RED PILL GEOPOLÍTICA DEL ATLÁNTICO SUR: MALVINAS, UCRANIA Y ANTÁRTIDA
Se cumplen 40 años del conflicto de Malvinas, es hora de tomar la píldora roja (red pill).
Autor: Leandro Ocón (@oconalf)
Los ingleses la llaman “Guerra del Atlántico Sur” y en Argentina “Conflicto de Malvinas” o “Conflicto de Atlántico Sur”. Lo que para Inglaterra fue una Guerra para el hemisferio sur fue un conflicto. Esto no es casual ya que las diferencias de palabras tienen significados específicos y están subsumidas en diferentes posturas política-estratégicas. El punto clave es que no hubo en ningún momento una declaración formal de guerra por ninguno de los Estados en litigio.
De igual manera, Rusia llama “Operación Militar
Especial” en Ucrania lo que en Occidente identifica como “Guerra”. Lo que
legitima el accionar para Rusia es una operación especial de emancipación
territorial mientras que para Ucrania es la defensa de la integridad de su
territorio frente a un invasor que atenta contra su soberanía. Rusia tampoco
declaró formalmente la guerra a Ucrania.
En términos institucionales y legales, para que
exista una guerra es necesario “declararla”. La política internacional opera a
través y más allá de las reglas. Es hora tomar la píldora roja. [1]
Si ampliamos la mirada de los conflictos en el
mundo en la actualidad, Ucrania es un caso más, en un universo grande de casos.
La excusa de país musulmán, distinto y “ajeno” queda expuesta. Existe un relato
mucho más poderoso para Occidente de la realidad ucraniana, que la de Yemen,
Afganistán o Armenia. Existe el acuerdo internacional que el peor desastre
humanitario de nuestros tiempos es Yemen, pero aquel país exótico no logra
captar el mismo interés (socio)mediático que Ucrania. Aunque Peter Orbone acuse
a occidente de “racista”, la razón es más simple: interés. Ucrania es un área
en disputa entre Occidente y Oriente en el continente europeo (aunque no de la
Unión Europea) dónde se ha invertido millones de dólares y la amenaza de
expansión rusa afecta directamente la seguridad económica y política de
Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Es decir, en términos
geopolíticos, tiene una relevancia política en base a quién, cómo y dónde.
Para el caso de Malvinas, a pesar de la
legitimidad del reclamo argentino, existe un amplio consenso de los errores
políticos, diplomáticos y militares que llevaron a desencadenar el
enfrentamiento militar de ambos bandos “occidentales”. Harry Train (1987)
señala que:
«El objetivo político argentino era “una
solución diplomática para recuperar la soberanía sobre las Islas”. Los
objetivos británicos, “defender los intereses de los residentes en las Islas y
castigar la agresión”. Se puede afirmar que la Argentina perdió la guerra entre
el 2 y el 12 de abril, cuando no aprovechó la oportunidad que tenía de emplear
buques de carga en el transporte de artillería pesada y equipo pesado para el
movimiento de tierra, lo cual hubiera permitido al personal en la isla de
Puerto Argentino poder operar sus A4 y Mirage. La indecisión, basada en el
preconcepto argentino de que era imposible derrotar a los británicos en un
conflicto armado, fue el elemento dominante en el resultado final».
Cabe hacer la aclaración que también fue un elemento distintivo del inicio. El objetivo argentino siempre fue de índole diplomático, que desencadenó un choque militar; la respuesta inglesa fue una respuesta militar a un conflicto político-diplomático.
Además, lo que “olvida” dicho autor[2],
es que Argentina en aquel entonces no se enfrentó solamente con Inglaterra,
sino con la OTAN. La victoria militar de los ingleses cumplió un doble
objetivo, desmoralizar a la Argentina y socavar los cimientos futuros de cualquier
intento de recuperación de las islas. Desde 1982 hasta nuestros días, el
proceso de desmoralización fue alimentado por activismo político continuo contribuyendo
a lo que Sofía Vasallo y/o Pablo Yurman identifican como “desmalvinización”.
El conflicto en el Atlántico Sur fue el último
en sus características geopolíticas. En aquel entonces, el mundo estaba
cambiando, transitando el fin de la bipolaridad de la Guerra Fría y el ascenso
de lo que podríamos denominar la hegemonía liberal bajo el impulso de Estados
Unidos que sería el indiscutible líder político-militar de los años venideros.
