ARGENTINA: UN PAÍS OCUPADO
Autor: reaxionario bajo el Mandato del Cielo (@reaxionario)
La República Argentina, como la mayoría de los países occidentales, no es un país soberano. Si bien todos los 9 de Julio celebramos nuestra independencia con mate y pastelitos, tenemos tanta soga como cuanta han decidido darnos las fuerzas de ocupación — y ni un centímetro más. De facto, como nación somos una simple provincia periférica de un poder imperial.
Como escribió Jiang Shigong, tendemos a pensar en “imperio” en el sentido más clásico del término — el Imperio Romano, el Imperio Persa, el Imperio Británico. Hasta la Unión Soviética fue un imperio “tradicional” con un territorio definido, dividido en regiones administrativas bajo la autoridad central de Moscú.
Sin embargo, el imperio construido por el establishment angloamericano en el Siglo XX, basado en el comercio y un sistema de tratados internacionales, ha dado la ilusión de una “comunidad internacional” de iguales — un sistema en el que estados-nación soberanos han decidido ingresar por voluntad propia, muchas veces tras haberse desprendido de sus respectivos imperios coloniales a través de las diferentes guerras de independencia.
Por supuesto, dado que el imperio angloamericano absorbe nuevos miembros a partir de asistirlos, de manera directa o indirecta, en dichos procesos de “independización” o “liberación” (un invento de George Canning que supo perfeccionar Woodrow Wilson en la Primera Guerra Mundial, y que hoy conocemos como “color revolutions”), es muy importante que su naturaleza imperialista permanezca oculta. En pocas palabras, el imperio angloamericano se comporta como un imperio anti-imperio. A veces funciona, como en el caso de Alemania, y a veces no, como en Afganistán.
Primero, es necesario que entendamos a través de quiénes se ejerce el poder imperial. En lo más alto se ubican las organizaciones internacionales y los tratados internacionales. Argentina es miembro de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización de los Estados Americanos, entre tantos otros. Incluso somos “Aliado importante extra-OTAN” — o sea, importantes pero no tanto como para ser miembros.
Argentina, además, ha otorgado jerarquía constitucional a los siguientes tratados: Declaración Universal de Derechos Humanos, Convención sobre imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad, Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial, y Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer, entre otros.
Todo esto implica que Argentina es una provincia ejemplar — o al menos tan ejemplar como cualquier otro país — del imperio angloamericano. No hay espacio en blanco donde nuestro país no ponga la firma, y hemos sido pioneros en América Latina en temas como el matrimonio homosexual y el aborto. Ahora bien, se puede argumentar que Argentina hizo todo esto de forma voluntaria, y que así como entró puede salir cuando quiera. O podemos dejar de chuparnos el dedo.
Por supuesto, todas las anteriores son herramientas de la novedosa forma de imperio ya descrita por Jiang Shigong, pero el comercio y los tratados no son más que la primera capa.
Yendo un poco más abajo encontramos a las ONG y las diferentes fundaciones, cuyo papel es aún más sutil, si bien no menos efectivo, por tratarse de organismos paraoficiales de un imperio de por sí naturalmente insidioso.
Así, por ejemplo, Greenpeace “exige” al gobierno argentino la sanción de una supuesta ley de humedales. Así Amnesty International “exige” que el gobierno de la Provincia de Salta “cese […] la investigación en contra de Miranda Ruiz, que enfrenta una causa penal” por realizar un aborto. Amnesty, además, “pide explicaciones” al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por medidas tomadas respecto al “lenguaje inclusivo”. Así, Human Rights Watch “cuestiona” la política exterior de derechos humanos de Argentina — y, nuevamente Amnesty, “advierte” al gobierno argentino acerca de supuestas violaciones a los derechos humanos en Formosa.
