LA CULTURA DEL CINISMO

 

"Cinismo" por Antonio García Villarán.

 No hubo foto de Messi al lado de George Soros, Hillary Clinton, Bono y Jane Goodall. No la hubo. No.


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/la-cultura-del-cinismo/


¿Planea Milei una Argentina convertida en patio de juegos para los fondos de inversión y atendida por sus propios ciudadanos?


Decía Oscar Wilde que un cínico es aquél que conoce el precio de todo y el valor de nada. El gobierno libertario, que llegó al poder con la promesa de bajar la inflación, eliminar el déficit y aliviar nuestras espaldas del peso de un Estado agobiante, ineficaz y corrupto, se ha lanzado al mismo tiempo, y con batallador denuedo, a promover la cultura del cinismo, que confunde la rentabilidad con la virtud. Cuando el candidato Javier Milei hablaba de vender hijos u órganos vitales lo tomamos como un modo extravagante de reforzar un mensaje disruptivo. Ahora vemos que lo decía en serio.

Según describen los economistas, las cosas tienen un valor de uso y un valor de cambio: un automóvil tiene un valor de uso porque facilita movernos con agilidad y transportar cosas y personas, pero también tiene un valor de cambio, que ante una emergencia financiera nos permite venderlo y hacernos del dinero necesario para afrontarla. Ese valor de cambio es el precio, y es el único valor reconocido por la cultura del cinismo.

Pero además de lo que piensan los economistas, las cosas tienen un valor simbólico: conservamos el abanico de la abuela no por su valor de uso ni por su valor de cambio, salvo que se trate de una pieza singular; conservamos el abanico de la abuela simplemente porque es el abanico de la abuela y aparece asociado en nuestra memoria a imágenes o situaciones que nos resistimos a olvidar, que tocan nuestras emociones o forman parte de nuestra identidad.

Los reclamos argentinos sobre las islas Malvinas, que sucedieron de inmediato a su usurpación en 1833, cuando no se las relacionaba con la pesca ni el petróleo ni la Antártida, atendieron sobre todo a su valor territorial simbólico, y ése es el valor que predomina hoy sobre cualquier otro en la conciencia de los argentinos. Los libertarios que proponen venderlas, o canjearlas por alguna otra cosa, o simplemente desentenderse de ellas para no meterse en gastos, sólo piensan en su precio: son cínicos, según la definición de Wilde.

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Milei redujo efectivamente la inflación, pero lo hizo induciendo una recesión que no cede y promete convertirse en una depresión económica de la que costaría años salir, y eliminó el déficit rebajando los haberes jubilatorios, cancelando la obra pública y suspendiendo pagos a las provincias, maniobras que no son sustentables en el tiempo sin sacrificios generalizados, en términos personales y económicos. La promesa de reducir la carga fiscal no se cumplió, y el único impuesto eliminado es ¡un impuesto a las importaciones!

Invocando diversas razones, el gobierno tampoco liberó el mercado de cambios, y mantuvo prácticamente congelado el valor del dólar, cuyo precio es el único que no aumentó (peor aun, se redujo) en una economía que soportó en 2024 una inflación acumulada del orden del 120%. La Argentina se volvió así insoportablemente cara en dólares, haciendo añicos las módicas mejoras salariales y jubilatorias experimentadas en el período.

El retraso cambiario despojó de toda competitividad a las exportaciones, y alentó al mismo tiempo un festival de importaciones de productos terminados. Domingo Cavallo calculó ese retraso en un 20%, y desató las iras del presidente. Las playas de Brasil y Chile, saturadas de veraneantes argentinos, le dieron sin embargo la razón al ex ministro. La algarabía de quienes aprovechan de un dólar irracionalmente barato evoca de manera inquietante los tiempos alegres de la plata dulce y el deme dos… y lo que vino después.

El efecto combinado de las políticas económicas gubernamentales ha sido atroz para la economía real: unos 200.000 puestos de trabajo formales perdidos y unas 16.000 empresas cerradas: comerciales, industriales y agropecuarias; en su mayoría pequeñas y medianas, pero también algunas grandes, con más de medio siglo de actividad, como lo registra a diario la crónica periodística.

