Salir del Loop

Salir de loop


"Tanto Monta"
Nudo gordiano (cortado)
Emblema de Fernando el Católico, Rey de Aragón.
Palacio de los Reyes Católicos en Zaragoza.

Días atrás, revisando el TL de Twitter, encontré un hilo en el que se discutía, cuándo no, sobre el peronismo, su carácter democrático (o no), y su papel en la historia reciente de Argentina.


Una de las participantes, @Mildred_DelRio, dijo: “(…) tiene que haber una manera racional de salir de esto. Vi innumerables veces este loop con gente valiosa (…)”. El tuit se refería a la discusión, siempre inconclusa y empantanada, sobre el rol del peronismo, su condición de víctima o de verdugo de la sociedad argentina.

El reclamo del tuit es más que oportuno, pertinente y actual. Se sigue discutiendo si el peronismo fue lo peor que le pasó a la Argentina, o si el peronismo es el único camino de gestación de una Argentina económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana.

Por tradición familiar, debería haber sido peronista. Mi viejo fue miembro activo de la intentona del Gral. Juan Valle en 1956. Y recuerdo con toda claridad, cómo el 1º de julio de 1974 mi vieja tenía el rostro surcado de lágrimas cuando anunciaron el fallecimiento de Perón.


Pero no, como corresponde, dirían Freud y Marcuse, me rebelé contra mi padre, contra la tradición familiar. De joven fui (me formé) dentro de la tradición de la izquierda antiperonista. Más allá de llevar latente todos los preceptos que desde lo ’90 dan forma a eso que llamamos (ahora despectivamente) “progresismo”, esa formación implicó poner toda la atención en lo mal que le había hecho al país el peronismo, Perón, Eva y los peronistas. 

Por el peronismo, el sujeto social de la historia le era esquivo a la idea de revolución. Por el peronismo Argentina era un país pobre. Por el peronismo, la sociedad civil argentina era débil. Por el peronismo y su impronta en la sociedad, la cultura argentina no estaba a la altura de las más sofisticadas del mundo, como la francesa.

Nos sentíamos un poco como el Cortázar antes de partir para Europa: los bombos peronistas no nos dejaban escuchar los cuartetos de Bartók.


Pasaron los años, los gobiernos, los golpes de Estado militares (como el del ’76) o civiles (como el del 2001), y la discusión seguía siendo la misma: peronismo, culpable o inocente?

Alejandro Magno se dispone a cortar el nudo gordiano.

Uno crece, se hace viejo, evoluciona, cambia, y no solo desde lo físico sino, y por suerte, desde lo intelectual. Y así, lo que eran certezas aprehendidas se convierten en dudas que incitan a la reflexión. Lo que era dictamen de intelectuales a los que respetábamos como oráculos infalibles, mutó en simples opiniones de otros. Lo sólido se desvanecía en el aire.


Y en ese proceso de cambio y cuestionamiento, la antinomia peronismo-antiperonismo ocupó, al menos en mi caso, un papel central. No quería verme permanentemente encerrado en el loop que mencionaba @Mildred_DelRio. Quería mirar un poco más allá, y para ello, el cambio en las otras cuestiones centrales (la libertad individual, el bienestar social, la justicia, el desarrollo económico, entre otras) ayudó a poner en perspectiva ese conflicto y a analizarlo desde más allá de la antinomia vigente en la sociedad argentina.

Es verdad que era más fácil sostener: “el peronismo es lo peor que le pasó al país”, o “la culpa de todo la tiene el peronismo”.

Y la vieja navaja de Ockham ayuda: si en los últimos 70 años de historia argentina el peronismo cumplió un papel central, sea en el gobierno o en la oposición, gestionando al Estado o combatiéndolo desde formaciones guerrilleras/terroristas, entonces debería tener mucho que ver para que Argentina llegue a ser el país que es hoy.


Pero como el mismo viejo fraile escribió: “La explicación más simple y suficiente es la más probable, mas no necesariamente la verdadera.”

Y es que cargar las tintas en el peronismo, por más que sea simple, y por más que sea evidente que el paso de la historia reciente del país fue al ritmo que le marcó el peronismo, no implica que sea verdad. O mejor dicho, que sea la verdad de fondo. Y la búsqueda de esa verdad de fondo es lo que, entiendo, conduce a la salida del loop.

En primer término, se debe correr el eje de discusión desde el tándem culpable/inocente, hacia la cuestión de fondo: cuál es la causa (o el conjunto de ellas) que tornaron a la sociedad argentina en lo que hoy es, que condujeron a la economía del país al desastre que es actualmente.

Esas causas no se deben reducir al peronismo, porque las causas lo trascienden y discurren por otras expresiones políticas, por diferentes segmentos sociales, por disímiles constructos intelectuales. Es difícil, y máxime en un reducido espacio, pero sobre es arriesgado exponer una síntesis de esas causas, pero me animo a enunciarlas de un modo muy sucinto en dos conceptos, íntimamente relacionados entre sí: autoritarismo y dirigismo populista. Y ambos no son otra cosa que expresiones de contra el liberalismo (filosófico, político, económico).

