LOS EEUU ESTÁN A LA VENTA

 




Nota original: https://amgreatness.com/2023/07/12/america-for-sale/

Autor: Edward Ring (@EdwardRing)

@theamgreatness

Traducción: Iris Speroni (@SperoniIris)


El estado del dólar como única moneda para transacciones y reserva del mundo da al gobierno federal de los EEUU privilegios únicos. La demanda internacional de dólares permite los déficits presupuestarios federales. También crea un incentivo a los déficits comerciales, porque el influjo de inversiones efectivamente colateraliza el circulante norteamericano. Para perpetuar esta  borrachera de deuda que lleva varias décadas, los activos inmobiliarios y corporativos de los EEUU están a la venta para cualquier inversor extranjero que tenga un superávit de dólares.

Esta es una traición financiera, porque es un esquema insostenible que no va a terminar sino hasta que no haya nada de los EEUU que los extranjeros dejen sin comprar. Las ramificaciones finales de esta política son todas malas. Eventualmente, sin límites, serán fatales. Pero como toda droga adictiva, los tempranos estadíos de abuso son embriagadores. A medida de que los norteamericanos son sistemáticamente privados de su independencia financiera y de su soberanía nacional, se emborrachan con productos de consumo importados vendidos a precios de saldo, despreocupados por los empleos perdidos por compatriotas norteamericanos que esas compras representan, o del hecho que los dólares que ellos exportan para adquirir estas importaciones son usados para financiar militares extranjeros hostiles y para comprar activos nacionales muy queridos.

Hay infinitas conexiones, y consecuencias a la financiación de EEUU que puede ser descripta de acuerdo a los siguientes factores interrelacionados: El déficit federal requiere demanda externa de dólares denominada deuda. Los déficits de balanza comercial crean un surplus de dólares en las cuentas en el extranjero, disponibles para comprar deuda federal. Los puestos creados en el exterior [n. de t.: para satisfacer la demanda de bienes importados por los EEUU] producen déficits comerciales y desempleo. Inmigración irrestricta combinada con escasez provocada por medioambientalistas producen inflación, lo que eleva el costo de vida pero reduce la tasa a la cual las inversiones extranjeras se come los activos norteamericanos. El gasto del gobierno en subsidios, beneficios y derechos mitiga el desempleo y el alza del costo de vida creados por la producción en el exterior, la inmigración y la escasez provocada por el medioambientalismo; pero esos subsidios y beneficios causan déficits fiscales aún mayores. [n. de t.: ¿les suena?].  

¿Agarró todo lo que dije? Algunas de estas conexiones son obvias, otras son más sutiles.


El secuestro del Sueño Americano

Desde que los déficits comerciales se salieron de control al inicio de los '90, y específicamente desde que los déficits fiscales se salieron de control al inicio del SXXI, la economía de los EEUU ha monetizado el mundo con dólares para preservar la demanda de dólares. Esto explica una motivación de la política de facto de EEUU de la inmigración irrestricta desde países pobres. Las remesas totales - no se puede hacer seguimiento sobre todas ellas - desde trabajadores extranjeros en EEUU a sus familias en sus lugares de origen se estiman en un total de alrededor de U$D 100.000 millones por año. En pequeñas naciones, esos dólares se convierten en un circulante alternativo, considerado a menudo más confiables que la moneda local.

La inmigración irrestricta también incrementa la demanda global de dólares en una forma más sutil pero más profunda, en tanto y en cuanto las masivas cantidades de personas que arriban acrecientan la demanda de viviendas y bienes durables, lo que incrementa a su vez los valores inmobiliarios y revalúa los stocks de los fabricantes de bienes durables. El impacto de ocho millones de personas que llegaron desde que Biden asumió en enero de 2021 no es promocionado pero es una causa importante de la inflación de los últimos dos años. A medida que el precio de los activos americanos aumenta a niveles no alcanzables para el ciudadano norteamericano promedio, el valor del colateral del dólar norteamericano sube. Los compradores extranjeros todavía quieren una casa en la playa de Malibú o ese Pied-à-Terre en Manhattan, pero ahora pagan U$D 20 millones en lugar de U$D 10 millones. Gracias a la inflación de activos, balancear la cuenta corriente externa se hace doblemente más fácil.

