LA PESCA ARTESANAL
Autor: Marcelo Posada (@mgposada)
Las referencias al sector pesquero argentino remiten a las distintas flotas que operan desde el puerto de Mar del Plata y otros puertos de la Patagonia; remiten a los tradicionales barcos amarillos y a los grandes buques factorías que capturan, procesan y congelan peces y moluscos a lo largo de la costa atlántica argentina, para luego llevárselos a sus países de origen; y remiten, también, a la depredación que cometen en nuestra plataforma continental los buques asiáticos (chinos, fundamentalmente) que operan, muchas veces, sin autorización.
Sin embargo, el sector pesquero tiene un componente que se conoce mucho menos, que no mueve las mismas cifras millonarias de dólares, pero que tiene importancia local. Nos referimos al sector de la pesca artesanal.
La pesca artesanal en Argentina se puede dividir en dos grandes grupos: la continental, principalmente desarrollada en la Cuenca del Río de la Plata, y especialmente a lo largo del río Paraná, y la marítima, que engloba un heterogéneo conjunto de pescadores que se distribuyen entre el Sur de la Bahía de Samborombón (en la Provincia de Buenos Aires) hasta Puerto Almanza (en la Provincia de Tierra del Fuego). También hay otros centros de desenvolvimiento de actividad pesquera de cuño artesanal en el Este de Salta, en las lagunas bonaerenses y en lagos cordobeses, pero son de importancia muy marginal.
La legislación nacional, la estadística y el poder de policía público se concentra, fundamentalmente, en la pesca comercial marítima, generándose un foco de desconocimiento y un cierto vacío normativo en lo atinente a la pesca artesanal.
¿Qué es la pesca artesanal? ¿Cómo se la define?
En cumplimiento de la Ley 24.922, el Consejo Federal de Pesca define a la pesca artesanal en el ámbito marítimo como toda actividad que se ejerza en forma personal, directa y habitual por pescadores y/o recolectores, realizada con embarcaciones menores o sin ellas y destinada a la captura, extracción y recolección de recursos vivos del mar [1].
Para la pesca continental, las definiciones contenidas en las normas provinciales (que son quienes tienen jurisdicción sobre los tramos fluviales que corren por sus respectivos territorios, como así también sobre el frente costero marítimo hasta las 12 millas) son disímiles, algunas poniendo énfasis en las artes de pesca utilizadas, otras en los tipos de embarcaciones empleadas, etc.
En términos generales, puede diferenciarse una pesca artesanal de subsistencia, en la cual la función primordial de la actividad es el abasto de proteína animal (en este caso, pescado) para el consumo familiar del pescador y, ocasionalmente, para la venta local del excedente de piezas obtenidas; y una pesca artesanal comercial, en la que el eje de la actividad está puesto en realizar capturas para comercializar y obtener una retribución al tiempo y el capital invertido en la actividad. Esta última detenta un potencial de crecimiento importante, siempre que cuente con los incentivos normativos, fiscales y financieros adecuados.
Conocer la cantidad de pescadores artesanales en actividad en cada región y cuál es su producción es una tarea difícil, puesto que los registros, tanto los declarativos como los derivados de los controles públicos son fragmentarios y/o están sumamente desactualizados. Para ejemplificar el desconocimiento que existe sobre esta actividad, veamos el caso de un segmento de la pesca artesanal desarrollada en Tierra del Fuego. Allí, un documento oficial señala que en un relevamiento efectuado, los pescadores artesanales declaran un nivel de captura determinado, pero que cuando se lo contrasta contra las estimaciones de capturas que realiza el organismo de contralor ambiental local, estas son un 44% de aquella declaración, y aún más, si se compara lo declarado por los pescadores en la encuesta contra lo que declaran ante los organismos de control sanitario y fiscal, esta declaración equivale solo al 6% del monto relevado [2].
La carencia de información confiable impide poder tomar decisiones sólidamente basadas cuando, como en este caso de la pesca artesanal, se está afectando un recurso natural que es altamente sensible a la sobreexplotación, como es el caso del recurso ictícola.
La pesca artesanal vivió momentos críticos en ambientes diversos, exponiéndose en descensos profundos de las capturas logradas luego de períodos de alta sobreexplotación, como ocurrió en la zona del Canal de Beagle a mitad de la década de 1990 que llevó a una veda de 18 años para la extracción de centolla, o la caída en las capturas de sábalos en la Cuenca del Plata a mediados hacia 2005, que llevó a la implantación de un período de veda y, posteriormente, a la estructuración de una regulación de los volúmenes permitidos de pesca.