El autoritarismo y el dirigismo populista, es decir, el antiliberalismo integral (no solo el económico), campearon en la Argentina moderna desde siempre. En determinados momentos fueron condensados con intensidad bajo la forma política del peronismo (en alguna de sus facetas), pero nunca fue exclusivo del peronismo.

El cercenamiento de las libertades (de pensar, de elegir, de comerciar, entre otras) no fue ni es exclusivamente un rasgo peronista. La intromisión del Estado en el desenvolvimiento económico, su papel director llevado a niveles absurdos, no fue ni es una gestión o una idea únicamente peronista.

No hay espacio ni tiempo para hacer una recorrida histórica, pero basta con analizar diversos aspectos del presente para observar que el peronismo no es el culpable de nuestra decadencia, sino que lo es un cuerpo de ideas antiliberales que campea por encima de los partidos y que se hizo carne en buena parte de la sociedad argentina.

Después de la denostada década de gobiernos peronistas bajo la forma del kirchnerismo, el gobierno de Cambiemos no avanzó sobre las expresiones que plasman en la práctica aquellas ideas antiliberales. El dirigismo económico no se ha modificado, y el peso del Estado en la economía continúa vigente, tanto en forma directa, a través de sus empresas, como en forma indirecta, a través de la presión fiscal. El uso de la investidura presidencial para atacar o denunciar a un opositor, sin aportar pruebas concretas, continúa tal como ocurrió bajo el kirchnerismo. El avance sobre las libertades de comerciar en la forma legal que mejor considere el individuo no se detiene (qué es, sino, la obligación impuesta a los comerciantes monotributistas de aceptar el pago con tarjetas de débitos bancarios?). El populismo económico, expresado en el mantenimiento y la ampliación de la AUH o, entre otros mecanismos, en la promoción del Banco Provincia de Buenos Aires de devolver parte de los montos gastados con tarjetas de crédito, toma impulso cada día. El aceptar pasivamente imposiciones financieras o simbólicas (“planes sociales” o no hacer móvil el feriado del 24 de marzo) de sectores claramente autoritarios, hace partícipe de ese autoritarismo a quien las acepta.

La reciente propuesta de una ley de cultos que avanza sobre los principios republicanos y constitucionales (uno de los fundamentos del liberalismo) podría haber surgido de las reuniones durante el onganiato en “La Montonera”. 

Las retenciones a las exportaciones agropecuarias se han reducido (en parte) pero el gobierno no ha presentado un proyecto de ley para su eliminación, pendiendo así sobre el sector más dinámico de la economía argentina, el filo de la espada de una de las medidas más dirigistas y dañinas que puede acometer el Estado.

Y se podría continuar con otros muchos ejemplos de cómo el gobierno actual, que en teoría vino a cambiar la dinámica social, económica y política que había instaurado el peronismo -en su vertiente kirchnerista- no lo hace, sino que, incluso, la profundiza.

El dirigismo y el autoritarismo, es decir, el antiliberalismo, recorren la historia argentina desde antes del peronismo y sobrepasan su devenir, derramándose por sobre el conjunto de la sociedad, haciéndose carne en ella. La corporación política, peronista y no peronista, toma elementos de ese antiliberalismo y los refuerza en determinados momentos y sobre determinados aspectos, acicateando los vaivenes de la opinión pública. Y así se pasa de festejar la existencia de las AFJP a salir a la calle a favor de la vuelta al sistema jubilatorio de reparto. Se pasa de festejar la privatización de Aerolíneas Argentinas, a llevar pegado el cartelito “Todos somos Aerolíneas”. Se pasa de asimilar la idea de que era correcta la privatización de YPF, a la de que es correcta mantener la nacionalización de YPF. Se pasa de valorar el esfuerzo individual para el crecimiento social, a aceptar sin discusión la vigencia de la AUH. Y se podrían listar centenares de ejemplos.

No, el peronismo no es el culpable exclusivo, no construyó “Peronia”, como simplistamente circula en las redes sociales, ni explica todos los males que nos azotan como país actualmente. El peronismo no fue ni es más que una expresión (la más potente, quizás, pero no la única ni suficiente) de las ideas antiliberales que recorren la historia argentina.

Así que, para mi, salir del loop implicó eso: no hablar más de peronismo y antiperonismo, peronismo culpable o peronismo víctima, sino concentrar la atención en las ideas enemigas de mi libertad, que me impiden desenvolverme en forma integral, en el contexto de una sociedad civilizada, donde el inevitable conflicto humano se encuentre canalizado por un contrato social racional, bajo la forma de un Estado acotado. Y esas ideas aparecen más acabadamente bajo la forma del autoritarismo y del dirigismo populista.






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