LA IDEOLOGÍA DE LAS ÉLITES - LOS PROGRES QUE REPRESENTAN EL PENSAMIENTO DE LA OLIGARQUÍA


POR GERALD WARNER
Nota original: https://reaction.life/arrogant-lib-dems-are-reverting-to-their-whig-origins-as-the-party-of-oligarchy/

Arrogantes Lib Dems están revirtiendo a sus orígenes Whig como el partido de la oligarquía

Traductora: Hyspasia
Nota de la Traductora: 
Este texto es de una lucidez inusual, del que podemos sacar mucho provecho. ¿Qué significa democracia, Voluntad Popular, minoría, oligarquía, respeto a la instituciones?
¿Qué nos imponen las élites? ¿Cuáles son sus mecanismos?
Las corrientes de pensamiento de los países desarrollados, tarde o temprano, terminan entre nosotros. Uno puede creer que está a salvo y ¡paf!, alguien lee a un nabo de moda y está por acá reproduciéndolo, primero en una clase en la Facultad de Ciencias Sociales en la UBA a las 15 hs un martes con 30 alumnos y luego termina repetido (aunque sin entenderlo) por alguno locutora de TN o por Fabiana Mariani. 
Y luego tenemos a un presidente recitando a Lacleau. Así que lo mejor es ver qué sucede afuera, poner nuestras barbas en remojo y, si es posible, si se nos despierta alguna idea, pensar mecanismos de contraataque.
Luego de leer este maravilloso artículo recomiendo "Las Élites" de la norteamericana Laura Ingraham.
El tema, en la magnífica pluma de Gerald Warner, es cómo un partido que se presenta como el más "progre" de Inglaterra, el Liberal Demócrata, día a día, se va quitando las numerosas caretas y defiende los intereses de la oligarquía, largo tiempo representada en el Parlamento por los whig hasta que la historia los barrió del mapa.
Disfruten, porque pensadores como Warner hay muy pocos.
OTRO SÍ DIGO: qué placer que se vuelvan a usar palabras tan descriptivas, concretas y específicas como "oligarquía" sin ruborizarnos ni ponernos en políticamente correctos. Ahora sí, los dejo con Gerald Warner.




Arrogantes Lib Dems están revirtiendo a sus orígenes Whig como el partido de la oligarquía.

"Haré todo lo que sea necesario para parar el Brexit". A partir de esa promesa hecha por Jo Swinson, en su primera hora como líder de los Liberales Demócratas, sabemos lo que "liberalismo" significa ahora. Significa el rechazo a los deseos de la mayoría expresados democráticamente en un referendo. Significa buscar implementar las preferencias de la minoría del establishment derrotada a expensas de la volunta de la mayoría del electorado.

No hay en absoluto ninguna diferencia moral o cualitativa entre repudiar el resultado del referendo del 2016 sobre quedarse o irse de la UE o bloquear el resultado de la elección general de 1945 o la de 1979 o ninguna otra que haya sido llevada a cabo en el país en algún momento de significancia histórica. Uno acepta el veredicto producido democráticamente en sufragio universal o uno lo lo acepta.

Si no lo acepta, puede haber razones filosóficas persuasivas por las cuales uno puede pensar que la democracia de masas es una mala idea. En ese caso, uno tiene perfecto derecho en exponer esa mirada; pero lo que no puede hacer es simultáneamente fingir adherir al sistema actual, y, sobre todas las cosas, no insultar la inteligencia del público llamándose a sí mismo "liberal".

El notorio slogan de los Liberales Democráticos fue "B**** to Brexit" ["Minga de Brexit"] que significa "B***** a los votantes" o "B***** a la democracia". Es la lógica ineluctable  tras el rechazo a la mayor consulta electoral de la historia británica. Al día siguiente después del referendo los Lib Dem ya estaban pidiendo que se hiciera de nuevo. Los Liberales están revirtiendo a sus orígenes Whig como el partido de la oligarquía privilegiada.



El ascenso de Jo Swinson al liderazgo del Partido Liberal Demócrata fue anunciado por Timothy Garton Ash en una columna en The Guardian, como una posibilidad de pelear y contraatacar por parte de la Gran Bretaña liberal: "La gran parte de la Gran Bretaña liberal malrepresentada, esto es, la Gran Bretaña que la gente alrededor del mundo admira y extraña". Y termina su columna con un tributo similar a "la verdadera, la grande, la malrepresentada Gran Bretaña liberal".

