BITÁCORA EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS



Trato inhumano, cruel y degradante que recibimos por parte de las autoridades. 


Bitácora de la Estadía en el Hotel Coronavirus

Autora: Eliana (Lady_ Gorgo; @htaniepitas)





La historia que les voy a contar ya es conocida por muchos, pero nunca está de más repetirla. ¿Por qué? Porque es un show que no puede continuar pero que lo hace sistemáticamente, siempre con actores distintos que luego no pueden hacer nada. Los actores, queridos lectores, somos los ciudadanos.

Partí a Perú por una cuestión laboral el día 8 de agosto de 2021. Tanto en el viaje como durante las reuniones cumplimos con todas las medidas de precaución que los gobiernos nos dicen que tenemos que cumplir. Doble barbijo, alcohol, máscara, lo que quieran. Me hice un Test PCR antes de salir del país y uno previo a volver, todos con resultado negativo.

Conocí brevemente un Perú muy bello y gente maravillosa, y al cuarto día volví a mi querida Argentina sin pensar que al firmar la Declaración Jurada para Egresar del País, aceptaba en forma implícita que se violaran los derechos constitucionales más elementales e incluso todos los Tratados de Derechos Humanos que tanto citamos los abogados y que tienen rango constitucional. Muchos me han contestado “no hubieras salido”, “vos sabías lo que podía pasar”, “firmaste la declaración jurada, ya está” y son respuestas que aún hoy me niego a aceptar. El respeto de nuestros derechos es en nuestra propia defensa, porque si el día de mañana nos toca pasar por una situación como la que les voy a contar y lo justificamos con esas afirmaciones, habremos entregado todo.

El jueves 12 de agosto llegamos aproximadamente a las 19hs al Aeropuerto de San Fernando, 4 pasajeros con Test PCR negativo. Nos bajan del avión de a dos, con la excusa de hacernos un test rápido, muy parecido al PCR, pero cuyo resultado -que no pudimos ver ni controlar- podía ser entregado con un altísimo grado de certeza a los 20 minutos de tomada la muestra. Tan alto era el grado de certeza que nos dijeron hasta el hartazgo que “si el test de antígenos da positivo, ya está, el PCR va a dar positivo”. Me lo dijeron autoridades, médicos, amigos, todos.

Pasaron los veinte, treinta minutos y descendemos del avión para ser guiados hasta un container porque, nos informan, “teníamos una carga viral leve” (de lo que nunca quedó constancia y el test no mide) y era necesario tomarnos las muestras para hacernos el Test PCR porque el test rápido SOLO, nos dicen, mide antígenos. De repente me vi rodeada de personal sanitario y fuerzas de seguridad. Con los 9 grados que hacían a las 21hs de ese jueves, más la desesperación de no saber qué va a pasar, créanme que el coronavirus era lo de menos. En este punto quiero aclararles: Ni yo, ni mis compañeros, tuvimos síntomas. Nunca.

Sufro ataques de pánico y trastorno de ansiedad desde hace dos años. Los motivos no vienen al caso. Luego de un tiempo que pareció eterno, donde tuve que avisar a familiares lo que me habían dicho: “Sos COVID positivo y hay que determinar si venís con la delta”, vinieron a tomar la muestra del hisopado nasofaríngeo, cuyo resultado debía (según me informaron) ser procesado por el Malbrán en 72 hs. Las 72 horas, pronto se convertirían en 7 días.

Una vez tomadas las muestras, subimos a la combi para ir al Hotel designado por las autoridades. No sé bien cuales, porque en toda nuestra estadía en el Hotel Presidente sito en Cerrito 850, Ciudad de Buenos Aires, nunca nadie nos supo decir quién activó el protocolo, bajo jurisdicción de qué autoridad nos encontrábamos ni quién había dispuesto nuestro traslado. En cualquier caso, 72hs era más o menos razonable, porque uno no quiere arriesgarse a contagiar a otros.

Cuando llegué al Hotel, todo cambió muy rápido. Me di cuenta que en lugar de “paciente” era prácticamente una detenida que no podía hacer nada sin autorización y en lugar de aislarme “para cuidarnos a todos” me encerraban sin plazo definido para que cada parte cobrara su tajada en el reparto de fondos.

En la entrada, me atendió una profesional de la salud que dijo ser del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) y me tomó la temperatura, la saturación y me auscultó en un ascensor, a puertas abiertas, y sobre el sweaters que llevaba. Toda vez que no tenía fiebre y mi saturación era más que normal, me condujeron a mi habitación con un termómetro que apenas funcionaba para realizar la cuarentena y reportar dos veces por día si tenía fiebre. 