Podría hacerse una afirmación similar en lo que
respecta al fenómeno actual en Ucrania, en pleno 2022. Diversas lecturas entre
ellas, la del reconocido Mearsheimer han pronosticado acertadamente el devenir
del conflicto y acompañado de un escenario internacional diferente. Sin
embargo, el escenario ahora es el inverso, nos encontramos con el fin de la
hegemonía liberal de Estados Unidos. Se producen resquebrajamientos en lo
gobernanza internacional generando desacoples geopolíticos, principalmente en
aquellos espacios y áreas de influencia de poderes alternativos.
Pasaron exactamente 40 años entre desde
“Malvinas” hasta “Ucrania”. Ambos escenarios presentan notables similitudes y
lecciones que vale la pena señalar para comprender la naturaleza del
funcionamiento del sistema internacional y la guerra; y quizás no permita avanzar
sobre un futuro escenario de potencial choque de voluntades: Antártida.
El ordenamiento post-guerra fría
Si bien ambos países poseen notables y obvias
diferencias, desde la transición democrática (que ambos países atravesaron) a
fines del siglo XX, existen similitudes sorprendentes entre ambos países si
situamos el análisis en la dimensión político-estratégica.
Ambos países poseen una historia de dilemas
estratégicos entre Occidente y Oriente. Ucrania con un notable legado histórico
de Rusia, con una identidad dividida entre Europa y Rusia. Hasta la fecha, era
“europea” pero no de la Unión Europea, ni de la OTAN y rusa por legado
histórico y una fragmentada identidad demográfica.
Argentina también oscila entre Oriente y
Occidente, sobre todo desde sus particulares vaivenes con Estados Unidos y
particularmente Inglaterra. Existe una puja histórica entre resistencia y acercamiento
a los poderes occidentales. Existe una historia común amigo-enemigo, “inversiones
inglesas e invasiones inglesas”. En menor grado con Estados Unidos, tuvimos
relaciones carnales, conflictos, rupturas y acercamientos.
Ambas naciones también poseen similitudes
estructurales: cantidad de población, matriz productiva principalmente
orientada a la producción de materias primas. Ambas naciones son países de
ingresos medios con todas las trampas que ello conlleva.
Los dilemas estratégicos, y los péndulos
políticos repercutieron también en dos paradigmas estructurantes: el
multilateralismo comercial y el idealismo político en relaciones exteriores.
A diferencia de Argentina, Ucrania es uno de
los mayores ejemplos históricos del compromiso idealista con el sistema
internacional. La perestroika convivió con el compromiso de abandono de su poder
nuclear (hasta 1989 un tercio del arsenal nuclear del mundo lo tenía Ucrania)
bajo el mandato del Tratado de No-Proliferación Nuclear. En 1994 firmó el
Memorandum de Budapest en el cual cedió a Rusia 5.000 bombas nucleares y 220
vehículos de largo alcance necesarios para usarlas, incluyendo 176 misiles
balísticos intercontinentales y 44 aviones bombarderos de gran alcance con
capacidad nuclear.
Es decir, entregó parte de su soberanía militar
con el compromiso de paz regional, garantías políticas y militares. El
paradigma del “Fin de las Guerras” de Fukayama se encontraba en pleno auge y la
ilusión de un mundo que por fin había abandonado las guerras había convencido a
gran parte de las élites políticas de los países de medio y bajo desarrollo.
Las grandes potencias conservaron su capacidad militar y nunca abandonaron su
continua modernización y desarrollo.
La transición a la democracia en Argentina
convivió con un severo costo geopolítico: la derrota en el conflicto del
Atlántico Sur. La historia de Argentina y las Islas Malvinas, Georgias del Sur
y Sandwich del Sur es larga y ha sido profundamente analizada desde hace
décadas. Sin embargo, el conflicto de 1982 fue un duro golpe (geo)político.
Argentina, también atravesó un proceso de
desactivación con alineamiento total a Estados Unidos. Las privatizaciones
fueron acompañadas con el abandono de varios proyectos. Ejemplos tales como el
proyecto misilístico Condor, la privatización de la Fábrica Militar de Aviones,
etc. El gobierno (neo)liberal se comprometió con el nuevo orden mundial, liberal,
democrático y desarmado. Argentina también fue entregando de forma lenta y
paulatina su soberanía militar y su capacidad de defensa en base a una creencia
y la promesa de “paz mundial”.
