EL MERCADO Y EL ESTADO

El nuevo presidente del Banco Central conoce bien a las dos peligrosas fieras que acechan el valor de la moneda



Autor: Santiago González
Nota original: http://gauchomalo.com.ar/el-mercado-y-el-estado/


Diez días después de haber anunciado la intangibilidad del Banco Central, el gobierno de Mauricio Macri echó a su presidente. Hacía rato que le tenían ganas, pero tuvieron que esperar a que Federico Sturzenegger pusiera la firma al pie del memorando de entendimiento que la Argentina remitió al FMI. La demora salvó un aspecto formal, de buenas maneras, pero también dejó a la intemperie un costado práctico, de consecuencias más inciertas. ¿Cómo tomarán los muchachos de Christine Lagarde este cambio de caballo en medio del río?

Todo arreglo con el FMI tiene que ver con el manejo cuidadoso de la plata, y en los países normales son los bancos centrales o sus equivalentes los que se encargan de custodiar la moneda local. Pero, ¿custodiarla contra qué? La moneda de un país, de cualquier país, se encuentra bajo el permanente acecho de dos fieras peligrosas: el Estado y el mercado. Por eso se la pone al cuidado de una entidad que, si bien forma parte del Estado y opera en el mercado, se la supone independiente de uno y de otro. El Estado es una amenaza para la moneda cuando, generalmente como consecuencia del desmanejo de sus propios recursos, o sea gastar más que lo que recauda, le pide al banco central que le imprima billetes. El mercado es una amenaza para la moneda cuando advierte que la impresión de billetes deteriora el valor intrínseco de cada unidad monetaria, peso, dólar, escudo o como se llame, y entonces corrige su cotización, la “devalúa”, contra otras monedas o bienes; así descripta, la cosa parece una sana una corrección técnica de las paridades, pero el caso es que el mercado no es un lugar habitado por ángeles, y también suelen ocurrir corridas especulativas contra la moneda, orientadas a obtener beneficios de corto plazo. En general es el propio Estado el que habilita esas corridas, especialmente cuando recurre a medidas estrafalarias para evitar o por lo menos controlar los efectos devaluatorios (o inflacionarios) que su demanda de billetes sin respaldo ocasiona.

El pretexto difundido por los voceros oficiales para justificar la expulsión de Sturzenegger fue la escapada del dólar que, confundido entre la marea de pañuelos verdes que ondeaban por otras razones, trepó en dirección a los 30 pesos. Esos voceros propalaron la idea de que Sturzenegger y su equipo eran personas “demasiado académicas”, faltas de la “calle” suficiente como para pulsear con los mercados sin sacrificar reservas. En un punto, tienen razón. Los 15.000 millones de dólares del FMI, cuya llegada se aguarda en estos días con todo y banda de música, equivalen más o menos a las reservas despilfarradas por el Banco Central desde fines del año pasado en el vano intento de defender el valor del peso. Lo que los voceros ocultan es la responsabilidad del poder político en el deterioro de la moneda nacional, al ordenar al Banco Central la emisión de dinero y tomar deuda a la espera de unas milagrosas inversiones que debían llegar atraídas por la linda cara de los nuevos gobernantes. La culpa de Sturzenegger, en todo caso, fue acomodarse a esas demandas, sin plan económico alguno que les diera respaldo, y confiar en que su pericia técnica le permitiría navegar a dos aguas, y arbitrar con herramientas como la emisión de Lebacs, las metas de inflación y la oferta de reservas, las tensiones entre el mercado y el Estado. Imposible no comparar su caso con el de Carlos Melconian quien, desde la presidencia del Banco de la Nación, padeció demandas similares a las que sufrió Sturzenegger, dijo que no, y salió despedido a patadas pero por la puerta grande. El gobierno se ocupó de avisar que Federico se va reprobado y con la recomendación de cursar una maestría en alguna cueva de la calle San Martín.

Las milagrosas inversiones, como se ha visto, no llegaron, pero llegaron los fondos especulativos, que han hecho jugosas diferencias con las oportunidades financieras ofrecidas por el desatino local, y que ahora parecen haber decidido que ya es tiempo de recuperar sus dólares y marcharse por donde vinieron, por más que los intereses de las Lebacs anden por las nubes y por más que todos los días todos los diarios publiquen una foto de Nicolás Dujovne junto a Lagarde. Después de largas trifulcas, en las que ninguna de las partes lograba imponer su criterio a la otra, y los compromisos no hacían sino empeorar las cosas, los tipos “con calle” finalmente le ganaron la pulseada a “los académicos”, y el gobierno espera ahora que Luis “Toto” Caputo lidie con los mercados con mayor habilidad que Sturzenegger. Seguramente va a parecer así, porque el dólar a 28 pesos ya está en un valor real (ajustado por inflación) similar al que tenía tras la salida del cepo, y el Toto ya ha demostrado capacidad de negociación para ir deshaciendo el nudo gordiano de las Lebac.

Todo esto, sin embargo, es un aspecto importante pero lateral del problema económico presente. Lo realmente grave es que el gobierno sigue sin un plan, entre otras cosas porque carece de un proyecto de país, una imagen del lugar al que quiere llegar, capaz de entusiasmar a los argentinos y suscitar su adhesión, su buena voluntad, su esfuerzo. Y carece de un proyecto de país porque sus integrantes carecen de conciencia nacional. El discurso en el que Macri elogió la magnitud y la rapidez con que el FMI concedió su préstamo como su hubiera sido un gran logro argentino fue lamentable. La gran prensa ha presentado el memorando de entendimiento con el FMI como “el plan económico de Dujovne” cuando no es más que la hoja de ruta de un contador. Dicho sea de paso, Dujovne parece destinado a convertirse en el ministro de economía que el presidente Mauricio Macri nunca quiso tener. El mismo Dujovne que, según las noticias, tiene su considerable fortuna fuera del país, que no tiene correctamente declarados sus bienes locales, cuya casa en un barrio preferido de la capital federal tributa impuestos como un terreno baldío, y que solventa su gusto por las golosinas dietéticas con dineros del Estado. Probablemente el mercado reconozca a Nico como uno de los suyos, como a Toto.

–Santiago González

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