Note el tañido de tambores en la repetición de la palabra "malrepresentada". ¿Dónde, exactamente, está la Gran Bretaña liberal que Garton Ash imagina como malrepresentada? ¿En el Parlamento donde la colonización desde hace mucho tiempo de hasta el partido conservador por parte de los liberales ha impedido la mayoría de gobierno de temas como el Brexit? ¿En la Academia, donde el monopolio de poder de un liberalismo intolerante ha eliminado toda plataforma para la libertad de expresión o de pensamiento de la existencia de los claustros?



¿En el Servicio Civil [n. de t.: empleo público, burocracia estatal] donde ahora es una monocultura? ¿En los gobiernos municipales, donde las prescripciones "progres" se encuentran por doquier? ¿En la cultura corporativa, donde las cuotas, la diversidad, la igualdad le sacan tiempo a los directorios en lugar de ocuparse de la contabilidad y el cuadro de resultados? ¿Sobre todas las cosas, en cada uno de los foros de poder, influencia y riqueza donde la más tibia muestra de simpatía por el Brexit provoca burla y exclusión? ¿Dónde, precisamente, el liberalismo está malrepresentado?

El intento de imponer al liberalismo con la caracterización de "víctima", cuando es la cultura rampantemente dominante en la sociedad contemporánea, es un clásico ejemplo de la conducta dilusoria por parte de las clases desorientadas con el Brexit. Está a la par de la bufonada de Alan Duncan, renunciando como ministro para poder presentar una moción de "No Confidence" [censura] en la Cámara de los Comunes contra Boris Johnson, aún antes de que fuera elegido líder de los Conservadores - una propuesta tan extravagante que el mismo Jefe de la Cámara [Speaker] Bercow no le dio lugar.

Un aspecto interesante del ardid de Duncan es que un voto de No Confianza no hubiera sido vinculante, pero le enviaba un mensaje a la Reina de que Johnson no iba a tener la mayoría de la Cámara de los Comunes, poniéndola en una posición embarazosa de tener que - potencialmente - rechazar el nombramiento - y, por las maquinaciones de una facción que ha denunciado incansablemente que cualquier uso del legítimo recurso de la suspensión [Prorogation] de las sesiones del Parlamento era "arrastrar a la Reina en la política".

Las frecuentes omisiones de los precedentes constitucionales y las bizarras innovaciones que hemos visto de los procedimientos parlamentarios en el pasado año dan amplio testimonio de los extremos a los que han llegado los "remainers" [n.de t.: partidarios de quedarse en la UE] con el objeto de obstruir la voluntad popular. En algunos casos su conducta y lenguaje se volvió desquiciado. Sufren de BAD (BREXIT ANXIETY DISORDER - Desorden de Ansiedad por Brexit).

No es atribuible únicamente a los Remainers extremistas, refleja un diagnósitco de una condición clínica. El Dr. Phillip Corr, profesor de economía conductista y psicológica (sic) de la Universidad de Londres, y el Dr. Simon Stuart, un psicólogo clínico, fueron citados en agosto por POLÍTICO por haber indentificado a los remainers extremas y exhibiendo síntomas no diferentes de los pacientes que sufren de ansiedad crónica causada por la pérdida de control e inseguridad.

Como el liderazgo de la facción Remain está compuesta en su mayoría por los ricos, los profesionales, las personas con educación superior, su pérdida de control sobre la dirección del país - debido al resultado del referendo - ha sido "psicológicamente perturbadora", de acuerdo al profesor Corr, y "y se ha sabido que minan la estabilidad psicológica - incluyendo la habilidad de razonar objetivamente".

O, para decirlo vulgarmente, los Remainiacs [N. de T.: maniáticos de Remain] han perdido el relato. Las élites ya no ven más los acuerdos constitucionales del SXX - la resolución "el final de la historia"  de los conflictos políticos mediante otorgarle el derecho a los adultos de ambos sexos del voto individual de tal forma que ninguna persona pueda ser excluída de la toma de decisiones de las políticas públicas - de la manera que sus propios padres sí aceptaron.

