ALGUIEN TENÍA QUE CEDER

Recreó el “entrismo” marxista de los 70, pero sólo para encubrir y sostener un proyecto personal de enriquecimiento y poder


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/alguien-tenia-que-ceder/


En parte convencida y en parte presionada, Cristina acepta la candidatura de Massa y plantea nuevos retos a sus rivales

mediados de mayo Cristina Kirchner dirigió una carta a sus seguidores en la que les explicaba su decisión de no presentarse como candidata en las próximas elecciones. Al comentar esa carta subrayé que, consciente de la incapacidad de la corriente iniciada por su marido para seducir nuevamente al electorado, la vicepresidente transfería al peronismo en su conjunto la responsabilidad de generar nuevos liderazgos y nuevas propuestas. Cristina, que nunca le tuvo simpatía ni confianza, escribió que “el peronismo sigue siendo el espacio político que garantiza la defensa de los intereses del pueblo y de la nación” y le encomendó diseñar “un programa de gobierno que vuelva a enamorar a los argentinos, y convencerlos de que un país mejor no sólo es posible sino que, además, es deseable.” Esa carta llenó de desazón a sus fieles. Los hechos que condujeron a la candidatura de Sergio Massa probaron que hablaba en serio.

Así como los futbolistas poseen una clase especial de inteligencia que les permite colocar la pelota en el arco contrario después de sortear todas las dificultades y dibujando complejas filigranas que asombran a la tribuna, los políticos cuentan con una habilidad particular para acrecentar y consolidar su poder aun en condiciones adversas. Los buenos futbolistas, y los buenos políticos, son conscientes también de que más allá del fervor que sus personas despierten en la tribuna, forman parte de un equipo; que hay momentos del juego enrevesado en el que están metidos que exigen pasar la pelota, porque aparece alguien, otro, mejor colocado para conseguir el triunfo. Al cierre del registro de las candidaturas, casi frente al arco, Cristina Kirchner demostró poseer esa inteligencia política que advierte cuándo llegó el momento de ceder, de hacer el pase.

También debe reconocerse la habilidad del regularmente inhábil Alberto Fernández para forzar esa jugada. Al insistir en la necesidad de que el oficialismo se sometiera a las internas abiertas para definir su candidato, y promover la opción -por muchas razones temible para el kirchnerismo- de Daniel Scioli, neutralizó la capacidad de Cristina para imponer su voluntad en la definición de la fórmula. El ingreso a la cancha de Eduardo de Pedro sólo fue aclamado desde las confortables plateas de La Cámpora, mientras las populares bramaban de indignación sintiendo que su equipo se preparaba para perder: el juvenil no estaba en condiciones de recibir la pelota. El cuerpo técnico de los gobernadores justicialistas interpretó el reclamo y el kirchnerismo cedió el control del juego.


Lo que hoy se describe en trazo grueso como peronismo no tiene nada que ver, ni como doctrina ni como proyecto nacional, con el movimiento que vio la luz en 1945. Es apenas una máquina de conquistar y retener poder político, puesta al servicio de corporaciones prebendarias en las zonas más prosperas del litoral y de dinastías clientelares en los territorios provinciales menos desarrollados. El kirchnerismo introdujo en ese esquema una cuña ideológica que recreó el “entrismo” marxista de los 70, pero sólo para encubrir y sostener un proyecto personal de enriquecimiento y poder. Ese proyecto acaba de ser estrangulado en un juego de pinzas por el ala corporativa y el ala clientelar del peronismo, convencidas de que el kirchnerismo ya no les sirve para conservar el poder. Cristina ya había reconocido en su carta la impotencia del programa familiar.

La candidatura de Massa le plantea un serio problema a sus rivales políticos. Horacio Rodríguez Larreta, que eligió la moderación y el diálogo, va a ser el más afectado. El todavía ministro de economía se mueve con mucha comodidad y comunica mejor en ese espacio del centro que suele atraer a la mayoría del electorado nacional, y cuenta además, mucho más que Larreta, con el beneplácito, la complicidad y el apoyo del “círculo rojo” corporativo y prebendario. Lo que le sirve al jefe de gobierno porteño para enfrentar a Patricia Bullrich en las internas lo asimila y lo confunde al mismo tiempo con su rival oficialista.

Bullrich también va a estar en problemas: si acentúa su “dureza” corre el riesgo de enajenar al electorado centrista que tradicionalmente define las elecciones nacionales, si se “ablanda” pierde la capacidad de diferenciarse de sus rivales. Probablemente cultive su perfil “halcón” hasta las internas, para distinguirse de Larreta, y si las gana encare luego una campaña más moderada y programática contra Massa. Javier Milei va a seguir en la suya, estrechando el abanico de sus seguidores a una minoría ideológica o iconoclasta como la que sigue a la izquierda.

Se dice que el kirchnerismo proyecta un repliegue táctico en la provincia de Buenos Aires, confiado en los supuestos atractivos electorales de Axel Kicillof. Aunque todo es posible, quienes plantean esa hipótesis tienen escaso conocimiento del gran Buenos Aires y de la mentalidad de su gente. Especialmente Néstor Grindetti, pero también Diego Santilli, se ajustan más al perfil preferido por el bonaerense medio que el favorito de Cristina. Kicillof debe estar preguntándose sobre la conveniencia de desdoblar la elección, o viajar colgado de Massa. Sobre su territorio penden además dos incógnitas difíciles de discernir por ahora: la incidencia del asistencialismo clientelar en una población empobrecida, y el comportamiento electoral de miles y miles de jóvenes que no estudian ni trabajan.

Un repliegue táctico del kirchnerismo, por otra parte, supone una estrategia. Pero, ¿quién conduciría esa estrategia familiar de poder y recaudación? El kirchnerismo no ha generado recambios generacionales, ni podría hacerlo por su misma naturaleza. Cristina Kirchner no tiene la edad ni parece tener las energías ni la voluntad necesarias para emprender proyectos de largo plazo, y su hijo Máximo no da señales de haber heredado las cualidades que permitieron a sus padres dominar la política argentina durante dos décadas. Más que táctico, el repliegue del kirchnerismo puede ser estratégico. Cristina no debe haber pasado por alto un fenómeno curioso: a medida que toma distancia y se aleja de la escena política, las causas judiciales que la atormentan milagrosamente comienzan a caer.

–Santiago González


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