EL ACUERDO UE-MERCOSUR: ¿SALTO HACIA ADELANTE O CABALLO DE TROYA ECONÓMICO?

La Unión Europea y el Mercado Común del Sur compiten entre sí en su enfoque hiperregulador.



Autor: François Soulard (@franersees)

Fundador de la plataforma Dunia, ensayista. 

Nota original: https://dunia.earth/es/el-acuerdo-ue-mercosur-salto-hacia-adelante-o-caballo-de-troya-economico/



Iniciado en 1999, el acuerdo de libre comercio entre Europa y parte de América del Sur parece ahora caduco. Es necesario sin embargo unir las dos orillas del Atlántico frente al poder chino. Pero la guerra normativa y el poder intruso de las ONGs bloquean el desarrollo de la potencia.


El acuerdo del 6 de diciembre de 2024 fue anunciado como un éxito rotundo. La Unión Europea, potencia comercial por cierto, relanza el libre comercio entre sus 450 millones de habitantes y el Mercado Común del Sur, contando una población de casi 300 millones. La asociación abarcaría a un grupo de treinta y un países, representando casi el veinte por ciento de la economía mundial. No obstante, detrás la fachada del libre comercio se esconde una realidad económica mucho más conflictiva1, en particular en el sector agrícola.

 

El multilateralismo tambaleado en el actual tablero geoestratégico

 

El mensaje multilateral no es neutral en una era de carrera exacerbada por la potencia económica. Después de que Estados Unidos abandonara el Acuerdo Transpacífico (TPP) en 2017, China subió la apuesta en 2019 con la creación de la mayor zona de libre comercio de Asia-Pacífico (RCEP). Mientras Washington carecía de una verdadera estrategia hacia una Sudamérica cada vez más envuelta económicamente por Pekín, ¿habrá entendido Europa la importancia de un acercamiento a su “extremo Occidente” ?

El libre comercio no está de moda en estos tiempos de globalización conflictiva. Las grandes mesas multilaterales de negociación han sido laboriosas en el caso de China, debido a la divergencia de las agendas estratégicas y la inquietante expansión del gigante asiático. Lo han sido y lo siguen siendo para esta alianza euroamericana. Iniciadas en 1999, ha seguido un camino cuando menos tortuoso. Los últimos avances diplomáticos, sellados en 2019, quedaron prácticamente estancados. Entretanto, el comercio bilateral ha tomado un curso más natural, mientras que los beneficios del crimen y del narcotráfico han nutrido las economías de ambos lados del Atlántico a un ritmo sostenido.

 

Dos potencias librando una misma batalla económica

 

En este sentido, Europa y Mercosur parecen ser dos potencias en reposo en el actual tumulto geoestratégico.

Europa tiene todo el derecho a estar satisfecha de su superávit comercial con la mayoría de sus socios internacionales. Pero se resiste a transformar en actor geopolítico y tiene puntos de vista muy divergentes acerca de las amenazas existenciales a las que se enfrenta.

El MERCOSUR ya está sorteando los retos de la nueva bipolaridad chino-estadounidense y podría, en teoría, aspirar a convertirse en el granero agroalimentario del mundo. Sus atavismos ideológicos y su propia fisiología paralizan su emergencia. Pero los dos bloques están unidos en el hecho de que ambos reciben los golpes de la hostilidad geoeconómica reinante y reproducen en su interior las formas de guerra económica que erosionan su potencia respectiva y desestabilizan el juego de suma positiva ofrecido por el libre comercio.

Estas contradicciones no tardaron en aflorar con el anuncio de los acuerdos que se están negociando. Mientras los agricultores franceses, moldavos, holandeses, polacos y daneses salían a las calles, Brasil condenaba el boicot declarado por el grupo Carrefour en Sudamérica, en nombre de la amenaza comercial que representa la industria cárnica del MERCOSUR. En efecto, el sector agroalimentario está en el centro de una batalla ubicada en el corazón mismo de la matriz económica de los dos bloques.

 

La cruzada normativa contra la agricultura europea

 

En el continente europeo, las presiones normativas aplicadas a la producción agrícola han puesto en el tapete las cuestiones de la soberanía y la supervivencia del modelo agroindustrial. Hubo un tiempo en que las restricciones destinadas a preservar la biodiversidad y la calidad del agua, o a reducir la huella de carbono de la ganadería, seguían siendo racionales. La idea de un pacto agrícola “verde” tenía sentido. Pero la auténtica “cruzada normativa” emprendida por la administración europea desde hace unos diez años ha cambiado la coyuntura. El peso de las restricciones medioambientales es ahora sinónimo de una perturbación normativa abiertamente dirigida al sector agrícola. Además, este enfoque se superpone a otras dinámicas conflictivas, como la competencia de nuevos países productores o la importación de productos alimentarios de países con emisiones de gases de efecto invernadero más elevadas.

