DOÑA ROSITA LA TELEVIDENTE

Autora: @morgana_77 

La tevé nos educa y entretiene

“La doña no apaga la tele si le dicen patriarcado. Celebramos que el feminismo entre por la televisión a los ámbitos domésticos donde todavía son relegadas las identidades femeninas” reza un pasaje del posteo realizado en la fan page de Facebook de la Revista Anfibia, como copete de una nota que se desarrolla más adelante.

El posteo es de este año, 2018, que arrancó con millones de cuestionamientos a lo más básico del sentido común, en el más puro sentido gramsciano, a fin de combatir con el pensamiento hegemónico y dominante del machismo y todas sus ramificaciones. Pero resulta, oh casualidad, que lo que están haciendo estas muchachas que se hacen llamar feministas, es reproducir el sentido común vulgar –según Gramsci, también- y crear su propio sentido común, el del feminismo, el de la academia.
En dos líneas encontramos los rastros necesarios para posicionarnos y decir: sí, es sentido común vulgar y no como cuando Moria Casán usa ese adjetivo para insultar, sino que hablamos del vulgo, de lo que dice “la gente”, de la filosofía de los no filósofos.

Veamos.

“La doña no apaga la tele si le dicen patriarcado”. Infieren, desde el vamos, que la prensa de espectáculos es consumida por mujeres. Y por doñas. No por mujeres cualquiera. DOÑAS. Un término que se puede ligar, muy fácilmente, con el doñarrosismo. La doña Rosa a la que le hablaba Bernardo Neustadt. Un minuto: ¿acaso no es que critican y criticaron terriblemente al fallecido periodista por usar ese término como algo despectivo? La respuesta es más corta que todo este despliegue teórico: si.

Entonces, ¿Por qué decir “la doña”? porque, efectivamente, para ellas, las iluminadas morales y académicas, quienes consumen el programa del nefasto Rial son doñas. Hay un hermoso contrasentido en todo esto y es el ataque hacia el público que pretenden ganar. Mientras están diciéndole que necesitan ayuda, las atacan llamándolas así. Y, no conforme con eso, ahondan en su pedantería académica de un tupper de Palermo con lo que le sigue: “Celebramos que el feminismo entre por la televisión a los ámbitos domésticos donde todavía son relegadas las identidades femeninas”


Si, la televisión es un medio masivo. Pero se quedaron en el 2000, más o menos. El acceso a internet, hoy por hoy - masificado por el uso de dispositivos móviles que, datos fehacientes lo demuestran, hay más de uno per cápita- es el modo que más rápido y a más lugares difunde la información. A través de las redes sociales, por ejemplo, la vertiginosidad de los mensajes corre sin parar. Es por ello que, en esta época, hay estudios de mediciones del impacto en los buscadores de internet, en banners, PNT, pop-ups y se paga pauta y más pauta online que aparece hasta por debajo de las piedras. O sea, ¿entra por la televisión, solamente, el mensaje? ¿Están diciendo, entonces, que las doñas sólo miran a Jorgito y que no consumen otros contenidos? ¿Están diciendo, entonces, que los programas de espectáculos no se consumen en otros ámbitos? Sí. Y están negando, además, como el circo romano de los chimentos de la tarde, aparece en los noticieros prime time de los canales con el rating más alto.

Ni siquiera es que se les pide una encuesta de hábitos televisivos ni nada por el estilo, se les pide que, después, no salgan a correr a otros con el dedito de la mano izquierda levantado y en la derecha lleven la palma abierta con la palabra “estigmatización”. Un mínimo de coherencia, bah. Reafirman lo mismo que podría decir una de esas personas a las que llaman fachas por generalizar, erróneamente, a los pobres. Por ponerlos en categorías inferiores. Como decía una campaña de una gaseosa, tenemos algo para decirles: ustedes hacen lo mismo. Estigmatizan, apoyándose en un marco teórico, al pobre. El pobre, la doña, la pobra y el doño, viven mal. Y como viven mal y no pueden acceder a tanto conocimiento iluminado que te aporta la universidad, miran televisión de morondanga. Y claro, miran televisión de morondanga y votan mal. Votan al que no los va a sacar de pobre. Encima, ahora, culpa de la televisión de morondanga, votaron a Cambiemos. “¿Cómo puede ser, si nos cansamos de explicarles que ellos son el mal, que los van a dejar pobres?” quizá, se preguntarán. La respuesta no la conocemos. Se puede suponer que se cansaron de que otros les prometieran algo mejor, pero no se lo dieron. Es sólo una suposición.

Son tan o más paternalistas que los populismos. Vienen con recetas de cómo vivir dignamente en la pobreza. De cómo ser un pobre bueno y una doña piola a la que, después, entrevistarán para tener una nota en su revista, contando como alimenta a sus hijos y a vecinos con dos pesos con cincuenta. Y ah, qué regio, ya mostramos como a esta doña, esta vez, ver a Rial le cambió la vida. Porque en la nota dejarán leer entre líneas para su excelso público, que la doña vive en situación de violencia. Porque el doño no quiso que abortara a su último hijo. Bueno, en parte, ella no quiso porque le dio miedo. O porque es muy creyente en la virgencita. Y ahora vio a Rial, quien llamaba “Niña troly” a su ex antes de acostarse con ella –a la que debimos comenzar a llamar por su nombre de pila luego-, bregar por el aborto no punible. Nos caemos sobre nuestras posaderas en este instante: las feministas contentas diciendo que, gracias a un misógino mayúsculo, hablamos del aborto, lo cual, por si poco fuera, es mentira.

Es fascinante ver como se regodean en sus conocimientos académicos y como juegan con su propia cola sin salir dos segundos a la calle y mirar a su alrededor. Son puro onanismo mental y se palmean la espalda entre ellas festejándose la victoria de haber llegado a plantear el aborto en el programa de Jorge Rial más no en la Cámara de Diputados. Hubo muchas leyes, del ámbito de la salud, que no fueron televisadas y fueron peleadas dentro del recinto. Y fueron proyectos presentados por ONG’s, no por figuras del espectáculo o del periodismo local (habría que ver si hay diferencia entre ambas partes, otra vez será). Es decir: se puede hacer menos varieté y se puede dejar el discursito autocomplaciente de “pero, al menos, llevamos la discusión a la tv”. Pero claro, es más sencillo usar la bandera de la cantidad de doñas que mueren por el aborto clandestino y ser condescendiente con ellas, ni ahí ponerse como iguales, si ellas las van a salvar, ¿no?

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