LA CRISIS Y EL DESPUÉS
Autor: Santiago González (@gauchomalo140)
Nota original: http://gauchomalo.com.ar/despues-crisis/
Tal vez Cambiemos deba conformarse con ser un gobierno de transición, pero, si la sociedad no genera alternativas, ¿transición a qué?
La crisis presente ha puesto en evidencia todo lo que Cambiemos es capaz de dar y de no dar, y lo mejor que podemos esperar para lo que resta de su mandato es que llegue a su fin de manera ordenada, que no cause más daño a la Nación, y que pueda reparar aunque sea en parte el que ya le ha causado. Si supera estos tres desafíos, y la sociedad es capaz de generar una alternativa, tal vez reúna los méritos necesarios como para que la historia lo registre como un gobierno de transición.
A esta altura de las cosas, no depende sólo de Cambiemos la posibilidad de completar su turno normalmente sino también del comportamiento de sus opositores. El año y medio que tiene por delante no luce fácil: alta inflación, caida del consumo y del empleo, tarifas en aumento, y ajustes inherentes a la decisión del gobierno de someterse voluntariamente a los requisitos del FMI para obtener crédito. Si queremos tener una medida de lo que nos espera tomemos nota de dos cosas que se dijeron en estos días. El columnista Carlos Pagni se preguntó si la inesperada iniciativa de confiar a las fuerzas armadas tareas relacionadas con la seguridad no busca liberar a la gendarmería para emplearla en el control de la protesta social. El economista Miguel Angel Broda emitió esta lacónica advertencia: “Vienen tiempos difíciles para la Argentina y lo que el gobierno tiene que asegurar es que la gente coma, para decirlo de algún modo.” Que el gobierno pueda superar sin mayores conmociones este escenario dependerá en parte de su propia habilidad, pero también del comportamiento de sus rivales. La oposición inscripta dentro del sistema probablemente se abstenga de echar leña al fuego, pero la izquierda del “cuanto peor mejor” y el kirchnerismo cargado de resentimientos son otro cantar. Uno no puede dejar de evocar las escenas de diciembre en la Plaza del Congreso mientras se discutía la rebaja de las jubilaciones.
Cambiemos llegó al gobierno con la promesa inscripta en su nombre, y el mandato de cumplirla. Pero la única que había cambiado era la sociedad, que abandonó sus lealtades políticas tradicionales para confiar a un puñado de desconocidos la responsabilidad de sacarla de la espiral decadente a la que la arrastraron treinta años de democracia. Los muchachos del PRO resultaron ser lo que muchos temían: unos niños tan arrogantes e irresponsables como ignorantes y mal preparados, que repitieron puntualmente todos los errores y los vicios de los partidos tradicionales hasta enganchar la ojota en la piedra de siempre, la del tropezón que exije devaluación masiva, ajuste y recurso al FMI. El daño causado por la frustración cambiemita es triple: hay un daño político, porque malogró una oportunidad única y probablemente irrepetible de devolver a la Argentina la condición de república liberal con la que fue concebida y restablecer su orgullo y dignidad de nación, dispuesta a hacerse cargo de su destino y a asumir sus responsabilidades nacionales, empezando por la defensa del territorio y el bienestar de su población. Hay un daño económico, porque nada se alteró de la economía prebendaria que viene hundiendo al país desde hace medio siglo, nada se alteró (más bien al contrario) del Estado hipertrofiado y vampiro que succiona la escasa riqueza que produce el país para sostenerse a sí mismo y sus actividades, casi siempre nocivas y en el mejor de los casos inútiles, y nada se alteró en la práctica de endeudar irresponsablemente a la Nación (es decir a todos nosotros y a nuestros descendientes) para seguir sosteniendo lo que ya es evidentemente insostenible. Y hay por fin un daño moral [1] : el desaliento, el desánimo, la renovada certidumbre de que en este país nunca nada va a cambiar, el repliegue sobre sí mismo, el sálvese quien pueda, han vuelto a expandirse por la sociedad como una mancha de aceite. Contrasta con las historias recogidas por los medios acerca de argentinos que optaron por probar suerte en otros ámbitos donde, liberados del abrazo protector del Estado, ese ogro filantrópico del que hablaba Octavio Paz, lograron desarrollar sus capacidades y hacer fructificar sus esfuerzos. ¿Cómo no preparar, educar y alentar a los hijos para el exilio? ¿Cómo volver a creer después de haber creído, una vez y otra vez y otra, en vano? Hay además en el elenco gobernante una cualidad particularmente irritante: su insoportable levedad, para usar la expresión de Milan Kundera, su desapego, su distancia, su falta de respeto por los ciudadanos y las instituciones de la República, su falta de conciencia nacional, de sentido de la historia, todo ello reflejado en la agraviante insistencia en homenajear a los terroristas de los 70 e ignorar a los 44 submarinistas muertos en el Atlántico sur bajo su mandato.
