HOMEMAKER
En Estados Unidos algunas personas usan la categoría “homemaker”. La distinguen del término "housewife". Nosotros lo llamamos “ama de casa”, que no corresponde ni a uno ni a otro.
En realidad los tres términos tienen distintos contenidos.
"Homemaker" es una hermosa palabra: hacedora de hogares. Es entender el verdadero rol de la mujer en la civilización.
Las mujeres argentinas somos:
- amas de casa,
- nuestros hombres se refieren a nosotras como “mi señora”,
- con el mismo criterio de la zamba “La Amorosa”
“Porque eres mi dueña
Santiagueña de mi corazón”.
- mi patrona.
Pero acá es un patriarcado y coso.
Las mujeres siempre trabajaron. En la casa y fuera de ella. En particular en las explotaciones rurales donde la tarea es particularmente ruda y consume a mujeres y hombres por igual.
En la antigüedad, edad media y modernidad, las mujeres iban al mercado, cosían “para afuera”, lavaban ropa, cubrían posiciones de personal doméstico, hacían pan y desde fines de SXIX, eran contratadas en fábricas. Basta recordar a Carmen, que trabajaba en una cigarrería.
Hay un ensayo bellísimo de Octavio Paz, “La llama doble”, subtítulo «Amor y erotismo», sobre el amor en Occidente.
Paz sostiene que el amor, como lo entendemos hoy, sólo puede existir cuando la mujer puede elegir. Y sostiene que, a su criterio, la primera novela de amor, la sitúa en el Egipto helenístico en los primeros siglos de esta era. Trata de una mujer que confeccionaba canastas y las vendía en el mercado, la cual se enamora de un soldado romano. Es decir, una mujer económicamente libre que elige ese hombre porque quiere. Sin padres cambiando novias por cabras.
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Luego de la Segunda Guerra Mundial cambió el mercado laboral en general y femenino en particular. Por un lado, apenas terminada la guerra, en EEUU hubo presión desde el gobierno para que las mujeres casadas volvieran a sus casas y produjeran vacantes en las fábricas para dar trabajo a los hombres que volvían de la guerra. Fue parcialmente exitoso, ya que varias quedaron viudas, por, justamente, dicha guerra y debieron continuar con trabajo afuera de la casa. Y parte porque fueron tiempos duros y todo ingreso adicional era bienvenido.
Pero a partir de los 50’ y 60’ hubo una enorme presión para que la mujer trabajara fuera de la casa.
Toda una serie de notas de las revistas femeninas “Vosotras”, “Para ti” que mientras se ocupaban de modas de maquillaje y recetas de cocina, sostenían que si no trabajabas, aunque fuera de secretaria de un mamerto, eras una tonta demodé. Es el mismo lavado de cerebro que hoy llevan adelante La Nación, Infobae o Clarín y desde ya la televisión, todos los canales.
Hubo varias razones para eso. Occidente decidió competir contra los soviéticos elevando el nivel de vida de su población, por lo menos en Europa, EEUU y Canadá (nosotros caímos ahí por nuestros propios méritos). Por lo cual se llevaron a cabo diversas estrategias para incentivar el crecimiento económico (estímulo al consumo, subsidios estatales a la inversión, desarrollo con anabólicos del mercado automotor). La consecuencia natural en las décadas del ‘60 y ‘70 era el pleno empleo. Y pleno empleo significan sueldos altos, puja entre patronal y sindicatos...lo de siempre. Entonces incorporar a la mujer al mercado es agrandar la oferta y por lo tanto bajar el salario medio. En particular llenaron de mujeres el sector servicios (enfermeras, docentes, administrativas).
Y ahí empezó una nueva historia. Dejar a los niños en una guardería, o con personal doméstico por un no buen salario empezó a ser el mal negocio de decenas de miles de mujeres que cambiaban la plata.
Por lo cual la solución fue: no tener niños, tener pocos, retrasar el primer embarazo. Que coincidentemente es coherente con el plan de Kissinger de 1974 de bajar la tasa de natalidad. Con un pequeño problema: el objetivo de la infertilidad, tal cual está la propuesta elevada (y luego aprobada) a Nixon, era selectivo, era únicamente para países del Tercer Mundo. Específicamente India, Bangladesh, Pakistán, Brasil, Madagascar, China y algún otro. Sin embargo la caída de la tasa de natalidad, que no para desde los ‘60 a hoy, afecta a Europa, EEUU, Canadá, Australia. Y, lamentablemente, nosotros. Les salió todo mal (o no): en Bangladesh continuaron naciendo niños y en Francia no. Es decir, que occidente perdió el peso demográfico proporcional respecto al resto. Negoción.
En Argentina hubo varias medidas para incentivar las familias numerosas en su momento. El primero era el salario familiar, que se financiaba con un aporte patronal sobre la masa salarial. Es decir, el patrón pagaba igual si los trabajadores eran casados o no, tenían hijos o no, porque el pago era compensatorio. Se premiaba el casamiento (con un pago de única vez y 15 días de vacaciones para luna de miel), los nacimientos, un salario adicional por esposa y por cada hijo, y otro más cuando estaban en etapa escolar.
Todo eso fue borrado por Néstor Kirchner con anuencia del Secretario General de la CGT, Pablo Moyano. Decidieron quitar el salario familiar a partir de determinado nivel salarial (violando la ley). Con la inflación que existe, pronto ese límite se convirtió en quitar el salario familiar para todos los trabajadores en blanco.
Desde la modificación de la ley de ganancias que introdujo Machinea, sucedió lo mismo: se eliminó la desgravación por matrimonio e hijos (se mantuvo sólo para niveles muy bajos, que quedaron rápidamente desactualizados por la inflación).
Futuro
Existen innumerables herramientas para recomponer fiscalmente los estímulos a la conformación de familias. Es reinstalar leyes existentes y, tal vez, agregar unas nuevas. Es razonable que una mujer que tiene un trabajo que ama (no importa que sea médica o cocinera en una escuela), siga trabajando. Pero hay mujeres que tiene trabajos que odian, mal remunerados y que sólo aportan marginalmente a la economía familiar dado que deben pagar el cuidado de los niños en su ausencia. ¿Tiene sentido? ¿Tiene sentido para la señora? ¿Para la familia? ¿Para la Argentina, un país despoblado?
Finalmente recuerdo los últimos párrafos de “Sumisión” de Houellebecq, cuando el gobierno musulmán de Francia estimula que las damas se queden en la casa, dejen de trabajar y mágicamente reducen los índices de desocupación, con lo que casi llegan al pleno empleo en sólo unos meses.
Tal vez seguir las recetas del Banco Mundial no sea nuestra mejor apuesta.
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