GANADERÍA DE CAMÉLIDOS
Autor: Marcelo Posada (@mgposada)
En el actual territorio argentino se detectan cuatro especies de camélidos sudamericanos, dos silvestres, vicuña y guanaco, y dos domesticados, llamas y alpacas. Las dos primeras son aprovechadas bajo parámetros especiales, constituyendo un tipo específico de explotación de los recursos naturales, actividad conceptual y operativamente distinta de la ganadería. Por ende, en estas páginas nos ocuparemos de la cría y utilización productiva de llamas y alpacas. Dado que en la Argentina el número de alpacas registradas es muy reducido, con una producción acotada a unos pocos establecimientos (mayormente asentados en la provincia de Catamarca), el eje estará puesto en la ganadería de llamas.
Como en tantas otras áreas productivas, la ganadería de camélidos también carece de estadísticas precisas y actualizadas. El último censo de estas especies data de inicios de siglo y, de acuerdo a varios analistas, lo relevado adolece de muchas deficiencias, por lo cual sus datos deben ser tomados con cautela y cotejados con otros provenientes de otras fuentes y estimaciones. Grosso modo, se estima que en Argentina hay un stock de alrededor de 330.000 cabezas de llamas [1], ocupando el tercer lugar en el ranking de existencias mundiales, detrás pero lejos de Bolivia y Perú.
La mayor parte de las existencias de llamas en Argentina se concentran en la provincia de Jujuy (el 65%), seguidas en importancia por Catamarca (16%), Salta (11%), repartiéndose el resto por distintas jurisdicciones del país (Buenos Aires, La Pampa, Neuquén, etc.). Dentro de las tres primeras provincias mencionadas, el stock se asienta, principalmente, en la región de la Puna, en tierras que mayormente son marginales para otro tipo de producción agropecuaria.
Llama Gran Campeona, Sociedad Rural Argentina, por once años consecutivos las llamas catamarqueñas arrasan con los premios. |
El sistema productivo predominante en esta ganadería es el tradicional de las regiones andinas, con producción estacional y manejo cíclico y trashumante. Los pastores (la mayor parte de las veces, las mujeres de la familia) acompañan el desplazamiento de sus animales hacia las alturas durante la época estival, aprovechando los pastos nuevos y tiernos, y descienden durante el invierno hacia los valles donde aún pueden encontrar pastos de cierta calidad para la alimentación animal. Las principales actividades relacionadas con el manejo se concentran en primavera-verano, coincidiendo con la época de servicio, la esquila (que se extiende unos meses más allá del verano) y la parición (si bien no hay estacionamiento del servicio y por ende las pariciones pueden darse en cualquier época del año, es en el verano donde se concentra la mayoría).
Campeonas en la Segunda Feria Ganadera de la Llama. |
El tiempo de gestación de las llamas es de casi un año y se obtiene una cría por hembra, en razón de lo cual el manejo reproductivo adquiere importancia para el mantenimiento del stock en cada hato. Del mismo modo, el manejo de la sanidad es considerado un punto crítico, específicamente por los problemas de parásitos externos e internos que afectan a las llamas, provocando pérdidas en la producción de fibra y de carne. Algunas estimaciones señalan que más del 20% de la producción de ambos subproductos se pierden por la presencia de esos parásitos [3].
Lana de llama. |
La producción de fibra es la principal actividad de esta ganadería, y en particular, en el estrato de productores que tienen una orientación en mayor o menor medida hacia el mercado. La esquila se realiza, en general, cada dos años, si bien en las unidades más especializadas se llega a la esquila anual. Esta se realiza a tijera y al aire libre; el vellón recolectado se acumula en cestos o sobre un paño y posteriormente transita por tres instancias:
a) el acondicionado, que implica revisarlo y quitar los elementos indeseables.
b) la clasificación, durante la cual se separan las fibras en clases o grupos, según el criterio que se adopte (diámetro de la fibra, tipo de vellón, colores).
c) la tipificación, la cual consiste en el agrupamiento de las fibras según los resultados de la clasificación.
Dada la heterogeneidad en la composición de los hatos, los parámetros de rindes de fibra y carne son muy disímiles. Grosso modo, se considera que cada llama puede entregar por esquila anual entre 1,5 y 2,5 kg. Considerando que los animales doble propósito (fibra y carne) son faenados a los 20-22 meses, se estima que en su vida productiva entregaron entre 3 y 5 kg de fibra en vellón. A su vez, cada cabeza faenada lo es con un peso de carcasa de entre 35 y 50 kg, con un rinde limpio del 54%. Como producto de la faena se debe contabilizar también el cuero, si bien, inicialmente, no es un producto objetivo de esta crianza.