El desgobierno de los K fue doloso, el de Cambiemos es culposo, no intencional sino resultado de su propia torpeza. Es difìcil decir si en lo que le queda de mandato podrá corregir algo del daño causado. El gobierno se encuentra abrumado por el atolladero económico en el que se metió por sus malas decisiones (malas decisiones que le fueron señaladas en cada caso por quienes los recibieron con las mejores expectativas), ha perdido la confianza del electorado en general y de buena parte de sus votantes en particular como dicen todas las encuestas, ya no cuenta con la tolerancia del “mercado” (en realidad el establishment) que se lo hizo saber claramente con la última corrida, y la gran prensa le quitó el blindaje protector con que lo mantuvo a resguardo durante dos años: los comentarios del pasado domingo en La Nación y Clarín sobre la confusión reinante en el elenco de gobierno fueron devastadores. De qué manera podrá sortear el año y medio que tiene por delante, en estas condiciones, es un interrogante abierto.
Como dijimos al comienzo, tal como están configuradas las cosas, la reelección que parecía asegurada tras las legislativas del año pasado ahora aparece por lo menos incierta, y si Cambiemos logra mantener con firmeza el timón hasta el fin de su mandato tal vez la historia lo reconozca en el futuro como un gobierno de transición. El problema es ¿transición a qué? Difícilmente pueda pensarse en el surgimiento de una fuerza política nueva, porque no hay tiempo ni hay espacio para ello, y el radicalismo es parte del problema presente. Queda el peronismo y su capacidad para reconvertirse. Según van las cosas, el peronismo será el árbitro del 2019, el que va a definir si tendremos entonces una transición hacia el futuro, o una vuelta en redondo hacia el pasado, mediato o inmediato.
–Santiago González
Nota original: http://gauchomalo.com.ar/despues-crisis/
Tal vez Cambiemos deba conformarse con ser un gobierno de transición, pero, si la sociedad no genera alternativas, ¿transición a qué?
La crisis presente ha puesto en evidencia todo lo que Cambiemos es capaz de dar y de no dar, y lo mejor que podemos esperar para lo que resta de su mandato es que llegue a su fin de manera ordenada, que no cause más daño a la Nación, y que pueda reparar aunque sea en parte el que ya le ha causado. Si supera estos tres desafíos, y la sociedad es capaz de generar una alternativa, tal vez reúna los méritos necesarios como para que la historia lo registre como un gobierno de transición.
A esta altura de las cosas, no depende sólo de Cambiemos la posibilidad de completar su turno normalmente sino también del comportamiento de sus opositores. El año y medio que tiene por delante no luce fácil: alta inflación, caida del consumo y del empleo, tarifas en aumento, y ajustes inherentes a la decisión del gobierno de someterse voluntariamente a los requisitos del FMI para obtener crédito. Si queremos tener una medida de lo que nos espera tomemos nota de dos cosas que se dijeron en estos días. El columnista Carlos Pagni se preguntó si la inesperada iniciativa de confiar a las fuerzas armadas tareas relacionadas con la seguridad no busca liberar a la gendarmería para emplearla en el control de la protesta social. El economista Miguel Angel Broda emitió esta lacónica advertencia: “Vienen tiempos difíciles para la Argentina y lo que el gobierno tiene que asegurar es que la gente coma, para decirlo de algún modo.” Que el gobierno pueda superar sin mayores conmociones este escenario dependerá en parte de su propia habilidad, pero también del comportamiento de sus rivales. La oposición inscripta dentro del sistema probablemente se abstenga de echar leña al fuego, pero la izquierda del “cuanto peor mejor” y el kirchnerismo cargado de resentimientos son otro cantar. Uno no puede dejar de evocar las escenas de diciembre en la Plaza del Congreso mientras se discutía la rebaja de las jubilaciones.
