EL GNOSTICISMO COMO LA ABOLICIÓN DE LA REALIDAD - 2 DE 2 - PARTE III DE "LA IZQUIERDA Y EL PODER"


Yo creo que la izquierda enferma a las personas a propósito y después les vende la cura —una falsa cura — a cambio de lealtad.


Autor: reaxionario Campeón del Mundo (@reaxionario)

Parte I

Parte II

Nota original parte III: https://reaxionario.substack.com/p/el-gnosticismo-como-la-abolicion

Continuación de 1 de 2 de EL GNOSTICISMO COMO LA ABOLICIÓN DE LA REALIDAD


* * * 


A continuación, Voegelin dirige nuestra atención a las tres etapas de la estafa intelectual de Marx.

En primer lugar, la cita fuera de su contexto, que es la obra Prometeo Encadenado, de Esquilo. A las palabras de Prometeo, Hermes responde “comprendo que deliras de una enfermedad maligna”.


Segundo, la persistencia en el engaño, si tenemos en cuenta que Marx probablemente conocía la obra, y la intención de Esquilo de mostrar el odio a los dioses como una patología.


Tercero, la persistencia demoníaca en la rebelión contra Dios — que bien puede ser tomada como la rebelión contra el orden natural si se prefiere algo más secular — fundada en la libido dominandi, o voluntad de poder.


Voegelin remarca que, si bien la rebelión contra el orden del cosmos y el odio hacia los dioses ya existía en la mitología griega, no fue hasta la llegada de los gnósticos que se produjo la “inversión del símbolo”, cuando Prometeo, así como Caín, Eva y la serpiente en el cristianismo — originalmente entendidos como equivocados, locos y consecuentemente castigados— pasan a convertirse en símbolos de la liberación de la prisión del dios tiránico de este mundo.


La filosofía misma, además, pasa por una transformación. Ya no se trata de entender el orden del universo como para Platón, sino que el gnóstico busca separarse de él, removiéndose a sí mismo de la realidad, y siendo la filosofía el instrumento para su salvación.


Esta reinterpretación de la filosofía, según Voegelin, comienza con Hegel, quien busca deshacerse de la idea del amor al conocimiento (philosophia, o Liebe zum Wissen) para pasar al conocimiento mismo (gnosis, o wirkliches Wissen). Voegelin remarca cómo en un astuto subterfugio Hegel evita usar el griego, optando por el alemán para que la trampa no sea tan obvia.


Para Hegel, la filosofía es un proceso a través del cual se llega al conocimiento, según la noción de historia como progreso — el paso de la oscuridad a la luz, de la agnoia a la gnosis, si se quiere — muy presente en el Siglo XVIII.


En cambio, para Platón “el que sabe” (sophos) es sólo Dios. El hombre puede ser un “amante del conocimiento” (philosophos) — mas nunca alcanzarlo — y en consecuencia un “amante de Dios” (teosophos). Todo pensador que intente alcanzar el conocimiento, dice Voegelin, está abandonando la filosofía para convertirse en un gnóstico:

La filosofía brota del amor al ser; es el esfuerzo amoroso del hombre por percibir el orden del ser y sintonizarse con él. La Gnosis desea el dominio sobre el ser; para tomar el control del ser el gnóstico construye su sistema. La construcción de sistemas es una forma de razonamiento gnóstico, no filosófico.

Para el gnóstico, en el choque entre la realidad y su sistema, es la realidad la que debe ceder. El orden del ser — es decir, el universo tal cual es — es defectuoso e injusto, y por lo tanto debe ser tirado abajo, reemplazándolo por un orden perfecto y justo a través del poder creativo del hombre.

Acá está la cuestión del asunto, porque el orden del cosmos — instituido por Dios o como uno quiera entenderlo — está más allá del control humano. La “esencia” está más allá del alcance de la “existencia”. Por lo tanto, para que el gnóstico pueda hacer funcionar su sistema, tiene que reinterpretar la realidad poniéndola bajo el dominio del hombre — es decir, el orden ya no es algo dentro de lo cual existe el hombre, sino que el hombre se sitúa por encima de él, transformándolo. Esto, según Voegelin, es lo que simboliza el asesinato de Dios.