El nuevo orden mundial demandaba apoyo a las
misiones de paz con la idea de que los conflictos “tradicionales” habían
quedado atrás. El nuevo paradigma demandaba estabilidad, gobernanza y
“secturitización”. Esa es una de las principales causas de la reconversión del aparato
militar que abandona su misión principal resaltando sus misiones secundarias
(operaciones de paz, apoyo humanitario, etc.) ya que desde el punto de vista
“liberal”, resuena la pregunta ¿Para qué queremos fuerzas armadas?
Una de las principales diferencias entre ambas
naciones, además de su “edad”, es que Ucrania se encuentra situada en una
compleja situación geográfica entre dos áreas de influencia político-militar.
Tal como señalan Mearsheimer y Walt, Ucrania podría caracterizarse como un
estado colchón o amortiguador. Este tipo de estados se encuentra situadas en el
medio de dos o más áreas de influencia de potencias, en este caso de la OTAN y
Rusia.
Es por ello, que tanto Kissinger como
Mearsheimer, desde hace años advierten de la delicada situación de Ucrania y
criticaban el acercamiento de OTAN. Curiosamente, ambos referentes defendían
colaborar con Ucrania para que sea una nación más independiente económicamente
y no tan dependiente (ni de Oriente ni Occidente), incluso reforzaban la idea
de la soberanía militar de Ucrania.
Argentina no es un estado amortiguador, aunque
si se encuentra en un área geopolítica de potencial conflictividad. Hasta la
década del cincuenta Argentina tuvo un auge militar excepcional que fue
mermando en conjunto con su economía. El escenario de posguerra y luego de
posguerra fría presentaron un verdadero desafío para el país que paulatinamente
fue perdiendo su poder y capacidad de proyección estratégica.
Si comparamos el famoso ABC (gráfico 1), en
promedio, el gasto militar (como porcentaje del PBI) de Argentina fue desde
1960 -en promedio- más bajo que Brasil y Chile. La excepción fueron los años
comprendidos entre 1976 y 1988. También se observa el auge de la hegemonía
liberal; a partir de 1980 para todos los casos hay un retroceso general y en
términos relativos, Argentina con la menor inversión en porcentaje.
Grafico 1: Gasto Militar como porcentaje del
PBI de Argentina, Brasil y Chile (1960-2020)
Si observamos el gráfico 2, que contempla la breve historia de la Ucrania moderna, entre 1993 y 2020, el gasto en dólares totales en defensa de Ucrania y Argentina, en promedio es similar.
Gráfico 2: Gasto militar en dólares corrientes
de Argentina y Ucrania (1994-2020)
Si además observamos el Gráfico 3, para tener una dimensión comparada del gasto militar en dólares corrientes de Argentina, Ucrania, Reino Unido y Rusia podemos dividir en dos grupos distintos a las naciones en cuestión. Las potencias, a grandes rasgos, aumentaron su gasto, los países de mediano desarrollo lo mantuvieron relativamente constante. La diferencia es abrumante, en 2013 Rusia invirtió más de 88.000 millones de dólares en gasto militar, mientras que en Ucrania fue de aproximadamente de 3.000 millones. El gasto militar total de Ucrania representa el 3.5% del gasto total ruso.
Gráfico 3: Gasto militar en dólares corrientes
de Argentina, Ucrania, Federación Rusa y Reino Unido (1994-2020)
En 1982, el gasto militar del Reino Unido era de 27.714 millones de dólares mientras que el de Argentina era de 2.848 millones de dólares. El reino unido invertía anualmente casi 10 veces más que Argentina.
En la actualidad (2020) el gasto militar de
Argentina fue similar al de Ucrania, el de el Reino Unido es aproximadamente de
60.000 millones de dólares. El Reino Unido al igual que Rusia son potencias
nucleares, a pesar de lo que diga el Tratado de No Proliferación Nuclear, siendo
los cuatro países firmantes.
Los tratados, acuerdos, compromisos e
instituciones internacionales poco han hecho para revertir el escenario actual.
El Atlántico Sur es la zona marítima insular más cercana a la Antártida.
Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur tienen ese valor, la capacidad de
proyección y de control de espacios estratégicos.
¿Cuáles son las lecciones que debemos aprender
los países de mediano desarrollo?
Comparando Malvinas (1982) y Ucrania (2022)
Ambos conflictos implican una cuestión
territorial entre actores estatales con disimiles capacidades militares dónde
además la población “local” tiende a apoyar al más poderoso. En ambos casos, el
país más débil apostó a compromisos políticos, tratados y acuerdos
internacionales que servirían de apoyo antes, durante y a posterior del
conflicto.
