LOS POBRES LLEGAN A LA UNIVERSIDAD




Autora: Crai @cecirai

Los Pobres Vienen Llegando

Que este Gobierno, casi como cualquier otro que se precie de tal, no se especializa en decir cosas ni muy brillantes ni en el momento correcto, no es novedad. Que de esa sarta de sandeces agarren una o dos y las saquen de contexto, tampoco. Y eso fue lo que pasó hará cosa de diez días con las declaraciones de María Eugenia Vidal sobre la educación y los pobres y las universidades. Mientras todos se embanderaron atrás del “¿para qué queremos universidades en todos lados si los pobres no llegan a la universidad?”, algunos se tomaron la molestia de ver el video completo y descubrir que lo que había dicho era que los pobres no llegan a la Universidad porque no hay soporte a nivel primario y secundario para que eso suceda. Y mal que nos pese, equivocada no está. A continuación, algunos de los argumentos que alcancé a escuchar:

1) “La primera generación de universitarios”, como si eso, no el hecho de ir a la universidad per se fuera una bandera que vale la pena alzar. La verdad es que es terrible que en los albores del siglo XXI sea algo ponderable que tus padres y abuelos no hayan podido ir a la universidad; lo dije hace poco, más que aceptarlo como algo encomiable tendríamos que preguntarnos POR QUÉ. 

2) “Yo soy pobre, mi mamá es empleada doméstica y llegué a la universidad”, como si, de nuevo, la pobreza fuera un motivo de orgullo y no algo contra lo cual rebelarse y muchísimo menos algo que se puede cambiar. La romantización del pobre y la pobreza ha llegado a límites intolerables, donde caminar por el barro, comer polenta, no tener guita para apuntes es algo que hay que aplaudir. Porque aplaudimos al pobre que estudia, al pobre que se recibe, pero no perdonamos al pobre que usa su título para justamente dejar de ser pobre, y llegado el momento, defender lo que le costó tanto esfuerzo obtener, como el caso del Doctor Villar Cataldo


3) “Vidal quiere cerrar universidades, ¡EL HORROR!”. Y no. Lo que dijo es que los chicos no llegan a la universidad en condiciones. Y no se equivoca. Trabajo en una Universidad, no soy, afortunadamente, docente, sino personal administrativo. Veo todos los días chicos que confunden lógica con logística, que no saben armar notas, ni operaciones matemáticas simples. Veo docentes que se olvidan de ir a tomar examen, otros que te desaprueban por saber (afortunadamente también otros que hacen lo posible y lo imposible para que no dejes de estudiar). Y eso es algo que no podemos atribuirle a la pobreza, sino a una educación que hace mil años no le importa a nadie, y que justamente es la causa de que haya tantos orgullosos “primera generación de universitarios”. 


4) “Los pobres llegamos, Mariu”. Buenísimo, pero ¿a dónde llegaron? Una de las universidades más nombradas en esta discusión fue la Arturo Jauretche. Vaya a modo de ejemplo, el plan de estudios de la carrera de medicina de esta universidad, comparado con el plan de estudios de la misma carrera de la UBA. A la desigualdad supuesta que implica la pobreza, se le suma una carrera que le garantiza al alumno que jamás va a poder competir con pares recibidos en otras universidades. Imaginen a un alumno, sin haber cursado algo tan básico (se me ocurre a mí) como Anatomía e Histología pidiendo el reconocimiento de materias (porque tuvo el atrevimiento de mejorar su situación económica) a otra Facultad de Medicina, o postulando a una beca de investigación contra graduados que sí la tuvieron. Quizá sea una apreciación muy personal, pero lo que implica esto es un “te recibiste, pero de ahí no pasás”.


5) “Hablar contra universidades del Conurbano es falta de empatía”. Este es uno de mis favoritos. Al parecer, mencionar cualquiera de estas cosas automáticamente te convierte en un Rotschild odiador de la universidad pública y gratuita, privatizador como Macri y Peña y ñañañaña, porque el Conurbano es esa tierra mágica pero sobre todo lejana, MUY LEJANA, a la cual muchos gustan de mencionar cuando su culpa los atosiga. Como si no hubiera otras realidades iguales, o peores, como si en la Patagonia no hubiera casas de altos estudios sin gas, sin presupuesto, con docentes a los que sus alumnos le importan la nada misma pero cuyo voto en las elecciones para Decano y Rector valen el doble de lo que vale el del alumno, o universidades que dictan carreras que no son avaladas por el Ministerio de Educación.





Aclarar que una está totalmente en contra del cierre de universidades es redundante, pero necesario en tiempos donde es más barato ofenderse que intentar entender. Pero abrir universidades que no brindan desde lo académico igualdad de oportunidades me parece cuando menos cruel, por no decir algo un poco más fuerte. No exigir la revisión de planes de estudios y estatutos, sacar materias “porque son difíciles”, demonizar los exámenes de ingreso porque “sacan a los pobres de la universidad”, no preparar al alumno desde la escuela secundaria para lo que va a ser la universidad habla a las claras de que al pobre, como ocurre desde siempre, sólo se lo menciona por dos motivos: para ganar elecciones y para lavar culpas, como pasó con la desafortunada doctora de Caballito.


Acceder a una carrera universitaria, anotarse, permanecer, recibirse, no es fácil para nadie. Mucho menos para alguien que no cuenta con los medios económicos ni el conocimiento previo para llegar. Créanme que aplaudirle su condición de pobre, ofrecerle carreras que no le garantizan que deje de serlo, analizarlos desde un doctorado en Recoleta, no lo hace mucho más fácil. Y esto es finalmente imperativo: dejemos de hablar de pobreza como si fuera lo mejor que le puede pasar a cualquier ser humano; si no vas a brindar, como sociedad o como Gobierno, ninguna herramienta para que eso cambie, lo mejor es llamarse a silencio. 




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