Conocer cuánto y dónde se efectúan las capturas resulta una información básica indispensable para pautar esquemas de explotación de los recursos que, si son diseñados e implementados inteligentemente, no serían netamente “prohibitivos”, sino que podrían funcionar como un conjunto de incentivos para reorientar la cantidad y calidad de la explotación. Sin embargo, la tendencia en la Argentina es a utilizar la información productiva con fines, en última instancia, fiscales, estimulándose así –tal como vimos en el ejemplo fueguino antes mencionado- la subdeclaración, de lo que se deriva, entonces, inadecuada calidad informativa para el diseño de la gestión del recurso ictícola.
El conjunto de pescadores artesanales, tanto en la costa marítima como en la Cuenca del Plata es heterogéneo, comprendiendo desde recolectores de moluscos y crustáceos que se desplazan a pie en la línea intermareal hasta patrones de pequeñas embarcaciones que llegan a emplear informalmente a entre uno y tres pescadores por embarcación.
La configuración de este conjunto de agentes productivos es analizada desde dos perspectivas antagónicas. Por un lado, algunos estudios señalan que se trata básicamente de grupos sociales que tienen un arraigo cultural en la actividad pesquera, por la que optan más allá de las posibilidades que les puede o no brindar el entorno socioeconómico en el que viven [3]. Por el otro, otros análisis hacen hincapié en que los pescadores artesanales conforman un conjunto de agentes que se nutre, básicamente, de desplazados de otras actividades que recurren a esta alternativa de inserción en el circuito productivo como última posibilidad, no como primera elección [4]. Los primeros analistas ejemplifican su postura con el caso de los pescadores de Chaco y de Corrientes, mientras que los segundos utilizan el ejemplo de los pescadores artesanales de Tierra del Fuego y de la primera sección de la costa atlántica bonaerense.
La realidad, como siempre, es más compleja que las simplificaciones académicas, y expone que el conjunto de los pescadores artesanales argentinos tiene una base que podemos denominar “comunitaria-cultural”, como en la Cuenca Norte del río Paraná o en la Cuenca Sur del río Uruguay, sobre la cual se insertan, a su vez, nuevos agentes devenidos en pescadores artesanales, tanto a tiempo parcial como a tiempo completo, producto de haber sido desplazados de otras actividades. Los asentamientos de pescadores artesanales muestran esa heterogeneidad, dentro de la cual, conviven pescadores hijos y nietos de pescadores, que durante todo el año llevan adelante la actividad, adaptándose a las distintos productos de cada temporada, con otros “pescadores nuevos”, que se abocan a la actividad porque perdieron sus anteriores fuentes de trabajo, haciéndolo muchas veces solo durante unos meses, a la vez que se emplean en otras ocupaciones durante el resto del año (por ejemplo, empleos en el sector turístico durante el período estival).
Más allá de la distinta configuración del conjunto de pescadores, hay un patrón de funcionamiento de la actividad más o menos homogéneo. La producción primaria en sí, es decir, la pesca o recolección costera, se realiza apelando a tecnologías de pequeña escala y cierto atraso respecto de la media del sector pesquero en general. Esa producción es vendida en su mayor parte a un acopiador y en menor medida a frigoríficos, a comercios de venta minorista y al consumidor en forma directa. Grosso modo, las ventas a acopiadores rondan el 85% del total de las capturas.
La relación pescador artesanal-acopiador es desigual, con un acopiador que fija precio y un pescador que lo toma con muy escaso margen de discusión. La atomización de la producción primaria (aún cuando en ocasiones se pesque en el marco de rudimentarias “cooperativas”) refuerza el poder de negociación del acopiador. La figura del acopiador es clave, en particular, en las pesquerías de la Cuenca del Plata, y sobre todo, en su sector Sur, en donde se obtiene el grueso de las capturas para la exportación. El acopiador funciona como nexo entre el punto de desembarque y las plantas frigoríficas que procesan el pescado (sábalo, fundamentalmente) con destino a los mercados externos. Al mismo tiempo, el acopiador cumple en ocasiones un papel de “financista” de la producción, brindando adelantos monetarios a los pescadores para reparaciones de sus embarcaciones o para la compra de implementos, que luego son repagados con volúmenes de capturas.
