ARGENTINA Y LA DERECHA NECESARIA

Occidente sufre el ataque de un nuevo colectivismo insidioso y audaz, pero sólo la Argentina carece de herramientas para organizar su defensa


Autor: Santiago González



Occidente está bajo asedio. Un colectivismo de nuevo cuño amenaza con inesperada ferocidad sus columnas fundamentales: la familia, la patria, la religión. No se trata esta vez de un enemigo claro y frontal, que avanza con sus banderas, sus tanques y uniformes, sino de una especie de peste insidiosa que se infiltra y expande y contagia y debilita y mata, envuelta como una droga amarga en una capa agradable, vistosa, atrayente y adictiva. Sus armas son tanto más peligrosas cuanto que se asientan en las construcciones más nobles que Occidente supo edificar sobre aquellas columnas basales: el humanismo, el derecho, la tolerancia, la libertad, la solidaridad. A partir de ellas, el viejo enemigo de nuevo rostro promueve el relativismo cultural, la eliminación de las fronteras, la aniquilación de la fe y la liquidación de la familia. Masivas oleadas inmigratorias procedentes de las regiones más ajenas del planeta se conjugan con los efectos esterilizantes de la ideología de género para alterar irreversiblemente la demografía de Occidente. El mito de la globalización promueve la cesión de la soberanía nacional a favor de bloques o grupos, en definitiva orientados a disolverse en un gobierno mundial sobre el que los ciudadanos individuales no tendrán ningún tipo de control. El ateísmo militante, disfrazado de ecumenismo, promueve una especie de supermercado confesional de credos descafeinados, convenientemente despojados de todo sentido de trascendencia.

Europa, cuna y alma de Occidente, es el objetivo central de este ataque, que la ha dejado perpleja e incapaz de organizar una respuesta, no digamos ya una defensa. Esa perplejidad nace del hecho de que el enemigo esgrime valores y principios que son de su propia creación, aunque sutil y refinadamente pervertidos. La prensa, y los medios en general, no han ayudado mucho a los europeos a aclarar sus ideas, al presentar los fenómenos que acabamos de describir como señales incontrolables del cambio de los tiempos, como tendencias sociales que se desarrollan gracias a una dinámica propia, como una evolución de las costumbres, como una de las manifestaciones de la modernidad. Pero la gran prensa es parte del problema, y no se puede esperar mucho de ella. Fue necesaria la intervención de las redes sociales y de algunos periodistas y medios marginales para que quedara en evidencia de que todos esos fenómenos que se despliegan ante nuestros ojos con desconcertante celeridad no tienen nada de autónomos sino que son organizados y promovidos desde muy puntuales centros financieros, como el que encabeza el magnate George Soros, más o menos disimulados gracias a la intermediación de una multiplicidad impresionante de organizaciones privadas (ONGs), vestidas todas con amables ropajes humanitarios, como Amnesty International o Planned Parenthood, para citar sólo nombres con los que el público argentino está más o menos familiarizado.




Curiosamente, los pueblos de Europa, los pueblos “originarios” de Europa, no son defendidos de esa agresión demográfica, cultural y religiosa por los mismos que en América defienden a los pueblos “originarios” del continente de lo que ellos describen como agresiones similares. No sólo no son defendidos, sino que son atacados como racistas, xenófobos, homofóbicos e intolerantes si intentan protegerse. Este doble estándar en las mismas organizaciones sólo se explica si se comprende que su objetivo es debilitar y someter al europeo, occidental y cristiano, donde quiera que se encuentre. Curiosamente también, la Unión Europea, la expresión política máxima de la socialdemocracia continental, nada ha hecho para proteger la zona que representa. 

Aunque no es algo que sorprenda en un organismo que resolvió quitar el carácter de “cristiana” de la descripción oficial de la región que institucionalmente encarna. Abandonada por su dirigencia política centroizquierdista, la población de Europa se vuelca de manera creciente hacia la derecha. En Italia, el nuevo gobierno puso fin a la farsa de los “barcos humanitarios” que descargaban masivamente inmigrantes africanos en sus costas. ¿A dónde fueron a parar esos inmigrantes? Pues sí, a la España accidentalmente conducida por el socialista Pedro Sánchez, que sabe cuáles son sus deberes. Pero el baluarte más sólido en defensa de la Europa cristiana, nacionalista y familiar se ha levantado en Hungría y Polonia, bastiones históricos contra las amenazas del Este: mongoles, otomanos y rusos. Bajo la pata del oso soviético, húngaros y polacos retemplaron su fe y su conciencia nacional, y estrecharon los vínculos familiares, y por eso tienen ahora los anticuerpos necesarios para defenderse de la nueva peste. Por supuesto, la progresía internacional caracteriza a sus líderes como racistas, xenófobos, homofóbicos e intolerantes. Lo mismo que hace con Donald Trump, cuyas políticas representan aproximadamente la misma reacción que la de húngaros y polacos, adaptada al escenario estadounidense. O con los presidentes de derecha elegidos en Chile y Colombia en razón de sus respectivas realidades.

La Argentina ha padecido y padece las mismas agresiones que sufre todo el mundo occidental. Pero en su inmensa mayoría, los argentinos no tienen conciencia del ataque, y carecen de defensas. Desde el restablecimiento del orden democrático en 1983, y en buena medida como reacción tras la seguidilla de golpes y dictaduras militares que se inició en 1955, el país tuvo gobiernos de orientación más o menos socialdemócrata –gobiernos aparentemente tan distintos como los de Alfonsín, Kirchner y Macri–, cuyas políticas pusieron la cultura del país en manos de la izquierda y la economía del país en manos de los grupos financieros internacionales que sostienen a esa izquierda. El destino de los argentinos, de las familias argentinas, del territorio argentino se decide en otros lugares. Pero, al igual que en Europa, la gran prensa no informa a la gente de estas cosas. Como en la Argentina no existe una tradición política de derecha capaz de pedirle cuentas a la izquierda y organizar una defensa contra sus maniobras, los argentinos se encuentran del todo desprotegidos frente al colectivismo de nuevo cuño. Nuestro país tuvo sí un pensamiento de derecha, más bien inspirado en el catolicismo francés, de Maurras a Mounier; pero América no es Europa, y a nadie se le ocurrió aquí contemplar el modelo de una derecha como la representada por el Partido Republicano estadounidense. Muchos votantes de Cambiemos, los que hoy están más enojados con el gobierno, esperaban en esa nueva alianza el despuntar de una derecha en la Argentina y hoy no pueden apaciguar su frustración. Y no saben hacia dónde mirar. Si hubiera prestado atención más cuidadosa a las enseñanzas de su fundador, el peronismo pudo haberse convertido en la expresión local de un nacionalismo liberal como el de los republicanos del norte: tenía todos los ingredientes. Pero para eso debió haber consolidado su doctrina y renunciado a su pretensión movimientista para reconocerse como una parte del espectro político, la parte derecha del espectro político. Una lástima, porque sin una derecha organizada, el sistema político argentino no puede funcionar; sin una derecha organizada, que asuma su defensa, la Argentina no tiene futuro como nación independiente y soberana, cristiana y occidental.



–Santiago González


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