Javier Milei apoya a The Current Thing
Resolver los problemas de los argentinos de a pie, a quienes les importa muy poco Putin porque están demasiado ocupado esquivando balas y cuchillazos al volver de un trabajo que paga 250 dólares mensuales.
Autor: reaxionario con características chinas (@reaxionario)
Nota original: https://reaxionario.substack.com/p/javier-milei-apoya-a-the-current?s=r
Nuevamente — como hace dos siglos pasó con Napoleón, y luego con el Zar Nicolás I, el Kaiser y Hitler — el mundo libre está bajo amenaza. El Departamento de Estado no tuvo ni que dar la orden: décadas y siglos de experiencia en pelear contra los enemigos de la humanidad han entrenado bien a cada órgano del imperio informal angloamericano para alinearse espontáneamente y sin esfuerzo, como un cardumen que, aun compuesto por múltiples individuos, actúa como un único cuerpo y una única mente.
Una vez que la feromona está en el aire, todos en la colmena saben lo que tienen que hacer. La FIFA sanciona al fútbol ruso; Nike y Apple cierran tiendas en Rusia; una heladería de Córdoba deja de vender crema rusa para “aportar un granito de arena”, como salido de un escrito de Václav Havel. Hasta las abejitas más humildes tienen su función.
Y por supuesto nuestros parlamentarios, incapaces de no tomar como propia cualquier causa que ande dando vueltas por ahí — especialmente si ello les permite volverse aunque sea un poco más atractivo para los dólares de la Open Society, o aunque sea desviar la opinión pública de la inflación, la inseguridad y demás cosas que de verdad nos importan — aparecieron en el Congreso con banderitas ucranianas, ganosos de participar en la histeria oficial del día y demostrar que, si bien estamos en el culo del mundo, nuestro corazón está en Washington DC.
De los políticos de carrera no esperaba menos: cualquier cosa que pueda dar la ilusión de hacer que se hace sin nunca hacer realmente nada es bienvenida. Sí me sorprendió un poco, aunque esto seguramente es por mi culpa, que Milei, a poco tiempo de haber asumido, ya haya adoptado ese molesto hábito de sus colegas: el teatro geopolítico.
Sé, sin embargo, que Milei actuó no desde el cinismo o el oportunismo sino desde la convicción y la “afinidad ideológica” hacia lo que, presumo, él describiría como el Occidente liberal y capitalista, en contra del Comunismo Internacional representado por China y Rusia — por una sencilla razón: en lo que respecta a la Historia y la teoría política, Milei roza el analfabetismo.
Milei sabe de una sola cosa: economía. Lo que sabe fuera de eso es simplemente lo necesario para contextualizar un poco la teoría económica, y su modelo de la realidad es un refrito muy simplificado del reaganismo de la década del ‘80. No creo que haga falta saber mucho más para dar clases en una universidad argentina.
Ahora bien, esto no sería grave si se dejara asesorar por gente capacitada, pero Milei se percibe a sí mismo como en una especie de cruzada contra las fuerzas del Mal —un puritano en guerra contra una élite decadente — y dudo mucho que alguien sea capaz de desviarlo de su Guerra Santa en favor de un pragmatismo más aséptico, que en mi humilde opinión es lo que el país realmente necesita. En pocas palabras, uno quiere un Lee Kuan Yew pero lo máximo a lo que puede aspirar es un Cromwell autista de pelo raro.
En resumen, lo que uno encuentra en Milei es en cierto sentido el peor de los zelotes: aquel cuyo ímpetu es inversamente proporcional a su conocimiento. Y no es que represente ningún peligro real para nadie — sólo digo que es una oportunidad desperdiciada de lograr un buen cambio de paradigma en la política argentina.
Pero lo que más me molesta es que esta vez era muy fácil no cagarla. Había que denunciar a viva voz la pantomima ridícula de la casta política llorando lágrimas de cocodrilo por un conflicto bélico del otro lado del hemisferio, cuyo trasfondo no conocemos en absoluto, en lugar de ponerse a trabajar en resolver los problemas de los argentinos de a pie, a quienes les importa muy poco Putin porque están demasiado ocupado esquivando balas y cuchillazos al volver de un trabajo que paga 250 dólares mensuales.
Era la oportunidad perfecta para empezar a introducir en el discurso público — como muy bien ha estado haciendo con teoría económica — el germen de una política exterior más sensata: pensar en una neutralidad inteligente, en crear sólo alianzas cortas y por motivos muy específicos, y tratar a los líderes extranjeros de facto como legítimos en lugar de andar clasificándolos según los lineamientos de la OTAN. Todas estas cosas podrían estar en boca de muchos argentinos si Milei se lo hubiera propuesto. Alguien por favor hágale llegar el Farewell Address de George Washington e introdúzcalo en sus venas porque me va a dar un ataque.
Y por otro lado Espert, que siempre me pareció un hombre sensato, hace unos días escribió este tweet, redondeando un Febrero/Marzo nefasto para “los nuevos” de la política:
Lamentablemente el psyop ha sido muy fuerte, y los mayores de 50 caminan con el parásito de la Guerra Fría en el cerebro, entendiendo la geopolítica en términos de buenos y malos como si viviéramos en una caricatura de Dr. Seuss.
Es innegable que este viejo/nuevo liberalismo argentino ha logrado cosas, pero, aún estando plenamente capacitado para solucionar los peores problemas económicos de los argentinos, hay cuestiones de máxima gravedad que merecen ser tratadas con urgencia. Por nombrar sólo una, tenemos que decidir si vamos a seguir aceptando acríticamente el cáncer cultural angloamericano o vamos a trazar la línea en algún momento. Hoy lo peor ya entró, y, aunque nunca es tarde para empezar a decir que no y recobrar la soberanía intelectual, Milei y Espert no tienen las herramientas para enfrentarlo porque ignoran de dónde viene y cómo se combate.
Hoy estar “del lado correcto” es estar con Canadá y el Partido Demócrata de los Estados Unidos. Es Black Lives Matter, woke capitalism y oficinas de género en los clubes de fútbol. Esos no son inventos de Xi Jinping o del Kremlin — son nuestros, como John Wayne, las playas de Normandía y los Rolling Stones. Podemos cerrar la puerta para que no entre el cuco de afuera, pero, ¿qué hacemos con el monstruo de adentro?