De hecho, el gnóstico presenta a Dios mismo como una creación humana — creación que debe ser eliminada por poner límites al poder creativo del hombre, impidiéndolo de ejercer su influencia sobre el orden del ser. En pocas palabras, muerto Dios, es el hombre — el nuevo hombre, el superhombre — el que debe asumir el rol de dios.

Sin embargo, advierte Voegelin:

El hombre no puede transformarse en superhombre; el intento de crear un superhombre es un intento de asesinar al hombre. Históricamente, el asesinato de Dios no es seguido por el superhombre, sino por el asesinato del hombre: al deicidio de los teóricos gnósticos le sigue el homicidio de los revolucionarios.

O sea, si la prisión del mundo debe ser destruida por injusta e imperfecta, quienes protegen la prisión son enemigos del hombre.


Ahora bien, ¿cómo se interpreta esto en pleno current year? La mayoría de ustedes ya se habrá dado cuenta porque es tan evidente que prácticamente no requiere esfuerzo. Sin embargo, vamos a ilustrar bien el punto y hablar de la creación gnóstica por excelencia — el individuo “transgénero”.





Voegelin, que no tuvo el agrado de ver hombres embarazados ni bloqueadores de pubertad, enumera seis aspectos de la actitud gnóstica:


  1. La insatisfacción acerca de la propia situación.

  2. La creencia de que el problema está en la mala organización del mundo. Si hay una disonancia entre el mundo y el sujeto, no es el sujeto el que debe adaptarse al mundo, sino al revés.

  3. La creencia de que la salvación de la maldad del mundo es posible.

  4. La creencia en la evolución — Progreso — de un mundo imperfecto a uno perfecto como un devenir histórico. Esto es ni más ni menos que la perspectiva Whig de la Historia que hemos mencionado en las publicaciones anteriores.

  5. La creencia de que el cambio depende de la acción humana, teniendo en cuenta que la Historia, como dijo Marx, es el hombre haciéndose a sí mismo.

  6. La búsqueda de una fórmula para la salvación propia y del mundo. Esta es la gnosis.

Vayamos punto por punto y veamos cómo se refleja la actitud gnóstica en la idea del “transgénero”. Este es un tema fascinante porque, como pocas construcciones gnósticas, implica transformar el propio cuerpo en un monumento a la rebelión contra el orden natural.


(Además, el “transgénero” significa un paso importante hacia el transhumanismo, que es la liberación del “individuo puro” de todo tipo de identidad colectiva, incluyendo su condición humana. El transhumanismo es el destino último del gnosticismo.)


Primero, de más está decir que el individuo “trans” está insatisfecho con su condición, padeciendo una supuesta “disforia de género”. Su cuerpo, efectivamente, es una prisión de la que siente que debe escapar de alguna manera.


Obviamente, la actitud gnóstica dicta que el individuo no es el problema. No es el sujeto “trans” el que debe corregir su “disforia” siendo consciente de su propia naturaleza — aceptándose como es — sino que es el mundo imperfecto el que debe reconfigurarse en torno a su auto-percepción.


Luego, el individuo “trans” cree que existe una forma de escape — una forma de llegar a su yo verdadero — a través de terapia psicológica, hormonal y finalmente cirugía. Según Wikipedia:

La cirugía de reasignación de sexo es un término que se refiere a los procedimientos quirúrgicos mediante los cuales se modifican los genitales por nacimiento de una persona para que su apariencia sea como los del género con el que el paciente se identifica, esta cirugía suele realizarse a personas transgénero que optan a ella como parte de su confirmación de sexo.

Nótese que esto no tiene que ver con curar nada, sino mutilar el cuerpo para acomodarlo a una fantasía producto de un desorden mental. Es subordinar el orden del ser a la voluntad humana.


Además, el “trans” suscribe a la teoría de la historia como el progreso de un mundo regido por represiones arcaicas hacia un mundo mejor en el que, entre otras cosas, el género y la biología van por caminos separados.


