ARROZ

Arroz: cuando la modernización no alcanza

Autor: Marcelo Posada (@mgposada)

El mercado mundial del arroz tiene una particularidad central: los principales países productores son, al mismo tiempo, los principales consumidores. El arroz constituye la base de la alimentación de la población de varios países asiáticos como China, India, Vietnam, Tailandia, los cuales son los principales productores arroceros del mundo, a la par que también los tres últimos se ubican entre los primeros lugares en el ranking mundial de exportadores de arroz. Pero ese comercio internacional tiene la característica de ser un comercio de excedentes, es decir: los países productores venden lo que sobrepasa sus previsiones de stock para asegurar su abasto interno.


Por esta razón, aquellos países donde el consumo de arroz no ocupa un lugar destacado en la dieta nacional y, a la vez, hay una producción competitiva, encuentran en el mercado internacional una interesante vía de desarrollo productivo arrocero.


En Argentina, el consumo aparente es de alrededor de 6 kg./habitante/año [1],  muy lejos del promedio mundial que roza los 55 kg./habitante/año, e incluso alejado del que experimentan otros países latinoamericanos como Perú, que triplica al argentino. Precisamente, por ese escaso consumo interno, la producción arrocera argentina ocupó un lugar destacado a nivel internacional, al ser un exportador neto de arroz: a lo largo de la última década y media, en promedio, se exportó el 55% del total producido [2]. 


En 2016, último dato disponible en el repositorio estadístico de FAO, Argentina solo representó el 0,2% de la producción arrocera mundial, pero a nivel del comercio internacional, Argentina exportó el 1,3% del total comercializado (11º lugar en el ranking). En el contexto internacional, son porcentajes de magnitudes menores, pero exponen que para la producción arrocera argentina la orientación exportadora es primordial: sin exportación, esta producción se debería reducir a la mitad.


A lo largo de la década de 1990 la producción arrocera argentina fue creciendo, pasando de las algo menos de 350.000 tn producida en la campaña 1990-91, a las algo más de 1.658.000 tn obtenidas en 1998-99. En ese lapso, el sector productor experimentó un intenso proceso de adopción de tecnologías de manejo, la incorporación de maquinarias de última generación, y la utilización de nuevas variedades de arroz. Y el cambio tecnológico no se dio solo en la producción primaria del arroz, sino que también se experimentó a nivel de la molinería. Y en conjunto, estas transformaciones implicaron también una modificación sustancial de la estructura social de la producción.


Aquel incremento del 477% en la producción de arroz en esos años, adquiere mayor relevancia cuando se contrasta con el dato de que el incremento en la superficie sembrado con dicho cereal aumentó, en el mismo lapso, solo un 296%. Es decir, la productividad del cultivo experimentó un crecimiento notable, exponiendo los resultados de la adopción de nuevas y más modernas tecnologías, prácticas y variedades.


La producción arrocera argentina se concentra en las provincias de Entre Ríos y Corrientes, de donde proviene más del 80% de la producción, y el resto se reparte entre Santa Fe, Chaco y Formosa. Históricamente, esta producción se desarrolló en explotaciones de tamaño reducido, en rotación con ganadería, apelando –en particular, en Entre Ríos- a la obtención de agua de pozo profundo. El riego, dadas las características naturales de este cereal, constituye un factor clave en el ciclo productivo, puesto que el terreno debe ser inundado en las primeras etapas de evolución de la planta. De ahí que, entonces, contar con agua y la energía necesaria para su movimiento, determinó, en buena medida, la distribución territorial moderna del cultivo [3]. 


