EL SEMIDIÓS DE LAS PAMPAS III
Continuación de "El Semidiós de las Pampas II"
La anarquía del Año XX, vio a
Juan Manuel inmerso en las actividades públicas. Su ascendencia en el gauchaje
y el “ejército privado” que tenía a su cargo, sirvieron a las autoridades para
restaurar el orden, caído como consecuencia del enfrentamiento entre el
Directorio y los caudillos del interior. Si
bien Rosas, decididamente se
sentía cercano al movimiento federal que encarnaban los caudillos, no por ello,
dejaba de ser un porteño de pura cepa. Así negoció con Estanislao López, el caudillo santafesino,
preservando la autonomía y seguridad de su entrañable Buenos Aires, viendo con beneplácito la vuelta de un gobierno
provincial en el puerto y la salida de los jefes y tropas del interior de su
querida tierra porteña.
En Buenos
Aires, eran épocas del gobernador Martín Rodríguez, y su influyente ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia [2].
La política del Directorio, volvía con otros nombres, y el descontento
comenzaba a reinar en la campaña bonaerense. “Mientras Rivadavia... intenta poner en ejecución doctrinas y progresos
que le habían deslumbrado en Europa, funda instituciones, organiza academias y
fomenta sociedades literarias, todo ello en la ciudad y para la ciudad, la
campaña abandonada, y cada día más anarquizada, es presa de las tribus
salvajes. Y en los momentos en que se debaten en Buenos Aires temas literarios
y cuestiones filosóficas… Rosas con sus gauchos, pelea contra los indios en
defensa de los campesinos desamparados por el gobierno urbano y progresista.”[3]
Vemos al Juan Manuel, realista hasta los huesos, haciendo gala del “argentinos,
a las cosas”, en términos orteguianos, ocupándose de lo importante, ante el
idealismo absurdo de las autoridades entretenidas en cuestiones de poca monta.
Pese a todo, Juan Manuel, fiel a su tradición de colaborar con las autoridades
constituidas -sean o no de su signo-, prosiguió entablando negociaciones con la
indiada, buscando dar un marco de tranquilidad a las fronteras. Una y otra vez,
requirió del apoyo oficial. Fue desoído hasta el hartazgo. Los indios, ante el
incumplimiento del gobierno, terminaron invadiendo la provincia en abril de
1826.
El gobierno “nacional” de aquel
entonces, la presidencia “preconstitucional” de Rivadavia y su círculo unitario, se hallaban en serias
dificultades. Guerra contra el Brasil,
disconformidad generalizada en las provincias. Los “estadistas de gabinete”
-enajenados de la realidad-, empezaban a sentir el menosprecio de una sociedad
que no estaba hecha a su medida.
ROSAS, ante la indiferencia de la
que era objeto, mira ya con marcada desconfianza a RIVADAVIA y sus hombres.
Juan Manuel se ha destacado en todo lo que ha emprendido. Es un
productor agropecuario de avanzada y la voz cantante de los hacendados
bonaerenses; la campaña es suya. En la ciudad, ya son varios los círculos
ilustrados que miran con buenos ojos a este jefe virtual de la seguridad
porteña. Mantiene una importante fuerza a su cargo, compuesta por “peonada e
indiaje en armas”.[4]
Su vida rústica, su perfil
psicológico, le ha permitido conocer en detalle a los indios de la campaña. A
muchos de ellos los ha cristianizado e integrado a la civilización.[5]
Así vemos que, promediando la década
del XX, Juan Manuel, es ya una indiscutible figura de repercusión nacional. Es
el caudillo de la provincia de Buenos
Aires, sostiene sus fronteras y contiene a la indiada... Sin quererlo,
se está perfilando hacia la suma del poder.
La guerra contra el Brasil, ganada en el terreno, se
transforma en derrota en las negociaciones. RIVADAVIA, ante la imposibilidad
logística de continuar las operaciones contra el Imperio, pretende someter a la
Nación a aceptar una deshonrosa paz, que cede al Brasil la Banda
Oriental. Esto provocará su alejamiento de la primera magistratura sin
pena ni gloria. Cae la autoridad nacional. Buenos
Aires recupera su gobierno, de la mano de la figura del Partido Federal, el coronel Manuel Dorrego, quien asumiría el 13 de
agosto de 1828. “Dorrego, es por entonces el primer ciudadano de Buenos
Aires... Ha adquirido en sus viajes, sobre todo durante su permanencia en los
Estados Unidos, una cultura apreciable... Es sencillísimo en sus tratos y se
conduce en la vida y en el gobierno como un demócrata... La gloria de imponer
el espíritu federal, la democracia federal, le corresponderá a... Rosas.
Dorrego es su precursor.”[6]
Se celebra una nueva paz con el Brasil, donde Dorrego, a cargo de las Relaciones Exteriores de la Confederación, adhiere a una
“independencia provisoria” de la Banda
Oriental. Esto, si bien no saciaba de justicia la situación para la Argentina, era un acuerdo mucho más
ventajoso que el firmado por Rivadavia,
que lisa y llanamente, depositaba la soberanía del Uruguay en manos del Imperio.
