MILEI Y LA DESMESURA LIBERAL


 En la tradición occidental, la noción de libertad aparece siempre asociada con la ley y el territorio, es decir con la nación.



Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/milei-desmesura-liberal/


E

l ascenso, el apogeo y el eclipse de Javier Milei como dirigente apto para conducir una corriente liberal electoralmente eficaz en la Argentina han tenido un mismo motor: su desmesura personal. Fueron su gesticulación exagerada y sus desbordes verbales los que le abrieron un espacio en los medios, fue su grito a la vez exasperado y desafiante en favor de la libertad el que encontró eco en un amplio espectro social que se siente acorralado por el estado y lo elevó a un lugar expectante en las opciones electorales. Y fue su incapacidad para reconocer las proporciones y los límites la que le hizo creer que desde la modesta altura de su popularidad podía proclamar una escala de valores tan rigurosamente apegada a sus lecturas preferidas como violentamente extraña para el sentido común de su público.

Su parábola permite comprobar una vez más de qué manera esa convicción tan arraigada entre los liberales argentinos, pero no exclusiva de ellos, de que el liberalismo ofrece una filosofía o una visión del mundo capaz de dotar de un significado y de una moral a la actividad humana, raras veces logra superar el ámbito de la discusión abstracta e irrremediablemente se estrella contra un farol u otro apenas sale a la calle. Esa pretensión del liberalismo constituye en realidad su propia desmesura, su propia hybris. Al combinarse con la personalidad desmesurada de Milei, la mezcla se volvió inestable, detonó, y lo hizo volar por el aire. La gente que lo quiere bien, aun cuando no se quieran entre sí, está tratando de juntar los pedazos.

Para torcer bruscamente el rumbo de su curva ascendente, a Milei le bastó con defender de manera pública, enfática y secuencial tres “libertades”: la libertad de morirse de hambre, la libertad de vender órganos del propio cuerpo y la libertad de vender niños, no quedó claro si propios o ajenos. Nadie puede negar que las tres son perfectamente coherentes con el dogma liberal. Cualquiera puede advertir que chocan con los sistemas de creencias y valores de las sociedades occidentales, de matriz en general cristiana, y decididamente católica en el ámbito de sus culturas superiores. Incluso en estos arrabales olvidados de Dios, ese choque bastó para que Milei viera cómo su imagen de aguerrido campeón de la libertad se transformaba vertiginosamente en la de un muchacho raro, algo exaltado, que pide a gritos una segunda opinión.

* * *

Los mayores aportes del liberalismo a la cultura occidental han sido la economía de mercado y el sistema republicano. Ambas cosas pertenecen al orden técnico o instrumental, no al filosófico ni al ideológico. En ambos casos, proponen reglas de juego para dirimir, de la manera más civilizada encontrada hasta ahora, las complicadas cuestiones de cómo repartir la riqueza y cómo repartir el poder. Son tan técnicas e instrumentales como lo puede ser el reglamento del fútbol, o del tenis, o de cualquier deporte: establecen normas de comportamiento, reglas de juego, mecanismos de promoción, sistemas de premios y castigos. Pero nada tienen que ver con la moral, la filosofía, los valores. La desmesura del liberalismo aparece cuando reclama autoridad en terrenos de los que es apenas subsidiario.

Entre torneo y torneo, los comentaristas deportivos suelen entretenerse en pergeñar coloridas glosas sobre el valor de esa actividad como promotora de valores y conductas socialmente deseables. Lo mismo que hacen los publicistas liberales respecto de los reglamentos económicos o políticos que consideran propios. Unos y otros pasan por alto, tal vez, que esos valores, esas conductas, esas maneras de entender el mundo que consideran deseables y dignas de promoción son seguramente anteriores y ajenas al ámbito de la economía, la política o el deporte. Según lo mostraron Richard Tawney primero y Max Weber después, provienen especialmente de la vida religiosa, y han sido la condición de posibilidad para el desenvolvimiento de las instituciones liberales. Del capitalismo, especialmente.

Para abundar en el argumento, una minuciosa nota de la columnista Claudia Peiró recordó recientemente en el sitio Infobae cómo “libertad, igualdad, fraternidad”, la divisa emblema de Francia, de la Europa liberal y del Occidente moderno, fue acuñada por el obispo, teólogo y filósofo católico francés François de Fénelon, quien se inspiró en las observaciones del monje cisterciense Claude Fleury sobre las costumbres de los judíos y de los primeros cristianos. Fénelon sintetizó y popularizó la tríada en su novela Las aventuras de Telémaco, un best-seller del siglo XVIII.