Cambiemos llegó al gobierno con la promesa inscripta en su nombre, y el mandato de cumplirla. Pero la única que había cambiado era la sociedad, que abandonó sus lealtades políticas tradicionales para confiar a un puñado de desconocidos la responsabilidad de sacarla de la espiral decadente a la que la arrastraron treinta años de democracia. Los muchachos del PRO resultaron ser lo que muchos temían: unos niños tan arrogantes e irresponsables como ignorantes y mal preparados, que repitieron puntualmente todos los errores y los vicios de los partidos tradicionales hasta enganchar la ojota en la piedra de siempre, la del tropezón que exije devaluación masiva, ajuste y recurso al FMI. El daño causado por la frustración cambiemita es triple: hay un daño político, porque malogró una oportunidad única y probablemente irrepetible de devolver a la Argentina la condición de república liberal con la que fue concebida y restablecer su orgullo y dignidad de nación, dispuesta a hacerse cargo de su destino y a asumir sus responsabilidades nacionales, empezando por la defensa del territorio y el bienestar de su población. Hay un daño económico, porque nada se alteró de la economía prebendaria que viene hundiendo al país desde hace medio siglo, nada se alteró (más bien al contrario) del Estado hipertrofiado y vampiro que succiona la escasa riqueza que produce el país para sostenerse a sí mismo y sus actividades, casi siempre nocivas y en el mejor de los casos inútiles, y nada se alteró en la práctica de endeudar irresponsablemente a la Nación (es decir a todos nosotros y a nuestros descendientes) para seguir sosteniendo lo que ya es evidentemente insostenible. Y hay por fin un daño moral [1] : el desaliento, el desánimo, la renovada certidumbre de que en este país nunca nada va a cambiar, el repliegue sobre sí mismo, el sálvese quien pueda, han vuelto a expandirse por la sociedad como una mancha de aceite. Contrasta con las historias recogidas por los medios acerca de argentinos que optaron por probar suerte en otros ámbitos donde, liberados del abrazo protector del Estado, ese ogro filantrópico del que hablaba Octavio Paz, lograron desarrollar sus capacidades y hacer fructificar sus esfuerzos. ¿Cómo no preparar, educar y alentar a los hijos para el exilio? ¿Cómo volver a creer después de haber creído, una vez y otra vez y otra, en vano? Hay además en el elenco gobernante una cualidad particularmente irritante: su insoportable levedad, para usar la expresión de Milan Kundera, su desapego, su distancia, su falta de respeto por los ciudadanos y las instituciones de la República, su falta de conciencia nacional, de sentido de la historia, todo ello reflejado en la agraviante insistencia en homenajear a los terroristas de los 70 e ignorar a los 44 submarinistas muertos en el Atlántico sur bajo su mandato.
El desgobierno de los K fue doloso, el de Cambiemos es culposo, no intencional sino resultado de su propia torpeza. Es difìcil decir si en lo que le queda de mandato podrá corregir algo del daño causado. El gobierno se encuentra abrumado por el atolladero económico en el que se metió por sus malas decisiones (malas decisiones que le fueron señaladas en cada caso por quienes los recibieron con las mejores expectativas), ha perdido la confianza del electorado en general y de buena parte de sus votantes en particular como dicen todas las encuestas, ya no cuenta con la tolerancia del “mercado” (en realidad el establishment) que se lo hizo saber claramente con la última corrida, y la gran prensa le quitó el blindaje protector con que lo mantuvo a resguardo durante dos años: los comentarios del pasado domingo en La Nación y Clarín sobre la confusión reinante en el elenco de gobierno fueron devastadores. De qué manera podrá sortear el año y medio que tiene por delante, en estas condiciones, es un interrogante abierto.
Como dijimos al comienzo, tal como están configuradas las cosas, la reelección que parecía asegurada tras las legislativas del año pasado ahora aparece por lo menos incierta, y si Cambiemos logra mantener con firmeza el timón hasta el fin de su mandato tal vez la historia lo reconozca en el futuro como un gobierno de transición. El problema es ¿transición a qué? Difícilmente pueda pensarse en el surgimiento de una fuerza política nueva, porque no hay tiempo ni hay espacio para ello, y el radicalismo es parte del problema presente. Queda el peronismo y su capacidad para reconvertirse. Según van las cosas, el peronismo será el árbitro del 2019, el que va a definir si tendremos entonces una transición hacia el futuro, o una vuelta en redondo hacia el pasado, mediato o inmediato.
–Santiago González
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