Qatar 2: La verdadera historia de la crisis de Qatar


Qatar sólo es una península del tamaño de Murcia, pero ese pequeño emirato acaba de convertirse en el centro del mundo. ¿De verdad financia al terrorismo islamista? Sí. Pero los que denuncian a Qatar también lo hacen. Una historia para quitar vendas de los ojos.


Autor: Danube Melul / José Javier Esparza
Versión Original: http://gaceta.es/noticias/historia-crisis-qatar-11062017-0956

Arabia Saudí, Bahrein, Egipto, Yemen y los Emiratos Árabes Unidos han roto relaciones diplomáticas con Qatar. A la ruptura se han sumado después Libia, las Maldivas y Mauritania. Tal vez usted vea esta crisis como algo lejano. Le parecerá más cercano cuando sepa que Qatar es accionista muy principal de Iberdrola, El Corte Inglés y el Grupo Prisa, además de patrocinar al Barça y tener en sus manos una parte no desdeñable de la deuda pública española.

El conflicto ha desatado una crisis sin precedentes en un punto especialmente combustible del mapa. Motivo declarado: que Qatar apoya al terrorismo islamista. Pero tal vez usted se pregunte cómo es posible que los aliados de los Estados Unidos en Oriente Próximo denuncien al país que alberga la principal base militar norteamericana en la región, que eso es Qatar. O cómo es posible que países que han llenado el mundo de mezquitas salafistas –véase Arabia Saudí- denuncien a alguien como promotor del terrorismo. Que Qatar ha financiado a grupos terroristas es algo sabido desde hace mucho tiempo. Está en documentos públicos desde 2004. Son, por cierto, los mismos documentos que también implican a otros países del Consejo de Cooperación del Golfo, o sea, los mismos que ahora acusan a Qatar. ¿No es incongruente? Lo es.

Para entender este embrollo hay que olvidar todos los tópicos habituales. No busque usted quién lucha contra el terrorismo, quién defiende a Occidente o quién combate por el islam. Imagine más bien un escenario de agentes donde todos y cada uno pelean por su propio interés, trazando unos y otros alianzas temporales y contradictorias que enseguida van a resolverse en conflicto para dejar paso a otro mapa de alianzas nuevas. Sólo así puede entenderse la complejísima madeja que envuelve en la región a árabes y persas, suníes y chiíes, jeques petroleros e inversores internacionales, Hermanos Musulmanes y wahabistas, terroristas de toda obediencia (y desobediencia), aliados y enemigos de los Estados Unidos, desde Pakistán hasta Egipto y desde Turquía hasta Israel, pasando por Irán, los saudíes y los riquísimos emiratos del Golfo. Todos y cada uno negocian, pactan y se engañan (y, a veces, se matan) en el mismo tablero. Es un escenario de desnuda lucha por la supervivencia y por el poder.

En el caso que nos ocupa, la clave de la cuestión está en la propuesta norteamericana, expresada por Trump en su reciente viaje a Oriente Próximo, de que los países árabes organicen una estructura de defensa propia. Eso que se ha llamado una “OTAN árabe”. Atención a la fecha: 20 de mayo. El protagonista político del mundo arábigo es sin duda Arabia Saudí, pero la principal base militar norteamericana está en Qatar. Los cataríes aspiran a convertirse en pivote de esa nueva alianza militar. Saudíes y demás no están dispuestos a aceptarlo. Esta disputa reaviva a su vez conflictos de muy distinto orden: político, económico, religioso, etc. ¿Se ha hecho ya usted a la idea? Bien: pues empecemos.

Cómo ha estallado la crisis

El primer acto de la presente crisis no se escribe en la península arábiga, sino en Washington. El pasado 23 de mayo, con Trump recién llegado de su gira exterior, la Fundación para la Defensa de la Democracia (FDD) organiza una conferencia en la capital de los Estados Unidos. La FDD es un think tank financiado por hombres de negocios y familias judías en línea con los neocon norteamericanos, y que se dedica exclusivamente al análisis del terrorismo internacional. Es en esa conferencia donde se denuncian los lazos de Qatar con los Hermanos Musulmanes, así como el apoyo catarí a Hamas y a los combatientes islamistas de Siria, y la disposición de Qatar para ser refugio de los talibán afganos. Los conferenciantes son nada menos que el ex secretario de Defensa Robert Gates y la ex alta funcionaria del mismo Departamento Mary Beth Long.