* * *

No es este el lugar para discutir una teoría de la libertad y del liberalismo. Pero permítaseme apuntar una dirección posible para esa discusión. El idioma inglés tiene dos palabras para referirse a la libertad: freedom y liberty. Según algunos comentaristas, la primera apunta más bien a la ausencia de restricciones para satisfacer la propia voluntad, deseo o ambición; la segunda se refiere al ejercicio responsable de la libertad dentro del marco de la ley, es decir limitada por el respeto a las libertades ajenas. Esa ley marco nace de la moral, la filosofía, los valores de un pueblo, y es, como dijimos, anterior y externa a la libertad, a la que ampara pero también fija límites. Indistintamente, puede referirse a la ley escrita (dura lex sed lex) o a los usos y costumbres (consuetudo), el sentido común de una sociedad.

El caso de Milei permite ejemplificar lo dicho: conoció su apogeo cuando proclamó en las plazas “¡Viva la libertad!”, sintonizando con la demanda desesperada de una ciudadanía desde hace cincuenta años inmovilizada por una rodilla política en el cogote y una manea económica en los remos; se desplomó en la consideración pública cuando sus propuestas violentaron el sentido común con abominables atrocidades; y tocó fondo cuando buscó amparo ideológico en su filiación minarquista-libertaria-liberal. En este crítico momento de su historia la Argentina necesita una columna liberal fuerte. Lamentablemente, tras un amanecer promisorio, Milei acabó exhibiendo las señales del mal que aqueja a la mayoría de los liberales argentinos: su compromiso con el liberalismo (desbordado) es mayor que su compromiso con la libertad.

En el centro de ese liberalismo desbordado aparece una concepción del hombre como individuo aislado, monarca absoluto de su instante en el universo, sin compromisos con nada ni nadie que no sean los que él mismo vaya tejiendo en un proceso de toma de decisiones conducido idealmente en condiciones imposibles de irrestricta libertad. Esta construcción imaginaria de lo humano no es cierta ni biológica, ni cultural ni afectivamente. Todo lo creado se vincula en un sistema de dependencias históricas y simultáneas, y dentro de todo lo creado poco nace más desvalido, condicionado y dependiente que el hombre. Colocar la idea de la libertad como punto de partida de un sistema de pensamiento es forzar las cosas.

Resulta igualmente extraño, al menos para nuestra cultura, colocarla en el punto de llegada, en el extremo de una teleología orientada… ¿hacia dónde? ¿Hacia un desasimiento absoluto, hacia la ruptura de todo vínculo, compromiso, obligación, necesidad, deseo, ambición? Esto ciertamente se parece a los paraísos artificiales de las fiestas electrónicas, inducidos por la música, la iluminación y las drogas, o a los estados ideales imaginados por algunas culturas orientales, y es posible que determinadas psicologías encuentren en ellos un sosiego que de otro modo les es negado. Pero nada más ajeno al espíritu de occidente, que es todo comercio en el amplio sentido de la palabra, que es todo lucidez, acción, interacción, proyecto, conquista, combate, amor y odio, razón y pasión.

Y sin embargo… toda la cultura occidental, todo ese río que fluye desde los manantiales de Atenas y Jerusalén, no hace más que reclamar libertad: la canta en los tramos de aguas mansas, la promueve y defiende con furia y violencia en los rápidos fragorosos. Esa libertad no es principio ni fin, sino condición para desenvolver nuestras vidas y hacerlas tan fructíferas como sea posible. Condición a su vez condicionada para resistir en su fragilidad. Moisés conduce al pueblo judío hacia la libertad, sosteniendo con una mano las tablas de la ley y con la otra señalando hacia la tierra prometida. Sócrates bebe su cicuta en un acto supremo de libertad con el que reafirma su acatamiento a la ley de la ciudad. Incluso en la palabra freedom la terminación -dom remite etimológicamente al territorio o dominio (como en kingdom) pero también a la ley y el juicio (como en doomsday).

Atención liberales argentinos, atención Milei: por donde se la busque, en la tradición occidental la noción de libertad aparece asociada a la ley (la ley de la constitución, la ley de la tradición), que la modera según los valores y creencias de la sociedad, y al territorio (la tierra prometida, la polis), que asegura su defensa. Hablar de ley y territorio es lo mismo que hablar de nación. Si le agregamos tradición y sentido común (que incluye el sentido de comunidad: “nosotros creemos en estas cosas”), es lo mismo que hablar de patria.

–Santiago González

* * *

Agradecemos la difusión del presente artículo: 

* * *

Entradas populares

Traducir