PANAMÁ: COMPUERTA ENTRE DOS OCÉANOS Y DOS TIEMPOS POLÍTICOS

(Fuente del mapa: Limes, Italia. En gris, área de fuerte volatilidad y probabilidad de conflicto)

En el corto plazo, los Estados Unidos de Donald Trump buscarán limitar la expansión china


Autor: François Soulard (@franersees)

Fundador de la plataforma Dunia, ensayista. 

Nota original: https://telegra.ph/Panam%C3%A1-compuerta-entre-dos-oc%C3%A9anos-y-dos-tiempos-geopol%C3%ADticos-01-06


A fines de 2024, el nuevo mandatario de los Estados Unidos volvió a poner a Panamá en el ojo de la tormenta. La metáfora no es exagerada. Cruce de importantes flujos transnacionales y compuerta inédita entre dos océanos, Panamá es hoy uno de los puntos de contacto entre las dos principales potencias del momento y entre dos eras geopolíticas. Desde 1999, el istmo no es más el protectorado de otrora, controlado unilateralmente por los Estados Unidos. No es tampoco una nación totalmente soberana, teniendo sus márgenes de maniobra definitivamente asegurados. Es hoy un lugar de altísima interdependencia, donde se libra la confrontación híbrida entre los dos bloques geopolíticos del momento en el marco de una nueva Guerra fría.

El destino manifiesto de Panamá

Algunas naciones tienen un destino manifiesto. Panamá es una de ellas. El auge del transporte marítimo en las cuatro últimas décadas, su geografía interoceánica y su proximidad con los Estados Unidos hicieron de ella un lugar triplemente neurálgico. Su infraestructura marítima conecta a 160 países y 1700 puertos a nivel global. Permite el tránsito de alrededor de 6% del comercio marítimo global y 70% del comercio estadounidense. A la vez nodo aéreo, marítimo, financiero y migratorio, la economía panameña se desarrolló en gran parte sobre esta predisposición a operar dentro de los flujos transnacionales, inevitablemente también en el campo de la economía ilícita. Esta ruta conectando el océano Atlántico con el Pacífico encuentra ahora otro competidor con el proyecto de eje Ártico Norte, empujada por Rusia y China, vínculando Europa con Asia del Este.

El país se hizo cargó de este destino en 1999, luego de los acuerdos de transferencia Carter-Torrijos firmados en 1977. La “renta estratégica” conseguida a partir de esta colosal herencia le permitió gozar de un modelo de crecimiento destacado en la región, posicionándose en los diez primeros países (en términos de PBI per capita).

No quita que esta prosperidad está sentada sobre una precariedad político-institucional. La cultura política responde a un perfil sociológico bastante característico del “enclave” territorial. El ejercicio del poder se suele concebir como un privilegio reservado a una minoría selectiva, llegando a distorsionar las reglas básicas del Estado de derecho y amputar el dinamismo local. En octubre 2023, la reforma legislativa del Contrato minero puso este contraste en la superficie. Mientras la Asamblea ratificaba un marco minero confuso y discrecional, la ciudadanía masivamente movilizada y la Corte Suprema de Justicia lo hacían caducar. La paralización del sector minero afecta ahora un rubro que exporta 95% de su producción a China.


La matriz conflictiva de China

La trama conflictiva que envuelve el istmo panameño no es fácil de radiografiar. Lo es porque tanto Estados Unidos como China han desarrollado culturas de combate sistémicas, extendidas y sigilosas, que trabajan en permanencia en una lógica dual, a la vez visible e invisible, activas en múltiples campos. Se enmarca dentro de una guerra de quinta generación o de una “guerra sin límites” para retomar el léxico chino asentado en la doctrina de Unrestricted Warfare (1991).

