#LiberenPalermo

Autora: Ms. SlipStream




Diciembre en la ciudad de Buenos Aires es el infierno en la práctica: Terminan los colegios, empiezan las vacaciones de verano, los tribunales cierran 30 días, los maestros se toman vacaciones, la inmensa mayoría de la gente se va de vacaciones. Además se cierran en inventarios y  se hacen balances.

El Porteño promedio entra en pánico porque piensa que también se acaba el mundo y se apura por cumplir propósitos, terminar trámites, completar tratamientos y chequeos médicos, etc. También coincide el fin de año con las fiestas anuales de más importancia general, que son Navidad y Año Nuevo, las más tradicionales, a las cuales se les agregaron las de Halloween, día de acción de gracias, Jánuca, Reyes, y una ristra de celebraciones que promueven el consumo obsesivo del porteño precalentado.

Por alguna razón cósmica que se me escapa y aprovechando que estoy desempleada me dediqué a todos los trámites pendientes y desiderata general que se me escapan cuando estoy en modo laboral, siguiendo el frenesí metropolitano.


En tren de achicar gastos fui al banco Santander Río con la intención de dar de baja la cuenta pseudo premium que genera muchísimos costos ocultos y constantes lo cual me hace maldecir un poco el afán de entrar en la modernidad.  Soy de la generación que crecimos sin bancos más que el Nación, el Provincia o en Ciudad. El banco Nación era para ir a pagar el impuesto inmobiliario, el banco provincia era para ir a pedir créditos al agro, y el banco Ciudad era para ir a pedir créditos hipotecarios o a rematar o comprar cosas en remates. Éramos tan felices. Luego la banca internacional nos aceitó y nos clavó múltiples cargos por transferencias de fondos, impuestos al valor agregado, impuestos a la transferencia, cargos por resúmenes de cuenta, cargos por envío de resúmenes de cuenta virtuales, más cargos más impuestos y jodete por haber caído en la trampa.

Empecé llamando por teléfono a la super línea y les expliqué que, siendo desempleada, y por lo tanto no me depositan más un sueldo,  me van a empezar a cobrar cargos, porque mi cuenta dejo de ser cuenta sueldo. Y no  quiero pagar gastos porque no los puedo pagar. Creo que se entiende, así explicandolo con sencillez.  Y que por ese motivo quiero cerrar mi cuenta y quedarme solamente con una caja de ahorro. Rápida como un rayo la persona que me atendió me dijo que tenía que hacerlo online. Me meto en la página del banco pero no ofrecen la opción de quedarte solamente con la caja de ahorro, sino que tienes que cerrar la todo el paquete, sólo después de pagar los saldos pendientes que tuvieras en cajas de ahorro y todo otro tipo. Vuelvo a llamar al banco y me dicen que tengo que ir a una sucursal. Voy a la sucursal de la esquina de mi casa, saco número, tengo el M 12, en una mirada rápida veo que hay por lo menos veinte personas esperando, puteo interiormente, respiro hondo y me siento mansamente.  Amansadora por algo le dicen. Yo no me identifico necesariamente con el adjetivo de mansa. Pero como sí estoy en tren de administrar bien mi energía, en vez, pergeño la manera de salirme con la mía sin enojarme, pero con precisión. Me atiende  una persona que más rápido que el Rayo de nuevo me dice tengo que ir a la sucursal originaria de mi Cuenta. Me reservo la reacción violenta para el momento preciso en que rinda mayor fruto.



Al día siguiente agarré la auto, otra pésima decisión y me fui para la plaza Carlos Pellegrini, ya que tenía que hacer dos trámites por la zona y venía de Pilar. Entro a las oficinas de Cerrito 1004/66 y en menos de lo que canta un gallo cumplí mi cometido con los trámites no-bancarios.
Volví sobre mis pasos hasta la esquina y me metí en mi sucursal del ex banco Río. Había cola para informes. Seis personas. La persona que atendía no estaba detrás del escritorio. El guardia de seguridad le decía a una pareja de gente mayor que tenían que hacer la cola. Casi intervengo pero me distrajo la llegada de una chica veinteañera de pelo castaño con una colita de caballo que se sentó atrás del escritorio con cara de nada. Rebotó con éxito a la primera persona que hacía cola (un muchacho en musculosa y ojostas). Su tipo mucho éxito no genera en Cerrito y Juncal. A la segunda persona la mandó a realizar su gestión en el cajero de Autoservicio. Los terceros conversaron un rato largo y casi pierdo la paciencia. Porque hablaban en voz baja de temas que más parecían de amigos que de trabajo. Cuando ya estaba a punto de ezplotar me tocó a mí.