Las tropas acantonadas en Uruguay, comenzaron a regresar a sus
cuarteles. Algunos de sus jefes, eran adictos a las políticas unitarias de Rivadavia & Cía., y veían con
desagrado, al nuevo gobierno federal instalado en Buenos Aires.
El 1° de diciembre de 1828, el motín
comenzaba a gestarse en los cuarteles de la Recoleta.
El general Juan Galo Lavalle,
héroe de Ituzaingó, comandó la
sublevación, auto-proclamándose
gobernador de Buenos Aires. Dorrego, se refugiaba en Cañuelas en busca de refuerzos. Fue
derrotado en Navarro por el
ejército de línea comandado por Lavalle,
y tras desoír los consejos de don Juan Manuel que lo urgía a ir hasta Santa FE en busca de apoyo, fue
apresado por una partida unitaria.
“El consejo de sabios”, el gabinete
unitario recalcitrante que rodeaba a Lavalle
-“la espada sin cabeza”-, integrado por Varela,
del Carril y Agüero, intimaban al héroe de Ituzaingó a que pusiera fin a la vida
del gobernador Dorrego... El fin
se acercaba.
El mártir federal, escribiría antes
de pasar a la inmortalidad: “Que mi muerte no sea causa de derramamiento de
sangre”[7].
Ignoraba el guerrero de la independencia, que a los argentinos nos deparaban
entonces, más de cincuenta años de guerra civil. El fusilamiento de Dorrego, verdadero magnicidio y
tragedia de dimensiones épicas, produjo indignación y malestar.[8].
Mientras tanto, el interior federal,
reaccionaba contra los sublevados del 1° de diciembre de 1828. En Buenos Aires, Juan Manuel, lideraba la
resistencia contra la insurrección unitaria. López,
en Santa Fe, confirma su papel de
jefe de los Ejércitos Federales. Lavalle,
angustiado ante tanta oposición, se ve obligado a pactar con Rosas. El camino se va despejando para
que la Legislatura elija sucesor:
todas las miradas apuntaban a don Juan Manuel, que ya era el héroe indiscutido
de la provincia y número dos del Partido
Federal.
El 21 de noviembre, con Rosas
ya en el poder, se llevan adelante los póstumos funerales de honor del coronel Manuel Dorrego. Los restos del bizarro guerrero de
la Independencia y primer magistrado de la República, procedían de Navarro, lugar donde fue ultimado por
los unitarios: “Encabezada por el gobernador, imponente
comitiva ha salido del Fuerte... Visten luto las mujeres. Los hombres lo llevan
en los sombreros o en las mangas. De las puertas entornadas y de las rejas,
cuelgan largos crespones. Banderas de la Patria sobre el coche... Lentas
marchas de las bandas militares. Cañonazos del Fuerte... Los regimientos hacen
calle desde el Fuerte a la Catedral. Ciudadanos de categoría arrastran el
coche… Balcones y azoteas negrean de
mujeres enlutadas ¡Así llora a... Dorrego el pueblo de Buenos Aires…! A
las cinco de la tarde, la procesión se dirige hacia... la Recoleta. Millares de
personas la ven pasar. Pero el gran
interés está en Rosas. El va inmutable y callado, a pie, en su espléndido traje
de capitán general... Rígido, magnífico en sus galas y en su belleza, avanza,
como guiado por una voz misteriosa, hacia un destino terrible que solo él
conoce. Su puño aprieta el bastón de mando, que en su mano adquiere un
peligroso significado. Las gentes miran con sumisión y encandilamiento pasar a
este héroe, a este semidiós de
las pampas, que tiene el aspecto de
los Césares romanos... Muchos personajes, fatigados, han subido a sus
carruajes, que van detrás. El continúa impávido, hierático, tal como partió del
Fuerte... la multitud lo rodea. Va a hablar... Silencio religioso. Óyese sólo,
como eco lejano, el cañón del Fuerte. Ante la congoja unánime, con la voz
quebrada, en tono patético y solemne, Rosas lee una página de antología: «Dorrego,
víctima ilustre de las disensiones civiles, descansa en paz. La Patria, el
honor y la religión han sido satisfechas hoy, tributando los últimos honores al
primer magistrado de la República sentenciado a morir en el silencio de las
leyes. La mancha más negra de la historia de los argentinos ha sido ya lavada
con las lágrimas de un pueblo justo, agradecido y sensible... Vuestra tumba,
rodeada en este momento de los Representantes de la provincia, de la
magistratura, de los venerables sacerdotes, de los guerreros de la
independencia y de vuestros compatriotas dolientes, forma el monumento glorioso
que... Buenos Aires os ha consagrado ante el mundo civilizado... monumento que
advertirá hasta las últimas generaciones que el pueblo porteño no ha sido
cómplice en vuestro infortunio... Allá, ante el Eterno Árbitro del mundo, donde
la justicia domina, vuestras acciones han sido ya juzgadas; lo serán también
las de vuestros jefes; y la inocencia y el crimen no serán confundidos
¡Descansa en paz entre los justos!»”[9]
* * *
Notas
[*] Lic. Cs. Pol. - RR. II., DNI: 24.493.548, gonzaloirastorza@yahoo.com.ar
[1] “Rivadavia y Rosas representan polos opuestos. Rivadavia se ha formado en Europa y en los libros, en las reuniones aristocráticas... Rosas se ha formado en nuestros campos y en el libro de la vida. Las reuniones que él ama son los grandes rodeos de hacienda... Rivadavia es libresco y Rosas realista. Rivadavia está empapado de doctrinas extranjeras... Rosas está empapado de los jugos de nuestra tierra. Rivadavia tiene sus raíces en la España afrancesada de Floridablanca y en el París de la Restauración, y Rosas tiene sus raíces en la recia España católica de los conquistadores y en los campos democráticos de Buenos Aires. Los dos son grandes señores: el uno, con un señorío ampuloso, afectado, aprendido en los salones; el otro, con el señorío de su abolengo y de su vida natural.” GÁLVEZ, Manuel. VIDA DE DON JUAN MANUEL DE ROSAS. Bs. As., Río de la Plata, S/F, p. 78.