Como diría Oscar “Ringo” Bonavena, Cuando
suena la campana, te sacan el banquito y uno se queda solo. Esa es la
primera lección geopolítica realista: Ambas naciones esperaban respaldo de
otras naciones para resguardar sus intereses estratégicos; en ambos casos
fueron “abandonadas” a su propia suerte.
Donbass tiene sus paralelismos con Malvinas. El
“Fuerte” apelo a la autodeterminación de los pueblos y la construcción de un
argumento institucional-normativo que legitima la apropiación. Todas las leyes
del orden internacional liberal, la ONU y el resto de los tratados no pueden
legislar la voluntad y el uso del poder militar. Al mismo tiempo, el complejo
entramado jurídico habilita la construcción de argumentos que validan un punto
y de forma simultánea lo opuesto.
Ocurrió en 1982 y ocurre en 2022. 40 años de
diferencia nos entrega la segunda lección geopolítica realista: nunca se
acabaron las guerras, y el poder militar sigue siendo decisivo ante el choque
de voluntades. No se puede regular el poder internacional. Tanto Inglaterra
como Rusia, pertenecen al Consejo de Seguridad de la ONU y son potencias
nucleares.
Lógicamente el caso argentino es distinto en
muchos aspectos al ucraniano. El espacio vital argentino no fue comprometido
sustancialmente; el teatro de operaciones estaba delimitado por fuera del
continente, el conflicto fue de característica predominantemente insular.
Mientras la Rusia avanzó hasta Kiev afectando infraestructuras críticas, Buenos
Aires se mantuvo intacta, como el resto de las provincias continentales. Sin
embargo, queda la pregunta latente: ¿Qué hubiera pasado si Argentina presentaba
más resistencia?
Ucrania tienen un valor territorial tanto para
los intereses de Occidente y Oriente. Es por ello que estamos frente a un Guerra
proxy a la Siria. Controlar el avance territorial de Rusia sobre
Ucrania, es interés de Europa y Estados Unidos. Ucrania como estado
amortiguador está cumpliendo su función, el problema es que, en el
interín, el campo de batalla son ciudades enteras. Ucrania, es, de alguna
forma, el espacio terrestre que sirve como punto de choque entre dos áreas de
influencia de potencias militares: Rusia (¿y China?) y la OTAN.
De igual forma, la cuestión Malvinas tiene
valor más allá del territorio irredento en sí mismo, y tiene que ver con la
cuestión espacial marítima y antártica. A diferencia del ártico, bajo el hielo
de la Antártida existe tierra y muchos países pretenden una porción de ella.
Gran Bretaña tiene reclamo sobre dicho espacio justamente por la capacidad de
proyección dada por su ocupación en Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del
Sur.
Mapa 1: Reclamos territoriales en la Antártida.
El conflicto
antártico y la inestabilidad en Ucrania (20??)
¿Qué escenarios futuros se presentan en Malvinas,
Ucrania y Antártida?
Es esperable que el conflicto de Ucrania
perdure con diferentes tipos de niveles de virulencia. Ucrania se constituye en
un teatro de operaciones símil Siria, donde se expresan choques de voluntades
de poderes mayores que el país en cuestión. La disputa territorial por Dombass
y Crimea (ver mapa 2) son ejes geográficos centrales sumado a la cuestión de la
negativa a que Ucrania sea parte de OTAN y de la Unión Europea.
Es claro que Kiev en realidad nunca fue un
objetivo político, sino militar (con un fin político). Ahora bien, los
territorios ganados por Rusia serán parte de una nueva forma de territorialidad
funcional a los intereses rusos, los cuales estarán sometidos a una
inestabilidad longeva. Los pronósticos norteamericanos ya se usan la expresión
“long war” (Guerra Larga)
Mapa 2: Donbás en el mapa político.
El reciente informe de la OTAN (2022) deja en
claro su visión del presente y del futuro cercano: El mundo es un lugar más
amenazante -para sus intereses. China y Rusia están dispuestos a desafiar el
equilibrio forjado en sus áreas de influencia, particularmente en las zonas
límites.
En lo que respecta a Europa del este, ya
reconociendo que los intereses de Putin van más allá de Ucrania se prevé una
mayor presencia militar en países miembros de la OTAN del este de Europa (Mapa
3). Ucrania es tan solo un eslabón de un movimiento geopolítico mayor, que
implica el aumento del área de influencia economía y política de Rusia. OTAN
pretenderá limitar las pretensiones de expansión.
Mapa 3: Avance de la Presencia de OTAN en el
2021 en Europa del Este.
