FRUTILLAS



Autor: Marcelo Posada (@mgposada)

El cultivo de frutillas en la Argentina abarca una gran variedad de áreas agroecológicas, identificándose producciones desde Mendoza hasta Misiones y desde Formosa hasta Santa Cruz. Sin embargo, las producciones de neto corte comercial, con clara orientación al mercado en condiciones de aceptable competitividad –al menos a nivel nacional- se concentran en tres grandes áreas:
a) la zona Norte, que comprende las principales localizaciones productivas de frutillas de Tucumán, Santa Fe y Corrientes.
b) la zona Centro, que engloba los núcleos frutilleros del Cinturón Verde de Buenos Aires y del área de Mar del Plata.
c) la zona Sur, que comprende los enclaves productivos de frutillas en las provincias patagónicas, La Pampa y Mendoza.

Al igual que ocurre con muchas otras producciones, la información estadística sobre la frutilla es imprecisa. Las estimaciones oficiales consideran que actualmente hay en producción entre 1.100 y 1.300 ha., mientras que FAO consigna que la superficie frutillera argentina es de 1.024 ha., representando el 0,3% del total mundial [1]. Cuando se pasa al tema del volumen de producción, la información es más imprecisa aún, puesto que algunas publicaciones oficiales consideran que actualmente ronda las 45.000 tn., mientras que FAO estima que la misma es de 13.085 tn.

Desde el punto de vista económico y social, la producción comercial de frutillas encierra una elevada importancia local y regional, dada las inversiones requeridas en cada ciclo productivo, la cantidad de mano de obra demandada en todas las fases de la cadena, y las derivaciones de tracción que efectúa sobre actividades relacionadas con dicha producción (provisión de insumos, transporte, procesamiento industrial, etc.).

La producción se concentra en un 85% entre Tucumán (Lules), Santa Fe (Coronda) y Buenos Aires (Cinturón Verde y Mar del Plata), distribuyéndose el 15% restante entre Río Negro, Neuquén, Corrientes, Mendoza y el resto del país.

La producción bonaerense y santafesina se destina, fundamentalmente, al abasto de los grandes mercados consumidores de frutilla en fresco (Buenos Aires, Rosario, Córdoba, etc.), mientras que la frutilla tucumana tiene, en gran parte, un destino de congelación y exportación. Los restantes nodos productivos se distribuyen entre el consumo en fresco local y la transformación también local (por ejemplo, parte de la frutilla de Río Negro y Neuquén se destina a la transformación en las dulcerías de la zona).


Según el destino de la producción, la organización de la cadena productiva difiere. Así, en Tucumán la estructura productiva tiene una impronta netamente empresarial, con predominio de productores integrados, desde el vivero hasta el manejo del frío previo a la exportación, pasando por una producción primaria que es desarrollada en una escala más grande que en el resto del país. Esa integración vertical es clave para el desenvolvimiento de esta producción en condiciones competitivas, puesto que la provisión de plantines en los momentos adecuados y de las variedades más adaptadas a las exigencias agroecológicas locales es una instancia clave, como lo es también la disponibilidad de frío para el tratamiento poscosecha.

Dada la delicadeza del fruto cosechado, la disponibilidad de capacidad de enfriamiento y depósito post-enfriado se torna crucial, en razón de lo cual la integración vertical fue la opción encontrada por los empresarios frutilleros tucumanos.

En la segunda zona productiva en importancia, la región de Coronda, en Santa Fe, la estructura productiva es algo diferente, con un gran número de productores de pequeña y mediana escala, la existencia de casi una docena de plantas procesadoras de frutillas, y una estructura de comercialización y logística orientada a la remisión de la frutilla de consumo en fresco a los grandes mercados nacionales.

En la provincia de Buenos Aires, la estructura productiva se orienta fundamentalmente para el consumo en fresco, con un mosaico de productores de pequeña y mediana escala, empresas de acondicionamiento postcosecha y logística y comercialización distribuidas en los distintos nodos productivos bonaerenses.


Las estimaciones oficiales señalan que alrededor del 60% de la producción nacional se consume en fresco, destinándose el restante 40% al congelado y transformación industrial o exportación. La variedad más difundida es la Camarosa y, en segundo término, la Chandler y la Sweet Charlie, las cuales están muy bien adaptadas a las condiciones agroecológicas de las distintas zonas productivas argentinas. La cosecha se concentra, cuando se destina al consumo en fresco, en los meses de julio y diciembre –según la zona-, mientras que si se destina al congelado para exportación, se realiza mayormente entre noviembre y diciembre. Esto último es importante, porque permite exportar al Hemisferio Norte en contraestación.