Le expliqué que quería cerrar una cuenta y me dijo que tenía que hacerlo online le expliqué que ya había hablado por teléfono. que ya había intentado online, que había vuelto a llamar por teléfono, que había venido y que no me iba ir del banco de mi sucursal porque ya había ido a otra sucursal antes sin una resolución a mi solicitud de gestión. Esta era la sexta gestión no pensaba claudicar. Ahí me puse seria y pensé para mí esta gestión termina acá. . Le dije que además había otras cuestiones por lo que quería hablar con mi oficial de cuenta. Sin estirar los labios ni 1 mm me dijo que fuera a mi asiento que me llamarían por mi nombre.
Le dije gracias me di vuelta y me paré en el medio del pasillo frente a los cubículos  Había dos chicas y un muchacho hipster modelo 2015.




Le explique mi situacion mientras se arremangaba la camisa celeste entallada y a la vez se lustraba un zapato con la pantorrilla opuesta, haciendo alarde en secreto de su capacidad multitasking.

Así entonces me explico como queriéndome demostrar que soy  estúpida, como –mientras dibujaba una pirámide en un papel celeste de esos de block– los que están en la cumbre (los dueños de empresas) tienen prioridad, por encima de los que tienen cuenta sueldo, que están por encima de los que tienen cuentas personales, que están por encima del pobre obrero que va a cobrar los jornales.




Brillante el hipster.
Nunca se me habría ocurrido.
Después me inquirió que si yo sabía cuánto pagaba en conceptos de cargos de administración y le dije que no pero seguro más que cero, y que yo quiero pagar cero porque tengo ingresos cero. Ahora agarró un papelito amarillo y lo puso del lado más sedoso, y dibujó un círculo y lo dividió por la mitad. A uno le puso Infinity y al otro Caja de Ahorro, Ahí me demostró como con el primer plan el costo de emisión de las tarjetas de crédito están bonificadas mientras que si sólo me quedara con la caja de ahorro debería pagarlas.


Le expliqué en refutación de su mansplanining que está omitiendo lo obvio y es que si hay alguien que no pierde plata en esta relación es el banco, y que yo no quiero pagar el costo del paquete, porque si es capaz de recordarlo, Gustavo, la diferencia entre 0 y el costo del paquete es? –exaaacto, el costo del paquete.
Entonces, Gustavo, para decirlo en buen romance: no quiero pagar el costo del paquete o sino cierro la cuenta del todo y me voy al banco de al lado que posiblemente me trate mejor, por lo menos al principio.

Y le avisé que en materia de hombres hago lo mismo y no me tiembla el pulso.


Me dijo con gesto de gran complacencia que, por ser yo, me iba  a bonificar la cuenta tres meses que seguro que en ese lapso encuentro trabajo.
Se reclinó en el asiento mientras con una mano se frotaba la panza y con la otra se emprolijó la barba. Le dije, bueno, no cumplí mi cometido, pero por ahora va a tener que  ser suficiente. Me fui cantando bajito porque lo que no sabe Gustavo es que esta promesa ya me la habían hecho antes otra vez.


Pero lo que sí sé yo es que en el fondo, entre paisanos no nos vamos a pisar la manguera. O esos eran los bomberos. Es igual.



Bajé del banco por la barranca y había una boliviana vendiendo cerezas. Le compré un puñado por 50 pesos y encaré hacia la siguiente batalla: OSDE. Metí la mano en la bolsa de plástico a rayas blanca y celeste y agarré la cereza más negra de las más duras. Me la metí en la boca y estaba dulce.


Agarro con el auto Libertador y Figueroa Alcorta hasta Sarmiento y vuelvo a ver el mamarracho navideño de árboles envueltos en cintas de colores primarios, lleno de renos nevados, papanoeles rubicundos, caramelos con forma de bastón que en este país no existen ni existieron, acelero para no ver las vallas y gradas con las que otra vez me van a secuestrar Palermo.










Intento doblar en el Paseo Infanta Isabel para retomar Sinclair en la rotonda, mi camino habitual. Un tipo con un gorrito fluorescente me dice que no puedo doblar ahí, que tengo que hacer cien metros más hasta Dorrego y que ahí tengo que retomar. Le digo que no, que no voy a retomar, que no voy a hacer cien metros porque son además doscientos, los cien de ida y los cien de vuelta, y que vivo ahí y que me tienen harta de sitiarme el barrio, que así que voy a tomar Sinclair acá. Vio que hablaba en serio, así que puse primera y apreté el acelerador hasta que el motor quedó afónico. Ni siquiera miré si me puso una multa. Que me vengan a buscar, si se animan.



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