Según las propias palabras del Partido Comunista chino, expresadas en mayo 2019, esta ofensiva contra los Estados Unidos es “total”, es decir justamente “sin límites” entre los dominios de confrontación. “Una guerra popular es una guerra total, y su estrategia y táctica requieren la movilización global de los recursos políticos, económicos, culturales, diplomáticos, militares y otros recursos de poder, el uso integrado de múltiples formas de lucha y métodos de combate”. La llegada a un nuevo umbral de confrontación, observable en varias áreas y puntos del planeta, diseña ahora un escenario de Guerra fría más nítido, dicho de otra manera una guerra “total” multidominio, librada en tiempo de paz.

El relativo silencio de la dirigencia y de la comunidad estratégica contribuye a esta falta de conciencia. Además, como lo resaltaba Mike Studeman, ex-almirante retirado de la Marina estadounidense, Washington ha resignado voluntariamente a comunicar sobre esta conflictividad, perdiendo así terreno en una confrontación que envuelve muy fuertemente la dimensión psicológica e informacional.

En esencia, China teje por un lado una trama diplomática, económica y cultural que permea a la sociedad panameña y la envuelve en dependencias.

Pekín ya está presente en la infraestructura del canal bioceánico con el grupo Hutchison Holdings, con vínculos demostrados con la inteligencia y el Partido comunista chino. Junto con un puñado de otros grupos, el grupo Hutchison es un vector de conquista de los nodos logísticos a nivel global. Opera desde el año 1996 en Panamá en los dos principales puertos del canal. Controla también las áreas aledañas que estaban bajo supervisión de Washington, inclusive las antiguas bases militares Rodman y Albrook Air Force Base. Pese a llegar en cuarto lugar en la licitación internacional, el contrato fue arreglado para un periodo de 25 años (con reconducción automática), mediante el método conocido de soborno. Su presencia como operador le permite definir ciertas reglas de control (o no control) de las naves, encubrir actividades de inteligencia y eventualmente cerrar el acceso en caso de conflicto bélico con los Estados Unidos. La red eléctrica que alimenta la infraestructura está también bajo órbita china. En 1991, el mismo grupo había sido vetado por las autoridades filipinas ante la posibilidad de operar el puerto de Subic Bay en el mismo país. En Argentina, país con alto nivel de influencia china, las nuevas autoridades cancelaron en 2024 un proyecto de base militar que había sido pre-acordado por el gobierno anterior.

Esta implantación logística de larga data en Panamá va de la mano con otros elementos. La megaobra del cuarto puente vial pasando arriba del canal de Panamá ha sido licitada a operadores del gigante asiático. La comunidad china en Panamá ya es la más importante de América central, contando con 200.000 ciudadanos. Los niveles de inversión en infraestructura no han parado de aumentar desde 2010, con presencia creciente en otros puertos atlánticos y pacíficos a nivel regional. La inversión logística está dirigida también a Nicaragua, Costa Rica, Ecuador, México, Brasil, Salvador, Argentina, modificando así el paisaje de la logística marítima. Todos los puertos de Brasil están operados hoy por actores chinos (además de la red eléctrica nacional). El último ejemplo es el megapuerto de Chancay, recién lanzado en Perú, cuya operación queda bajo órbita de Pekín. Ante semejante evolución, un ex-general hondureño declaraba al respecto: “China no conquista el mundo. China se vuelve el mundo”).

Estos avances fueron acompañados de la afirmación de nuevas líneas rojas dirigidas a Washington de parte de la diplomacia china. Estas “líneas rojas” integran el escudo informacional mediante el cual China puede ocupar el terreno con el consentimiento de los actores locales y blanquear su finalidad conflictiva. Pivotea sobre cinco aspectos tácticos: - Legitimar la acción de China (valorización del derecho al desarrollo y defensa a la soberanía de los países iberoamericanos), - Enfatizar las ventajas de cooperación con ella, - Limitar las reticencias locales y externas, incentivar las divergencias en el campo opuesto, - Neutralizar las contrareacciones.