También cree que el paso de la cautividad a la libertad es producto de la acción humana, tanto a través de la ideología de género —inculcada a cada vez más personas desde edades cada vez más tempranas — como del avance tecnológico que permita mejores tratamientos. Esto, llevado a cabo por un Estado omnipresente, constituye la fórmula para la salvación humana.


Vamos con otro ejemplo rápido: el activismo gordo. Como el “trans”, el “gordo político” ve su propio cuerpo como una prisión, por ejemplo viendo que no lo tratan como a las personas con peso normal. Sin embargo, no siente que sea él quien deba adelgazar, sino que es el mundo el que debe cambiar para él — ya sea con asientos más amplios en los aviones, leyes de talles, o cambiando la mentalidad en la población mundial acerca de los estándares de belleza. El gordo cree que a través del activismo y la legislación el mundo dejará de ser “gordofóbico” y comenzará a aceptar los cuerpos “no hegemónicos” y el “health at every size”. El hecho de que la obesidad esté asociada a todo tipo de patologías es convenientemente barrido bajo la alfombra.


Ahora bien, como dice Voegelin, no está dentro de la habilidad humana cambiar la constitución del cosmos. A lo sumo, el gnóstico puede montar una ilusión más o menos convincente, pero la realidad sigue estando fuera del alcance de su alquimia.

Por ejemplo, el “transgénero” como concepto es tan contradictorio, tan absurdo, tan ilógico que la única forma de sostenerlo es a través de la supresión total de cualquier tipo de cuestionamiento, en general mediante leyes contra el “discurso de odio”. Hasta la misma definición de mujer ha debido ser sacrificada en el altar de esta aberración.


La persona “trans” debe vivir en una burbuja de validación constante, donde le recuerden a cada momento que lo que está haciendo es lo correcto, que es maravilloso y valiente, como si su entorno intentara ahogar la voz de su conciencia con un coro de halagos — como si supieran que esa es la única manera de evitar que la mentira colapse.


Desde que el sujeto toma conciencia de su propia condición de “transgénero” — idea generalmente implantada por alguien — su vida se vuelve una búsqueda interminable de consuelo. Primero, la aceptación de sus padres y amigos. Luego las hormonas. Por último, el Santo Grial: la cirugía.


La vaginoplastia en sí es tan abominable que no quiero entrar en detalles, pero es demasiado grave como para ignorarla.


En “mujeres trans”, la cirugía consiste en construir una vagina que es ni más ni menos que un agujero. Una herida, que como tal tiende a cerrarse por la propia naturaleza del organismo, y que debe mantenerse abierta manualmente a través de “dilataciones vaginales”:


Las dilataciones vaginales son una parte muy importante de su proceso de recuperación después de la vaginoplastia. Las dilataciones mantienen la vagina abierta evitando la estenosis vaginal, un proceso en el que las paredes vaginales se cicatrizan y se contraen. La nueva vagina tiene tendencia a cerrarse porque la reacción del cuerpo a cualquier procedimiento es cicatrizar y tratar de curarse a sí mismo, aunque en esta situación este proceso de “curación” es contraproducente.

Aquí se pone de manifiesto la inversión luciferina del gnosticismo: el “tratamiento” consiste literalmente en evitar que el cuerpo se cure; en mantenerlo artificialmente lacerado mediante la inserción de objetos cilíndricos en la herida. Y a esto — tomar un cuerpo sano y mutilarlo y enfermarlo de por vida — se le llama “salud”.


El caso de los “hombres trans” no es menos grotesco. El “neopene” se construye utilizando tejido de los brazos o de las piernas, no sólo dejando una cicatriz horrible en el “miembro donante”, sino que el resultado rara vez es satisfactorio: según un estudio, la tasa de complicaciones es del 76%, mientras que el 56% de los “pacientes” reportaron resultados funcionales, y sólo el 6% se encontraron estéticamente satisfechos.