Gates, que ha dirigido la Defensa de los Estados Unidos tanto con Bush como con Obama, propone abiertamente que Washington debe reconsiderar la ubicación de su base militar en Qatar. Pero Gates no expresa una simple opinión personal: se está haciendo eco de los argumentos del embajador de los Emiratos Árabes Unidos, Yousef Al Otaiba, que se los ha enviado a la FDD en una cadena de emails que reproducimos en esta página. Al Otaiba menciona además un artículo de la revista Forbes sobre el particular y, de paso, señala que la prensa turca ha vinculado a la FDD y a los Emiratos con el intento de golpe de estado en Turquía. La madeja empieza a embrollarse. Pero quedémonos con lo esencial: alguien tan influyente como Gates propone en una plataforma tan señalada como la FDD, y de la mano de los Emiratos Árabes Unidos, abrir una nueva base militar norteamericana, destinada a ser el centro logístico y de inteligencia de la “OTAN árabe”, en otro país del Golfo.

El 4 de junio, domingo, estalla la crisis: bajo el liderazgo de Arabia Saudí y Egipto, los principales aliados árabes de EEUU cortan relaciones con Qatar. Incluso Jordania, tradicionalmente templada, reduce su representación diplomática en Doha, la capital catarí. La acusación de alimentar al terrorismo internacional (léase “terrorismo islamista”) circula por todo el mundo en apresuradas notas de agencia. No parece una iniciativa del gobierno norteamericano; es más, todo indica que a Trump este giro le pilla con el paso cambiado. Pero aún han de pasar más cosas.

A poco de estallar la crisis, el lunes 5, alguien “hackea” los informativos de la cadena Al Jazeera, la poderosísima televisión catarí, y en la pantalla aparece un inesperado vídeo del emir de Qatar en persona, Tamim bin Hamad Al Thani, diciendo cosas extremadamente comprometedoras. Escenario: una graduación militar. Discurso del emir: no es sabio alentar las hostilidades contra Irán, que es un peso pesado regional islámico que no se puede ignorar; las relaciones con Israel son buenas, y en lo que concierne a la “OTAN árabe”, nadie debe preocuparse porque Trump va a durar muy poco en el cargo. ¿Qué quiere decir que Trump “va a durar muy poco”? ¿Es una amenaza de muerte? ¿Es una previsión política? El escándalo, en todo caso, es mayúsculo.

El emir denuncia inmediatamente que todo es falso. Que él no ha hecho esas declaraciones. Que es un montaje perpetrado por hackers, del mismo modo que, dos semanas atrás, alguien “hackeó” (supuestamente) la agencia de noticias oficial iraquí para introducir unas opiniones del emir sensiblemente hostiles hacia Arabia Saudí. Y si ha sido un “hacker”, ¿para quién trabaja? Los EEUU envían al FBI a investigar el asunto. Comienzan por señalar a los rusos. Los cuales, por su parte, dicen no tener nada que ver y que esperarán al final de la investigación. ¿Rusos? Tiene poco sentido. Rusia mantiene con Qatar buenas relaciones comerciales. El año pasado el Fondo de Riqueza Soberana de Qatar acordó invertir 2.700 millones de dólares en la empresa estatal petrolera rusa Rosneft. El hecho, en todo caso, es que los países árabes del Golfo cortan relaciones con Qatar. Y lo hacen con los argumentos “inspirados” por los Emiratos en aquella conferencia de la FDD en Washington.