En el caso de las pesquerías patagónicas, por ejemplo, en Playa Larralde o en Puerto Pirámides, en la Península de Valdés, los pescadores artesanales venden tanto a acopiadores que luego revenden a los comercios de la región, como también a comercios y restaurantes en forma directa. A diferencia de la pesca artesanal continental, la de la franja marítima se orienta, fundamentalmente, para el mercado interno, mientras que la de la Cuenca del Plata, como se señaló, se focaliza en las capturas para exportación (que se compone en un 90% de sábalo).
¿Posee importancia económica esta actividad de cuño artesanal? ¿Tiene potencial de desarrollo?
Si por importancia económica se entiende el número total de pescadores involucrados en la actividad, o el monto total transado, la respuesta es negativa. Pero si se contextualiza a la actividad en el entramado socioeconómico en el que se inserta, sin duda que sí posee importancia económica local. En primer término, porque constituye un vehículo de generación de ingresos para un determinado conjunto poblacional, que por trayectoria o por elección impulsada por circunstancias laborales negativas, se volcaron a la pesca artesanal como mecanismo de permanencia en el circuito producido. Y en segundo lugar, porque el desarrollo de la pesca artesanal contribuye al afincamiento de productores y sus familias en territorios que no brindan otras alternativas laborales y que, de no ser por la pesca, se hubieran convertido en migrantes internos hacia las grandes urbes.
Además de su importancia actual por las razones expuestas, el desarrollo de la pesca artesanal posee un interesante potencial de desarrollo. Desde el punto de vista del consumo interno de pescado, la producción de la pesca artesanal puede contribuir al abasto con un costo más accesible para la población. Al competir el mercado interno con la exportación, esto encarece el precio que debe abonar el consumidor por los pecados marítimos tradicionales (como la merluza, el abadejo, etc.). La pesca artesanal puede ofertar otras especies, igualmente sabrosas y que no compiten con la exportación, por lo cual su precio puede ser más accesible al consumidor. Y esa oferta se engarza con las tendencias recientes en el consumo alimentario, como son las demandas por productos diferenciados, tanto por su especie, como por su origen territorial o por el imaginario que acarrean (“lo artesanal”).
En el caso particular de las capturas de sábalo en la Cuenca del Plata, la demanda internacional es creciente y esto tracciona a la actividad que se desarrolla en dicha Cuenca. Con un manejo racional del recurso, los volúmenes pueden incrementarse, como así también diversificarse la oferta con otras especies.
Como se mencionó anteriormente, para que la pesca artesanal pueda afianzarse como actividad económica sostenible debe contar con una articulación de incentivos que la estimulen y apoyen de modo precompetitivo. En primer término, la normativa ambiental que tiene incumbencia en su desarrollo debe adoptar una perspectiva productiva y no meramente proteccionista: proteger para producir y no solo proteger por proteger. Trabajar en conjunto con los propios pescadores artesanales en la definición de pautas de explotación del recurso ictícola en cada territorio involucrado, efectuando monitoreo y evaluación de la sostenibilidad del mismo e implicando a los mismos pescadores en ese control de la sustentabilidad [5].
Asimismo, la normativa de contralor sanitario de la producción (incumbencia de las jurisdicciones locales de bromatología más la del SENASA) deberá converger a un esquema homogéneo y adecuado a las características de estos pescadores, simplificándose, desburocratizándose y reduciendo los costos que apareja. Las modificaciones a este respecto contenidas en la Resolución 562/2015 marcan un cambio importante, pero no son suficientes para las características de este conjunto de agentes productivos [6]. La yuxtaposición de requisitos y habilitaciones entre jurisdicciones entorpece también el desenvolvimiento de la pesquería artesanal, incentivando a sus agentes a moverse en las márgenes del sistema, dado los costos crecientes que implican operar dentro del sistema normativo vigente [7].
En segundo término, la presión tributaria debe revertirse y dejar de ser un desincentivo para operar dentro del sistema, a ser un incentivo que estimule al pescador artesanal a desenvolverse dentro de la legalidad fiscal. El peso de los impuestos que deben afrontar a nivel local, provincial y nacional los impulsan a practicar una economía “en negro”, que beneficia al primer agente de la cadena que esté “en blanco” (el acopiador, generalmente), quien retribuye a los pescadores con bajos valores, justamente por carecer de visibilidad fiscal. Un sistema fiscal sencillo y de incidencia proporcional a los volúmenes de dinero generado constituye un requisito ineludible para estimular a este sector de actividad (al igual que al conjunto de la economía).
