VIOLENCIA E IMPOTENCIA



La imposibilidad de exhibir un sólo logro en año y medio de gestión inclina al presidente a un peligroso autoritarismo vindicativo


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/violencia-e-impotencia/

El mensaje presidencial del miércoles por la noche estuvo cargado a la vez de violencia e impotencia. Esto no debe sorprender: las dos cosas suelen ir juntas, una como consecuencia de la otra. A un año y medio del comienzo de su mandato, el presidente no puede exhibir un solo logro, en ninguna de las responsabilidades que le son propias, y mucho menos en áreas críticas para el humor social porque son fácilmente perceptibles: la economía, la salud pública, la seguridad. El mensaje del miércoles se ubicó en las antípodas del que dirigió al país hace poco más de un año, cuando se puso al frente de las acciones para enfrentar una desconocida amenaza viral y, acompañado de sus ministros y asesores, transmitió una imagen de serenidad, racionalidad y firmeza. Con el correr del tiempo nos dimos cuenta de que esa imagen había sido ilusoria, y que su gestión estaba impregnada por los vicios habituales del kirchnerismo: incompetencia, autoritarismo y corrupción. La incompetencia lo condujo a sobredimensionar la amenaza sanitaria y a equivocar la manera de enfrentarla, el autoritarismo lo llevó a imponer al país el encierro más largo y económicamente más destructivo del mundo, la corrupción le impidió obtener en tiempo y forma las vacunas que países vecinos sí pudieron conseguir, aunque sólo sirvan como placebo para contener la angustia de una población aterrorizada desde el poder y desde los medios.


Durante un año largo, el gobierno encubrió su incompetencia emitiendo dinero (a razón de 100.000 pesos por segundo, según estimaciones convencionales) y distribuyéndolo siguiendo los dictados de sus otros dos vicios: el autoritarismo y la corrupción. (De la misma manera como distribuyó las escasa vacunas recibidas, dicho sea de paso.) Los efectos devastadores de la inyección de esa masa de dinero de cotillón en la economía los tenemos a la vista, y sólo en estos meses comienzan a sentirse a pleno, especialmente en una inflación rebelde que no amaina. Agotada esa fácil opción para mantener el orden, ahora sólo queda el uso de la fuerza: toque de queda y control social militarizado. Pero no estamos simplemente ante un recurso de última instancia al que apela un gobierno que se quedó sin instrumentos. El tono elegido por el presidente Alberto Fernández para anunciar el empleo de la fuerza armada dejó en evidencia además una densa carga de resentimiento y venganza nacidos de su propia impotencia, alejado del paternalismo que gustaba exhibir un año atrás, cercano al autoritarismo prepotente que caracteriza a su mentora política. Como buen kirchnerista, cree que la culpa la tienen los demás.


Al elegir a la ciudad de Buenos Aires como blanco de su furia (allí es donde se van a desplegar las tropas para controlar a la sociedad civil, algo nunca ocurrido desde el restablecimiento del sistema democrático) el profesor de derecho que gobierna el país arrasó con autonomías expresamente definidas en los textos constitucionales. Y no es cierto que su decisión carezca de especulaciones políticas, como dijo el mandatario en su mensaje. Con ella, el kirchnerismo ratifica haber elegido al jefe de gobierno porteño como rival a hostigar y enemigo a vencer, una decisión perceptible ya desde hace un tiempo. Esto explica que Horacio Rodríguez Larreta procure evitar el enfrentamiento frontal para preservarse de esa postulación prematura. Y también explica que Patricia Bullrich, que compite por el liderazgo opositor, se haya apresurado el miércoles a sumarse a los caceroleros congregados frente a la quinta de Olivos para ventilar su descontento. En el frente oficialista, el anuncio presidencial también dejó mal parados, deliberadamente mal parados, a los dos últimos “albertistas” significativos del gabinete: Martín Guzmán, el ministro de economía cuyo laborioso crochet para quedar bien con dios y con el diablo luce cada vez más deshilachado, y Nicolás Trotta, el ministro de educación cuyas promesas de la mañana fueron contundentemente desmentidas por su jefe a la noche. Los cristinistas quieren otros perfiles en esos cargos.


Para el público en general, el mensaje presidencial sólo trajo malas noticias, malas noticias que no se explican por la fatalidad de una presunta pandemia sino por la incompetencia, el autoritarismo y la corrupción prevalecientes en el gobierno: restricciones de actividad y circulación que prometen agravar penurias económica cada vez más insoportables, prohibición de la escolarización normal con presencia en el aula, control militar del espacio público. Nada indica que las restricciones, cuya eficacia nunca quedó demostrada, vayan a ser acatadas con la pasividad estoica exhibida por la población a lo largo del año pasado. Suele decirse que un líder político nunca debe dar órdenes con baja probabilidad de ser cumplidas. Pero tal vez esto ya no le importe a Alberto Fernández, cuya pretensión de imprimir un sello propio al cuarto gobierno kirchnerista, si es que alguna vez la tuvo, parece hoy una quimera, y cuya autoridad luce agotada. Para el país, sin embargo, éste es ahora un problema institucional grave: el presidente no cumplió todavía ni la mitad de su mandato.


–Santiago González

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