Weichert es un editor de American Greatness y colabora con el Asia Times. Es autor de "Winning Space: How America Remains a Superpower" y "The Shadow War: Iran's Quest for Supremacy", por Republic Book Publishers. Sígalo en Twitter: @WeTheBrandon
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What World Order?
Last year I was in Washington, D.C. giving an off-the-record briefing to senior members of the Department of Defense. After having mentioned three times the “U.S.-led world order,” I stopped myself in the middle of my briefing, looked at the audience of senior military personnel, and realized how absurd I sounded. I stood there like an idiot for what seemed to be an eternity—with everyone awkwardly staring at me. I am convinced now that my reaction was entirely justified and sane, given the circumstances.
After all, we were discussing the ongoing Russo-Ukraine War and the possibility of having to defend against or, rather, respond to a Russian nuclear attack. “World order?!” I thought incredulously as I attempted to regain my composure. In that moment, I felt as though I were staring down a deep, black abyss and having that Nietzschean moment where the abyss (in this case multiple three and four-star generals as well as two former Trump Administration National Security Council members) stared back at me.
Look around, Washingtonians, there is no world order! Whatever it once was, whatever glories it once gave us, that order is long gone.
What we’ve gotten ourselves into instead is a world in total disorder with ordinary Americans left holding the proverbial bag, in terms of cost and blood—and an indolent political class totally unwilling to concede that they’ve gotten most everything wrong (because, except in rare cases, their kids aren’t the ones paying for those mistakes).
What’s more, the very thing high-ranking members of the so-called “deep state,” are accustomed to doing—acting boldly and loudly whenever we are in doubt—is the one thing most certain to worsen the situation, particularly for the one country that the post-Cold War liberal order is supposed to benefit: the United States.
Upside-Down World
Everywhere we turn, there are wars and rumors of war. Russia in Ukraine. China in Taiwan. North Korea invading its southern neighbor. Iran letting loose unholy terror upon its Sunni Arab and Israeli neighbors. And let’s not even talk about the chaos at our southwestern border. (Seriously, few in Washington want to even know about this problem!)
The collapse of the Soviet Union and the blessedly bloodless American victory in the Cold War was supposed to give us a new age of human development, peace, and prosperity. The unipolar world order was heralded by Democrats and Republicans alike. It would be based on the timeless American values of justice, liberty, equality, and prosperity. International free trade, promotion of democracy, liberal human rights, and norms enforced by purportedly unbiased international organizations and backed up by U.S. military power, these were the ideals that would undergird a post-Cold War peace that was supposed to last us for at least the duration of the first half of the 21st century.
We ought to have known better. In fact, the brilliant international relations scholar, Robert Gilpin, wrote about the inherent stability of unipolar systems. We would have done well to take that seriously.
One could argue that the relative stability of the 1990s proved that Gilpin was onto something in his assessment. But, something happened then wherein Washington, rather than taking a step back and letting the systems it had crafted to manage a complex world take the lead, started imposing itself everywhere. With each imposition, the value of the U.S.-led world order in the post-Cold War era became less appealing to other countries, such as China and Russia. Alternative power centers not only began arising to challenge the unipolar world order, but those systems were soon coalescing into explicitly anti-American alliances that, over time, threatened the national security of the United States itself. (Does anyone really believe that China and Russia are natural allies, in the way that America and Britain are?)
I Miss the 1990s
It is hard to believe that just 30 years ago, the Russians fantasized about becoming members of the Western trading system and NATO after having spent the previous 40 years resisting these things. In the 1990s, as well, the Communist Chinese—who were never democrats-in-waiting as the neoliberal elite in Washington believed—were making so much money from the American-created world order that they did not initially feel compelled to translate that wealth into the military power required to challenge the United States.
What we are experiencing today, however, is a world order undone mostly by bad American policies. Of course, nations like Russia or China that were home to very different cultures than that of the United States, were unlikely ever to become as compliant to Washington as the Europeans are. Yet, their resistance quotient to the U.S.-led world order would be much lower today if Washington had just tried to act with a bit more restraint in certain areas.
For example, former President Bill Clinton used American capitalism as a blunt force instrument to bash open the markets of developing economies—including Russia—and effectively immiserated those struggling nations when they were at their weakest. Then, President George W. Bush proclaimed his intention to topple all dictators globally and replace their regimes with democratic and capitalistic ones. After prematurely winning a Nobel Peace Prize, President Barack Obama spent his eight years in office bombing weddings and funerals throughout the greater Middle East, hoping to occasionally kill an actual terrorist, with a fleet of drones. Today, Joe Biden courts nuclear war with Russia.
Far too many American policymakers conflated America’s hegemonic position in the world system as a responsibility to use inherently limited American troops and capital to attempt to extinguish nearly every brush fire that erupted globally. In so doing, we often fanned the flames of crisis and resentment and, in many cases, would have been better off not acting at all (see Edward Luttwak’s infamous essay “Give War a Chance” for more on that).
Far too few U.S. leaders in Washington since the end of the Cold War have ever dared to ask themselves, what are these problems to us? And, as a corollary, why must U.S. military power or capital always be expended to address these problems?
Whose Order is It, Anyway?
What sort of “order” courts a multi-sided conflict with two nuclear powers, such as Russia and China, and two nuclear rogue states, such as Iran and North Korea? What kind of “order” are we living in where not only nuclear world war appears to be the desire of our elites, but those same elites utterly refuse to invest in even the most modest form of defense against such ghastly weapons, such as space-based missile defense? In what way are any of these outcomes favorable to the United States?
Our current predicament was certainly not what President Ronald Reagan envisioned when he told a befuddled Dr. Robert Wood of the Naval War College at a White House briefing in 1982 his belief that the USSR was a “real Mickey Mouse operation” and that the Soviets were destined to lose the Cold War by the end of his second term.
Nor is the world we are living in presently the vision of Reagan’s successor, George H.W. Bush, who took to the airwaves in the aftermath of the Soviet Union’s collapse to declare that the new post-Cold War order would not be governed by “the law of the jungle” but by the very American principles of the “rule of law.”
It is incumbent upon all members of the American political establishment to recognize how precarious is the position their actions (and the actions of their predecessors) have put our once-mighty nation in since the end of the Cold War. And in realizing this unfortunate truth, our leaders in Washington must chart a new way forward in foreign policy.
That pathway forward cannot be isolationism and retreat. It also cannot mean viewing every situation as a crisis needing resolution via the vast expenditure of what are today limited national resources and military might. Some variation of John J. Mearsheimer’s “offshore balancer” approach—or “offensive realism”—would be preferable.
Such a new paradigm would not only recognize but also embrace the limits of U.S. power while simultaneously guarding our real national interests, which are: first, the protection of the American homeland; second, the expansion of prosperity through fair trade deals; third, the embrace of willing strategic partners globally, and giving those powers the tools they need to survive and thrive; fourth, the acceptance that other cultures exist and that nations of those different cultures will not always be willing lapdogs of Washington’s preferences; and fifth, that sometimes the best thing to do is nothing at all—unless the American homeland or its core interests are directly threatened.
It’s time that Americans everywhere realize how lucky we were to have avoided the Cold War becoming a nuclear world war—and how blessed we are by geography. We must also now understand how foolish we were in letting that historic victory evaporate, to be replaced by the very real prospects of a nuclear world war today.
About Brandon J. Weichert
Brandon J. Weichert is a contributing editor at American Greatness and a contributor at Asia Times . He is the author of Winning Space: How America Remains a Superpower and The Shadow War: Iran's Quest for Supremacy (Republic Book Publishers). Follow him on Twitter: @WeTheBrandon.