El campo de juego se ha vuelto alterado por las vizcacheras creadas por los grupos de intereses especiales (n. de t.: lobbies). Las élites se ven a sí mismas como habiendo cerrado un trato implícito con Fausto por el cual aquellos en el fondo de la escala social pueden ser comprados con beneficios a cambio de tener carta blanca en el diseño de políticas públicas en temas como la pertenencia a la Unión Europea. La insurgencia de las masas en Sunderland y en otras comunidades "abandonados por la mano de Dios" ha sido vista por las élites como una presunción de desagradecidos, más o menos como los guardianes de la Ley de Pobres hubieran visto una revuelta de los internos de un "workhouse". [N. de T.: en Inglaterra y Gales, un workhouse era un refugio para los muy pobres, donde eran ofrecidos techo, comida y eran obligados a trabajar jornadas extenuantes]. 

El último diagnóstico del desorden mental del establishment es el caso letal del Entitlement. Esto es lo que inspira a los se consideran a sí mismos como liberales, los acomodados económicamente, con educación superior, muy viajados, muy bien socialmente conectados, ubicados en lugares influyentes, a responder con ataques de histeria a las aspiraciones expuestas con impertinencia por parte de la masa de los menos educados, sin influencia alguna - excepto en las urnas -. Brinda una fascinante prospección en el marco mental de las élites que gobiernan el país:  es como si la Reform Act de 1832 nunca hubiera sido votada.

Esa es la línea de quiebre a través del corazón de la sociedad británica hoy. No es, per se, sobre la distribución de la riqueza, la inequidad material, aunque esos temas son periféricamente relevantes. Es sobre la maligna realidad que, tras el embrollo del Brexit, los clichés políticos, el griterío de los medios de comunicación, la élite minoritaria está invariablemente convencida de su derecho incuestionable de gobernar el país y de dirigir los destinos de todos sus habitantes.

Si bien esta élite no es más una casta cerrada y tiene una constitución diferente de la clase gobernante de, digamos, el SXVI, su ambición de controlar la nación no es menos fuerte y es en realidad más insidiosa porque ha asumido el disfraz de "liberalismo" (n. de t.: progresismo). Un breve repaso de los miles de frases, discursos, "tweets", entrevistas, slogans emitidos por fanáticos remainers establecen con facilidad lo que los instintos de los "liberales" realmente son.

Lo que nos remite, inevitablemente, a Jo Swinson: "Haré lo que haga falta para frenar el Brexit".

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Agradecemos la difusión del presente artículo:  

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Arrogant Lib Dems are reverting to their Whig origins as the party of oligarchy
BY GERALD WARNER   /  23 JULY 2019


“I will do whatever it takes to stop Brexit.” From that pledge by Jo Swinson, in her first hour as leader of the Liberal Democrats, we know what “liberalism” now means. It means rejecting the democratically expressed wishes of the majority in a referendum. It means seeking to implement the preferences of a defeated establishment minority at the expense of the majority will of the electorate.

There is absolutely no moral or qualitative difference between repudiating the result of the 2016 EU referendum and blocking the outcome of the 1945 general election, or the 1979 election, or any other legally recorded consequence of a government going to the country at a moment of historic significance. You either accept the democratic verdict produced by universal suffrage, or you don’t.

If you do not, there may be persuasive philosophical reasons why you think mass democracy is a bad idea. In that case, you have a perfect right to advance that view; but do not simultaneously feign adherence to the current system and, above all, do not insult the public’s intelligence by calling yourself a “liberal”.

The Liberal Democrats’ notorious “B******s to Brexit” slogan means “B******s to the Voters” or “B******s to Democracy”. That is the ineluctable logic of that outright rejection of the outcome of the largest electoral consultation in British history. On the day after the referendum some Lib Dems were already demanding a re-run. The Liberals are reverting to their Whig origins as the party of privileged oligarchy.

Jo Swinson’s accession to the leadership of the Liberal Democrat Party was hailed by Timothy Garton Ash, in a Guardian column, as offering the chance of a fightback for liberal Britain: “The great unrepresented liberal Britain, that is, that people around the world admire and miss.” And he ended his column with a similar tribute to “the true, the great, the unrepresented liberal Britain”.


