LONDRES

Londres de día, muestra su cara laboral de velos y turbantes.



Autor: Juan Martín Perkins   


Siempre tuve curiosidad por viajar al ombligo del imperio cultural más poderoso del mundo.


Seguramente recordarás algún cuento o historia de los que te contaba tu abuela o tu mamá cuando eras chico, bueno, seguro que es inglés.


Mi expectativa era encontrarme con gentlemen de tez blanca y nariz coloreada por el whisky, pero descubrí que se extinguieron…  o andan por ahí temerosos y avergonzados de haber entregado su gran ciudad cosmopolita al wokismo globalista multicultural.


Llegamos a la 1 de la madrugada a un aeropuerto que queda a 55 km al noreste de la gran ciudad y tomamos un Uber para trasladarnos hasta el barrio de Brixton.


El chofer del BMW color verde manzana último modelo que parecía sacado de una película de James Bond, era un escultural muchacho turco de apariencia poco amistosa...  hasta que mi hija Juana se sentó de acompañante y comenzó a conversar con él en perfecto inglés.


En un par de minutos, lanzados por la autopista, ya estábamos escuchando “Despacito” de Luis Fonsi por los parlantes del BMW y discutiendo si Maradona o Messi. 


Nuestro Onur musulmán al volante nos internó en un Londres nocturno que se hallaba desierto en pleno descanso. Nos ofreció un tour que disfrutamos mucho viendo lugares que nos parecían muy familiares, claro, el 80% de las películas tienen esas tomas y cuadros que nos hicieron sentir en casa.


Cruzamos el Támesis por el Tower Bridge y fue como entrar en un mundo encantado, estar en un libro o participar en una película como actores de reparto. El Palacio de Buckingham, la Abadía de Westminster, la Catedral de San Pablo, el Palacio de Westminster donde funciona el Parlamento, el emblemático Big Ben con su reloj de cuatro caras y las campanadas que marcan el tiempo de Londres… todo para nosotros con exclusividad, en orden, silencio y equilibrio con la voz del turco que maneja el BMW.


A la mañana siguiente, la ciudad milenaria seguía estando allí, pero desde la ventana de la casa en Brixton se veía que algo estaba pasando.


No pudieron los bárbaros ni los Vikingos que ingresaban por el Támesis, no pudo la demencia de Hitler ni la lluvia de bombas arrojadas hasta demoler la ciudad… pero 2.000 años de poder y cultura imperial, sucumben hoy ante la invasión.


Londres de día, muestra su cara laboral de velos y turbantes.


Los gentlemen han decidido no tener hijos, pero los norafricanos, asiáticos y europeos del este, tienen de a 10. Sencillo, ya pusieron el primer ministro y el alcalde musulmán no oculta que su mujer usa velo. Saluden a Londres que se va, víctima de su cobardía.


Lo cierto es que si vas a un lugar llamado “Notting Hill” con la expectativa de sentirte cerca de William Thacker y Anna Scott mejor no te ilusiones. Tenés más chance de encontrarlos en una librería de San Telmo o en Bolivia.


En la Londres actual se puede ver a un hombre joven disfrazado de mujer, con el culo al aire, a los gritos, insultando a los ciudadanos que pasan al pie de la estatua de Winston Churchill ubicada en la Parliament Square Garden, frente al Palacio de Westminster donde funciona el parlamento y hay policías que miran con indiferencia.


Policías progres, al estilo de los de Larreta que velan por la seguridad del delincuente.


Se puede ver también una horda de exaltados maldiciendo y escupiendo a diestra y siniestra legitimados por la bandera Palestina…


En la puerta del museo de guerra, dos hombres con uniforme militar recién casados se besaron en la boca, nadie los miró. Ser desarrollado es ser abierto.


God Save The Queen Isabel, que por suerte se murió a tiempo. 


La corona y los ingleses se están yendo con ella.




Juan Martín Perkins

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