CORDERAS Y LEONAS

¡Liberate, mujer, pero en serio!


Por Bets (@Betsiebook)

No soy una víctima. Voy a empezar así.

No soy una víctima del patriarcado, no soy una víctima del “sistema” (sea cual sea ése), no soy una víctima de los hombres. 

Estoy harta, profunda y totalmente hastiada, de los mensajes que sistemáticamente nos bajan no ya desde los medios sino desde las redes quienes se supone que son nuestras pares. No entiendo cómo mujeres que dicen reclamar y ejercer el derecho a decidir sobre sus cuerpos, sobre su sexualidad, sobre sus propias vidas y carreras pueden andar cada día llorando en cuanto espacio, hilo, conversación o posteo aparezca que “vivimos con miedo”, “nos matan por ser mujeres”, “nadie entiende cómo tenemos que salir a la calle”. 

Por otro lado, confieso, me molesta el plural. Soy mujer, a veces tengo miedo, pero no lo tengo por “ser mujer” lo tengo porque soy una persona que vive en un país y en una provincia donde el mensaje actual que se baja desde las instituciones que deberían actuar ante la inseguridad es que el delincuente es una pobre víctima de la sociedad mientras que nosotros, los ciudadanos honestos, los que trabajamos, estudiamos, no robamos, no violamos y no matamos somos unos malditos insensibles incapaces de aceptar perder un poco en bien de una solidaridad que pacifique a la población. Alerta de spoiler para los amantes de las doctrinas buenistas: no funciona así, nunca funciona así. Quien se acostumbra a que sus desmanes no tienen consecuencias simplemente escalan en la violencia. Pero esto es tema para otro día.


Lo interesante de esto es que quienes nos dicen que seamos buenos perdedores en pos de una mejor convivencia son quienes no conviven con nosotros: políticos con custodia, jueces con custodia, personajes que tienen sus casas perfectamente aisladas de la realidad social. Existen excepciones? Sí, unas pocas.

Sin embargo, estos personajes son muy sensibles a ciertas formas de la crítica, por ejemplo no ser lo suficientemente progres… así los vemos imponer leyes que consagren las mismas diferencias que dicen querer eliminar y pretenden cargarse la igualdad ante la ley creando figuras penales más gravosas según si la víctima tenía esto o lo otro entre las piernas, se percibía esto o lo otro en su vida diaria. 

Estoy cansada de escuchar cómo nosotras solas no podemos y debemos acudir a un ente mágico y maravilloso que para cualquier otra cosa hay que defenestrar: el Estado. Sí, ese monstruo que para los progres y la izquierda es el origen de todos los males junto con el mercado y el capitalismo, es también a quien hay que arrancarle leyes especiales que violen los principios básicos de la convivencia: somos formalmente iguales y por lo tanto nadie debe ni puede tener ventajas espurias. No entiendo que algunas celebren la discriminación positiva como un triunfo de las mujeres cuando es el reconocimiento de nuestra derrota. 
Pero volviendo a la mentalidad de cordera sacrificial, que parece ser necesaria en estos días para impostar feminismo en las redes y los medios, no entiendo realmente que reivindiquen un lugar de absoluto desvalimiento. 

Se pintan la cara cual soldado de camuflaje, se ponen borcegos como si fueran a caminar por parajes inhóspitos y después suben foto llorando en las redes porque no las dejaron pegarle a un policía, las llevaron presas por realizar destrozos en la propiedad pública o la gente las insultó. Se olvidan que cada acción tiene una reacción, también llamada, en nuestra vida diaria consecuencia.

Dicen que luchan por el derecho de cada mujer a hacer lo que quiera con su cuerpo, (mientras no elija la prostitución, o la maternidad) y que van a “defendernos” también a las que despreciamos el feminismo terceraolista mientras nos escriben que ojalá nos violen o nos maten. ¿Quizás porque en la cultura tanática que adoran así les servimos para algo? ¿Cuál es el sentido de marchar pidiendo justicia por una mujer a la que le deseaste los peores males? Igual, si algo entendí en este tiempo, es que estas criaturas a las que llamo “femibeles” han renunciado hace tiempo a la coherencia y la racionalidad.