Y finalmente, en tercer término, el sector de la pesca artesanal requiere de un apoyo financiero precompetitivo, inteligente y estratégicamente orientado. Definir inversiones públicas en infraestructura que puedan impactar positivamente en la actividad (construir un pequeño puerto de desembarques, o efectuar un tendido de agua potable que permita la limpieza de las capturas en condiciones higiénicas, por ejemplo), contribuir con campañas co-financiadas de posicionamiento del producto, u ofrecer financiamiento blando para inversiones en embarcaciones, son tres ejemplos de intervenciones precompetitivas de elevado impacto potencial. Más pertinentes que destinar recursos a elaborar una “visión en común” o un “plan de mejora competitiva sectorial”, como viene haciendo (y financiado) el Estado nacional sin medir nunca los resultados alcanzados ni el impacto generado [8].
Con esa combinación de incentivos, se brindaría un contexto en el cual la actividad de la pesca artesanal podría desenvolverse en condiciones positivas. No implicará un cambio radical en el sector pesquero nacional, pero sí tendrá un impacto fuerte y sostenido en el conjunto de agentes involucrados y en los territorios donde se lleva adelante la actividad.
[2] https://industria.tierradelfuego.gob.ar/wp-content/uploads/2014/05/PMC-FINAL.pdf
[3] https://www.aacademica.org/000-063/252.pdf
[4] http://nulan.mdp.edu.ar/1398/1/01241.pdf
Las referencias al sector pesquero argentino remiten a las distintas flotas que operan desde el puerto de Mar del Plata y otros puertos de la Patagonia; remiten a los tradicionales barcos amarillos y a los grandes buques factorías que capturan, procesan y congelan peces y moluscos a lo largo de la costa atlántica argentina, para luego llevárselos a sus países de origen; y remiten, también, a la depredación que cometen en nuestra plataforma continental los buques asiáticos (chinos, fundamentalmente) que operan, muchas veces, sin autorización.
Sin embargo, el sector pesquero tiene un componente que se conoce mucho menos, que no mueve las mismas cifras millonarias de dólares, pero que tiene importancia local. Nos referimos al sector de la pesca artesanal.
La pesca artesanal en Argentina se puede dividir en dos grandes grupos: la continental, principalmente desarrollada en la Cuenca del Río de la Plata, y especialmente a lo largo del río Paraná, y la marítima, que engloba un heterogéneo conjunto de pescadores que se distribuyen entre el Sur de la Bahía de Samborombón (en la Provincia de Buenos Aires) hasta Puerto Almanza (en la Provincia de Tierra del Fuego). También hay otros centros de desenvolvimiento de actividad pesquera de cuño artesanal en el Este de Salta, en las lagunas bonaerenses y en lagos cordobeses, pero son de importancia muy marginal.
La legislación nacional, la estadística y el poder de policía público se concentra, fundamentalmente, en la pesca comercial marítima, generándose un foco de desconocimiento y un cierto vacío normativo en lo atinente a la pesca artesanal.
¿Qué es la pesca artesanal? ¿Cómo se la define?
En cumplimiento de la Ley 24.922, el Consejo Federal de Pesca define a la pesca artesanal en el ámbito marítimo como toda actividad que se ejerza en forma personal, directa y habitual por pescadores y/o recolectores, realizada con embarcaciones menores o sin ellas y destinada a la captura, extracción y recolección de recursos vivos del mar [1].
Para la pesca continental, las definiciones contenidas en las normas provinciales (que son quienes tienen jurisdicción sobre los tramos fluviales que corren por sus respectivos territorios, como así también sobre el frente costero marítimo hasta las 12 millas) son disímiles, algunas poniendo énfasis en las artes de pesca utilizadas, otras en los tipos de embarcaciones empleadas, etc.
En términos generales, puede diferenciarse una pesca artesanal de subsistencia, en la cual la función primordial de la actividad es el abasto de proteína animal (en este caso, pescado) para el consumo familiar del pescador y, ocasionalmente, para la venta local del excedente de piezas obtenidas; y una pesca artesanal comercial, en la que el eje de la actividad está puesto en realizar capturas para comercializar y obtener una retribución al tiempo y el capital invertido en la actividad. Esta última detenta un potencial de crecimiento importante, siempre que cuente con los incentivos normativos, fiscales y financieros adecuados.
