EDUCACIÓN ARGENTINA - LA CAÍDA DE LOS DIOSES

Grandeza y Decadencia
de la
Educación Argentina


Capítulo I
Las Luces de Mayo

Autora: Profesora Andrea M. Solís


En los tiempos de la Revolución de Mayo se conocía el enfrentamiento entre Cornelio Saavedra, Presidente de la Primera Junta y conservador, y Mariano Moreno, Secretario librepensante  y, según cuenta la Historia, jacobino [1].

Moreno había nacido en Buenos Aires en 1778.  Hijo de  un discreto funcionario español, su padre tuvo dificultades para solventar sus estudios. Aprendió las primeras letras en la Escuela del Rey (escuelas primarias estatales en tiempos de la Colonia); fue admitido en el Real Colegio de San Carlos (hoy Colegio Nacional de Buenos Aires) sólo como oyente: le faltaba dinero y abolengo. Uno de sus profesores, Fray Cayetano Rodríguez,  le abrió su biblioteca y un nuevo mundo para el joven estudiante. Cuando su padre pudo reunir la suma de dinero suficiente, Moreno se dirigió hacia la Universidad de Chuquisaca en el Alto Perú (hoy Bolivia) a fin de iniciar sus estudios en el Seminario Teológico. El canónigo Terrazas le franqueó el acceso a  su casa, y -al igual que Rodríguez- también a  su biblioteca, en la cual el joven Moreno buceó en los escritos franceses de la Ilustración. Uno de ellos, Rousseau, marcaría su destino a fuego: el seminarista cambiaría de carrera a fin de estudiar Derecho. Una vez doctorado, visitó las minas de Potosí, donde quedó profundamente impresionado por las condiciones de trabajo de la mita potosina:

"Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir a unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas” (Moreno, 1802). [2] 

Se destacó por sus ideas liberales y contractualistas que aprendió en la Universidad;  defendió  tanto el libre comercio como los derechos de los nativos. Además de escribir varios textos en su defensa, entre 1803 y 1804 realizó sus prácticas profesionales en el estudio de Agustín Gascón, oficiando como abogado defensor de indios contra abusos de sus patrones, llegando a inculpar a poderosos personajes como al intendente de Cochabamba y el alcalde de Chayanta.   La defensa de los aborígenes sometidos al yugo implacable de las minas del Potosí – donde morían al cabo de dos años de labores, intoxicados por  plomo y  mercurio- lo obligó a dejar el Alto Perú. A mediados de 1805 Moreno regresa a Buenos Aires. Casado con Guadalupe Cuenca, asume el cargo de Relator de la Audiencia (Tribunales) de la Capital virreinal.

Una vez asumido como   Secretario de la Primera Junta de Gobierno en poco tiempo su nombre quedó unido a una larga lista de realizaciones revolucionarias: estableció una oficina de censos y planificó la formación de una Biblioteca Pública Nacional; merced a las donaciones, la Biblioteca llegó a tener en poco tiempo cerca de 4.000 volúmenes. Funcionaba todos los días para los letrados y dos veces por semana para el público en general. También fundó  La Gaceta de Buenos Aires y  declaró obligatoria la lectura del Contrato Social de Rousseau  en todas las escuelas, al que previamente había traducido del francés. En los planes  de Moreno estaba también sustituir la educación dogmática y predominantemente teológica que se impartía en las escuelas de la colonia, por otra de carácter científico, pero la vida no le dio tiempo para realizar todos los proyectos que tenía pensado para modernizar estos territorios.

Su enfrentamiento con los sectores conservadores de la Primera Junta lo llevó a presentar su renuncia, la cual fue rechazada. En cambio,  le fue ofrecida una misión diplomática al Brasil y a Inglaterra.

Después de despedir a su esposo en el puerto de Buenos Aires, Guadalupe Cuenca encuentra en su casa  un macabro envío: un tocado de viuda.  Pocos días más tarde  Moreno muere  en alta mar, en dudosas circunstancias;   Saavedra dictará un decreto retirando los ejemplares del Contrato Social de Rousseau de las escuelas y prohibiendo su lectura.