Qué pinta aquí el terrorismo

El 6 de junio, en medio del incendio, Trump se asoma a twitter y echa más leña al fuego: “Durante mi viaje reciente a Medio Oriente declaré que no podía seguir habiendo financiación para ideologías radicales –tuitea el presidente-. Los líderes señalaron a Qatar. ¡Miren!”. Y también: “Es bueno ver que la visita a Arabia Saudita con el rey y (otros) 50 países ya está dando resultados. Dijeron que asumirían una línea dura sobre la financiación, y todas las referencias apuntaban a Qatar. Quizá esto será el principio del fin del horror del terrorismo”.

Quizá, pero la crisis no ha hecho más que empezar. Porque, al otro lado del tablero, los rivales de Arabia aprovechan para marcar su propio territorio. Turquía aprueba enviar tropas a Qatar (para proteger al emirato). Irán arropa a Qatar. Pakistán envía alimentos a Qatar. Irán es enemigo abierto de los Estados Unidos, pero Turquía es miembro de la OTAN y Pakistán es una potencia nuclear íntimamente unida a Washington. ¿Qué hacen Turquía y Pakistán actuando al revés de lo que parece ser la línea americana? No es fácil seguir aquí el hilo de las alianzas, pero continuemos describiendo la madeja.

Bien, ante todo: ¿Es verdad que Qatar guarda lazos con el terrorismo islamista? Sin duda, sí. Lo llamativo es que ese argumento vuelva a ponerse ahora sobre el tapete. Los datos que vinculan a Qatar con el terrorismo son públicos desde hace años. El Departamento del Tesoro de los EEUU publicó el 28 de julio de 2011 las conexiones de Irán con Al Qaeda, y allí se afirma públicamente que algunos de los “facilitadores” de esas conexiones residen en Qatar. Ahora bien, el Tesoro añade que la financiación para el pago al gobierno iraní no proviene sólo de fondos cataríes, sino también de otros países del Golfo. Irán detiene a presos relevantes de Al Qaeda, acepta los pagos de los “facilitadores” y excarcela a esos presos para que vayan a… Pakistán, aliado eminente de los Estados Unidos.

¿Quiénes son esos “facilitadores”? El primero que aparece en la lista es Ezedin Abdel Aziz Khalil, conocido como Yasin al-Suri, que opera y vive en Irán desde 2005, y que recauda fondos de todos –todos- los países del Golfo. Además de facilitador, es un reclutador: alista gente para los grupos terroristas. Los Estados Unidos han puesto precio a su cabeza: la recompensa para quien dé información sobre su paradero exacto es de 10 millones de dólares.

¿Un enemigo de los EEUU recibe dinero de los aliados de EEUU para atacar a los aliados de EEUU, que ponen precio a su cabeza? Sí. Se entenderá mejor si lo planteamos de esta manera: en un escenario tan caótico como el de Oriente Próximo, donde no hay bloques aliados, sino que todos son socios y enemigos al mismo tiempo, los grupos terroristas se han convertido en un excelente instrumento para prolongar la política por otros medios. No es que los estados utilicen a los terroristas como punta de lanza, o no exactamente. Más bien es esto otro: tolerar los movimientos de un grupo terrorista en tu suelo puede ser una útil baza para incordiar al vecino en el suyo y, además, para atacar a otros grupos terroristas. Es exactamente lo que se ha visto en el contexto de la guerra de Siria, por ejemplo.

El mencionado informe del Tesoro norteamericano sirvió, en su día, para avalar las sanciones de Washington contra Irán y el consiguiente embargo económico. Pero hay más: en el contexto de la presente crisis, aparece otro de los agentes árabes, Omán, y da un chivatazo que ha pasado desapercibido, pero que es de enorme importancia, a saber: que los EEUU, en tiempos de Obama, trenzaron conversaciones secretas con Irán, y que el mediador de esas conversaciones fue… Qatar. Otro puente entre Qatar y el régimen de los ayatolás.

¿Y por qué es tan importante Qatar?