Note the drumbeat repetition of “unrepresented”. Where, exactly, in Britain does Garton Ash imagine liberalism is unrepresented? In Parliament, where the long-term colonization of even the Conservative Party by liberals has deprived the government of a majority on issues such as Brexit? In academe, where the monopoly power of intolerant liberalism has no-platformed free speech and thought out of existence?

In the Civil Service, where liberalism is now a monoculture? In local authorities, where PC prescriptions are ubiquitous? In corporate culture, where quotas, equality and diversity now preoccupy boards as much as the accountancy bottom line? Above all, in every forum of power, influence and wealth where the faintest hint of sympathy for Brexit would provoke derision and exclusion – where, precisely, is liberalism unrepresented?

The attempt to impose a “victim” characterization on liberalism, the rampantly dominant culture in contemporary society, is a classic example of the delusory behaviour of the Brexit-disoriented classes.  It is on a par with the antics of Alan Duncan, resigning as a minister in order to demand an emergency Commons debate to enable the House to express No Confidence in Boris Johnson before he had even been elected Tory leader – a proposal too extravagant for even Speaker Bercow to countenance it.

An interesting aspect of Duncan’s ploy is that a no-confidence vote would not have been binding, but it would have sent a message to the Queen that Johnson did not command a Commons majority, putting her in the embarrassing position of potentially having to refuse his appointment – and this through the machinations of a faction that has tirelessly denounced any use of the legitimate power of prorogation of parliament as “dragging the Queen into politics”.

The frequent ignoring of constitutional precedent and the bizarre innovations we have seen in parliamentary procedure over the past year are further testimony to the extreme lengths to which Remainers are prepared to go to obstruct the public will. In many cases their conduct and language have become unbalanced. They are suffering from BAD (Brexit Anxiety Disorder).

That attribution is not simply a gibe directed at extreme Remainers, it reflects the diagnosis of a clinical condition. Dr Philip Corr, professor of Psychology and Behavioural Economics at the University of London, and Dr Simon Stuart, a clinical psychologist, were quoted last August by POLITICO as having identified extreme Remainers as exhibiting symptoms no different from patients suffering from chronic anxiety caused by loss of control and insecurity.

highly educated people, its loss of control over the direction of the country – due to the referendum result – is “psychologically very disturbing”, according to Professor Corr, and “has been long known to undermine psychological stability – including the ability to reason objectively”.

Or, to phrase it more demotically, the Remainiacs have lost the plot. The elites no longer regard the constitutional settlement of the 20th century – the “end-of-history” resolution of political conflict by awarding all adults of both sexes an individual vote so that nobody would be excluded from decision making on public policy – in the way their parents did.

That level playing field has become disrupted by molehills of special interest groups. The elites see themselves as having concluded an implicit Faustian bargain with those at the bottom of the social heap by buying them off with benefits in return for a free hand in directing public policy on issues such as EU membership. The insurgency of the masses in Sunderland and innumerable other “left-behind” communities was seen by the elites as ingrate presumptuousness, much as a board of Poor Law guardians would have regarded a revolt by inmates in the workhouse.

The ultimate diagnosis of the establishment’s disorder is a lethal case of Entitlement. That is what inspires well-off, highly educated, well-travelled, well-connected, influentially placed, self-conscious “liberals” to respond with near-frenzy to the impertinently asserted aspirations of the less educated, totally uninfluential – save through the ballot box – masses. It furnishes a fascinating insight into the mindset of the ruling elites: it is as if the 1832 Reform Act had never been passed.

That is the serious fault-line running through the heart of British society today. It is not, per se, about wealth distribution, or material inequality, though such issues are peripherally relevant. It is about the malign reality that, behind all the Brexit gobbledegook, the political clichés and media cheerleading, a minority elite is unfalteringly convinced of its unchallengeable right to rule the country and direct the destinies of all its inhabitants.




Although that elite is no longer a closed caste and is differently constituted from the ruling class in, say, the 16th century, its ambition to control the nation is no less steely and is actually more insidious because it has assumed the guise of “liberalism”. A brief review of the thousands of unguarded remarks, “tweets”, speeches, interviews, broadcasts and slogans uttered by fanatical Remainers will easily establish how “liberal” their instincts are.

 Which brings us back, inevitably, to Jo Swinson: “I will do whatever it takes to stop Brexit.”

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