BONAPARTISMO MILEISTA

Ante esta coalición de minorías delincuenciales, la mayoría generalmente dispersa se encolumnó espontáneamente detrás de la figura de Javier Milei.


Autor: reaxionario (@reaxionario)

Nota original:  https://reaxionario.substack.com/p/bonapartismo-mileista


Si algo nos están dejando claro los debates parlamentarios del 10 de Diciembre en adelante — además de que la mayoría de los legisladores son imbéciles — es que somos rehenes de un grupo de gatekeepers cuya única función es proteger los intereses de los argentinos que viven a costa de otros argentinos.


En esta “democracia” hay dos tipos de cambio — el progresivo y el regresivo. El primero es bienvenido porque amplía derechos, que en el lenguaje de la casta significa la creación o consolidación de una alianza confiscatoria por medio de legislación: un sector de la población recibe un beneficio y los políticos abren oficinas o cobran un nuevo impuesto para garantizarlo, todo sobre la base de una nueva ley. A su vez, se establece un vínculo de lealtad entre ambas partes, acudiendo uno en defensa del otro cuando el negocio está en riesgo, como ahora.


Y el peligro, justamente, proviene de los cambios regresivos, que quitan derechos, lo cual puede traducirse en la eliminación de alguna de estas alianzas confiscatorias. Toda ley derogada implica probablemente la destrucción de una asociación ilícita entre la política y un sector de la población en contra de la mayoría.

Esto puede tomar las formas más absurdas, como la Ley 26801 — o “ley de teloneros”— promulgada durante el delirio kirchnerista, cuyo artículo 31 establece:

“En ocasión de que un músico extranjero o agrupación musical extranjera se presente en vivo, en el marco de un espectáculo en el ámbito del territorio nacional, deberá ser contratado un músico nacional registrado o agrupación musical nacional registrada, que contará en el evento con un espacio no menor a treinta (30) minutos para ejecutar su propio repertorio, finalizando con una antelación no mayor a una (1) hora del inicio de la actuación de aquél. En todos los casos el productor del evento suscribirá con el músico nacional registrado o agrupación musical nacional registrada un contrato donde se consignará el valor de la contraprestación que deberá percibir por su actuación.”

Es decir, si viene U2 a la Argentina, la productora debe por ley elegir entre los músicos “inscrito[s] en el registro de músicos y agrupaciones musicales nacionales” del Instituto Nacional de la Música, garantizarles al menos media hora de show y encima pagarles — trasladando todo, desde ya, al costo final de las entradas.


Curros como este hay literalmente miles. Una gran bola demosclerótica que pesa sobre los hombros de todos los contribuyentes, que terminan bancando los “derechos” de los músicos, los actores, los empresarios textiles, los jubilados sin aportes, los empleados municipales, los descendientes de terroristas, los transexuales, o la industria del turismo.


Ante esta coalición de minorías delincuenciales, la mayoría generalmente dispersa se encolumnó espontáneamente detrás de la figura de Javier Milei, a quién el 56% de los argentinos votó con un mandato claro — el desmantelamiento urgente de la superestructura fiscal que asfixia la economía.


Por supuesto, como no se puede meter mano en ninguna parte de este entramado legislativo sin tocarle el culo a alguien, la Ley Bases es una catástrofe que implica la destrucción total o parcial de nada menos que la Industria de los Derechos, el negocio más rentable de la República Argentina y que lleva décadas de expansión irrestricta y acelerada.


De hecho, las consecuencias son tan graves para los grupos parasitarios que me sorprende que su reacción haya sido tan moderada. Quizás no estaban preparados para algo así, o quizás en algún punto creen que esto es una pesadilla pasajera, o quizás se están guardando la furia para más adelante.


En todo caso, no se van a ir sin dar pelea. Harán lo posible por causar el fracaso de Javier Milei desde adentro y desde afuera — y, si bien no necesariamente debemos esperar un gran estallido, podemos contar con un moderado pero constante sabotaje orientado a corroer la moral del nuevo gobierno.


Ahora bien, si no podemos contar con los legisladores ni con el Poder Judicial para liberar a los argentinos de bien de esta injusticia — si no podemos pretender que el sistema se arregle a sí mismo — ¿qué hacemos?


Vamos a aplicar un poco de teoría jouveneliana. En este juego hay tres actores principales. Muy a grandes rasgos son:

  • Milei y sus funcionarios.
  • La oligarquía o “casta” y sus grupos protegidos (44%).
  • La mayoría (56%).

La fórmula de Milei para acumular poder es muy efectiva porque es atemporal. Ante una situación de opresión o percibida opresión de la mayoría por parte de una minoría, una tercera figura se erige como potencial libertadora. Por ejemplo, la alianza entre plebeyos y reyes en contra de la nobleza terrateniente que puso fin al feudalismo; o el Estado federal norteamericano interviniendo en el estado de Arkansas en el caso Little Rock Nine).


El Presidente hizo un gran trabajo de creación de “conciencia de clase” en los “argentinos de bien” a la vez que se ofreció como su único salvador, lo cual le valió una vertiginosa acumulación de poder y eventualmente la victoria en las generales.


El escenario siguiente es el que nos toca vivir ahora, con Milei presidente intentando llevar adelante las reformas “regresivas” y la oligarquía — con sus dependientes en la calle —poniéndole todas las trabas posibles en una especie reacción inmunológica de un organismo amenazado por un agente patógeno.


Veremos cómo termina esto, pero la estrategia hacia adelante es muy clara. Milei, constituido en un centro de poder por encima —aunque sea simbólicamente — de la oligarquía intermedia, debe profundizar su alianza con la periferia, o la mayoría o conjunto de minorías que constituyen su 56%. En otras palabras, el de arriba con los de abajo contra los del medio.


Por un lado, Milei debe trabajar en aumentar su poder personal como herramienta de la voluntad popular y prescindir de los demás poderes tanto como sea posible — haciendo constantes apelaciones a la periferia. Esto se llama bonapartismo, definido como un “régimen político personal y autoritario que busca aprobación popular mediante plebiscitos que eluden el poder del Parlamento.”


Por otro lado, ante cada obstáculo se debe emplear todo el aparato propagandístico oficial en denunciar a la oligarquía, acusándola de intentar frenar toda transformación con el único fin de sostener sus privilegios. Se debe hacer todo lo necesario para demostrarle a la población que sus intereses y los de la casta son antagónicos. Este “operativo desgaste” tiene que ser implacable.


Pero por encima de todo hay que dejar atrás — si no en el discurso al menos en la práctica — cierto optimismo o ingenuidad del liberalismo conservador. Los buenos no siempre ganan, y los malos juegan sucio. Estamos en un momento histórico y La Libertad Avanza no puede creer que la justicia divina pondrá a todos en su lugar.


Lo que yo propongo puede herir las susceptibilidades de los liberales más idealistas, alérgicos a los personalismos, pero no podemos darnos el lujo de dejar pasar esta oportunidad única. Por supuesto, no digo que Milei esté errando el camino. Al contrario, creo que sabe muy bien lo que está haciendo al aplicar — a propósito o no — este modelo jouveneliano de construcción de poder que de liberal en el sentido más “alberdiano” de la palabra realmente tiene muy poco.

A los puristas, sin embargo, les digo: puede que tengan que presenciar cosas que les hagan arrugar la nariz, pero es la única manera.


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