A estas alturas se estará usted preguntando por qué es tan importante Qatar, perejil de todas las salsas. Resumámoslo así: una pequeña península del tamaño de la provincia de Murcia, con una población de 2,7 millones de habitantes, que nada literalmente en hidrocarburos (reservas de petróleo para 37 años y la tercera mayor reserva mundial de gas) y, muy importante, una situación geoestratégica decisiva, como un saliente en medio del Golfo Pérsico, razón por la que los Estados Unidos instalaron allí en 2002 su mayor base militar en el área de Oriente medio, la de Al Udeid, con espacio para 10.000 efectivos y 100 aeronaves. La anterior base americana en la región estaba en… Arabia Saudí: la Príncipe Sultán. Qatar está gobernado por una familia de la misma órbita wahabista que los saudíes, pero, justamente por eso, sus conflictos con el vecino saudí son permanentes. Donde Arabia Saudí reclama la natural primogenitura del mundo suní, Qatar intenta por todos los medios marcar su propio espacio. Lo ha hecho por dos vías: la financiera y la diplomática. Y con gran éxito.

La vía diplomática: ante todo, mostrarse como un poder alternativo a Arabia Saudí. ¿Cómo? Al viejo estilo: aplicando la máxima de que “tu vecino es tu enemigo y el vecino de tu vecino, tu amigo”. Si Arabia se las tiene tiesas con Irán, Qatar se acercará a Irán. Si los saudíes rivalizan con Turquía, Qatar se acercará a Turquía. Si los wahabistas de La Meca chocan con los Hermanos Musulmanes, Qatar –no menos wahabista- engrasará sus relaciones con los Hermanos a través, por ejemplo, de Hamas en Palestina. Si Arabia Saudí quiere convertirse en voz del islam salafista elevando mezquitas por todas partes, Qatar no sólo construye mezquitas, sino que además crea una cadena de televisión, Al Yazeera, para mostrarse como portavoz del islam en el mundo de la comunicación global. Y así sucesivamente. En esa partida, Qatar lleva años ganando por la mano a los saudíes, especialmente después de los atentados del 11-S, cuando el pequeño emirato se llevó la base americana antes mencionada. Con ello consigue, además, que otros se apoyen en Qatar para apretar las tuercas ocasionalmente a los saudíes, ya se trate de Turquía, Pakistán, Irán o Israel. La de Qatar no es una diplomacia de bloques: pesca en todas las aguas donde puede. Así es capaz de sentarse en la mesa simultáneamente con Hamas y con Israel (luego daremos algunos detalles), con Washington y con Teherán, incluso con el Pentágono y con Al Qaeda. Ese arriesgado equilibrio de funambulista convierte a Qatar en un socio tan necesario como peligroso.

Un excelente ejemplo de cómo juega Qatar en el terreno diplomático son sus relaciones con Israel. Decía el emir en el célebre video hackeado en Al-Yazeera que “las relaciones con Israel son buenas”. Y de hecho lo eran. Israel y Qatar intercambian delegaciones comerciales, con sus oficinas en ambos países, desde 1996. Estas relaciones se enturbiaron en 2006 por un episodio que da la medida del tipo de juego que le gusta practicar a Qatar. El emirato envió a unos ingenieros para hacer una prospección en los pueblos de la frontera del Líbano con Israel, pueblos que habían quedado devastados durante los enfrentamientos de Hezbollah con el ejército israelí durante la Segunda Guerra del Líbano. Una vez los ingenieros pasaron el informe, Hezbollah –recordemos: milicia chií libanesa apoyada por Irán y considerada terrorista por EEUU, Israel, la Unión Europea y el bloque árabe del Golfo- facilitó al propio emir catarí una sala donde recibió a los antiguos habitantes de esos pueblos. Allí el emir Tamim bin Hamad presentó su proyecto de reconstrucción de la zona y entregó personalmente a los vecinos cheques de hasta 80.000 dólares. De inmediato comenzó la reconstrucción, que incluyó lugares de culto tanto sunitas, como chiitas y cristianos. ¿De qué se trataba? De comprar la fidelidad de Hezbollah, de trazar un puente de oro con la Guardia Revolucionaria iraní (el emir se ha reunido varias veces con el jefe de la Fuerza Quds, el comandante Qasem Soleimani), de mostrarse ante todo el mundo musulmán como los mejores defensores de la causa y de evitar nuevas incursiones de Israel, porque estos pueblos no son la franja de Gaza, son el Líbano. En terrenos colindantes, por cierto, a los que tiene arrendados la ONU para las tropas de FINUL, donde murió el cabo español Soria.

