¡Bienvenidos al totalitarismo de género!,

Niños obligados a escribir cartas de amor gay. 


Por: Diego Fusaro

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La noticia parece provenir de una de las muchas novelas distópicas de Orwell. Y en cambio es la realidad. Es parte, de hecho, de esa realidad que ha sobrepasado la imaginación. El atomista liberal de la sociedad hipersexualizada y, al mismo tiempo, privado del vínculo del amor, pretende disolver la familia en la pluralidad nómada y en la diáspora del yo poco fiable y de los consumistas eróticos: o, de manera convergente, redefinirla como una mera asamblea efímera y temporal, respondiendo exclusivamente al deseo libre e ilimitado de individuos sin identidad de género, residual y aspirando únicamente al “plus-goce” y al libre intercambio erótico desregulado y alejado del vínculo familiar y de las responsabilidades que lo acompañan. 

Liberado de cualquier ética comunitaria, incluso en el campo erótico, el individuo postidentitario debe presentarse como un emprendedor de sí mismo y como totalmente autodeterminado. El eclipse de la ética comunitaria en el orden del sistema desregulado de necesidades planetarias trae consigo el rechazo de lo incompleto y de la interdependencia y, por lo tanto, de la necesaria complementariedad del hombre y de la mujer que culmina en la vida familiar comunitaria. Gracias a la individualización privada, el sujeto aspira a ser totalmente autónomo, todo ello sumido en el triunfo del mito de la plenitud andrógina elevada a un nuevo estilo de vida para consumidores cosmopolitas y adictos a la moda posfamiliar, privados del derecho a la familia y, al mismo tiempo, inducidos a exaltar estrepitosamente tal privación como una conquista emancipatoria.

 El nuevo orden mundial clasista no tolera la supervivencia de las naciones-estado y de las familias, de las lenguas y culturas nacionales, de las identidades y de los sujetos colectivos, ya sean pueblos o clases, estados o naciones. De acuerdo con la nueva monadología liberal-libertaria, ese orden aspira a ver lo mismo en todas partes, es decir, el plan suave del ilimitado mercado global, con hombres reducidos a consumidores apátridas, anglófonos y sin raíces, pasivos e indiferenciados, neutrales y sin capacidad antiadaptativa con respecto al reino de la plena liberalización de las costumbres y el consumo. Con el nuevo modelo unisex promovido por el sexismo, la élite financiera liberal y libertina ha declarado la guerra no sólo a la ética burguesa tradicional, sino a toda la civilización occidental en su historia milenaria, incompatible con la producción de una nueva identidad sexual precaria y desestabilizada, uniforme con respecto a la acumulación flexible y su tendencia a licuar todas las formas sólidas.




 Por otro lado, el interés de las clases dominantes globalistas en los derechos del movimiento LGBT, lejos de ser filantrópico y desinteresado, se orienta hacia la desestabilización organizada de la psicología colectiva de los pueblos y naciones; desestabilización que se produce a través de la aniquilación de tradiciones históricas y costumbres compartidas y comunitarias y, al mismo tiempo, a través del recurso a la manipulación de masas que, gestionada por los pedagogos de la globalización y los liberalizadores cosmopolitas del consumo y las costumbres, aspira a imponer el mensaje de que la naturaleza humana no existe y que, en el bazar del capitalismo de consumo, cada uno puede definir su identidad indefinidamente por libre capricho individual.

En esto radica la esencia del nuevo perfil subjetivo de la post-identidad o, si se prefiere, de la identidad deconstruida, cuyos rasgos peculiares se convierten en fragmentación, la ausencia de memoria y perspectiva, la saturación, la falta de centro. Abierto permanentemente a la negociación y al cambio, el yo se entiende como una mera construcción, como el simple resultado de acuerdos, convenciones y necesidades dictadas por el momento. A través de la práctica de la desintegración de las identidades y su recomposición en línea todo ello con el modelo único codificado por la bioingeniería del capital, la personalidad se va separando cada vez más de la experiencia, degradándose hasta el rango de just in time: y se pierde la oportunidad de hacer de la biografía personal una narrativa coherente y unificada, que no es la simple yuxtaposición de fragmentos rapsódicos episódicos, desconectados y discontinuos.

 Este aspecto contribuye a acentuar el carácter de nuestro tiempo como un tiempo de incertidumbre permanente y de flexibilidad universal, cuyo fin último parece condensarse en la mera supervivencia individual del "yo saturado" y de la postidentidad, género fluido y privatizado, a la sombra de lo social y lo político, en formas cada vez más cercanas a la mera resistencia existencial de la vida cotidiana. 

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