El siguiente fragmento es de una nota de la periodista Gabriel Mac, que relata su experiencia con la faloplastia. Preparen su estómago:

El quinto día del alta, me desperté con un charco de sangre de seis pulgadas cuadradas que se filtraba a través de tres capas de vendajes del sitio donante (“Bien, nada inusual”, respondió el texto [del médico]), que durante la cirugía había sido cubierto con una fina capa de piel rasurada de mi otro muslo con un instrumento como una rebanadora de queso motorizada, luego colocada y suturada en los bordes alrededor del músculo expuesto del orificio donante. El día siete, la sangre empapó dos capas adicionales de vendajes y otra de gasa. ("Se ve bien", dijo el médico cuando le pedí a mi amigo que me llevara de emergencia a la ciudad.) Todas las mañanas me levantaba, después de tratar de dormir completamente quieta boca arriba con el pene apoyado y las caderas y las piernas quemándome del dolor, y cojeé con la ayuda de un bastón hasta el inodoro, donde usé una mano para mantener mi pene nivelado y la otra para alcanzar el fregadero y llenar un recipiente con agua tibia, luego, lenta y suavemente, lavé mis genitales. Aun así, todo mi regazo olía irreconocible, no humano, como una mezcla entre el aire de un hospital y un establo de ganado. (“Todo el mundo se asusta con eso”, dijo otra enfermera por teléfono, riéndose un poco cuando le pregunté si estaba bien). Durante más de 30 días, mi muslo donante rezumaba líquido fibrinoso de los orificios húmedos, que se agrandaron. Cortes rojos abiertos donde el injerto de piel no había adherido. (“Se cerrará. Es como cualquier otra herida”, dijo el Dr. Andrew Watt, el otro microcirujano, en mi cuarta cita posoperatoria semanal, a lo que respondí: “¿Lo es?”) En mi otra pierna , de la que se había extraído el injerto, siempre había sangre seca escamada del sitio desollado de cuatro por siete pulgadas que a veces ardía tratando de volver a crecer, y en algún momento mi pene comenzó a separarse un poco de mi cuerpo.

Era un pequeño espacio, un orificio de lo más pequeño, entre la base y mi pelvis en la parte inferior donde los puntos no se habían cerrado, pequeño en comparación con la separación de la herida de muchas personas, como se le llama, que ocurre “90 por ciento del tiempo” y es autorresolutivo. Pero fue tan angustioso que en su mayoría me negué a mirarlo o tocarlo durante dos semanas; el pánico extendió una fuerte electricidad por todo mi torso, incluso peor y durante mucho más tiempo que el tiempo que estuve sola en mi cocina, hiperventilando, sosteniendo mi pene a nivel en una mano y mi teléfono en la otra mientras buscaba en Google, “¿A qué huele la gangrena?”


Imposible no pensar en la réplica de Hermes a Prometeo.


Cabe aclarar que esta anécdota, que salió en la New York Magazine, no tiene como fin disuadir a quien esté contemplando someterse a este calvario, sino que es exhibida como una conquista: una especie de victoria del hombre sobre el orden natural. En otras palabras, la terquedad gnóstica de persistir conscientemente en el error, aún cuando la realidad se impone. En el artículo incluso se menciona el caso de alguien que, habiéndosele podrido y caído su primer “neopene” apenas días atrás, estaba nuevamente en la sala de espera dispuesta a sacrificar más tejido sano para que le fabriquen uno nuevo.


Realmente podría citar todo el artículo — no tiene desperdicio. Y aprovecho para aclarar que para mí estas personas son víctimas de una ideología perversa. No es mi intención burlarme, sino poner en evidencia la tragedia.


Dicho esto, la pregunta es, ¿por qué alguien se haría eso a sí mismo? En el caso particular de Gabriel Mac — originalmente Mac McClelland — estamos hablando de una persona con serios problemas mentales.


Pero en general, la semilla del transgénero es sembrada por un tercero — un psicólogo, un profesor, un médico, un foro de internet, una celebridad, los medios de comunicación o cualquier combinación de todos los anteriores — en una mente vulnerable. Desde el primer momento la mentira consiste en una inversión exacta de la realidad: al contrario de lo que aseguran los teóricos de género, hombre o mujer se nace, pero nadie nace “trans”.