¿Y es sólo una jugada local? No, y esto es lo más importante de todo. A partir de ese contacto con Hezbollah y de su “pueblo” en la frontera israelí-libanesa, Qatar se convierte en una pieza fundamental en materia de información para Irán, naturalmente, pero también para Israel, con quien sigue manteniendo relaciones, y por supuesto para los Estados Unidos, que siguen teniendo en Qatar su principal base operacional en la región. Así juega sus cartas Qatar. Cualquier otro en esas condiciones habría terminado naufragando. Pero es que Qatar tiene algo que no tiene “cualquier otro”: dinero, mucho dinero.

Esa es la otra vía, la financiera: a partir de 2005, Qatar crea un fondo soberano, Qatar Investment Authority, para optimizar los ingresos por hidrocarburos. Hoy es el décimo mayor fondo soberano del mundo, con activos por valor de 270.000 millones de euros. La cuantía y oportunidad de sus inversiones habla por sí sola. Sólo un dato: en España, donde Qatar entra de la mano de Zapatero, siete de las diez mayores operaciones de los fondos de inversión soberanos desde 2011 hasta 2014 corresponde a dos fondos cataríes, con compras por valor de 5.815 millones de euros. En España, Qatar está presente –y con mando- en Iberdrola, Prisa (El País), El Corte Inglés, el grupo de comunicación Mediapro (el de Jaume Roures, fundador de La Sexta), el patrocinio del Barcelona club de fútbol, la filial brasileña del Banco de Santander, la sociedad de Ferrovial en el aeropuerto de Heathrow, la inmobiliaria Colonial (del grupo Villar Mir), la filial alemana de la constructora ACS (Hotchief), el puerto deportivo de Tarragona o el Hotel Renaissance de Barcelona, por citar sólo algunos de los casos más significativos. Y España, evidentemente, no es su único destino: Qatar tiene intereses directos en Energías de Portugal, el Credit Suisse (un 8%), el Barclays Bank (un 6%), Siemens (21%), el Grupo Volkswagen (17%), Glencore (la primera empresa mundial de compraventa de materias primas y alimentación: un 9%), la joyera Tiffany Co. (un 13%), las petroleras Rosneft y Shell, la inmobiliaria internacional Brookfield, la red de tuberías de gas de la National Grid en el Reino Unido, enormes propiedades inmobiliarias en Londres (los almacenes Harrods y el rascacielos Shard, entre otros), en Nueva York y en distintos lugares de Francia. De manera que nadie puede tratar a Qatar como a una potencia menor; sencillamente, porque en términos económicos y financieros es una potencia mayor.

Paisaje provisional

De momento, su potencia económica no ha librado a Qatar del aislamiento por parte de sus “hermanos” árabes, que han culminado la ruptura diplomática con un cierre de fronteras que, en la práctica, significa un bloqueo internacional. Pero eso no quiere decir que Qatar se quede solo. El conflicto catarí llega en un momento en el que los Estados Unidos y Alemania han retirado sus misiles de la base turca de Incirlik. Turquía, recordémoslo, sigue en la OTAN, pero Trump –como antes Obama- quiere que los países árabes construyan su propia “OTAN”. Ahora bien, Turquía, que es islámica, no es árabe, y queda fuera de ese nuevo espacio de defensa al tiempo que se ve amenazada por él, siquiera sea en términos de rivalidad regional. Otros agentes de la zona desconfían igualmente de los árabes y prefieren mantener el lazo con Qatar. Y no son precisamente agentes menores.

