A MÍ ME REBOTA

El oficialismo quería estirar la mecha hasta después de las elecciones, que está seguro de perder.



Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/a-mi-me-rebota/

 Seguramente hemos visto alguna vez en las películas de dibujos animados esas escenas en las que el gato y el ratón, o el coyote y el correcaminos, se arrojan entre sí una bomba con la mecha encendida esperando que estalle en las manos del otro. También seguramente hemos escuchado en las plazas el escudo verbal con el que los chicos procuran desviar hacia su autor los efectos de algún comentario malévolo: “A mí me rebota, y a vos te explota”. Estas imágenes vienen a la mente de manera casi natural cuando se presta atención al escenario detonado por la renuncia del ministro de economía Martín Guzmán, pero gestado desde mucho tiempo antes.

La explosión de la bomba es inevitable, sea por la dinámica propia de la economía, que en un momento dado hace volar por el aire todas las restricciones, cepos y corsets impuestos desde el gobierno, sea por las medidas que se adopten para moderar el estallido: devaluaciones, ajustes, recesión, siguiendo las recomendaciones del FMI. Deflagración libre o controlada, digamos. Lo que la política estuvo discutiendo en estas semanas fue en manos de quién va a estar la bomba cuando estalle, de uno u otro modo.

El oficialismo quería estirar la mecha hasta después de las elecciones, que está seguro de perder. La oposición naturalmente pretendía acelerar los tiempos, para hacerse cargo del gobierno en el futuro con el trabajo sucio ya hecho. La ministra Silvina Batakis, en su breve reinado, le hizo saber al oficialismo que no había manera de alargar la mecha; la oposición encontró el inesperado apoyo del grupo de empresarios prebendarios cuyos patrimonios se multiplican bíblicamente en cada una de estas crisis, y entre todos aceleraron la presión.

La bomba seguía saltando de mano en mano, mientras los indicadores económicos que hacen titulares, fácilmente manipulables con mínimas intervenciones inteligentes en el mercado, ardían al rojo vivo. El oficialismo entró en pánico, y se mostró receptivo a iniciativas que había rechazado menos de dos semanas atrás. Como la que proponía poner todos los resortes de la conducción económica en manos del presidente de la Cámara de Diputados, que cuenta con poderosos padrinos locales (los mencionados grupos prebendarios) e internacionales (en los ambientes más identificados con la globalización económica y el gobierno mundial).

Sergio Massa se hace cargo de la bomba con la mecha encendida, para alivio y suspicacia de oficialistas y opositores. Si le estalla violentamente en las manos, ellos quedarán a salvo, y con el terreno despejado para volver a las andadas. Pero si logra controlar los efectos de la explosión, se habrá convertido en una tercera opción con impensables posibilidades para las elecciones presidenciales del año próximo. Massa aprovecha la cobardía o la falta de imaginación de kirchneristas y cambiemitas para promover sus ambiciones políticas, que hasta ahora marchaban sin pena ni gloria por una vía muerta.

Con violencia o sin violencia, como dice el economista Carlos Melconian, el estallido habrá de producirse y, con mayor o menor dolor, lo pagaremos todos, pero especialmente una clase media en vías de extinción. Y, como en cada una de estas crisis a las que ha sabido llevarnos nuestra querida democracia, una parte importante de la riqueza nacional cambiará de manos a precios de liquidación en favor de ese sector económico con fluidos lazos políticos, ahora patrocinador oficial del superministro. -S.G.



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