Nuevamente, en la superficie estas son organizaciones privadas e independientes cuyo fin es puramente humanitario, y eso es lo que les da mayor legitimidad: pueden ejercer un tipo de presión que, en un contexto de imperio tradicional, ejercería de manera directa el Departamento de Estado, la Casa Blanca, o hasta el Pentágono. De esta forma, sin embargo, se logran las mismas cosas sin despertar sospechas. Es muy, muy importante para el imperio que sus provincias lleven a cabo las reformas necesarias bajo la ilusión de haberlo hecho de manera libre y voluntaria.
Estas organizaciones realizan marchas o “campañas”, se reúnen con nuestros gobernantes, y hasta llevan la cuenta de las batallas ganadas en nuestro territorio. Planned Parenthood, además, financió la creación de una lista negra de miembros de una supuesta “reacción conservadora” en colaboración con periodistas argentinos. Por si todo esto fuera poco, en 2020 el Ministerio de Educación se reunió con representantes de la Open Society de George Soros para “acordar proyectos en conjunto”.
¿Por qué una nación supuestamente soberana como la nuestra tiene que sentarse con una organización extranjera a acordar cualquier cosa?
Luego, por supuesto, tenemos la cuestión del financiamiento. En 2020, Open Society puso 1.4 mil millones de dólares en diversas causas en todo el mundo. Sólo en América Latina, gastó 80 millones de dólares:
¿Qué significa, por ejemplo, “democratic practice”?
Planned Parenthood, además, se jactó de haber financiado organizaciones abortistas en el país durante 15 años. Por algún motivo, el artículo original ya no existe. Quizás se dieron cuenta de que una cosa es que seamos un territorio ocupado y otra que nos pasen el miembro por la cara.
Para dar un último ejemplo, la FIFA y la UEFA suspendieron a la selección y los clubes rusos de sus respectivas competencias internacionales apenas días después de la “invasión” a Ucrania — por no nombrar el aluvión de banderas azules y amarillas en todo el mundo, un acto de coordinación espontánea que denota lo aceitada que está la máquina imperial en estos temas.
¿Qué tendrá que ver el fútbol, se preguntan? Todas las grandes organizaciones internacionales son órganos imperiales listos para actuar dentro de su respectiva área cuando es necesario. Podemos estar todo el día con esto, así que sigamos.
Otra herramienta clave de la ocupación son los medios de comunicación. En 2020, el New York Times publicó una gran cantidad de notas sobre la puja por la legalización del aborto, e incluso colaboró con Amnesty International en la famosa “contratapa verde” del 8 de Agosto.
Claro que esto no se limita a medios internacionales. Dentro de nuestro propio país, Infobae tiene su propia sección “LGBT+”, donde se pueden leer joyas como “Está gestando mellizos pero va a ser papá”, que no puedo dejar de recomendar. Más allá del humor, Infobae es un aparato de propaganda. La ideología LGBT es 100% extranjera y, lejos de ser universal y atemporal, es producto de un tiempo y lugar específicos: Estados Unidos. No es casualidad que la Open Society de George Soros considere a Daniel Hadad un aliado confiable, según un reporte de 2018.
Y otro de los “reliable allies” de la Open Society es Jorge Fontevecchia, en cuyo diario se promueve sin tapujos la ideología LGBT, así como en su revista Noticias, por ejemplo, se habla de la legalización del aborto como una de las pocas buenas noticias del 2020.
Y es que tampoco es necesario ponerse a buscar ejemplos concretos: toda persona que se detenga un minuto a analizar cualquier medio importante en la República Argentina podrá notar que, aunque respondan a partidos e intereses diversos, en lo que respecta a los pilares de la agenda imperial, todos están de acuerdo. Desde La Nación hasta La Izquierda Diario, el mensaje es uno solo. Existe una línea editorial única originada en los Estados Unidos y difundida a través del “periodismo independiente” de cada una de las provincias de su imperio informal. Sigamos.
Otra de las herramientas imperiales son las universidades. La ideología angloamericana se moldea en Harvard, Yale, Princeton y el resto de las universidades más prestigiosas. Es a través de ellas que los postulados ideológicos reciben su maquillaje empírico y salen al mundo con el sello de verdad objetiva. El fin de las universidades es muy puntual: dar sustento “científico” a futuras políticas públicas. Como estas universidades representan un ejemplo para el resto del mundo, no es extraño que a lo largo de todo el imperio informal las diferentes universidades reproduzcan el mismo modelo. Desde el cambio climático hasta los tratamientos hormonales para las terapias de conversión transgénero, todo se gesta en la academia.