Básicamente, los sistemas de riego que se utilizan son tres: el bombeo desde pozos profundos, el bombeo desde cursos naturales de agua, y el bombeo desde represas. Hasta avanzada la década de 1990, el bombeo desde pozos profundos fue el sistema predominante, y la energía requerida para su implementación constituyó uno de los principales rubros de la estructura de costos del arroz argentino. Desde fines de esa década y, con mayor énfasis, en la siguiente, comenzó a difundirse con fuerza la modalidad del riego a partir de represas, que conllevaban una inversión inicial importante, pero que se compensaba con el menor costo corriente en consumo energético para el bombeo. Este cambio tecnológico fue paralelo al desarrollo de dos procesos: por un lado, el avance del área arrocera desde Entre Ríos hacia Corrientes, y por el otro, el mayor peso que tomó en la estructura productiva el estrato de explotaciones de mayor tamaño (y con mayor capitalización y capacidad de realizar inversiones importantes, como el represamiento).


Así, entonces, puede observarse que en la primera década del presente ciclo se va afianzando un modelo productivo de mayor escala, altamente tecnificado, adoptante de las últimas innovaciones, encabezado por empresario agrarios que, además, invierten en la fase siguiente de la producción: la molinería. Y a la par, las producciones arroceras tradicionales –particularmente, en Entre Ríos- de menor escala, generalmente asentadas en tierras con nutrientes deterioradas, y con escasa capitalización, comienzan a perder importancia en el contexto sectorial.


Como resultado de esa transformación, el número de productores arroceros se redujo, incrementándose el tamaño medio de las explotaciones y produciéndose un pasaje de gran parte de los pequeños productores hacia otras actividades agropecuarias. Dadas las inversiones iniciales requeridas para la puesta en producción de un campo arrocero (sistematización del suelo, principalmente), en el sector se sostiene habitualmente que quien abandona la actividad, no regresa a ella, consolidándose, de ese modo, la nueva estructura socioproductiva.


En la actualidad, según datos de la Fundación ProArroz, hay en actividad 450 productores, el 86% de los cuales siembra menos de 1.000 ha, pero el 14% restante genera más de la mitad de la producción total [4].  A su vez, esos productores más grandes están integrados verticalmente, poseyendo los molinos arroceros requeridos para procesar su producción y la de los pequeños productores a quienes compran el arroz cáscara para acondicionar y exportar, o bien, para transformarlo en arroz integral o arroz blanco, según los casos, además de obtener los subproductos como el afrecho de arroz y el arroz partido.


La capacidad molinera instalada permite procesar algo más de 1.800.000 tn., pero la producción nacional en los últimos años viene decayendo, no llegando a alcanzar 1.400.000 tn., lo que implica dejar más del 20% de la capacidad ociosa.


Ahora bien, si el sector arrocero se transformó tecnológicamente, adoptando innovaciones y realizando inversiones importantes tanto en la fase primaria como en la fase de la molienda, a la vez que modernizó su estructura socioproductiva, adoptando un perfil netamente empresarial moderno, porqué razón, entonces, en distintos ámbito se enuncia que vive una crisis profunda [5]? 


La conjunción de causas externas e internas a la Argentina explica, en buena medida, la situación que vive el sector. Como se señaló, la modernización arrocera de la década de 1990 alcanzó su cénit a fines de la misma, cuando se produjeron y se exportaron volúmenes record. Posteriormente, en el primer lustro del siglo XXI, la producción argentina de arroz sufrió los avatares de la crisis económica interna y de precios internacionales decrecientes. Sin embargo, a partir de 2006 la producción y exportación retoman un derrotero expansivo, engarzándose la oferta argentina con la demanda mundial, de modo tal que el país comienza a ser considerado un proveedor de importancia por importadores netos de arroz, principalmente por Brasil, Turquía, Irak, Perú, Chile, Bolivia, Colombia, México y Panamá.


En tanto esto, hacia 2011 las exportaciones de arroz argentino superan en volumen las de 1998-99, quedando en evidencia todo el potencial productivo del sector en la Argentina. Sin embargo, a partir del año siguiente, la producción y la exportación comenzaron a transitar un camino descendente hasta el presente.


Brasil, que concentraba casi la totalidad de las exportaciones arroceras argentinas hacia mediados de la primera década del siglo, a la par que logró un repunte en su producción propia, comenzó a adquirir arroz a Paraguay, disminuyendo sus compras a Argentina hasta llegar hoy a ser el destino de, solamente, algo más del 20% de las exportaciones argentinas. Esa mayor presencia de Paraguay en el mercado arrocero de Brasil se entrelaza, en sus causas, con las motivaciones internas que llevan a la mencionada crisis del sector.