El avance de Occidente hacia Rusia no es solo de carácter militar, las inversiones de Dragon Capital, George Soros y las recientes complicaciones con Hunter Biden (hijo de Joe) vinculadas a la potencial amenaza biológica y bacteriológica en Ucrania son tan solo un fragmento de la complejidad del fenómeno del conflicto en Ucrania.
Para los grandes poderes, Ucrania, no es
solamente Ucrania, como Malvinas no es solamente Malvinas.
En el año 2018 el Instituto Español de Estudios
Estratégicos (IEEE) publicó un documento de trabajo llamado “El día después del Tratado
Antártico. Escenarios y proyecciones”, el cual tiene como punto de partida el
interrogante: ¿Qué pasará en la Antártida una vez que el Tratado sea
revisado, modificado o derogado?
Si hay algo que nos ha enseñado la historia es
que los tratados, las convenciones y los acuerdos son sujetos de cambios como
la humanidad misma. Lo que hoy es válido, quizás mañana no lo sea. Tal como
señala el texto de IEEE (2018)
En este sentido, son los estados también los
protagonistas fundamentales en la Antártida, que independientemente del
ordenamiento impuesto por el Tratado Antártico, con el apoyo de Naciones
Unidas, deja a estos actores con la potestad soberana de salir y romper con
este instrumento del Derecho Internacional. (…)
El punto de quiebre en torno a la convergencia
de posiciones, y a la consiguiente aparición de intereses en pugna, se origina
a partir de la falta de reconocimiento mutuo de las reclamaciones que
efectuaron unos y otros estados, y que se expresaron en términos cartográficos
y jurídicos. De este modo se establecen distintas posiciones entre los actores
antárticos, que se sintetizan entre los estados que reclaman derechos de
soberanía –Argentina, Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega y Reino
Unido-. Luego, los estados que se reconocen mutuamente los reclamos de
soberanía -Argentina a Chile entre los meridianos 74º y 90º oeste de
Greenwich-; de Chile a Argentina –sector comprendido entre los meridianos 25º y
53º oeste de Greenwich-; Australia reconoce los sectores de Francia, Noruega,
Nueva Zelanda y del Reino Unido; Francia reconoce el sector australiano y del
Reino Unido; Noruega reconoce las dependencias reivindicadas por Reino Unido y
la dependencia de Ross; Nueva Zelanda reconoce el Territorio Antártico
Australiano, las dependencias reclamadas por Reino Unido y el sector noruego,
mientras que Reino Unido reconoce los sectores reclamados por Francia, Noruega
y, de hecho los reclamados en 1923 y 1933, actuales dependencias de Ross y
Territorio Antártico Australiano, correspondientemente. Se encuentran también
los estados que se reservaron el derecho de formular reclamaciones en la
región, pero no reconocen soberanía –Estados Unidos y Rusia-. Junto a los
anteriores, se ubican aquellos otros que no reclaman territorios y no reconocen
derechos de soberanía –Bélgica, Japón y Sudáfrica
En pocas palabras, existe un Tratado Antártico
con acuerdos sordos. Cada parte reclama una porción de tierra que no
necesariamente es reconocida por las otras partes y más aún, países como
Estados Unidos y Rusia no reclaman activamente ninguna parte, pero no renuncian
a reclamos futuros. El Tratado Antártico es un castillo de naipes.
Para el caso argentino, hay que sumarle entre
los reclamos antárticos, los de Malvinas, Sandwich del Sur y Georgias del Sur.
Tierra del Fuego se presenta como un espacio sensible y compartido con quien
además se disputa parte del territorio reclamado. Es decir, Argentina hoy se
encuentra en un escenario complejo en términos geopolíticos donde sus intereses
territoriales no solamente se encuentran actualmente afectados, sino que además
existen potenciales conflictos futuros, los cuales los tratados y los arreglos
internacionales vigentes son vagos y ambiguos y fácilmente desechables.
Décadas de
“reclamos” ante foros internacionales dejan al desnudo la verdadera naturaleza
del poder internacional. Si el conflicto en el Atlántico Sur en 1982 y la
situación en Ucrania nos dejan una lección a los países de mediano desarrollo
con relativa capacidad militar es que, en el mundo, gobiernan los fuertes.
El
interrogante pendiente es, qué vamos a hacer al respecto.
[1] En la sub cultura del internet se usa para referirse a un proceso por el
cual la perspectiva de una persona es transforma dramáticamente,
introduciéndola a una comprensión nueva y típicamente inquietante de la
verdadera naturaleza de una situación particular.