El negocio es bastante claro: las universidades reciben fondos públicos y a cambio se espera que lleven a cabo investigaciones que lleguen a conclusiones más o menos acordadas de antemano. Esa ha sido siempre la relación histórica entre el Poder y los intelectuales: dinero a cambio de legitimidad. Como escribió Chris Bond en Némesis, los intelectuales “audicionan” para ser seleccionados y promovidos por el poder, lo sepan o no. Ciertas líneas de investigación reciben más incentivos que otras, mientras que algunas directamente se desechan — llegando algunas a ser lisa y llanamente heréticas.
Una vez que un nuevo dogma recibe el barniz de objetividad, los medios de comunicación se encargan de difundirlo con el fin de persuadir o al menos desensibilizar a la opinión pública a través de la pura fuerza de la propaganda constante, para culminar en algún tipo de política pública, el verdadero objetivo de todo este proceso. Así es como los argentinos hemos llegado a aceptar casi todo lo que nos han impuesto — por verlo en todas partes. Esto fue parte de la agenda homosexual en la década del ‘90. En The Overhauling of Straight America, ensayo que luego inspiraría el libro After the Ball (1989), los autores proponen que en los medios se muestre y se hable de los gays tanto como sea posible, porque “casi cualquier comportamiento comienza a parecer normal si uno es expuesto a él lo suficiente.”
Obviamente, creo que ese principio aplica a cualquier parte de la agenda imperial. Para un ejemplo más actual, se puede leer esta nota de Steve Sailer acerca de la viruela del mono y cómo la CDC norteamericana está tratando de ocultar, a través de la propaganda que los medios no tardarán en difundir, que se trata de una enfermedad casi exclusiva de hombres homosexuales. No hay que “estigmatizar”, dicen — y si te lo dicen una cantidad suficiente de veces, hasta podés llegar a creértelo, como sucedió con el HIV en los ‘80 y los ‘90.
Otro grupo clave en todo esto son, por supuesto, los políticos. Si recuerdan la lista de aliados confiables de la Open Society, en ella también figuraban muchos políticos, entre ellos Patricia Bullrich, Myriam Bregman, Sergio Massa, Silvana Lospennato, Daniel Lipovetzky, Fernando Iglesias, Miguel Angel Pichetto. En pocas palabras, salvo representantes de los partidos más marginales, todos los políticos trabajan en mayor o menor medida para la agenda imperial.
La explicación es sencilla: en la política todos quieren ascender. Todos quieren sentarse con la gente más importante. Como dijo Angelo Codevilla, en política todo se trata de quién cena con quién. Todo político que no tenga el cerebro sin pliegues sabe que lo más inteligente para su carrera es mantenerse cerca del poder y nadar con la corriente. Los incentivos están más que claros. Si un extraterrestre sociópata bajara a la tierra hoy y su único propósito fuera ascender en la jerarquía política internacional, ¿qué bandera elegiría? ¿la del arcoíris o la de Dios, Patria y Familia?
En nuestro país los políticos tienen la sola función de facilitar, promover, y de ninguna manera interrumpir, la implementación de la agenda imperial. A cambio, como los intelectuales y periodistas, son premiados con dinero, cargos, honores, premios y prestigio.
Por otro lado tenemos a las corporaciones. No hace mucho fuimos testigos, como todos los años, de cómo las empresas más grandes del mundo usaron el supuesto “Mes del Orgullo” para inundar el mercado de mensajes políticos. Algunos dirán que lo hacen porque “es popular” — pero ignoran que, al contrario, la ideología LGBT sólo es atractiva para una minoría ínfima de la población, y que la mayoría simplemente la tolera, ya sea por simple apatía (producto de la desensibilización-por-exposición) o miedo a las represalias.