La construcción está virtualmente paralizada, el campo en situación desesperante, la industria no encuentra mercado interno ni puede llegar al externo por la traba cambiaria, el consumo no supera los niveles de subsistencia, la presión impositiva se mantiene y las tarifas de los servicios públicos siguen aumentando en la medida en que se reducen o eliminan los subsidios existentes. La economía cotidiana no ha podido beneficiarse siquiera del pasajero impulso del turismo estival.

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Pese a todo, esta tragedia queda relegada a un segundo plano en la conciencia pública por el alivio del azote inflacionario, alivio que contribuye a mantener viva la esperanza en el gobierno. La cultura del cinismo, la que todo lo mide en términos de costo-beneficio, comprobó que, al menos por ahora, el costo de las medidas económicas lo paga la gente, y que sus beneficios los recoge el oficialismo en términos de capital político.

La liberación del mercado cambiario, o al menos una corrección significativa de la paridad controlada, podría ser la llave para empezar a revertir de algún modo esa situación: imprimiría un sacudón de confianza, daría impulso inmediato a la actividad productiva, alentaría las exportaciones y el ingreso de divisas, y reduciría la amenaza de quiebras y despidos.

Pero inevitablemente produciría también un cimbronazo inflacionario inaceptable para el gobierno, que teme perder de ese modo en un año electoral el rédito de su única promesa de campaña perceptiblemente cumplida, más allá de los instrumentos elegidos para lograrlo. Como en los mejores años de la casta, las decisiones económicas se subordinan a las necesidades políticas de los ocupantes del poder.

Las primeras declaraciones públicas de Milei en este 2025 lo mostraron con la mirada concentrada en las elecciones legislativas de octubre. No teme endeudarnos para cubrir el costo de mantener el dólar quieto por lo menos hasta entonces —un plan platita exclusivo para bicicleteros—, y está decidido a aniquilar cualquier atisbo de opción política capaz de discutirle el lugar absoluto que imagina para sí en el manejo del poder durante los próximos años.

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Así como el fracaso de Fernando de la Rúa pulverizó el remanente radical que había dejado el alfonsinismo, los veinte años de kirchnerismo hicieron trizas el escaso peronismo que se mantenía en pie tras la década menemista. La rutilante aparición de Milei convirtió a los dos grandes partidos en espectros que se miran al espejo y no ven nada, o no saben qué es lo que ven. Su presencia en algunos territorios es meramente inercial.

El mileismo está armando rápidamente un agrupamiento de alcance nacional y juntando los clavos para cerrar varios ataúdes. Pero teme que sus rivales —reales, potenciales o imaginarios— aniden en su propio tejido, particularmente Mauricio Macri, sin cuyo respaldo jamás habría triunfado en la segunda vuelta electoral, y Victoria Villarruel, igualmente decisiva para ese triunfo, y que supo ganarse desde su lugar niveles inesperados de simpatía popular.

Todos los esfuerzos políticos del oficialismo apuntan desde fines del año pasado a destruir a ambas figuras, incluso insinuando un impensable vínculo oculto entre ellas. A Macri, después de haberle quebrado el partido gracias a la penúltima voltereta de Patricia Bullrich, lo desgasta en un juego sádico de seducción y destrato, y a Villarruel con una miserable campaña de calumnias que advierte sobre los desagradables límites a los que puede llegar la ambición mileísta.

(De paso, Milei debería prestar más atención al riesgo que entrañan los juegos suicidas: quienes planearon el golpe de estado contra De la Rúa para liquidar los restos del orden menemista comenzaron por separarlo de su vicepresidente Carlos Álvarez.)

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Los argentinos hemos demostrado ser más o menos conscientes de que 2024 era el año del sacrificio; esperábamos que 2025 nos explicara el sentido de ese sacrificio: para qué estamos soportando lo que estamos soportando, cuándo veremos la luz al final del túnel, y sobre todo hacia dónde conduce el camino que transitamos a oscuras en ese túnel. El presidente se limitó a proponer una consigna electoral: “arrasar con el kichernismo”.