Políticas deliberadamente calculadas para inflar el valor de los activos norteamericanos también ayudan a explicar por qué el extremismo medioambientalista es tolerado en los EEUU. La guerra contra la "extensión" suburbana puede tener apoyo en algunas circunscripciones electorales, que van desde furibundos medioambientalistas que se oponen al crecimiento  a pobladores rurales que no quieren que su bucólico condado se transforme un otro suburbio indiferenciado. Pero hay duras motivaciones económicas como base de la institucionalización de las políticas anti-crecimiento inspiradas en el medioambientalismo. Cuando la oferta se ve artificialmente socavada, los precios suben. Una entera serie de políticas restrictivas coordinadas aseguran que así sea. 

Por ejemplo, no sólo el desarrollo de tierras baldías es cada vez más difícil, a lo que contribuye la creación de espacios abiertos "sin fines de lucro" apoyados por multimillonarios los cuales continúan comprando tierra alrededor de los centros urbanos de los EEUU para "conservarlo". También hay códigos de edificación que ahora requieren hogares "cero netos", que suben los costos, al mismo tiempo que la industria maderera doméstica es destruida por las excesivas regulaciones, las que aumentan el precio de la madera. No sólo madera, sino también todos los materiales de construcción son impactados por irracionales restricciones medioambientalistas: a lo que se agrega el acero, junto con los equipos de construcción y el necesario combustible.

El resultado de este deliberado estrujamiento de la habilidad de desarrollar la construcción de viviendas accesibles sin necesidad de subsidios es claramente irracional. Derruidas casas de madera de 85 metros cuadrados alrededor de Silicon Valley se venden por más de U$D 1 millón, mientras hogares regulares con terrenos modestos valen diez veces esa cifra. Y, sorpresa, el condado de Santa Clara, que aloja a Silicon Valley, tiene una población integrada en un 40% por gente nacida fuera de los EEUU, con una población total que se triplicó en los pasados 50 años, y que posee los más estrictos códigos de edificación y restricciones medioambientales de toda la nación. Los multimillonarios chinos compran estas viviendas con lo que para ellos es calderilla, mientras que residentes de larga data se mudan a estados adyacentes con la esperanza de adelantarse a la ola inflacionaria.


Reemplazar la libertad económica con depender del gobierno

Uno encuentra que un techo es impagable, los servicios son impagables, la comida es impagable y los impuestos son ridículamente altos; al mismo tiempo comprueba cómo el gobierno, paso a paso, es rápido para subsidiar hogares que han perdido toda esperanza de algunas vez alcanzar seguridad financiera obtenida por los propios medios. Uno puede argüir que el déficit en el gasto público por el gobierno es justificable, si es usado en inversiones de largo plazo para construir provisión de agua potable, infraestructura de transporte de forma tal de que las ciudades puedan expandirse, el stock de viviendas unifamiliares rodeadas de predio [1] pueda crecer y los precios de las viviendas puedan bajar a la tierra. Pero esa estrategia pertenece a una era ya ida.

Hoy los tesoros federal y de los estados han quebrado y los flujos fiscales están en rojo con el objeto de subsidiar los servicios públicos a la población a la que ya no se le pide que gane el dinero para pagarlos o directamente que ya no es capaz de pagarlos. Vivienda. Costos escolares. Comida. Cupones para viajar gratis en tren. A un costo extraordinario, y como piezas de dominó que caen, los norteamericanos han sido entrenados por dejar de lado el trabajo duro. En cambio, se les enseña a reemplazar responsabilidad personal por dependencia colectiva del gobierno. El impacto sobre el carácter personal es insidioso, y mientras los norteamericanos, de a millones, son llevados a revolcarse en la indigencia, más extranjeros arriban para quedarse con los trabajos que quedan.