Desde el Aeropuerto venía insistiendo en mi patología y tanto así que días más tarde, una licencia del propio GCBA manifestó que no me encontraba en un ambiente propicio para afrontar el aislamiento. Cada vez que le indiqué esto, mi médico o yo, a las autoridades del Hotel (que nunca vimos) o se realizaron pedidos de visita medica particular, el Hotel esgrimió que el protocolo estaba por encima de todo. Me llamaba diariamente una Licenciada (asumo que psicóloga) que, en lugar de colaborar con mi salud, me generaba mas ansiedad explicándome lo que era una pandemia y que era yo la que tenía que entender. Mi padre estuvo internado por neumonía bilateral post covid dos meses y medio…si no sabré de que se trata la pandemia. Tan generosa fue con su tiempo, que se ofreció a llamarme al día siguiente pese a que no era su guardia porque “si había trabajado gratis en tantos manicomios, bien podía llamarme”. Esta persona no merece más líneas, porque con este ejemplo pueden imaginar el tenor de los llamados.

Desde el primer día me comuniqué con todos los ministerios de salud involucrados y como parte de estos llamados tuve que hacerlos desde el teléfono de línea, el día 19/08 el personal del Hotel me llamó para informarme que yo “no debería tener la línea habilitada para llamar al exterior”. Cualquier coincidencia con una prisión, es la realidad.




El Estado Nacional alegó que el Hotel era jurisdicción del GCBA y en consecuencia, era el GCBA el que debía ocuparse. Por su parte, el GCBA, incluso la Gerencia de Legales del Ministerio de Salud, esgrimió que era cuestión federal porque eran las autoridades nacionales quienes habían activado el protocolo de ingreso. La Provincia de Buenos Aires también se exoneró de culpa y cargo. Recuerdo en punto haberle preguntado a la señorita que me atendió en la línea 147 de CABA si yo era apátrida y no me había enterado. Baste con decir que me cortó la comunicación.

Los controles médicos en el hotel se limitaron a un llamado telefónico consultando simplemente si tenía temperatura o síntomas. El oxímetro me lo facilitó mi empleador. Los elementos de higiene personal, toallas, toallón, comida saludable también. Mis amigos y familia se encargaron del resto. Ustedes mismos pueden sacar sus conclusiones del por qué, tan solo mirando las fotos de abajo.




Recién logramos que nos atiendan en el Malbrán el día 17 de agosto. ¿Estaban ya los PCR? NO. Resulta que la pandemia no es tan importante como nos hacen creer y el Malbrán no había trabajado durante el fin de semana largo. Recién estaban abriendo las cajas del viernes anterior y que si eventualmente ellos no lo tenían es porque o la muestra no se envió o estaba en proceso. La Pandemia te encierra, pero no te libera. Al Estado le da potestades inconstitucionales, a los ciudadanos les restringe los derechos constitucionales. Es tan simple como eso.

Frente a esto, mi empleador me puso a disposición un efector privado para realizar la muestra y tener el resultado en el día. Sin embargo, no fue posible. El Santo Grial del Protocolo determina que “si no es por instrucción del Ministerio, acá no entra nadie”.



Pensé entonces, que lo mejor era preparme para la batalla que ojalá no se tuviera que dar. Pero no podía dejar que se hiciera viernes nuevamente. Así, con mi abogado que estuvo al pie del cañón minuto a minuto comenzamos la redacción de las acciones judiciales que podríamos interponer para salir de un encierro de plazo indeterminado. Muchos nos decían que no, que los plazos no te dan, que no va a servir, que otros lo intentaron y no sirvió. Mientras tanto, desde el encierro lo único que pensás es que, aunque no salga, al menos lo intentaste.

Ya casi sorteada la acción, nos enteramos que el Malbrán había subido el resultado. El PCR, que sí o sí iba a coincidir con el test rápido, daba NEGATIVO. Sí. NEGATIVO. No éramos asintomáticos. Estábamos sanos, en un Hotel que se negaba a atendernos como correspondía y con gente que sí requería tratamiento. Llamo a recepción del Hotel y me indican que no me puedo ir hasta que el Ministerio lo indique porque al 7mo día deberíamos realizarnos el hisopado que prevé el protocolo. Con una mera presunción de COVID me asumieron positivo y aplicaron el Sagrado Protocolo, pero con la certeza del negativo, había que poner en marcha la burocracia como si el test rápido realizado 7 días atrás, hubiera sido negativo.