Pero a nadie le importa “arrasar con el kirchnerismo” (de lo que se ocupa él mismo y lo hace muy bien) cuando lo arrasado es la economía, cuando los ingresos no cubren los gastos; cuando el empleo, si es que se lo conserva, está en peligro; cuando la oferta de trabajo informal se esfuma; cuando los turistas no llegan y los clientes compran lo mínimo indispensable; cuando las góndolas se pueblan de productos importados y las fábricas cierran.

Para esas inquietudes el gobierno no tiene respuestas. No tiene respuestas, pero tiene un plan. Siempre hay un plan, nadie llega al poder para hacer cosas a la bartola: no se lo permitirían. Como el oficialismo no hace explícito su plan, habrá que deducirlo de sus hechos, y también de sus palabras. Y para ello tenemos que volver al comienzo, a la cultura del cinismo, que confunde valor con precio. Que es capaz de vender a sus hijos. O a su patria.

“Lo más importante de mi vida son mis hijitos de cuatro patas; y hoy mi hermana”, le dijo Milei al periodista Luis Majul en su primer reportaje del año. “Y después el mundo, si se quiere”, agregó. La patria, o los compatriotas, no entran en su radar, no los registra. Fuera de sus perros y su hermana, el resto es precio, cosas que se compran y se venden. El mundo, en el mejor de los casos, es un escenario a la medida de su egolatría.

Ocurre sin embargo que la patria es un valor, principalmente un valor simbólico, y por lo tanto invisible para los cínicos. ¿Cómo puede Milei paralizar la economía nacional, degradar su infraestructura productiva, condenar al campo y a la industria, empobrecer a su población, y al mismo tiempo prometer una sociedad con los más altos niveles de prosperidad en el plazo de dos o tres décadas? ¿Sobre qué bases se asienta esa promesa? ¿Cuál será el motor de ese cambio?

El programa de Milei —según se deduce de sus actos de gobierno, insisto, porque él mismo no lo ha hecho explícito—, parece ser el de allanar el terreno, ordenar la macroeconomía, eliminar regulaciones y barreras y cualquier cosa que impida u obstaculice la entrada y salida de capitales, y poner la Argentina en impecables condiciones para ser explotada en sus recursos naturales y humanos por intereses externos. Convertirla, hablando mal y pronto, en patio de juegos para los fondos de inversión: es linda, rica, y poblada por poca gente pero buena.

En ese marco, seguramente los argentinos vamos a mejorar nuestro nivel de vida respecto de los estándares actuales, aunque no podamos definir nuestro destino nacional ni trazarnos un rumbo, un propósito, una estética ni un modo de vida propios. Vamos a convertirnos en el personal doméstico de nuestro propio país, vamos a ser los conserjes y las mucamas, los jardineros y los encargados de mantenimiento, aunque nuestra tarjeta diga “médico” o “ingeniero” o “abogado” o “físico”. O “ministro” o “diputado”, para el caso.

El cumplimiento de ese objetivo implica borrar cualquier reivindicación de identidad nacional, como la que representa la vicepresidente Villarruel; implica aniquilar cualquier motivo de orgullo nacional, de los pocos que nos quedan, como la industria nuclear, que se quiere someter a un plan extranacional, o el mismo fútbol, con la idea de convertir los clubes en sociedades anónimas: el festejo popular del mundial 2022 se les quedó atragantado, el valor debe ser reducido a precio.

La conciencia nacional, sin embargo, parece ser más fuerte que la cultura del cinismo: lo sugiere la popularidad de la vicepresidente Villarruel,  ganada simplemente con su respeto por las creencias y las tradiciones; lo mostró Lionel Messi al no acudir a Washington para recibir una medalla conferida por Joe Biden: aunque se excusó con elegancia, la Casa Blanca entendió el mensaje y omitió mencionar su nombre durante la ceremonia de entrega. Pero no hubo foto de Messi al lado de George Soros, Hillary Clinton, Bono y Jane Goodall. No la hubo. No.

–Santiago González



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