La conectividad abunda. Si los norteamericanos demandaran regulaciones ambientales razonables y una provisión doméstica de materias primas y productos manufacturados, quebrarían el ciclo. Sin demanda extranjera de dólares, el gobierno federal tendría que limitar su gasto a su recaudación, lo que les quitaría su facultad de mantener a millones de norteamericanos dependientes de las dádivas fiscales. En una cascada virtuosa de impactos, la disponibilidad de materias primas y productos terminados para levantar viviendas bajarían de precio, porque los compradores externos no podrían provocar aumentos de precios y las compañías norteamericanas y los trabajadores deberán competir para producir productos a precios accesibles. ¿Quién pierde?


El globalismo contemporáneo es misántropo

Esta es una pregunta de doble filo, porque es un tema moral que los EEUU financien el desarrollo económico de naciones extranjeras. Al mismo tiempo nosotros los norteamericanos nos empobrecemos y eliminamos a nuestra propia gente, llenándolos de fentanilo y lavándoles el cerebro con temas bizarros de raza e ideologías de género y pánico climático, mientras nosotros creamos trabajos en países en desarrollo. La parte positiva, o por lo menos ése es el argumento globalista, es que el daño económico que hacemos a nuestra propia nación es superado por el beneficio económico de estimular a otras naciones. Este argumento, por todo el valor de seducción que pueda tener para los liberales que repiten como loros sin tomarse la molestia de entender sus sutilezas, falla toda vez que estas políticas en realidad sí dañan a naciones extranjeras.

Para empezar, el crecimiento total consolidado puede ser maximizado cuando cada nación exporta aquellos productos en los cuales son más costo-efectivos; sin embargo, los impactos locales no son todos benignos. Las naciones que producen café a precios globales competitivos, por ejemplo, terminan con tierras fértiles valiosas convertidas de producción de alimentos a plantaciones de café. Estas plantaciones de café son típicamente propiedad de corporaciones multinacionales que envían los dividendos a naciones de bajos impuestos, mientras compran a las élites locales que les acomodan las regulaciones ambientales. Mientras tanto, la nación se vuelve dependiente de las importaciones en todo excepto café, y aún el café se vuelve caro para el ciudadano promedio. Reemplace "café" por cualquier producto especializado y verá que las "ganancias del comercio" llevadas a la tierra se convierten en enojadas poblaciones indigentes mientras el país acumula deuda externa y depende de la ayuda financiera internacional. 

Ése es el valor de la piedad globalista. El medioambientalismo. El libre comercio neoliberal. Enriquece a corporaciones multinacionales y bancos internacionales, oligarcas y autócratas, a "fundaciones" y otros "sin fines de lucro". Da poder a instituciones supranacionales y es presentado como el único curso iluminado para las naciones en un mundo que se encoje. Pero todo el mundo pierde. Demasiado a menudo el mayor impacto generalizado de la globalitzación es quitarle derechos civiles a ciudadanos ordinarios, desde los EEUU a Somalía, al denegarles una economía diversa que pueda generar un robusto mercado de trabajo y autoabastecimiento nacional.

Los EEUU están a la venta, porque vender los EEUU ayuda a preservar la facultad del gobierno federal de imprimir tantos dólares como desee sin consecuencias de corto plazo. Permite a la oligarquía norteamericana imponer su visión económica al mundo. Pero existe una visión alternativa para el desarrollo global que no adhiere a la agenda de escasez artificial, de una población dependiente del gobierno, de naciones atadas a una sola cosecha o commodity para su supervivencia económica. Sólo nos queda esperar que los líderes de los EEUU reconozcan el valor de las inversiones y de las políticas para promover la abundancia en lugar de la dependencia, tanto para las naciones extranjeras como para sus propios ciudadanos. Adoptar esa estrategia puede requerir un rebalanceo tumultuoso, pero cuanto más pronto suceda, más fácil será.


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Nota:

[1]

N. de T.: "detached homes" son las viviendas que no tienen medianera con otras. Esto es que les separa jardín de la vivienda lindera.