Conocer la cantidad de pescadores artesanales en actividad en cada región y cuál es su producción es una tarea difícil, puesto que los registros, tanto los declarativos como los derivados de los controles públicos son fragmentarios y/o están sumamente desactualizados. Para ejemplificar el desconocimiento que existe sobre esta actividad, veamos el caso de un segmento de la pesca artesanal desarrollada en Tierra del Fuego. Allí, un documento oficial señala que en un relevamiento efectuado, los pescadores artesanales declaran un nivel de captura determinado, pero que cuando se lo contrasta contra las estimaciones de capturas que realiza el organismo de contralor ambiental local, estas son un 44% de aquella declaración, y aún más, si se compara lo declarado por los pescadores en la encuesta contra lo que declaran ante los organismos de control sanitario y fiscal, esta declaración equivale solo al 6% del monto relevado [2].
La carencia de información confiable impide poder tomar decisiones sólidamente basadas cuando, como en este caso de la pesca artesanal, se está afectando un recurso natural que es altamente sensible a la sobreexplotación, como es el caso del recurso ictícola.
La pesca artesanal vivió momentos críticos en ambientes diversos, exponiéndose en descensos profundos de las capturas logradas luego de períodos de alta sobreexplotación, como ocurrió en la zona del Canal de Beagle a mitad de la década de 1990 que llevó a una veda de 18 años para la extracción de centolla, o la caída en las capturas de sábalos en la Cuenca del Plata a mediados hacia 2005, que llevó a la implantación de un período de veda y, posteriormente, a la estructuración de una regulación de los volúmenes permitidos de pesca.
Conocer cuánto y dónde se efectúan las capturas resulta una información básica indispensable para pautar esquemas de explotación de los recursos que, si son diseñados e implementados inteligentemente, no serían netamente “prohibitivos”, sino que podrían funcionar como un conjunto de incentivos para reorientar la cantidad y calidad de la explotación. Sin embargo, la tendencia en la Argentina es a utilizar la información productiva con fines, en última instancia, fiscales, estimulándose así –tal como vimos en el ejemplo fueguino antes mencionado- la subdeclaración, de lo que se deriva, entonces, inadecuada calidad informativa para el diseño de la gestión del recurso ictícola.
El conjunto de pescadores artesanales, tanto en la costa marítima como en la Cuenca del Plata es heterogéneo, comprendiendo desde recolectores de moluscos y crustáceos que se desplazan a pie en la línea intermareal hasta patrones de pequeñas embarcaciones que llegan a emplear informalmente a entre uno y tres pescadores por embarcación.
La configuración de este conjunto de agentes productivos es analizada desde dos perspectivas antagónicas. Por un lado, algunos estudios señalan que se trata básicamente de grupos sociales que tienen un arraigo cultural en la actividad pesquera, por la que optan más allá de las posibilidades que les puede o no brindar el entorno socioeconómico en el que viven [3]. Por el otro, otros análisis hacen hincapié en que los pescadores artesanales conforman un conjunto de agentes que se nutre, básicamente, de desplazados de otras actividades que recurren a esta alternativa de inserción en el circuito productivo como última posibilidad, no como primera elección [4]. Los primeros analistas ejemplifican su postura con el caso de los pescadores de Chaco y de Corrientes, mientras que los segundos utilizan el ejemplo de los pescadores artesanales de Tierra del Fuego y de la primera sección de la costa atlántica bonaerense.
La realidad, como siempre, es más compleja que las simplificaciones académicas, y expone que el conjunto de los pescadores artesanales argentinos tiene una base que podemos denominar “comunitaria-cultural”, como en la Cuenca Norte del río Paraná o en la Cuenca Sur del río Uruguay, sobre la cual se insertan, a su vez, nuevos agentes devenidos en pescadores artesanales, tanto a tiempo parcial como a tiempo completo, producto de haber sido desplazados de otras actividades. Los asentamientos de pescadores artesanales muestran esa heterogeneidad, dentro de la cual, conviven pescadores hijos y nietos de pescadores, que durante todo el año llevan adelante la actividad, adaptándose a las distintos productos de cada temporada, con otros “pescadores nuevos”, que se abocan a la actividad porque perdieron sus anteriores fuentes de trabajo, haciéndolo muchas veces solo durante unos meses, a la vez que se emplean en otras ocupaciones durante el resto del año (por ejemplo, empleos en el sector turístico durante el período estival).