Carne de llama al vino tinto. |
Como se mencionó, el subproducto de la faena es el cuero, el cual generalmente es utilizado por las familias productoras para la realización de utensilios de uso propio, y en otras ocasiones sufre algún proceso de curtido, vendiéndose posteriormente, por canales informales, a artesanos locales.
Como se desprende de lo anterior, la fibra es, por lo tanto, el producto de mayor valor comercial y que posee, a la vez, una potencialidad expansiva muy elevada. Desde mediados de la década de 1990 comenzaron a constituirse centros de acopio en la zona productora, de modo de generar escala para la comercialización, buscando obtener mayor margen de negociación y mejores precios. Esos centros, organizados en forma cooperativa mayormente, intentan elevar la calidad de la fibra que reciben y venden, para lo cual con apoyo de organismos públicos (INTA e INTI) y de otros no gubernamentales (muchas veces con financiamiento del exterior) brindan capacitaciones y asistencias técnicas para que el productor en su establecimiento, y luego los propios centros de acopio, efectúen un mejor manejo del vellón y la fibra.
Sin embargo, del total de la producción anual de fibra (alrededor de 60 tn), los centros de acopio solo canalizan una sexta parte, comercializándose el resto por el tradicional sistema de “al barrer”, en el cual un comerciante acopiado por cuenta propia o por encargo de terceros, recorre la zona productiva y va adquiriendo toda la fibra que ofrece un productor individual o uno de los centros de acopio comunitario que no trabaja en red con el resto. Esta modalidad mayoritaria de comercialización hace hincapié en el volumen de la fibra y no tanto en su calidad, lo cual no contribuye a que se eleven los estándares nacionales de calidad de fibra, tal como sí ocurre en Bolivia, Perú o Chile. Y esto pese a que el diferencial de precio que obtiene el productor es sustancial: vendiendo por los centros de acopio agrupados llega a cobrar un 45% más que si vende “al barrer”.
La ganadería de camélidos posee un potencial de desarrollo muy grande. La fibra, al igual que la carne, son productos “exóticos”, tanto para el consumidor de los países centrales como para nichos de alto poder adquisitivo del propio mercado interno. Y su potencialidad se expresa en los intensos esfuerzos productivos que se desarrollan en Estados Unidos, Australia, Canadá, Gran Bretaña, entre otros países, que han comenzado a desarrollar esa producción empezando por la base: importando la genética para el mejoramiento de los planteles que tienen en stock desde hace unas década. Perú y Bolivia, y en menor medida Chile, están exportando esa genética proveniente de líneas animales principalmente productores de fibra [6]. El morfotipo argentino es básicamente doble propósito, y según diversos estudios, presenta una buena calidad tanto de fibra como de carne, a la par que está muy bien adaptado a las condiciones ambientales donde se asienta el rodeo. En otras palabras, existiendo la base genética, las acciones pendientes pasan por dos vías: por un lado, el desarrollo de planteos productivos eficaces y eficientes, y por el otro, propiciar la organización de la cadena productiva con una orientación hacia el mercado.
Carpaccio. |
Sin embargo, si en los aspectos técnicos “duros” la intervención (pública, en este caso) está claramente encaminada a la eficiencia y la eficacia, cuando se avanza hacia los aspectos organizativos de la cadena, en particular, hacia las fases de comercialización, las intervenciones, tanto públicas como privadas, comienzan a forzar situaciones, ideologizando la orientación de esas acciones en función de un imaginario socioproductivo que, en la práctica, no se halla presente.
La configuración sociocultural de la población asentada en las zonas productivas de llamas, con sus particularidades comunitarias, su arraigo a prácticas productivas ancestrales, y sus estrategias de supervivencia adecuadas a su disponibilidad de recursos (y que les impide acumular capital), constituye un punto de partida inadecuado para constituir un encadenamiento sólido, dinámico y orientado al mercado. Pese a esto, el Estado interviene a través de “planes de competitividad” sectorial, buscando explícitamente “(…) integrar verticalmente la cadena de valor e internalizar la generación de nuevos ingresos económicos (…) [7].”