La fruta fresca tiene una vida útil de siete días, aproximadamente, por lo cual la eficiencia en las operaciones poscosecha y logísticas es crucial. Una vez recogida la fruta, se efectúa la selección, limpieza y acondicionado, tanto sin embalar (en cajas de 5 kg.) como embalada (en cajas de 2 kg., distribuidos en cubetas plásticas de 250 gr. cada una). Con ese acondicionado, la fruta llega a los mercados concentradores o, en los casos que hay compra directa, llega a las grandes bocas de venta minorista. Para prolongar la vida útil de la frutilla cosechada, se la somete a frío controlado en cámaras especiales, permitiendo regular su remisión a los mercados de consumo.


Cuando la frutilla tiene por destino su procesamiento, se la somete a un tratamiento de congelado, lo que permite mantenerla en depósito por largo tiempo. Las zonas productoras requieren de una adecuada capacidad de congelado y subsiguiente estoqueado, a fin de hacer frente a los flujos estacionales de frutillas a procesarse. La frutilla congelada se ofrece en distintas presentaciones (fileteada, cubeteada o entera) en bloques embolsados de frutilla despalillada. La frutilla congelada se exporta o bien, en su mayor parte, se destina a ser un insumo de la industria alimenticia, en particular en el área de los lácteos saborizados, en la fabricación de dulces y en la producción de jugos. Del mismo modo, la frutilla que no se vende fresca ni congelada es sometida a procesamiento de deshidratado, para posteriormente ser utilizada en las mismas industrias alimenticias.

El comercio internacional de frutilla se centra en la congelada, en tanto que en fresco –dada la perecibilidad del producto- está acotado a los intercambios fronterizos (como los que se dan al interior de la Unión Europea o entre México y Estados Unidos).


El mercado frutillero internacional se concentra en las exportaciones que realizan España, Estados Unidos y México, quienes explican aproximadamente el 65% del volumen operado, según datos de FAO. Las exportaciones argentinas de frutilla congelada son insignificantes en el contexto mundial (menos del 0,4%) pero sí son relevantes para la economía de las zonas frutilleras orientadas a la exportación, como es Tucumán.

Con el cambio macroeconómico impuesto a partir de 2002, la exportación de frutillas se hizo viable en base a la ganancia en competitividad por tipo de cambio –junto con otras muchas producciones regionales del país-. Así, el sector frutillero tucumano comenzó un proceso de inversiones y expansión que lo consolidó como un pequeño pero dinámico y fuerte conglomerado que se orientó, fundamentalmente, a producir y acondicionar frutillas a ser ofertadas en el mercado internacional. Como principal destino de las exportaciones se fue consolidando Estados Unidos, que pese a ser uno de los principales productores a nivel mundial, como así también uno de los principales exportadores, es a la vez un gran consumidor de frutillas (3,6 kg./hab./año, frente a casi 1 kg/hab./año que se consumen en Argentina). En buena medida, en este proceso influyó que Argentina estaba incluida en el Sistema General de Preferencias vigente en ese momento, que le permitía al país introducir en Estados Unidos frutilla congelada sin arancel. Esto impulsó un crecimiento vertiginoso de las exportaciones hasta 2012.

En ese año, Argentina pierde el lugar que ocupaba en ese Sistema y por ende, las frutillas pasaban a abonar un arancel que les impedía competir favorablemente en el mercado estadounidense, con el consiguiente descenso de las exportaciones a ese destino. Salvo un pequeño repunte en 2014, desde la pérdida de la posición en el Sistema mencionado, las exportaciones de frutilla congelada argentina han disminuido de continuo hasta el presente: mientras en 2010 casi rozaban las 10.000 tn., hoy no llegan a las 3.000 tn [2].



El sector continuó exportando, tanto a Estados Unidos como a Brasil, aunque en un nivel muy bajo respecto de la capacidad instalada, compitiendo en inferioridad de condiciones respecto de los países que sí permanecieron dentro del Sistema de Preferencias, como Chile. Entre los envíos a Estados Unidos y a Brasil se explica el 94% de las exportaciones de frutilla argentina, a la par que deja traslucir el grado de dependencia que tiene el sector respecto de esos dos mercados. En 2018, Argentina fue incorporada nuevamente en el Sistema, lo que le permitiría colocar otra vez su producción frutillera sin abonar arancel y en igualdad de condiciones con su competidor directo, como es Chile.

Los análisis relevados muestran que el mercado internacional de frutilla es mucho más dinámico y experimenta una tendencia creciente, a diferencia del mercado nacional, donde el consumo está estancado desde hace una década, aproximadamente. Por lo tanto, en la exportación encuentra el sector la oportunidad de impulsar su crecimiento y contribuir al desarrollo económico y social de los territorios involucrados en la actividad.