¿No ha dado el sector energético europeo una trágica demostración de dogmatismo regulador y de doble vara normativa? La promoción militante de las energías renovables por parte de la Comisión Europea, en un contexto de silencio institucional ante la dependencia del gas ruso y las flagrantes infracciones contra el medio ambiente, está a punto de hacerse añicos. Alemania no es el único país que está pagando el precio de esto.

Ahora bien, nuevas medidas reguladoras prevén ahora gravar el consumo de nitrógeno en las actividades agrícolas, como en Dinamarca y los Países Bajos, o limitar el transporte de ganado cuando las temperaturas atmosféricas superen los 30 grados centígrados. Diversas investigaciones han demostrado que el trabajo científico que hay detrás de estas definiciones normativas está vinculado con los lobbies anti-agroindustriales2.

 

Una guerra económica contra la agricultura sudamericana

 

Los agricultores de Sudamérica se enfrentan a maniobras similares. Los gobiernos de Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina están haciendo un uso ofensivo de las normativas fiscales y medioambientales. El vasto mundo de los grupos de presión civiles e institucionales ha preparado el terreno para la justificación científica y moral de las medidas reguladoras. El resultado no es una simple molestia, sino una verdadera guerra híbrida emprendida contra la agricultura, con distintos grados de intensidad en cada uno de los países mencionados.

Las ONGs anglosajonas y europeas están a la cabeza, mientras que las élites administrativas han absorbido el marco ofensivo de la Agenda 2030, elevada como referencia por todas las instituciones internacionales. Brasil, condicionado en gran medida por la anterior administración estadounidense, es un caso ejemplar al respecto. La presión fiscal que Brasilia ejerce sobre el sector productivo no le ha impedido abrirse camino entre los primeros productores mundiales de alimentos. Pero el ejército de ONGs que puebla la Amazonia y su periferia ha creado una verdadera jerarquía normativa paralela, calificada como tal al interior del país.

En Argentina, la presión combinada de los derechos de exportación y, eventualmente, de restricciones ambientales, está provocando una situación de asfixia económica entre los productores. Por el momento, el tren de reformas introducidas por el nuevo presidente Javier Milei apenas han arañado la superficie de este problema. Al final, la desvalorización del sector agroindustrial, el agotamiento de los nutrientes del suelo debido a la falta de renovación de los nutrientes y más sencillamente la falta de competitividad económica, van en dirección contraria a los objetivos de desarrollo declarados. El resultado real es una reducción de la potencia agrícola del país, con todo lo que ello implica en términos de repercusiones financieras3 y sociales4.

En este contexto, China se mantiene en una posición de aprovechamiento. Ya está absorbiendo gran parte de la producción de soja5 y se está haciendo con una parte cada vez mayor de la infraestructura agrícola de Sudamérica.

Así pues, la Unión Europea y el Mercado Común del Sur compiten entre sí en su enfoque hiperregulador. Hay otra característica importante que acerca a los dos sistemas. Históricamente, la construcción del Mercado Común del Sur a partir de los años 90 se apoyó en Brasil como pivote hegemónico. Pero esta hegemonía, justificada en principio como medio de garantizar una mayor unidad geopolítica, no ha sido un juego de poder de suma positiva capaz de tirar de todo el sistema hacia arriba de forma más o menos homogénea. Algunos países miembros han sufrido graves consecuencias en términos de desindustrialización, barreras aduaneras y desarrollo asimétrico. En Europa, Alemania ha desempeñado un papel similar. Ha desarrollado su poder apoyándose en las estructuras de la integración europea y ha crecido a expensas de las economías vecinas. Al final, estos planteamientos han creado profundos desequilibrios.

 

Será difícil ignorar esta realidad conflictiva

 

El mundo productivo percibe cada vez menos esas normas como una preocupación legítima para preservar la calidad de vida o gestionar los riesgos ecológicos reales.
En Europa, los productores tienden a estar atados de pies y manos ante la competencia internacional en una situación de dependencia, cuando no de derrota económica, a pesar de que la Política Agrícola Común ofrece garantías económicas envidiables. En Sudamérica, cada vez son más los dirigentes agrarios que denuncian abiertamente esta deriva político-administrativa. El electorado agrario, aunque consciente de que tiene muy poco peso en el escenario político, se opone firmemente a todo proyecto colectivista y estatista, al mismo tiempo que es sensible a la necesidad de preservar el ambiente y los suelos. En general, la relación con su administración es de desconfianza y resentimiento.

Por supuesto, los defensores del libre comercio entre ambas regiones argumentarán con razón que el volumen de la demanda europea sigue siendo una buena noticia para estimular las exportaciones sudamericanas. Es cierto que la supresión de las barreras aduaneras y las cuotas comerciales que están sobre la mesa podrán resultar económicamente ventajosas. Sin embargo, el hecho es que la exportación por parte de Europa de un marco reglamentario inadaptado o no transponible a los métodos de producción sudamericanos, en particular la soja VISEC y la producción certificada sin deforestación, es vista desfavorablemente desde el vamos. De hecho, constituye una nueva barrera aduanera, o incluso una forma de extraterritorialidad disfrazada de normativa.