Pero, ¿por qué alguien implantaría en una persona semejante idea?


Independientemente de que crea en su construcción gnóstica o no, sabemos que la obsesión de la izquierda es el poder, y el Estado su instrumento. La forma en la que la izquierda acumula poder es creando adeptos, inyectando en la mayor cantidad de gente posible una insatisfacción insoportable acerca de sus propias circunstancias para luego ofrecerse como salvadora.


Christopher Hitchens decía que, según la religión, Dios nos crea enfermos y luego nos ordena estar sanos. Yo creo que la izquierda enferma a las personas a propósito y después les vende la cura —una falsa cura — a cambio de lealtad.


Ya hemos hablado de que la persona “trans” es una creación perfecta.


Primero, porque la convence de que en cualquier otro régimen sería perseguida; segundo, porque depende del Estado no sólo para su protección y sustento, sino para escapar de la prisión de su cuerpo a través de operaciones; y tercero, porque su tratamiento es de por vida, puesto que la estafa sólo puede sostenerse a fuerza de interminables seguimientos médicos, conservando al organismo en un estado perpetuo de fragilidad y convalecencia.


Otra vez, la mentira llega en forma de inversión simbólica: la liberación de la persona “trans” consiste en tomar su cuerpo sano y autónomo y encerrarlo en una celda de eterna vulnerabilidad y sujeción. Libertad es esclavitud.


Lo mismo sucede con todas las minorías, con alguna que otra diferencia. En el caso de los negros, por ejemplo, la disfunción se implanta a partir de convencerlos de que la sociedad es intrínsecamente racista, y que su progreso será imposible mientras existan las barreras invisibles del “racismo estructural”.


Por supuesto, como la única forma de salir adelante es mediante la previa destrucción del sistema opresivo, y como la única capaz de hacerlo es la izquierda poseedora de la gnosis y por lo tanto de la fórmula para crear una sociedad justa, el negro es “liberado” volviéndose un esclavo de sus salvadores.


Por otra parte, la actitud gnóstica es la que induce a la izquierda a hablar con autoridad y hasta arrogancia. Ellos han llegado a la gnosis — nosotros no. Ellos tienen la fórmula — nosotros no. Ellos ven cosas que nosotros no vemos. Ven el supremacismo blanco, el patriarcado y las microagresiones. Ellos son los elegidos y tienen un nivel de entendimiento superior al de los simples mortales.


Consideremos la cuestión de la “perspectiva de género” en la justicia. Aparentemente, según esta nota, implica “mirar más allá de las pruebas materiales”. Pasar de lo tangible a lo esotérico — a una gnosis sólo accesible para un selecto grupo de iniciados en cuyas manos quedará la libertad de los acusados. Por supuesto, en los hechos la perspectiva de género no es otra cosa que una herramienta de persecución política e ideológica.


Lamentablemente, la utopía no existe. La obesidad sigue y seguirá causando hipertensión, diabetes e infartos. Ciertos grupos étnicos seguirán teniendo un promedio de IQ más alto que otros. Las mujeres seguirán esquivando la ingeniería. Tarde o temprano, toda persona “trans” se dará cuenta de que no hay bisturí que pueda tocar su esencia, y toda satisfacción que pueda sentir al verse más en concordancia con su “verdadero género” es una satisfacción ficticia — tan sobreactuada como falsa.


Porque, como dice Voegelin:

La estructura del orden del ser no cambiará porque uno la encuentre defectuosa y huya de ella. El intento de destrucción del mundo no destruirá al mundo, sino que sólo aumentará el desorden en la sociedad.


Movida por su voluntad de poder, la izquierda destruye comunidades. La voluntad de poder del gnóstico que quiere gobernar el mundo ha triunfado sobre la humildad de subordinarse a la constitución del universo: al mundo tal cual es y no como él quiere que sea. No hay una Nueva Atlantis al final de este proceso — sólo caos, personas rotas y naciones en ruinas.




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