Estos elementos han emergido rápidamente luego de las declaraciones de Donald Trump sobre la “reconquista” del canal de Panamá a fines de 2024. Resultan de una acción íntimamente coordinada entre los ámbitos gubernamentales, los medios de comunicación y la influencia local (mediante repetidores).

En paralelo y de modo más encubierto, Pekín instrumentaliza el narcotráfico y las migraciones para librar una ofensiva directa a los Estados Unidos. Fomenta la distribución de precursores de fentanilo por las vías logísticas abiertas hasta la sociedad norteamericana. En 1993, un informe clasificado destacaba la vinculación entre Hutchison Whampoa, el cártel de Sinaloa en México y Sun Yee On y las Tríadas 14K para el tráfico de esta estupefaciente. Lo mismo ocurre con los flujos migratorios. El territorio oriental del Darien Gap, fronterizo con Colombia, forma una plataforma de acogimiento de migrantes de los cinco continentes (alrededor de 150 nacionalidades censadas). Está sostenido por las agencias internacionales (OIM, AHNUR, Curz Roja, ONU) y los Estados Unidos. Algunos observadores estiman el flujo de ingreso hacia el norte a entre 4.000 y 10.000 migrantes por día. Se observa una cantidad importante de ciudadanos chinos. Este flujo migratorio se ha naturalmente convertido en una preocupación securitaria para los panameños. El nuevo presidente electo en julio 2024 prometió reducir el flujo de tránsito. Tomó medidas todavía tímidas al respecto. El flujo, articulado entre varios países donde la influencia china pesa estructuralmente (Venezuela, Colombia, Brasil, México), sigue todavía muy activo.

Otros elementos del orden del poder blando y la persuasión podrían completar este panorama, desde la influencia mediática, académica y diplomática. Pekín no trabaja solamente para un objetivo ganador-ganador como lo pretenden varios actores envueltos en su influencia. No implementa solamente una política de expansión económica en pos de competir con su rival occidental. Al igual que los Estados Unidos, su cultura de combate pivotea sobre un principio de dualidad y de desborde. Su involucramiento en el campo estratégico de las percepciones es imprescindible para asentar la legitimidad de su potencia (derecho al desarrollo, comunidad de destino, cooperación win-win, defensa de la soberanía panameña, etc.), mientras construye dependencias económicas apuntado a construir nuevas formas de dominación geopolítica y librar simultáneamente una ofensiva a los Estados Unidos. La estrategia de desborde consiste en no confrontar frontalmente a sus adversarios, sino de modo indirecto, tomando posiciones en terrenos donde no pueden, o no quieren, estar Washington y los países iberoamericanos.

Esta caracterización no desacredita la cooperación con Pekín, ni con su rival principal. Tampoco es motivo para promover discursos bélicos y maniqueos. De hecho, no es posible hoy desacoplarse de China. Implica ante todo entender la fisiología actual de la confrontación e elaborar un modo de actuar en estas correlaciones de fuerzas. La naturaleza de esta realidad conflictiva implica un giro copernicano en cuanto al modo de enmarcar esta cooperación y organizar la sociedad para tal fin.

Ya colocó a Panamá en un tejido creciente de dependencias que una fracción de las élites locales extraen de su influencia. Hace de Panamá copartícipe de su diseño conflictivo, arrastrándolo hacia una zona de exposición mayor en el marco de la confrontación global que mencionamos. Otros países en Asia y África muestran ejemplos de ello. Ecuador es otro caso más cercano (violación de derechos de las empresas chinas, corte de suministro eléctrico en respuesta a la acción del gobierno ecuatoriano).


Estados Unidos

¿Es posible que los Estados Unidos no hayan podido prevenir y contener un desborde de esa índole en su hemisferio desde la visión monroista o de otro referencial de seguridad hemisférica? Cualquier potencia, consciente de este despliegue multidominio y de las vulnerabilidades de los países suramericanos, hubiese emprendido una acción defensiva o ofensiva frente a tal riesgo sistémico. Por cierto, esta estrategia tuvo algunas manifestaciones. La intervención militar en Panamá en 1989 demostró un límite no transable respecto al manejo del pase bioceánico. Panamá tuvo que seguir siendo socio de Washington en los temas principales de la agenda internacional. Pero una visión más amplia obliga a comprobar que esta agenda ha sido a la vez parcial, subejecutada e inclusive funcional a su rival chino.