Más allá de la distinta configuración del conjunto de pescadores, hay un patrón de funcionamiento de la actividad más o menos homogéneo. La producción primaria en sí, es decir, la pesca o recolección costera, se realiza apelando a tecnologías de pequeña escala y cierto atraso respecto de la media del sector pesquero en general. Esa producción es vendida en su mayor parte a un acopiador y en menor medida a frigoríficos, a comercios de venta minorista y al consumidor en forma directa. Grosso modo, las ventas a acopiadores rondan el 85% del total de las capturas.
La relación pescador artesanal-acopiador es desigual, con un acopiador que fija precio y un pescador que lo toma con muy escaso margen de discusión. La atomización de la producción primaria (aún cuando en ocasiones se pesque en el marco de rudimentarias “cooperativas”) refuerza el poder de negociación del acopiador. La figura del acopiador es clave, en particular, en las pesquerías de la Cuenca del Plata, y sobre todo, en su sector Sur, en donde se obtiene el grueso de las capturas para la exportación. El acopiador funciona como nexo entre el punto de desembarque y las plantas frigoríficas que procesan el pescado (sábalo, fundamentalmente) con destino a los mercados externos. Al mismo tiempo, el acopiador cumple en ocasiones un papel de “financista” de la producción, brindando adelantos monetarios a los pescadores para reparaciones de sus embarcaciones o para la compra de implementos, que luego son repagados con volúmenes de capturas.
En el caso de las pesquerías patagónicas, por ejemplo, en Playa Larralde o en Puerto Pirámides, en la Península de Valdés, los pescadores artesanales venden tanto a acopiadores que luego revenden a los comercios de la región, como también a comercios y restaurantes en forma directa. A diferencia de la pesca artesanal continental, la de la franja marítima se orienta, fundamentalmente, para el mercado interno, mientras que la de la Cuenca del Plata, como se señaló, se focaliza en las capturas para exportación (que se compone en un 90% de sábalo).
¿Posee importancia económica esta actividad de cuño artesanal? ¿Tiene potencial de desarrollo?
Si por importancia económica se entiende el número total de pescadores involucrados en la actividad, o el monto total transado, la respuesta es negativa. Pero si se contextualiza a la actividad en el entramado socioeconómico en el que se inserta, sin duda que sí posee importancia económica local. En primer término, porque constituye un vehículo de generación de ingresos para un determinado conjunto poblacional, que por trayectoria o por elección impulsada por circunstancias laborales negativas, se volcaron a la pesca artesanal como mecanismo de permanencia en el circuito producido. Y en segundo lugar, porque el desarrollo de la pesca artesanal contribuye al afincamiento de productores y sus familias en territorios que no brindan otras alternativas laborales y que, de no ser por la pesca, se hubieran convertido en migrantes internos hacia las grandes urbes.
Además de su importancia actual por las razones expuestas, el desarrollo de la pesca artesanal posee un interesante potencial de desarrollo. Desde el punto de vista del consumo interno de pescado, la producción de la pesca artesanal puede contribuir al abasto con un costo más accesible para la población. Al competir el mercado interno con la exportación, esto encarece el precio que debe abonar el consumidor por los pecados marítimos tradicionales (como la merluza, el abadejo, etc.). La pesca artesanal puede ofertar otras especies, igualmente sabrosas y que no compiten con la exportación, por lo cual su precio puede ser más accesible al consumidor. Y esa oferta se engarza con las tendencias recientes en el consumo alimentario, como son las demandas por productos diferenciados, tanto por su especie, como por su origen territorial o por el imaginario que acarrean (“lo artesanal”).
En el caso particular de las capturas de sábalo en la Cuenca del Plata, la demanda internacional es creciente y esto tracciona a la actividad que se desarrolla en dicha Cuenca. Con un manejo racional del recurso, los volúmenes pueden incrementarse, como así también diversificarse la oferta con otras especies.