Uno de los tópicos favoritas de las eternas corderas es el mito de que a los hombres no los matan ni los violan, o que al menos, las que creen que así tienen un argumento a prueba de balas, que no lo hacen en razón de su sexo (el género autopercibido no aparece aquí) y que definitivamente no lo hacen ni sus parejas ni sus ex parejas. He hablado en otro lugar, también en RestaurAr, sobre la violencia femenina contra los hombres pero voy a retomar algo y agregar algo: difícilmente alguien sea asesinado en razón de su sexo o género a menos que hablemos de crímenes de odio y estos son menos del 1% de todos los delitos (remito a las estadísticas del Ministerio de Seguridad, lo que aún queda de él, y del ministerio público fiscal de la provincia de Buenos Aires). Las estadísticas de homicidio de hombres en manos de sus parejas son inexistentes igual que las de abuso sexual porque a nadie le importa. No son “suficientemente víctimas”, no hay quien lleve el tema a los medios. No son importantes para la agenda.

Los hombres mueren en mucha mayor medida que las mujeres, siempre lo han hecho. Hay razones evolutivas incluso que lo explican (no se preocupen, no me voy a poner técnica). El problema hoy es que en lugar de reflexionar sobre el tema académicas y aliados prefieren tirar el tema bajo la alfombra e insultar a quienes levantamos la voz sobre estos temas incómodos. Los hombres son abusados por mujeres (no, que no haya penetración teóricamente sobre él no lo hace menos traumático) y también por hombres, lo mismo pasa con mujeres que son abusadas no sólo por hombres sino por congéneres, pero de nuevo, de esto no se debe hablar. Bueno, yo lo hice en otra entrada por aquí también.

Tiempo atrás, algunas feministas de papel mache y feministas antipunitivistas como les gusta definirse, salieron a gritar “No me mi nombre” ante los distintos proyectos para endurecer penas a violadores y homicidas así como quitarles beneficios. Quizás sea hora de devolverles el grito en la cara. No hables en mí nombre, no pidas privilegios en mi nombre, no te atrevas a ponerme en la misma bolsa de reclamos infantiles y miedo al lobo malo cuando hay tantas lobas sueltas.

Otra cosa, sí, tenés todo el derecho del mundo de andar con micromini o desnuda por la calle. Nadie tiene derecho a hacerte nada. Pero te cuento que desde que el mundo es mundo el Código Penal solo detiene a quienes no están dispuestos a delinquir… no ponerte innecesariamente en peligro también es una decisión que tomás. 

Me imagino la indignación que quizás este último párrafo si alguna feminista de las que critico llegó hasta acá. Voy a repetir para que quede claro: nadie tiene derecho a hacerte nada, pero la gente mala existe, los delincuentes existen, los asesinos y violadores existen y lamentablemente ni un papel ni la amenaza penal detiene al que está dispuesto a lastimarte.

¿Queda claro? 

Nadie culpa a la víctima, porque en rigor de verdad, no es lógico pensar que alguien en su sano juicio elije ser criminalmente victimizado (esto es parcialmente discutible si tomamos a las víctimas que piden serlo como en el caso de suicidio asistido), pero hay víctimas que son consideradas en parte responsables, precipitantes o generadoras de una situación (Revistas Victimología 3 y 19 entre otras. El tan amado por los abolicionistas y demás Neuman, 1994. Rodriguez Manzanera, 2011 [2006])… entonces, mujer, querida, aliade que te indignas con mi posición, si, cuidarte es también tu responsabilidad. Puede no gustarte leerlo, pero lo es.
Para cerrar sólo quiero decir que no son sólo las mujeres las que tienen miedo, toda persona tiene miedo, todos queremos volver vivos y enteros a casa, también con todas nuestras posesiones. Qué hacemos con ese miedo es lo que nos define. 

Basta de tratar de presionarnos a la mentalidad de corderas, basta de pretender disciplinarnos para que vayamos por la vida como víctimas eternas y predestinadas. Me niego a seguirles el juego, me niego a ser una feminista de cartón pintado, una izquierdista de café, una revolucionaria de juguete, me niego a ser una femibel. Y no estoy sola. Somos muchas, somos fuertes, somos más.



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Agradecemos la difusión del presente artículo: 


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