Por un lado, Washington ha ejercido un cerco comercial hacia Panamá, característico de su modelo de hegemonía. El Tratado de Promoción Comercial, pactado en los años 1980, trajo resultados desfavorables para el istmo. La deuda pública viene creciendo desde el año 2008 para llegar hoy aproximadamente a dos tercios del PBI. El libre comercio y el endeudamiento, incluyendo con China ahora, han sido el paraguas detrás del cual Washington estableció una correlación de fuerza ventajosa en términos comerciales. Los panameños encontraron una relación económica un poco más fluida con Pekín para valorizar su sector minero, agrícola y manufacturero que sostiene un tercio de la fuerza laboral del país. Pero las asimetrias con China son también la regla. Costa Rica da testimonio de eso.

Panamá no tuvo otra solución que que abrirse a los flujos globales y a China para conseguir otros ingredientes de prosperidad. En 2017, punto de aceleración diplomática, dio vuelta su postura respecto a Taiwan, junto a otros países de América central. El mismo año, fue el primero a nivel regional en sumarse al proyecto de Ruta de la Seda (BRI). Mientras el distanciamiento de Washington se afirmó a fines de los años 90s, su economía orientó gradualmente sus exportaciones hacia Asia.

Por otro lado, Washington trabajó para inducir esta evolución, a punto de jugar en contra de sus propios intereses. En 1999, varios funcionarios estadounidenses silenciaron los riesgos vinculados a la transferencia del canal a Panamá en el contexto conocido de la presencia china. Tal paradoja encuentra su explicación en la fracturación interna que se amplió en el mundo angloamericano. Ésta se exportó hacia Panamá y al conjunto de la región. Es una línea divisoria más honda que un mero quiebre partidario entre demócratas y conservadores o neoliberales y proteccionistas. Tiene que ver con lo que podríamos denominar la “cuarta guerra de independencia” que Washington libra desde hace décadas para extirparse de la influencia “umbilical” del Reino Unido.

Volviendo hacia atrás, Londres trabajó desde el siglo XVIII para mantener un imperio “informal” con las Américas. Luego de haber debilitado el imperio hispánico, fracasó su intento de unificación angloamericana. Pasados los tres conflictos intra-anglosajones, parte de su gran estrategia ha sido evitar que los Estados Unidos sean una potencia excesivamente unipolar. En paralelo, Londres ayudaba a la revolución rusa y francesa en pos de debilitar las potencias monárquicas de aquel tiempo. Abonó a la primera Guerra fría en pos de diseñar un orden global más orientado a un equilibrio de potencias, compatible con sus intereses. Después de la Segunda Guerra mundial, empujó el crecimiento de China parar formar un contrapeso global a los Estados Unidos.

En esta perspectiva, el genio estratégico inglés consistió en lograr instalar una ideología “globalista” en las élites occidentales. Esta ideología colectivista y autoritaria híbridó la ideología comunista con la del capitalismo y del estatismo. Su matriz de combate es amplia. Recure a todos los recursos de una guerra de quinta generación. Si bien es desconocida por el público en general, esta ideología beneficia de un estatuto hegemónico. Fue propagada muy eficazmente en las élites americanas para encarnarse particularmente en figuras tales como Wilson, Kissinger, Carter, Brzezinski, Soros, Obama, Clinton, Bush, Biden y muchos otros. Fueron generaciones de dirigentes envueltos en este horizonte cognitivo, cuya finalidad apuntaba a debilitar a la esfera estadounidense y organizar los medios para ejercer un dominium post-nacional. Richard Poe y el joven Sean Stone son dos historiadores norteamericanos contemporáneos que describieron esta corriente.