Pasados los 35 minutos del llamado, la médica a cargo me informó que estaban esperando respuesta de epidemiología y cuando pregunté cuando iba a estar su respuesta fue “cuando esté, hoy, en unas horas, mañana, no sé”. Frente a tal respuesta, informé que a partir de ese momento me consideraba privada de mi libertad en forma ilegítima y que en cuanto llegara mi abogado, se retiraría del Hotel. Mágicamente a los 10 minutos nos llaman por teléfono, para informarnos que una enfermera nos escoltaría a la salida. Así lo hicieron treinta minutos después, y previa Declaración Jurada de mantener “el distanciamiento social” nos dejaron ir en vehículos con condiciones, supuestamente enviados por nuestra prepaga. Se imaginan la alegría de salir.

Pero por suerte y gracias a Dios que me iluminó durante todo el periplo, pregunté al remisero -una vez dentro del vehículo- a dónde me llevaría. Respuesta: Hotel X (no recuerdo a esta altura el nombre creo que era Conquistador). Me negué al traslado y llamé urgente a un familiar que estaba a unas cuadras. Al negarme el chofer se comunicó con OSDE y le indican que la “paciente” debía comunicarse. Llamo y el operador me pide que le relate mi situación y por qué había estado aislada. Naturamente, corté y le pedí que abriera la traba de la puerta urgente y me subía al vehículo de mi familiar. Al día de hoy OSDE esgrime que el GCBA dio la orden de traslado a otro Hotel pero que no pueden enviarme nada por escrito. Nuevamente, nadie se hace cargo.

Escribo estas líneas desde mi casa, más tranquila. Sólo Dios sabe cuánto recé y sólo Él me dio la templanza para levantarme luego de los ataques de pánico y de ansiedad casi diarios. Le ofrecí mi sufrimiento y le pedí fuerza para continuar, porque no era yo sola. Mis compañeros estaban allí.

Hoy estoy pensando cual vía judicial sería las más apropiada. Cuando lo digo, me dicen que estoy enojada, que soy sensible, a algunos les parece hasta gracioso que haya pensado en un Habeas Corpus y a mí no me resulta divertido en lo más mínimo.

¿Estoy enojada? Sí. Porque esto no puede pasar sin pena ni gloria. Nos trataron peor que a un reo. Si queríamos más de dos vasitos de agua caliente al día, nos teníamos que procurar un termo y dejarlo fuera de la habitación para que lo llenen.

Sí. Estoy enojada, porque tenga éxito o no mi demanda, ojalá sea el inicio de muchas más. De mostrar que el trato inhumano, cruel y degradante que recibimos por parte de las autoridades no puede seguir pasando. No lo hago por mí. Lo intento por todos aquellos que no pueden, porque cuando tomo una decisión voy hasta el final. Como me dijo una amiga, no soy oveja en la guerra y lobo en la paz. Todos los que bien me conocen saben que escojo mis batallas y si decido darlas, no claudico.

Queridos amigos y todos aquellos que están leyendo estas líneas: Nunca dejen de pelear. Nunca dejen que la autoridad de turno les diga cuales son sus derechos, cuando ellos no asumen ninguna obligación. Busquen abogados dispuestos, porque los hay y realmente, estando encerrada, me dio mucha tranquilidad saber que afuera había alguien que en dos minutos estaba en el Hotel para ayudarme porque no quería ser abogada en causa propia.

Sólo se toma dimensión de lo que es una verdadera violación a los derechos humanos básicos cuando lo vivís o te lo cuentan. A mí nunca me contaron que la “cuarentena” era esto, pues de haberlo sabido me hubiera puesto a disposición para ayudar a quien sea necesario. Nunca tuve miedo al COVID, lo que sí me apena es el sometimiento del no hagamos nada, total a nadie le salió. Hagan algo. Hagan ruido. Al principio será una sola voz, luego serán varias, y luego más hasta que el grito de BASTA truene en los oídos de los funcionarios de turno. Pero no se dejen someter.

Cómo abogada católica le ofrecí a Él todo mi sufrimiento, pero pedí fuerza para no flaquear, para levantarme de la cama aún si no quería. Pero me levanté y lo hice con la firme convicción de que esto no puede seguirle pasando a ningún argentino más. Lo que viene y cómo procederé aún no lo determiné. Pero la historia no va a terminar acá.

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