TERRITORIO, SOBERANÍA Y ESTRATEGIA


Por primera vez desde su asunción, Milei se apartó de la retórica libertaria para encarar temas propios de un jefe de Estado


Autor: Santiago González (@gauchomalo140)

Nota original: https://gauchomalo.com.ar/territorio-soberania-y-estrategia/


Ha sido la pasada una semana extraña en términos de las expresiones públicas del presidente: por primera vez desde que asumió su investidura, y creo que también por primera vez desde que abandonó su carrera de economista para lanzarse a la carrera política, Javier Milei habló de soberanía nacional. Su discurso público giró siempre en torno de las ideas de la libertad, principalmente en referencia a las libertades individuales, y más precisamente apuntado hacia las libertades económicas. Uno puede pensar que en sus tres meses de ejercicio al frente del gobierno, Milei ha debido contrastar aceleradamente las construcciones ideológicas que se aprenden en los libros con las exigencias de una realidad mucho más compleja.

Es posible que el frustrado derrotero de sus dos grandes portentos legislativos, y sus complicadas relaciones con los gobernadores provinciales —cuyo poder, como el suyo propio, emana del voto popular—, lo hayan ilustrado sobre los condicionamientos que el sistema democrático, representativo y federal le impone al presidente. Tal vez Milei haya comprendido, o empezado a comprender, que no hay libertad posible sin un Estado que la proteja, con las leyes y con las armas, con la educación y con la salud, con la moneda y con el crédito, y haya comprendido también que no hay Estado posible sin soberanía, es decir sin la capacidad para ejercer esa protección de la libertad de manera autónoma, sin interferencias externas, sobre toda la extensión de su territorio.

Hay algo, en cambio, que el presidente tiene muy claro: “No existe soberanía sin prosperidad económica y, como muestra toda la evidencia empírica, no existe prosperidad económica sin libertad económica”, dijo en su primera referencia al tema que mencionamos, en el aniversario de Malvinas. Milei completó de este modo la ecuación que sugiere que libertad, prosperidad, soberanía y Estado son cuestiones interdependientes, inextricablemente unidas, y que se apuntalan recíprocamente. Tal vez ahora que le toca sostener las riendas, el presidente haya comprendido que el Estado no es necesariamente una “asociación ilícita”, como enseñan sus maestros y como dijo tantas veces en campaña, sino un instrumento de la vida civilizada.

En el mensaje citado el presidente ratificó el “reclamo inclaudicable por la soberanía argentina sobre las Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes”. Pero subordinó el respeto de esa soberanía por un lado a una participación ordenada del país en la actividad económica mundial y por otro a la seriedad de sus dirigentes. “Para que los reclamos soberanos sean escuchados y respetados —dijo—, es condición necesaria primero que el país y su dirigencia sean respetados ya que nadie tomaría en serio el reclamo de defaulteadores seriales, corruptos, o dirigentes políticos que más que una visión de país lo que defienden es un modelo de negocios.”

La última parte de esta frase presidencial resulta particularmente interesante, porque las propuestas de campaña de Milei y más especialmente el abigarrado conjunto de iniciativas legales que envió al Congreso tan pronto inició su gestión, hablaban a juicio de sus críticos más de un modelo de negocios que de una visión de país. “Para que una Nación soberana sea respetada en el concierto de las Naciones hay dos condiciones esenciales que deben darse —dijo ahora el presidente—. Esa Nación debe ser protagonista del comercio internacional y también debe contar con fuerzas armadas capaces de defender su territorio frente a cualquiera que intente invadirlo. Nadie escucha ni respeta a un país que sólo produce pobreza, y cuyos políticos desprecian a sus propias fuerzas armadas”.

Otro punto de ese mensaje que llamó la atención fue la manera como el presidente reivindicó la figura del general Julio Argentino Roca como punto de referencia para su gestión. Ya lo había mencionado en su mensaje inaugural frente al Congreso, pero más bien como fuente de autoridad para sostener moralmente la exigencia de los rigores que se vendrían: “Nada grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo, cuando se trata de la libertad de los hombres y del engrandecimiento de los pueblos, si no es a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios”, fue la frase del líder de la generación del 80 elegida por Milei en ese momento.

Esta vez lo recordó como arquitecto del Estado, como “padre de la Argentina moderna”, como cabeza de una generación “que consolidó nuestra soberanía territorial y nos marcó el rumbo para cumplir tamaña tarea”. La idea de la amplitud territorial apareció varias veces en este mensaje: en la reivindicación citada de todos los archipiélagos y mares del Atlántico sur, y también en la mención de 3,5 millones de kilómetros cuadrados como territorio soberano de la Argentina, cifra que incluye el territorio antártico. La presencia argentina en la Antártida aparece como una preocupación reiterada en Milei, manifiesta tanto en el viaje que apenas asumido hizo al continente hasta la visita de hace unos días a Tierra del Fuego, compartida con la general estadounidense Laura Richardson.