A diferencia de Moreno, Manuel Belgrano nunca renunció a sus convicciones monárquicas. Pero a diferencia del sistema reinante, creía en la eficacia de las modernas monarquías constitucionales y parlamentarias.  Nació  en Buenos Aires en 1770;  hijo de un próspero comerciante italiano, también cursó sus estudios en el Real Colegio de San Carlos. Muy joven partió hacia Europa.  Pronto obtendría sus títulos de Abogado y de Economista en las Universidades de Salamanca y de Valladolid. Mente brillante y pensamiento progresista, pronto se hizo de un merecido lugar entre la intelectualidad en España. Al igual que Moreno,  quedó deslumbrado por la Revolución Francesa:

“Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento, directa o indirectamente" (Belgrano). [3]

De regreso en Buenos Aires, ocupó en 1794 el cargo de Secretario del Consulado de Comercio. Desde su público despacho, difundió las ideas de la Revolución  y de la fisiocracia, inspirado por Quesnay. Sus propuestas  acerca del librecambio y de la reforma agraria eran sistemáticamente rechazadas por los miembros del Consulado. Fundó el primer periódico porteño: el Telégrafo Mercantil, donde no sólo expresaba los nuevos postulados revolucionarios, sino que satirizaba  las costumbres de la época. Fundó la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica, proyecto que vinculaba el progreso económico con el desarrollo de la educación.

De esta manera, emprendió una importante labor educativa: creó la escuela de Comercio, la Escuela de Geometría y Dibujo y la Escuela de Náutica Civil (estas dos últimas, aún en pie). También fundó una escuela para niñas, extraña actitud en un tiempo y en una ciudad donde reinaba el  analfabetismo, en especial, en las mujeres… Las invasiones inglesas lo encontraron en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, mientras  la mayoría de las familias porteñas invitaban a la oficialidad inglesa  a sus tertulias.

A diferencia de la mayoría de los hombres de su época, Belgrano era un tipo atildado. Galante y de buen vestir, pronto se ganó fama de conquistador en los salones de Buenos Aires. Cuanto más lo apreciaban las damas, más lo despreciaban sus congéneres. Y no sólo por sus enredos amorosos: como funcionario, resultaba inteligente, y por sobre todo, insobornable. Rápidamente el Primer Triunvirato le encontró una nueva ocupación: la de General del Ejército del Norte. Belgrano emprende la campaña contra el ejército español, no sin antes elegir un pabellón que distinguiera las tropas patriotas de las realistas. Es por ello que el 27 de febrero de 1812  enarbola por primera vez la bandera celeste y blanca  - los colores de la Casa de Borbón- a orillas del río Paraná, en las cercanías de Rosario.

El Triunvirato le ordena inmediatamente la “reparación de tamaño desorden” : ¡la creación y jura de la Bandera Nacional!.  Posteriormente, y como parte de la Campaña, el gobierno porteño  le encomienda la fundación de cuatro escuelas,  las cuales  - a criterio de Belgrano - debían ser estatales y gobernadas por los respectivos Ayuntamientos (municipalidades), y en su entrada debía fijarse el escudo de la Soberana Asamblea del Año XIII, distinguiendo a las escuelas patrias de aquellas heredadas del colonialismo español. También publica un Reglamento para esas escuelas, inspirado en los preceptos de Rousseau: una educación científica y libre de castigos corporales.

Sin embargo, los 40.000 pesos fuertes jamás fueron enviados para su construcción.

La última de las “Cuatro escuelas del legado de  Belgrano” se inauguró en julio del año 2004, 191 años después de su fundación.

Como  sabemos, Belgrano murió pobre, despreciado por la elite porteña y olvidado el 20 de junio de 1820.

Nadie pude negar, a estas alturas, el inmenso legado de los hombres y mujeres  de Mayo, en especial, Moreno y Belgrano.



Aún resta que la Historia responda por qué fueron combatidos en vida, y su herencia - recuperada varias décadas más tarde – hoy se esfuerza en olvidar.

“Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía.”(Mariano Moreno. Prólogo a la edición en castellano del Contrato Social de Rousseau).

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