Ahora bien, la capacidad competitiva de la frutilla argentina en el mercado internacional solo depende del tipo de cambio real? Cuando el país fue apartado del Sistema General de Preferencias con Estados Unidos, igualmente la exportación de frutillas congeladas a ese país continuó, pero ralentizada y decreciente, aparejando la salida de producción de alrededor de 500 ha. frutilleras en Tucumán [3]. Esa continuación de la exportación se explica más por factores exógenos que endógenos: la demanda de frutilla por parte de Estados Unidos continuó firme, incrementándose los precios, por lo cual, pese a pagar arancel, pese al atraso cambiario argentino y pese al propio “costo argentino”, la frutilla ofertada (de buena calidad de congelado) era demandada en ese mercado. Al mismo tiempo, la orientación exportadora de la frutilla congelada argentina se dirigió hacia Brasil, con lo cual pudo mantener determinados volúmenes de comercio exterior a partir de 2012, pero muy por debajo del promedio de la década anterior.

Es interesante observar que un estudio publicado en el año 2000, elaborado por técnicos del INTA, señaló que las proyecciones del mercado mundial de frutilla beneficiaban a la producción de Argentina, Chile y Brasil, puesto que las condiciones agroecológicas de los tres países eran favorables para la expansión de los cultivos y el incremento de la productividad de los mismos [4]. Casi dos décadas después, Chile incrementó su superficie frutillera un 66%, Brasil un 32% y Argentina la mantuvo prácticamente sin variaciones.

El sector frutillero argentino tiene una ventana de oportunidad para su expansión y desarrollo en la orientación exportadora. Existe una fuerte tradición productiva en este cultivo, como así también hay un conjunto de productores de neto perfil empresarial con cierta capacidad de inversión y con entrenamiento en la gestión orientada a la exportación, todo lo cual contribuye a fortalecer el potencial de desarrollo sectorial. Sin embargo, se debe hacer frente no solo a los problemas de falta de competitividad por tipo de cambio, derivada de las variaciones macroeconómicas del país, sino también a los factores endógenos que le restan competitividad frente a los otros oferentes en el mercado internacional con los cuales compite directamente (en particular, Chile).


Esos factores endógenos integran lo que se conoce como “costo argentino”, y en el caso frutillero son, fundamentalmente, tres: mano de obra, energía eléctrica, e infraestructura y servicios logísticos.

La producción de frutillas es altamente demandante de mano de obra [5], constituyendo este rubro uno de los principales en la estructura de costos de las explotaciones (entre el 25% y el 30% del total de los mismos). Los costos laborales que deben asumir los productores (cargas patronales) repercuten, indefectiblemente, en el resultado final de la actividad, como así también en el precio final con que sale al mercado la producción. No se trata de una problemática que solo enfrenta Argentina, pues en Chile también se plantea la necesidad de reducir este costo [6].La diferencia entre ambos países es el punto de partida: los costos laborales chilenos son alrededor de un 30% más bajos que los argentinos [7].

Como se señaló más arriba, la frutilla requiere de un tratamiento de frío poscosecha, a fin de alargar su vida útil para el consumo en fresco, o bien para su congelamiento. Las tecnologías de frío aplicadas requieren de alimentación por energía eléctrica, con lo cual su provisión en cantidad y calidad, y con un costo acorde, se torna uno de los temas claves del circuito productivo frutillero. La expansión de las instalaciones de frío, en particular las orientadas al congelamiento pre-exportación en Tucumán, coincidió con una etapa de fuerte subsidio público a las tarifas eléctricas, por lo cual su impacto en los costos de producción se subestimó a lo largo de los años. Con el gradual proceso de reajuste de tarifas iniciado a partir de 2016, esos costos adquirieron una magnitud muy superior, lo cual repercute negativamente sobre la rentabilidad de la actividad y, al mismo tiempo, sobre el precio final con que se oferta al producto, restándole poder competitivo.

El último factor que afecta la capacidad competitiva de la frutilla argentina es el de los costos y la calidad de las prestaciones logísticas, derivadas tanto de la situación de la infraestructura como de las regulaciones que imperan sobre tales servicios. El transporte terrestre, la operatoria portuaria y la disponibilidad de las operaciones de carga aérea conllevan costos sumamente elevados en la Argentina. Considerando el Indice de Desempeño Logístico elaborado por el BIRF –donde 1 es el peor desempeño y 5 el mejor-, para 2018 Argentina expuso un índice de 2,8, mientras que Chile mostró 3,2. Pero aún más esclarecedor es observar que desde que se comenzó a medir dicho Indice, en 2007, Chile mejoró su perfomance (3,2 en aquel año) y Argentina la empeoró (mostró 2,9 en ese año).

El mercado internacional de la frutilla abre una oportunidad para la producción argentina, lo que implica un potencial desarrollo económico y social para los territorios involucrados con dicho cultivo. Sin embargo, para acceder a dicha oportunidad se deben subsanar la situación derivada de los factores generadores de pérdida de capacidad competitiva, más allá de la derivada de las variaciones del tipo de cambio. Enfrentar con éxito dichos obstáculos beneficiaría no solo a este sector, sino a muchos otros de las llamadas economías regionales de todo el país.



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[5] Se requieren, en promedio, 340 jornales por hectárea para la plantación y otros 340 jornales por hectárea para la cosecha.

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