La jefa del comando sur del ejército norteamericano quiso visitar las obras de la llamada Base Naval Integrada, un gran proyecto de infraestructura iniciado por gobiernos anteriores y en el que Washington recela alguna injerencia rusa o china. Como el gobernador provincial no quiso recibir a la militar estadounidense, Milei viajó imprevistamente para acompañarla en su visita, y ratificar una vez más lo que en varias oportunidades ha definido como una alianza estratégica de la Argentina con los Estados Unidos. Allí el presidente pronunció un mensaje en el que volvió sobre el tema de la soberanía, esta vez centrado en el territorio antártico. Si bien no anticipó explícitamente una participación estadounidense en la base, su lenguaje fue ambiguo: habló de “nuestra base” que convertirá a “nuestros países” en puerta de entrada a la Antártida.

Este es el camino para seguir asegurando nuestro derecho soberano en la Antártida, territorio en el que fuimos el primer país en haber plantado bandera, el país con más bases permanentes y el único que tiene ciudadanos viviendo en el fin del mundo desde hace más de un siglo, cuando se fundó la base Orcadas en 1904”, recordó el presidente. “La falta de una base de este tipo en las últimas décadas ha tenido por efecto que el nexo logístico entre el continente y la Antártida haya sido nuestro país hermano de Chile, haciendo perder a la Argentina una oportunidad comercial y estratégica durante años y debilitando nuestro rol protagónico en el Atlántico sur”, dijo.

Esto no es casualidad. Muchos gobiernos de la Argentina de distinto signo político en las últimas décadas se han llenado la boca hablando de soberanía, pero no han hecho nada por ella. No han hecho nada por defender nuestras fronteras territoriales y fluviales del ingreso del narcotráfico. No han hecho nada por investigar el terrorismo islámico que lamentablemente hemos sufrido. Y no han hecho nada por defender la integridad territorial de nuestro mar argentino, que año tras año ha sido invadido por pesqueros ilegales”, agregó Milei, trazando una síntesis difícil de refutar.

En el discurso de Ushuaia aportó precisiones sobre su idea de soberanía: “Nosotros estamos convencidos de que la soberanía no se defiende con aislacionismo y discursos rimbombantes, sino con convicción política y construyendo alianzas estratégicas con aquellos con quienes compartimos una visión del mundo”, dijo. “Hoy el mejor recurso para defender nuestra soberanía es reforzar nuestra alianza estratégica con los Estados Unidos y con todos los países del mundo que defienden la causa de la libertad.” Horas más tarde en Buenos Aires, y nuevamente en presencia de la general Richardson, Milei fue un paso más allá para hablar de “una nueva doctrina de política exterior”, asentada en alianzas estratégicas que, subrayó, no pueden estar basadas simplemente en intereses comerciales sino ancladas en valores comunes.

Nuestra alianza con los Estados Unidos, demostrada a lo largo de estos primeros meses de gestión, es una declaración de la Argentina para el mundo”, avisó. El acento en lo simbólico fue una señal de prudencia, porque en lo práctico la “amistad” estadounidense nos fue siempre adversa, desde el ataque de la fragata Lexington contra el gobierno argentino en Malvinas en 1831 hasta el desmantelamiento del proyecto misilístico Cóndor en 1991. Milei prefirió hablar de los puntos compartidos entre las dos naciones, fundadas ambas, recordó, al calor de las ideas de la libertad. “Tanto el pueblo norteamericano como el argentino tienen en común que cuando las adoptaron pudieron emprender las expansiones territoriales más importantes de sus historias, a la altura de la ambición y vitalidad de sus pueblos”, dijo. Otra vez la preocupación por el territorio, otra vez el modelo de Roca.

Él comprendió como nadie el mandato de una economía próspera y de unas fuerzas armadas respetadas como base de una Nación grande”, había dicho en su discurso del 2 de abril. “Todas las reformas que impulsamos hoy son para que los argentinos volvamos a ser libres y de esta libertad surja una Nación fuerte y próspera con poder real para reclamar por su soberanía y ser respetada por otras naciones. Pero, como demostró el presidente Roca, la economía por sí sola no alcanza. No hay soberanía, no hay respeto internacional por nuestros intereses, si la dirigencia política hace hasta lo imposible para ensuciar el nombre de nuestras fuerzas armadas”.

Propuso entonces “una nueva era de reconciliación con las fuerzas armadas que trasciende a este gobierno. Una era donde el apoyo a las fuerzas armadas venga acompañado de una economía próspera y pujante para que puedan contar con los recursos y la tecnologías necesarias para defender a nuestra patria con dignidad.” Por su parte, afirmó el compromiso de trazar, durante su gobierno, “una hoja de ruta clara para que las Malvinas vuelvan a manos argentinas.” En la semana que pasó, el discurso presidencial se apartó por un instante de la retórica libertaria para reflejar preocupaciones más propias de un jefe de Estado. Ahora deben hablar los hechos.


–Santiago González


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