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Nota relacionada:

SOBRE RUEDAS

https://restaurarg.blogspot.com/2023/06/sobre-ruedas.html


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The dollar’s status as the sole transaction and reserve currency of the world gives America’s federal government unique privileges. International demand for dollars enables federal budget deficits. It also creates an incentive for trade deficits, because incoming investments effectively collateralize American currency. To perpetuate this multi-decade debt binge, America’s real estate and corporate assets are for sale to any foreign investor with surplus dollars.

This is financial treason, because it is an unsustainable scheme that won’t end until there is nothing left in America that any foreigner wants to buy. The ultimate ramifications of this policy are all bad. Eventually, unchecked, they will be fatal. But like any addictive drug, the early stages of abuse are intoxicating. As Americans are systematically being deprived of their individual financial independence and their national sovereignty, they binge on imported consumer products sold at giveaway prices, heedless of the lost American jobs those products represent, or the fact that the dollars they’re exporting by purchasing these imports are used to finance hostile foreign militaries and purchase America’s most cherished national assets.

There are endless connections, and consequences, to the financialization of America as it might be described according to the following interrelated factors: Federal budget deficits require foreign demand for dollar denominated debt. Trade deficits create a surplus of dollars in foreign accounts available to purchase federal debt. Offshoring American jobs creates trade deficits and unemployment. Unrestricted immigration combined with environmentalist mandated scarcity causes inflation, which elevates the cost-of-living but slows the rate at which foreign investment eats up America’s assets. Government spending on entitlements mitigates unemployment and unaffordability caused by offshoring, unrestricted immigration, and environmentalist driven scarcity, but those entitlements cause even bigger federal budget deficits.

Got all that? Some of these connections are obvious, others far more subtle.

The Financial Hijacking of the American Dream

Ever since trade deficits got out of control starting in the 1990s, and especially since federal budget deficits got out of control starting in the 2000s, American economic policy has been to monetize the world with dollars to preserve demand for dollars. This explains one motivation for America’s de facto policy of unrestricted immigration from impoverished nations. Total remittances – not all of them can be tracked – from foreigners working in the United States to their families in their nations of origin are estimated to total around $100 billion per year. In small nations, dollars become an alternative currency, often considered more reliable than the local currency.

Unrestricted immigration also increases the global demand for dollars in a more subtle but more profound way insofar as the massive numbers of people arriving drive up demand for housing and durable goods, which increases the value of real estate and the value of stock in manufacturers of durable goods. The impact of 8 million people arriving since Biden took office in January 2021 is an unheralded but major cause of inflation over the past two years. And as the value of American assets explodes to levels unaffordable to the average American citizen, the value of collateral for the American dollar goes up. Foreign buyers still want that beach house in Malibu or that Pied-à-Terre overlooking Manhattan, but now they’re paying $20 million instead of $10 million. Thanks to asset inflation, balancing the current account just got twice as easy.

Policies deliberately calculated to inflate the value of American assets also help explain why environmentalist extremism is tolerated in America. The war against suburban “sprawl” may have support from many constituencies, ranging from environmentalists who oppose all growth to rural inhabitants who don’t want to see their bucolic county transformed into just another undifferentiated slurb. But there are hard economic motivations that underlie the institutionalization of environmentalist inspired de-growth policies. When supply is artificially constrained, prices go up. An entire coordinated series of restrictive policies ensure this happens.

For example, not only is development on raw land increasingly difficult, as open space “nonprofits,” backed by billionaires, continue to buy up the land surrounding America’s urban centers for “conservancies.” There are also building codes, now designed to require “net zero” homes, that drive up costs, at the same time as America’s domestic timber harvesting and milling industries, decimated by excessive regulations, have driven up the cost of lumber. Not just lumber, but all building materials are impacted by unreasonable environmentalist restrictions: aggregate, steel, along with construction equipment and the required fuel.