Brasil comienza a adquirir arroz paraguayo motivado, básicamente, por el menor precio ofrecido, el cual, a su vez, se desprende de los menores costos de producción que afronta el sector en Paraguay, sumado también a los menores costos logísticos que afrontan los exportadores para poder colocar sus ventas en Brasil.


El componente del costo productivo más importante en el arroz es el relacionado con el riego y la energía que consume, y ese costo es en Paraguay notoriamente más bajo que en Argentina. A su vez, los costos logísticos de transporte paraguayos son sustancialmente menores que los que se deben afrontar en nuestro país [6].  El resultado de esa conjunción es que el arroz paraguayo es mucho más competitivo que el arroz argentino colocado en el mercado brasileño.


El grueso de la producción arrocera exportada en Argentina llega a puerto en camión, lo que apareja un costo mucho más elevado que si llegase en tren. De acuerdo a cifras del ex Ministerio de Agroindustria, el 95% del transporte de carga sectorial se realiza por camión y solo un 4% por tren, pese a que la diferencia de costos es abultada: considerando un costo de US$ 50/tn, en Argentina se pueden recorrer 530 km en camión contra 1.350 km en ferrocarril [7]. 


El contraste entre los costos de transporte argentino y paraguayos, en el caso puntual del arroz, se puede apreciar al considerar que con esos mismos US$ 50/tn., en Paraguay (que posee una estructura similar a la del Brasil [8]) se pueden recorrer en camión 830 km (un 56% más que en Argentina).


Si a los costos de manejo logístico se suma la presión fiscal, que de acuerdo a FADA ronda el 55% de la renta obtenida [9],  se puede inferir que la capacidad competitiva del arroz argentino es baja, lo cual implica, lógicamente, una menor inserción en los mercados internacionales.


El caso de la producción arrocera nacional es un buen ejemplo de que la modernización al interior del complejo, manifestada en la adopción de tecnologías y variedades vegetales, en las inversiones en molinería y en infraestructura productiva intrapredial, y en la reconfiguración de la estructura socioproductiva, es una condición necesaria para ganar competitividad, pero no es suficiente para ello.


Considerando los distintos niveles que componen la noción de competitividad sistémica [10],  el empresariado arrocero avanzó positivamente sobre el nivel micro (la reconversión tecnológica, gestionaria e institucional de las empresas), pero ese esfuerzo no puede brindar resultados plenamente positivos, en tanto que los niveles meso (el contexto de apoyo al desarrollo del sector privado), macro (el entramado de políticas de estabilidad y liberalización de la economía), y meta (el patrón de organización política, económica y social) no se alinearon, obstaculizando aquel avance, e impidiéndole concretar las ganancias de mercados esperadas.


El denominado “costo argentino”, que involucra desde aspectos relacionados con al infraestructura deficitaria hasta cuestiones de presión impositiva, pasando por los costos laborales, entre otros factores, se expone como el verdadero causante de la pérdida de competitividad de una economía regional como la arrocera, que por sus características intrínsecas pervive como nodo dinámico de un sector productor solo sí tiene inserción exportadora relevante.





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Notas:
[2] En la última campaña comercializada, se exportó el 65% de la producción total.
[3]   Hasta la década de 1930, la arrocería argentina se asentaba en el Noroeste (Tucumán, Salta, principalmente) y en menor medida en Misiones. A partir de entonces, luego de que se tomaran una serie de medidas de protección a la producción (restringiendo las importaciones), el cultivo comenzó a expandirse hacia el Sur, a áreas más cercanas al gran mercado interno que representaba Buenos Aires, y que, a la vez, dispusieran del recurso hídrico requerido. De ahí que se afianzó primeramente en Entre Ríos y Santa Fe, y luego fue expandiéndose hacia Corrientes, Chaco y Formosa.

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