Más fundamentalmente, la actual política europea de protección ambiental está interpretada como un caballo de Troya en Sudamérica. En la práctica, conduce a una limitación del desarrollo y encierra a las comunidades que la suscriben en tratados desiguales. La Alianza para el Progreso, lanzada durante la presidencia de John F. Kennedy en los años sesenta, fue precursora de ello. Los “límites al crecimiento” exportados posteriormente tanto por Estados Unidos como por Europa se implantaron mediante un largo proceso institucional basado en la influencia. Ha conseguido revertir las concepciones sobre las grandes cuestiones biogeoquímicas (clima, biodiversidad, humedales, gestión de los suelos, etc.). Mientras que los productores están naturalmente preocupados por proteger el medio ambiente del que dependen, las narrativas del momento los han convertido en “delincuentes” del carbono o de la regeneración de los suelos y la biodiversidad.

 

Una lucha común entre productores

 

Desde este punto de vista, resulta menos sorprendente comprobar que los productores europeos se convierten en chivos expiatorios de sus homólogos sudamericanos, y viceversa. Existe en realidad poco conocimiento de las realidades mutuas. Es más, las dos matrices económicas han trabajado para poner a los actores espalda con espalda y dibujar realidades paralelas.

Sin embargo, la misma situación conflictiva une a los sectores agrícolas de ambos lados. En primer lugar, se enfrentan a la misma falta de representación política, a menudo acompañada de una captura burocrática de la representación por lógicas sindicales o corporativistas. La creación de nuevas correas de transmisión política se vuelve un imperativo, ahora más o menos formulado como tal al interior de los dos bloques.

Por otra parte, la guerra económica dirigida contra ellos requiere una mejora sustancial en términos de combate cultural y cognitivo. Los productores son el blanco de un esfuerzo coordinado para debilitarlos. Las poblaciones urbanas y los medios de comunicación han trabajado para polarizar las percepciones. Más allá de las cuestiones clásicas de la competencia internacional, la realidad oculta de esta guerra económica sigue ignorado. Es desconocida por el público y por los demás agentes económicos. Queda por hacer un enorme esfuerzo en materia de educación y diálogo intercultural. Se trata de actualizar los conocimientos sobre la naturaleza de estos enfrentamientos, así como de invertir en una trama organizativa capaz de mantener un compromiso a largo plazo. Esta batalla no se limita a las respectivas administraciones de los países miembros y su bloque económico. Tiene que ver más ampliamente con los nuevos equilibrios de poder que están configurando el mundo.

 

¿Qué pensar entonces del libre comercio?

 

Podemos lamentar que la cooperación entre dos bloques geopolíticos se enmarque en términos tan ambivalentes y conflictivos. Pero, ¿podría ser de otro modo, dada la ley de hierro vigente en el espacio transnacional? Cabe señalar que no se trata sólo de un caso de falla administrativa o de deriva política coyuntural. Esta acción conflictiva sobre la matriz agrícola ilustra una de las brechas abiertas entre las élites y las bases sociales del Occidente colectivo. En lugar de unirse para contrarrestar a un adversario real y estabilizar el tablero mundial acumulando su potencia geopolítica, una parte importante de las élites prefiere librar una batalla interna al servicio de causas mezquinas y utópicas.

En estas condiciones, ¿sigue siendo posible el libre comercio entre la Unión Europea y Mercosur? Sólo el tiempo lo dirá. Si es ratificado por los parlamentos, es probable que el acuerdo de un resultado tibio o mediocre. Su potencial habría sido mucho más transformador si se hubiera centrado en una ampliación mutua de los márgenes de libertad, reduciendo al mismo tiempo la codicia interna. Mientras haya un mañana más gloriosa, sólo queda actuar aquí y ahora sobre las correlaciones de fuerza que forjaron esta realidad.

 

  1. Este artículo es fruto del webinario «Acuerdos UE-MERCOSUR. Guerra económica y contiendas agrícolas« celebrado el 18 de diciembre de 2024 en presencia de : Erwan Seznec (periodista francés, autor de Les Illusionistes), José Colombatto (vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas), Enzo Mariani (productor argentino), Juan Pascual (ensayista, comunicador y veterinario español). Fue moderado por François Soulard (Dunia) y contó con el apoyo del Centro de Investigación CR451 de la Escuela de Guerra Económica.
  2. Véase el trabajo de Erwan Seznec y Géraldine Woessner en su libro Les illusionistes. https://www.revueconflits.com/les-illusionnistes-mensonges-autour-de-lecologie-entretien-avec-erwan-seznec/ 
  3. Argentina posee algunos de los mejores suelos fértiles del mundo, pero su productividad agrícola es inferior a la mitad de su potencial. 
  4. Unos 150.000 agricultores han abandonado la agricultura en los últimos quince años en Argentina. 
  5. Cerca del 80% de la producción brasileña de soja se exporta a China, frente al 90% en el caso de Argentina. 

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