Luego de décadas de presencia en los Estados Unidos, Donald Trump rompe con esta corriente ideológica, primero en 2016. Es un hecho mayor, no percibido como tal. Parte de su nueva administración va seguir inevitablemente entramada con esta corriente. China entendió este movimiento desde sus inicios en la medida en que fue directamente beneficiada desde el giro operado por Deng Xiaoping en 1979 y la normalización llevada adelante por Henry Kissinger. Lo usó naturalmente a su favor, al igual que otras potencias del tablero internacional que contestan el orden occidental.

Las consecuencias directas de estos periodos bajo órbita “globalista” han sido varias. Se subejecutó la agenda de Washington respecto a su seguridad hemisférica en el marco de la tradición monroista. Contribuyó además a la erosión de la sociedad hispanoamérica y norteamericana, mediante el apoyo sigiloso a la lucha armada castrista, al marxismo cultural, a las migraciones irregulares, al narcotráfico y a regímenes políticos adversos, así como también el ingreso de Rusia y China en el hemisferio. Hoy en Panamá, las agencias internacionales (OIM, ONU, HIRAS, Cruz roja internacional), Washington y Pekín apoyan la acción de desestabilización mediante el flujo migratorio en Panamá y otros países.

Uno de los primeros gestos fue justamente el acto de transferencia del canal a Panamá a partir de 1977 por iniciativa de Jimmy Carter, en condiciones que iban a garantizar una dispersión estratégica. La mayor presencia de actores chinos en la infraestructura del canal de Panamá y más ampliamente en la economía de América central se víncula con esta “retirada” no declarada pero sí ejecutada. Inevitablemente, las élites panameñas han sido influenciadas por esta corriente. Una de las numerosas muestras de esto que en vez de asistir a la asunción de Donald Trump en enero 2025, el presidente panameño José Raúl Mulino prefirió participar en la máxima reunión del círculo globalista, el Foro económico mundial de Davos.

La provocación retórica de Donald Trump recubre entonces este espesor histórico. Tiene que ver con la intención, por ahora confusamente enunciada, de recuperar un área de influencia dañada. En lo inmediato, ejerce una presión sobre Pekín que lucha para mantener su economía en recesión a flote. Los compromisos firmados en el tratado entre Panamá y Washington, dan un puntapié al nuevo mandatario para ingresar en una agenda estratégica más amplia. Se abre hoy una ventana de oportunidad primero para deconstruir los posicionamientos diplomáticos consolidados. Se plantea así la posibilidad de colocar de nuevo a Panamá como protagonista de la reparación de la brecha de seguridad hemisférica.

Panamá

Panamá está atrapado entre dos gigantes. Entre herencia “incestuosa” del intervencionismo estadounidense y el desafío de edificar una cultura moderna y nacional, las élites panameñas parecen todavía estar lejos de estas circunstancias. A riesgo de ser demasiado caricatural, aprovecharon los privilegios que les fueron ofrecidos respectivamente por cada potencia en su momento. El pase del canal en manos de Panamá en 1978 alimentó una lógica de “corporatocracia” que vive en cierta medida de la gestión discrecional y depredadora del país, en detrimento de la agenda nacional y de la seguridad hemisférica. Desde hace dos décadas, las abundantes inversiones chinas cumplen un rol de clientelismo similar. Símbolo de esto, gran parte de los numerosos acuerdos bilaterales firmados entre 2017 y 2018 entre ambos Estados pasaron por arriba de las circuitos constitucionales.

