ALGODÓN


Autor: @mgposada


El cultivo del algodón:
pequeños productores y asistencialismo estatal
 
Reina Nacional del Algodón 2014.
El cultivo del algodón durante la Colonia en lo que hoy es Argentina se remonta al siglo XVI, en las actuales provincias de Tucumán y Catamarca. Tal fue la importancia de hilados y tejidos que en Tucumán se llegó a considerarlos moneda de curso legal (tasado oficialmente en cuatro reales la vara). Aún más, a fines de ese siglo, la primera exportación que salió por el recientemente fundado puerto de Buenos Aires fue un cargamento de hilados y textiles del Tucumán.

El cultivo del algodón fue un elemento estructurante de la organización espacial y económica de esas zonas. Los jesuitas, en las ajustadas planificaciones de sus misiones en lo que hoy es el Noreste del país, asignaban campos para el cultivo del algodón y áreas de reunión social para el hilado y la tejeduría colectiva.

Esta imagen de cultivo colonizador se ve empañada cuando se analiza el presente. La palabra “crisis” describe perfectamente el cuadro de situación, máxime si se lo contrasta con el auge de la primera mitad del siglo XX.

A inicios del SXX, desde el Estado Nacional se comenzó a impulsar el desarrollo del cultivo del algodón a través de la distribución de semillas y acciones de extensión en los asentamientos rurales del Este de Formosa y Chaco.


Sin embargo, la producción algodonera no logró arraigar hasta la década de 1920, cuando se combinaron dos circunstancias: por un lado, el aumento de los precios internacionales de la fibra de algodón (derivado de los efectos de la Primera Guerra Mundial) y la crisis sanitaria que afrontó la producción algodonera de Estados Unidos (que retroalimentó el mencionado aumento de precios).

Esta coyuntura impulsó la difusión del cultivo en esos territorios, en particular, en el Chaco.

Las colonias agrícolas algodoneras crecieron en el Centro y SO del Chaco, facilitadas  por el avance del FFCC desde las orillas del Paraná hacia el Oeste. Hacia 1935 la Argentina contaba con 286.000 has. de algodón (80% Chaco, 13% Corrientes, 1% Formosa y 6% resto del país). 1935-1950 es de un auge sin precedentes. Se llega a las 500.000 has.

Al igual que con otras producciones, el algodón contó con su Junta: la Junta Nacional del Algodón (1935), similar a la de sus pares[1]. Nada evitó la crisis desde 1950.[2]


Con la expansión algodonera, en Chaco y Formosa, nacen, asignadas, pequeñas parcelas, trabajadas por colonos y sus familias, excepto en las cosechas, cuando contrataban trabajadores migrantes. Esta dinámica funcionó aceitadamente durante toda la etapa de auge, pero comenzó a resquebrajarse cuando se inicia la crisis sectorial.

La sobreproducción de los años ’50 generó un stock que superaba con creces el consumo interno (en ese entonces, de 110.000 tn. anuales), lo que provocó la baja de precios. Además en los ’60 se inicia la oferta de fibras sintéticas. Otro motivo de caída de precios. Los colonos algodoneros comenzaron a sustituirlo por maíz y sorgo.


A principios de los ‘70, aumentaron los precios internacionales, creció la superficie de algodón. A fines de esa década se ingresa en otra fase depresiva la cual se prolonga hasta los ’80. Se reemplaza el cultivo por sorgo y girasol.

Los altibajos expansivos/depresivos del precio del algodón empujaban a los colonos a cultivos sustitutos. Aún así, persistió un núcleo duro de los productores pequeños, que mantuvieron al algodón como eje, en parte porque tienen décadas de conocimiento del cultivo, y les servía para ingresar al circuito monetario[3],

En los ‘90, la actividad algodonera vive un profundo proceso de transformación con la difusión de innovaciones técnicas: nuevas modalidades de siembra, cosecha mecánica, nuevas variedades más productivas y resistentes a las plagas. Estas innovaciones modificaron la estructura de propiedad agropecuaria, puesto que requerían inversiones inaccesibles para los pequeños y medianos productores tradicionales.