En función de esto, distintos organismos, como los mencionados INTA e INTI, han desenvuelto iniciativas (algunas con apoyo financiero de organizaciones civiles extranjeras) buscando que las comunidades andinas alcancen aquella integración vertical, ligando la fase de la producción con la fase de la exportación, pasando por las instancias de hilado, tejido y confección, en el caso de la fibra. El trabajo conjunto con los centros de acopio, por ejemplo, son una de las instancias que vienen desarrollando, lo mismo que al intentar acercar a productores y artesanos para generar y retener valor en origen, tal como se postula reiteradamente.
Impulsar esquemas de integración vertical en el contexto andino de la ganadería de llamas es forzar las capacidades y posibilidades que tienen los productores involucrados, en pos de ideas preconcebidas en ámbitos académicos o técnicos sin conexión con la realidad circundante.
Abrigo de MAX MARA 70% alpaca = 2.775 libras esterlinas. |
Los productores andinos de llamas tienen un saber propio, ancestral, pero que puede y debe complementarse con avances científicos en manejo animal que impulsarían el incremento de los estándares de eficacia y eficiencia productiva. A la vez, no necesariamente las mismas comunidades andinas deben desarrollar las actividades de las fases siguientes de la cadena (en el caso de la fibra, desde el hilado hasta la venta final de las prendas confeccionadas, y en el caso de la carne, la faena, el procesamiento y la comercialización al mercado interno o externo). Pretender que poblaciones productoras de cuasi-subsistencia y de escasos recursos (recordemos: solo el 20% de las explotaciones tienen orientación hacia el mercado) avancen hacia la complejidad operativa de la cadena es, como se mencionó, forzar su potencialidad.
Muy distinto es diseñar e implementar un programa de desarrollo de la cadena ganadera de camélidos en base a una estrategia de coordinación entre agentes locales y agentes externos (a la región y/o al país), buscando administrar el conflicto inherente a todo intercambio económico, a través del establecimiento de reglas claras, acciones colectivas y acompañamiento público precompetitivo.
Hoy la coordinación es inexistente, imperando en el grueso de los intercambios los mecanismos de compra/venta tradicionales, donde los ingresos de los productores son muy bajos (pero acorde a la estrategia que desenvuelven de inserción marginal en el mercado). Dinamizar el complejo pasaría, no por hacer avanzar al productor hacia otras fases (integrarse verticalmente), sino por la mejora de su rol de productor primario, capacitándolo técnica y organizativamente, y dotándole de las herramientas necesarias para que pueda interactuar con los agentes de las fases sucesivas (quienes les compran la fibra producida o la carne faenada), en el marco de una interacción ventajosa para ambas partes.
No necesariamente agregar valor en origen implica tejer un poncho en el mismo lugar donde se cría la llama de la que se obtiene la fibra. El hacer que esa fibra sea de la mejor calidad, con un rinde por animal elevado, adecuadamente tipificada y presentada para su comercialización puede generar, proporcionalmente, mucho más valor en origen que tejer aquel poncho con una fibra de calidad mediocre.
La ganadería de camélidos tiene, como se mencionó, un potencial de crecimiento sustancial, en particular en conexión con los mercados externos que reclaman productos “exóticos”. Aprovechar esa demanda desde el propio lugar de productores primarios, conjugados con otros agentes extraterritoriales es el camino a seguir, aún cuando técnicos y funcionarios pretendan que sería mejor apelar a otros esquemas organizativos que, por lo que se ha visto en las últimas décadas, está lejos de adecuarse a las características socioculturales locales.
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Agradecemos la difusión del presente artículo: http://restaurarg.blogspot.com/2018/11/ganaderia-de-camelidos.html
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Notas:[1] El Censo de 2002 consignó algo más de 160.000 cabezas, pero los analistas sectoriales coinciden en sostener que hubo una notoria subvaloración del stock.
[2] Si bien una amplia mayoría de explotaciones hacen solo ganadería de llamas, las unidades más conectadas al mercado desenvuelven una cría mixta de llamas y ovejas.
[3] https://www.agrovetmarket.com/investigacion-salud-animal/pdf-download/sarna-en-camelidos-sudamericanos
[4] http://www.agrolatam.com/nota/32937-inauguran-en-jujuy-un-frigorifico-de-corderos-cabras-y-camelidos
[5] http://www.alimentosargentinos.gob.ar/HomeAlimentos/Nutricion/fichaspdf/Ficha_48_Carne%20de_llama.pdf
[6] http://www.elfederal.com.ar/por-que-criar-llamas-y-alpacas
[7] https://www.economia.gob.ar/programanortegrande/docs/jujuy_camelidos_pc_resumen.pdf
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