No impidió al país liderar los rankings de crecimientos durante algunos años, junto con Costa Rica, Chile y Uruguay. Pero esta situación ha cambiado. La ciudadanía pujante ha demostrado entre los años 2022 y 2024 que le costaba más aceptar los planteos de una sociedad política privilegiada. La infraestructura del canal bioceánico acusa un desgaste relativo. Como expresión de la ideología mencionada más arriba, el episodio de sequía relativa del año 2023 fue utilizado por las autoridades políticas para disimular un desmanejo del recurso hídrico del canal. Como se suele practicar ahora en varios ámbitos, el argumento del cambio climático dio puntapié para ocultar un problema de gestión. En el fondo, los problemas hídricos no han sido enfrentados correctamente por las autoridades del canal. La corrupción y ante todo el crony capitalism panameño, es decir la cartelización de su economía, en íntima asociación con la esfera política, sintetiza una tendencia ya conocida a nivel regional.

Los Estados Unidos, y China especialmente, aprovecharon este arcaísmo institucional para avanzar sus intereses. A mayor debilidad institucional, mayor capacidad de influencia y coerción. Estos factores contribuyen directamente a bajar la competitividad económica del canal en un mundo más conflictivo. Con el apoyo de China, países como México, Nicaragua, Perú y Colombia han anunciado, nuevas infraestructuras que pretenden competir con el paso bioceánico. Falta todavía mucho para eso. Panamá sigue siendo una compuerta central. Pero un nuevo paisaje logístico va tomando forma como lo mencionamos más arriba.

Panamá tiene hoy tres principales adversarios: China, los Estados Unidos y él mismo.

El futuro del canal de Panamá depende en gran parte de una capacidad genuina para efectuar un aggiornamento interno. Es decir modernizar sus estructuras político-institucional y sus modos de entender las fuerzas que diseñan la realidad. Sin esta actualización genuina en el contexto actual, Panamá tendrá toda la suerte de reducir sus márgenes de maniobra, seguir en un estado estacionario o en degradación caminando hacia un foco más conflictivo. Más allá de nuevas inversiones y de los “planes de modernización” anunciados en la superficie, es necesario liberar los motores de generación de riqueza con un marco institucional más ordenado y transparente.

En el fondo, se trata de enfrentar a dos potencias que introdujeron brechas en el equilibrio hemisférico y en la sociedad panameña. En esta perspectiva, la participación de la comunidad estratégica, del sector privado y de la sociedad civil es central para modificar el status quo. Existen observadores lúcidos de la trama conflictiva. La sociedad panameña es más polarizada. Expresa un resentimiento legítimo hacia Washington y en parte hacia su sistema político. Sin embargo, su estado de movilización en favor de una mayor estabilidad y modernización es un punto de apoyo. Puede contribuir a actualizar el marco de comprensión de la conflictividad panameña, incidir en la correlación de fuerza y buscar aliados internacionales.

Nos guste o no, Panamá es hoy un centro de gravedad que víncula a la región con el escenario de Guerra fría 2.0 que se afirma a nivel global. Es una zona de interés regional que debe ser analizada con precisión y profundidad.


Escenarios

En el corto plazo, los Estados Unidos de Donald Trump buscarán limitar la expansión china en un momento de contracción de su economía. Antes de la elección norteamericana, Pekín multiplicó las demostraciones de potencia (seis líneas rojas en la región, hackeo del Departamento del Tesoro, realización de los mayores ejercicios navales en décadas, despliegue masivo de buques en el Mar de China meridional, botadura del mayor buque de guerra anfibio, saboteo de cables submarinos en Asia y Europa, imposición de controles y sanciones a las exportaciones de empresas estadounidenses, bloqueo naval cerca de las islas japonesas, etc.).

La tendencia ya en marcha es la de un aumento de las tensiones y de su ramificación geográfica. Tres escenarios se pueden vislumbrar para Panamá.

  1. Status quo de los Estados Unidos y avance más lento pero constante de China, aumento de la volatilidad y dependencia de Panamá.
  2. Presión mantenida o creciente de Washington en el telón de fondo de la recesión china, llegando a negociaciones y segurización de los flujos migratorios.
  3. Giro más pronunciado de los Estados Unidos hacia una regionalización del canal de Panamá y de ciertas ramas comerciales en torno a Iberoamérica.

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