[2] “Es un liberal,
pero no al modo francés... sino al de Floridablanca, el ministro de Carlos III.
Liberalismo señoril y cortesano... Considérasele ilustradísimo, talentoso... de
ideas y de vastos proyectos... Y a sus méritos intelectuales y de carácter... agrega
el venir de Europa, de París, el París... de la segunda Restauración, donde ha
hecho amistad con celebridades como el general La Fayette, el sabio Humboldt y
el filósofo Destutt de Tracy. Su incorporación al gobierno es trascendental,
pues, aparte de la obra que realizará Rivadavia, ella provoca el verdadero
nacimiento del Partido Unitario. El espíritu unitario, caracterizado por el
desprecio de los demás pueblos del país; por el europeísmo y el doctrinarismo,
por el afán de ilustración y la indiferencia, alborea en 1810. Comienza a
concretarse en partido con el Directorio... Y así los directoriales, son los
futuros unitarios... Pero sólo se constituyen en partido cuando llega Rivadavia
y en él encuentran un jefe. No es un partido, como los del siglo XX... No
es una organización, es una coincidencia de opiniones, de sentimientos y de
intereses. Para Rosas, el advenimiento de Rivadavia tiene importancia decisiva.
Mientras Rosas tiene tendencias democráticas, Rivadavia, aristócrata y
enemigo de la plebe, gobierna para la clase dirigente. Rosas es católico y
respeta a la Iglesia, y Rivadavia, al año de gobierno, impone su reforma
eclesiástica: supresión de conventos, secularización de cementerios,
disminución de los derechos y privilegios del clero. Por todo esto Rosas... se
vincula con los grupos opositores que siguen al coronel Dorrego y que son
llamados federales”. GÁLVEZ, Manuel. Op. Cit., pp. 32/34.
[3] Idem, p. 86.
[4] Sus “Colorados de Monte” (5° Regimiento de campaña) estaban en apresto ante cualquier emergencia
que alterara el orden. Su zona de reunión natural, era la estancia “Los Cerrillos”. Lo componían más de 2000 voluntarios,
vestidos por cuenta del Restaurador. Cfr. GÁLVEZ, Manuel. Op. Cit., p. 74.
[5] “En sus estancias
tiene muchos indios, que allí adquieren rudimentos de civilización. Aprender a
no robar ni matar. Muchos son bautizados y adoptan nombres cristianos. Hacia el
70, el jefe de los ranqueles será el indio Mariano Rosas, criado y bautizado en
la estancia de Juan Manuel. Entonces, Mariano le dice al Coronel Lucio Victorio
Mansilla que ha ido en excursión a Los Toldos, cómo todo lo que sabe se lo debe
a Rosas, que ha sido para él su mejor padre. Los amigos de Rosas, sin
embargo, no son los ranqueles, sino los pampas, cuyos caciques se envanecen
de esa amistad y le llaman Juan Manuel... Para ellos, Rosas es el hombre que
cumple, el... todopoderoso, el amigo y protector de los indios.” Idem, p. 30
[6] Idem, p 100/101.
[7] BUSANICHE, José Luis.
HISTORIA ARGENTINA. Bs. As., Solar, 1984, p. 484.
[8] En el extranjero, nos llenó
de oprobio El Foreing Office, a
través de Lord Ponsonby,
expresaba: “Con el gobierno provincial de Buenos Aires, destruido por la
traición, ha expirado la autoridad delegada para la paz. Los traidores que
asesinaron a su gobernante legal, pueden, quizás, pretender establecer un nuevo
gobierno legal... pero no está en el poder de un simple puñado de desalmados
derribar las instituciones del país y gozar los frutos de su traición.”HERRERA, Luis Alberto
de. LA MISIÓN PONSONBY. Montevideo, Los Orientales, 1930, p. 342.
[9] GÁLVEZ, Manuel. Op.
Cit., pp. 220/224.