A partir de acá, la agenda imperial cuenta dentro del territorio argentino con infinidad de individuos y organizaciones que, por razones políticas, económicas o sentimentales trabajan todos los días para llevar a cabo las reformas impuestas desde afuera. Apparatchiks, ONGs, agrupaciones sociales, docentes, terapeutas, psicopedagogos, estudiantes, e incluso gente cuyo hobby es el activismo constituyen la mayoría de las tropas de a pie de la ideología extranjera.
No sólo hablamos de personas para quienes todo esto es un buen negocio, sino que también son fundamentales los true believers — los conversos. Estas son las personas que trabajan gratis para la agenda imperial, y que prestan su tiempo para actuar de kommissars ideológicos en sus casas, en la escuela o en el trabajo. Por ejemplo, ya se tiró la idea de incluir “promotores estudiantiles ESI” en las escuelas de la Capital, que sean “personas voluntarias y comprometidas, que se expresen bien y que no les de vergüenza hablar, que puedan empatizar con sus compañeros/as y que tengan herramientas y reciban capacitaciones y formación para ejercer su función.”
Básicamente buscan reconocer, formalizar y perfeccionar algo que ya existe: adolescentes con alma de vigilante que se encargan de denunciar chistes o comentarios “machistas” o “racistas” — e incluso organizar protestas cuando una escuela católica del interior de la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, le pide a una alumna que respete el uniforme. Claro que esto sucede sólo en escuelas que no han sido totalmente cooptadas por ideólogos, que son cada día menos. Aquí no estamos hablando de ninguna rebelión estudiantil, sino que los chicos están haciendo el trabajo sucio de una ideología cuyo fin es la conquista total de nuestro territorio. ¿Cómo llega un chico a pensar y decir “la ropa no tiene género”? ¿Ex nihilo?
De más está decir que esta lista de actores está incompleta, y queda a cargo del lector completarla según su propio criterio. No tengo dudas de que estamos ante una ideología total que pretende, como un cáncer, hacer metástasis en todas las disciplinas y en todos los aspectos de nuestras vidas. Como el Islam en Medio Oriente o el marxismo en la Unión Soviética, no hay nada que la ideología no abarque.
Lo que quiero señalar es que los argentinos, la gran mayoría de nosotros, no tiene el más mínimo poder de voto respecto a las medidas que nos afectan todos los días. Somos soberanos en los papeles, pero no en los hechos, que es lo que cuenta. Vivimos en un territorio ocupado y administrado por gente que no nos ve más que como obstáculos a la realización de una serie de reformas cuyo fin último es la transmogrificación absoluta del pueblo argentino y la creación de “ciudadanos del mundo”, como cuando los victorianos quisieron transformar en ingleses a los indios. Un adolescente de la Ciudad de Buenos Aires hoy tiene más en común con un adolescente de Nueva York que con su propio padre — ¿Por qué? ¿Cómo cambia tanto un pueblo en apenas dos o tres décadas? Nuevamente, se nos ha entrenado para pensar que eso es normal, que es progreso, cuando es otra cosa.
Si bien no creo que logren destruir completamente la identidad argentina, están causando un enorme daño a muchas personas en su intento por lograrlo, ya sea a través de políticas ambientales cuyo fin es mantenernos pobres y subdesarrollados; tratamientos hormonales que hoy en día se ofrecen a jóvenes confundidos por la propaganda transgénero, en un gran negocio que quedará en la Historia como uno de los mayores crímenes contra la humanidad jamás registrados; o agendas feministas cuyo resultado es que las mujeres desconfíen y hasta odien a los hombres de sus propias familias, incentivándolas a incurrir en conductas autodestructivas como el aborto y la promiscuidad en nombre de una libertad mentirosa.
Todo esto puede dejar de ser así. Podemos cambiarlo. Todos los imperios caen, al fin y al cabo. Sin embargo, nada podrá hacerse mientras ignoremos la verdad fundamental: no somos dueños de nuestro país. Vivimos en un territorio ocupado.
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