El gobierno de Erdogan, que no da puntada sin hilo, ha encargado a la Asamblea de Exportadores Turcos que esté lista para atender las demandas de Qatar si no se levanta el veto y ha conseguido del parlamento turco la autorización para enviar 5.000 soldados a su base militar en Qatar. ¿Para qué? Seguramente para estar en primera línea sobre el terreno. Turquía posee un gran ejército y Erdogan goza de un carisma islamista indiscutible, de manera que puede permitirse el lujo de presentarse como valedor de Qatar y elemento de disuasión para los otros jeques petroleros. De paso, les dice a los norteamericanos que nadie como Turquía para mostrar al resto del mundo musulmán cómo funciona una Alianza de defensa militar. Es decir que un aliado importante de los EEUU opta por Qatar. Y no es el único, porque Pakistán también se ha manifestado ajeno al conflicto. Los paquistaníes, en efecto, firmaron un acuerdo comercial con Qatar para la compra de su gas líquido que aún tiene por delante 15 años de vigencia, y ya han dicho que no piensan romperlo.

Irán, por supuesto, también se ha alineado con Qatar. Ambos países comparten la mayor falla subacuática de gas líquido, el yacimiento North Field, que suministra prácticamente todo el gas catarí. Irán ha llamado a la calma a los países del Golfo porque le interesa conservar la amistad de Qatar, intermediario en innumerables asuntos. De hecho, en cuanto se conoció el veto a Qatar, Irán ofreció cubrir las necesidades de agua del emirato y puso a trabajar a la unión de exportadores de productos agrícolas para dar cobertura a la demanda catarí, que importa el 90% de todo lo que consume. La reacción saudí, según denuncia Teherán, fue activar a un comando del Estado Islámico para que atentara en el parlamento iraní y en el mausoleo de Jomeini: dieciséis muertos y decenas de heridos. Irán acusa expresamente al hijo predilecto del rey Salman, Mohammed bin Salman, de haber orquestado ese atentado precisamente como represalia por haber roto el veto a Qatar.

Israel también ha movido ficha: se ha desvinculado de Qatar y se ha alineado con los jeques del Golfo por boca del ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, que ha dicho que el veto a Qatar “abre muchas posibilidades a la cooperación en la lucha contra el terrorismo”. Lieberman habla implícitamente de Hamas, la fuerza islamista palestina nacida de los Hermanos Musulmanes. Y Hamas, por su lado, ha puesto el grito en el cielo al ver que los saudíes y sus socios, en su acusación a Qatar, la incluyen entre los grupos terroristas, lo que para los palestinos es una traición a la solidaridad árabe y musulmana.

¿Y los Estados Unidos? Perplejo al principio, acusador después, mediador más tarde y, por último, nuevamente acusador, Trump da la impresión de estar intentado tomar la iniciativa en un asunto que le ha pillado desprevenido. Pero la base de Al Udeid sigue estando donde está, y el Pentágono, por boca del mayor Adrian J.T. Rankine-Galloway, ya ha dicho que no ha recibido instrucciones para sacar sus aviones de Qatar, y que seguirán haciendo vuelos a Afganistán, Irak y Siria desde la base catarí. Difícil será que EEUU rompa el statu quo. Pero sí es previsible que utilice el conflicto en su propio beneficio. ¿Cómo? Una hipótesis: después de las reuniones del secretario de Defensa James Mattis con el Estado Mayor turco en Ankara, se ha avanzado la posibilidad de estimular el choque entre Al Qaeda y el Estado Islámico. Y uno de los principales interlocutores con Al Qaeda es precisamente Qatar.

El hecho es que el conflicto de Qatar, en el explosivo escenario de Oriente Próximo, va mucho más allá de una riña regional. En esta “noche de los alfanjes largos” entran simultáneamente en juego el proyecto americano de una “OTAN árabe”, las influencias cruzadas en la guerra de Siria, las disputas por la hegemonía en el mundo musulmán, el conflicto palestino, el terrorismo islamista con sus numerosos rostros y, por supuesto, la eventual amenaza de una acción contra Irán. Y todo eso, girando en torno a una península del tamaño de la región de Murcia.

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