The results of this deliberate squeeze on the ability to develop affordable unsubsidized housing are clearly irrational. Dilapidated 900 square foot shacks in the mountains surrounding the Silicon Valley are selling for over $1 million, while regular homes on modest acreage can go for ten times that much. And small wonder. Santa Clara County, host to the Silicon Valley, has a population that is 40 percent foreign born, a total population that has tripled within the past 50 years, and the most extreme environmentalist building codes and restrictions in the nation. Chinese billionaires buy these homes with what for them is pocket change, as long-time residents move to adjacent states in hopes of staying ahead of the inflationary wave.

Replacing Economic Freedom with Government Dependency

Where there is unaffordable shelter, unaffordable utilities, unaffordable food, and ridiculously high taxes, in steps the government, ready to subsidize households that have lost any hope of ever achieving privately earned financial security. One might even argue that deficit spending by the government is justifiable, if it is used to make long-term investments to build enabling water and transportation infrastructure so cities can expand, the stock of single-family detached homes can increase, and home prices can come back down to earth. But that strategy belongs to a bygone era.

Today America’s federal and state budgets go broke and into the red in order to give to people the amenities they’re no longer asked to earn, or often are even capable of earning. Housing. College tuition. Food. Coupons to ride trains for free. At staggering cost, and like dominoes falling, Americans are being trained to forego hard work. Instead, they’re taught to exchange personal responsibility for collective dependence on the government. The impact on character is insidious, and as Americans by the millions are driven into wallowing indigence, more foreigners arrive to take the remaining jobs.

Connectivity abounds. If Americans demanded reasonable environmental regulations and domestic sourcing of raw materials and manufactured goods, it would break the cycle. Without foreign demand for dollars, the federal government would have to limit its spending to its revenue, which would take away its ability to keep millions of Americans dependent on hand-outs. In a virtuous cascade of impacts, the availability of raw materials and finished goods including housing would go down, because foreign buyers would no longer be bidding up prices and American companies and workers would be turned loose to compete to produce products and housing at affordable prices. Who loses?

Contemporary Globalism is Misanthropic

This is a loaded question, because there is a moral case for financializing America to fund the economic development of foreign nations. At the same time as we impoverish and erase our own people, loading them up with fentanyl and brainwashing them with bizarre race and gender ideologies and climate panic, we are creating jobs in developing countries. The upside, so the globalist argument goes, is that the economic harm we do to our own nation is more than offset by the economic benefit we stimulate in every other nation. This argument, for all its seductive value to neoliberals who parrot it without bothering to understand its nuances, falls short in ways that actually harm foreign nations.

For starters, while overall economic growth may be maximized when every nation exports those products that they produce most cost-effectively, the local impacts are not all benign. Nations that produce coffee at competitive global prices, for example, end up with valuable cropland converted from food production to coffee plantations. These coffee plantations are typically owned by multinational corporations that repatriate profits to low tax nations elsewhere, while buying off a small local elite that streamlines the regulatory environment. Meanwhile, the nation becomes dependent on imports for everything except coffee, and even the coffee ends up priced out of reach for the average citizen. Replace “coffee” with any specialty product and the “gains of trade” translate on the ground into nations with seething, destitute populations dependent on accumulating debt and foreign aid.

Such is the value of globalist pieties. Environmentalism. Neoliberal free trade. It enriches multinational corporations and international banks, oligarchs and autocrats, NGOs and nonprofits. It empowers supranational institutions, and is presented as the only enlightened course for nations in a shrinking world. But everyone else loses. All too often the more general impact of globalization is to disenfranchise the vast majority of ordinary citizens from the United States to Somalia by denying them a diverse economy that might bestow a robust job market and national self-sufficiency.

America is for sale, because selling America helps preserve our federal government’s unique ability to print as many dollars as it wishes without short-term consequences. This enables an American oligarchy to impose its economic vision on the world. But there are alternative visions for global development that do not adhere to an agenda of artificial scarcity, populations dependent on their government, and nations beholden to a single crop or commodity for their economic survival. We may hope America’s leaders again recognize the value of investments and policies that foster abundance instead of dependency, for foreign nations as well as for their own citizens. Adopting that strategy may require a tumultuous rebalancing, but the sooner it happens, the easier it will be.

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