Como se mencionó anteriormente, para que la pesca artesanal pueda afianzarse como actividad económica sostenible debe contar con una articulación de incentivos que la estimulen y apoyen de modo precompetitivo. En primer término, la normativa ambiental que tiene incumbencia en su desarrollo debe adoptar una perspectiva productiva y no meramente proteccionista: proteger para producir y no solo proteger por proteger. Trabajar en conjunto con los propios pescadores artesanales en la definición de pautas de explotación del recurso ictícola en cada territorio involucrado, efectuando monitoreo y evaluación de la sostenibilidad del mismo e implicando a los mismos pescadores en ese control de la sustentabilidad [5].
Asimismo, la normativa de contralor sanitario de la producción (incumbencia de las jurisdicciones locales de bromatología más la del SENASA) deberá converger a un esquema homogéneo y adecuado a las características de estos pescadores, simplificándose, desburocratizándose y reduciendo los costos que apareja. Las modificaciones a este respecto contenidas en la Resolución 562/2015 marcan un cambio importante, pero no son suficientes para las características de este conjunto de agentes productivos [6]. La yuxtaposición de requisitos y habilitaciones entre jurisdicciones entorpece también el desenvolvimiento de la pesquería artesanal, incentivando a sus agentes a moverse en las márgenes del sistema, dado los costos crecientes que implican operar dentro del sistema normativo vigente [7].
En segundo término, la presión tributaria debe revertirse y dejar de ser un desincentivo para operar dentro del sistema, a ser un incentivo que estimule al pescador artesanal a desenvolverse dentro de la legalidad fiscal. El peso de los impuestos que deben afrontar a nivel local, provincial y nacional los impulsan a practicar una economía “en negro”, que beneficia al primer agente de la cadena que esté “en blanco” (el acopiador, generalmente), quien retribuye a los pescadores con bajos valores, justamente por carecer de visibilidad fiscal. Un sistema fiscal sencillo y de incidencia proporcional a los volúmenes de dinero generado constituye un requisito ineludible para estimular a este sector de actividad (al igual que al conjunto de la economía).
Y finalmente, en tercer término, el sector de la pesca artesanal requiere de un apoyo financiero precompetitivo, inteligente y estratégicamente orientado. Definir inversiones públicas en infraestructura que puedan impactar positivamente en la actividad (construir un pequeño puerto de desembarques, o efectuar un tendido de agua potable que permita la limpieza de las capturas en condiciones higiénicas, por ejemplo), contribuir con campañas co-financiadas de posicionamiento del producto, u ofrecer financiamiento blando para inversiones en embarcaciones, son tres ejemplos de intervenciones precompetitivas de elevado impacto potencial. Más pertinentes que destinar recursos a elaborar una “visión en común” o un “plan de mejora competitiva sectorial”, como viene haciendo (y financiado) el Estado nacional sin medir nunca los resultados alcanzados ni el impacto generado [8].
Con esa combinación de incentivos, se brindaría un contexto en el cual la actividad de la pesca artesanal podría desenvolverse en condiciones positivas. No implicará un cambio radical en el sector pesquero nacional, pero sí tendrá un impacto fuerte y sostenido en el conjunto de agentes involucrados y en los territorios donde se lleva adelante la actividad.
Reina Nacional de los Pescadores 2015 escoltada por sus princesas. |
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[1] http://cfp.gob.ar/resoluciones/res03-2000.pdf
Notas:
[2] https://industria.tierradelfuego.gob.ar/wp-content/uploads/2014/05/PMC-FINAL.pdf
[3] https://www.aacademica.org/000-063/252.pdf
[4] http://nulan.mdp.edu.ar/1398/1/01241.pdf
[5] En este aspecto debe tenerse en cuenta que la conservación del recurso con sentido sostenible desde lo productivo se enfrenta con el dilema de “la tragedia de los comunes”, lo cual requerirá de la toma de decisiones por parte del Estado que no serán de fácil implementación. Cfr. http://www.pidesoneuba.com/sites/default/files/2.2_Hardin_La_tragedia_de_los_comunes.pdf
[6] La mencionada Resolución intenta adecuar las disposiciones del SENASA a las características de la producción derivada de lo que se denomina “agricultura familiar”, a la cual se asimila la producción pesquera artesanal. Cfr. http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/255000-259999/255491/norma.htm
[7] Un ejemplo paradigmático es el de los requisitos que debe cumplir el transporte de los productos de la pesca artesanal que se quieran pasar desde Tierra del Fuego a Santa Cruz. Cfr. https://industria.tierradelfuego.gob.ar/wp-content/uploads/2014/05/PMC-FINAL.pdf