Así se consolida ese núcleo duro de pequeños productores descapitalizados, y nace un segmento de grandes productores con costos decrecientes por escala. Hubo un nuevo auge algodonero que llegó a la siembra de 600.000 has.


Tras esas inversiones caen los precios internacionales, hubo inundaciones, a lo que se suma la crisis brasileña de 1998[4]. Tras lo cual los productores medianos y grandes migran hacia el cultivo de la soja, cuyo paquete tecnológico era más accesible y con rentabilidad creciente. El grueso de los productores pequeños permanecen en el del algodón, con baja utilización de insumos, rindes decrecientes y una situación económica muy débil, endeudados con instituciones bancarias públicas o con acreedores privados. Esto condujo, en muchos casos, a los remates de sus campos.



Actual estructura agraria algodonera:
·         Minifundistas: hasta 10 has. Constituyen el 82% de productores y ocupan el 20% de la superficie algodonera.
·         Pequeños productores: entre 10 y 50 has., 10% de productores y 25% de la tierra.
·         Medianos productores: entre 50 y 300 has., 4% de productores y 26% de la superficie.
·         Grandes productores: más de 300 has., 4% de productores y 29% de la superficie.

Una amplia mayoría de productores se ubican en la escala más pequeña de producción, lo cual apareja una seria desventaja competitiva. Debido a su descapitalización no pueden acceder a la maquinaria y uso de insumos de los nuevos estándares del cultivo. Pero pese a esto, persisten en la actividad algodonera.

Los medianos y grandes productores son los agentes más dinámicos. En ocasiones integrados verticalmente a sus propia desmotadoras.[5] Responden a las señales del mercado, pasan rápidamente a la soja o a otro sustituto de ser necesario. Con más de la mitad de la superficie, constituyen el núcleo moderno de la actividad, y son los destinatarios de las innovaciones técnicas (nuevos varietales, maquinarias más eficientes, etc.).


La otra mitad de la superficie algodonera continúa en manos de los productores menos eficientes, con una dotación de capital deficitaria, sin respuesta a las señales del mercado o, directamente, imposibilitados de hacerlo dada su nula capacidad financiera.

Sin embargo persisten en el cultivo. Una explicación puede estar dada en que hay un arraigo a una estrategia productiva conocida desde generaciones atrás, lo que les brinda confianza, a la par que saben que un cambio positivo en las condiciones del mercado (un aumento en el precio) les facilitaría acceder a un ingreso que les permita sobrevivir.

Ésta no es la única explicación; la persistencia se sustenta, también, en la acción del Estado provincial y nacional a través de distintas acciones asistencialistas. Formosa, Chaco o Santiago del Estero entregan semillas e insumos, y en ocasiones fijan un precio “en planchada” (como el caso de Formosa), de modo de asegurar un ingreso mínimo a esos productores.

Reina y Princesas Nacionales del Algodón.
Los trajes de noche son diseñados por estudiantes de diseño textil.
Para dimensionar el peso del apoyo estatal en la producción algodonera minifundista, obsérvese el caso de Formosa, en donde –en palabras del propio ministro de Producción local-, el Estado solventa entre el 75 y el 80% del costo de producción[6], lo cual es reafirmado por un dirigente rural de esa provincia, quien manifiesta que ése es el modelo de “Estado presente” que debería imperar en todas las regiones algodoneras.[7]

Como clímax de las acciones asistencialistas provinciales, la Nación sanciona en 2005 la Ley 26.060, “Plan de Desarrollo Sustentable y Fomento de la Producción Algodonera”, se instaura el “Seguro Agrícola Algodonero”, y se pone en marcha el “Fondo de Compensación de Ingresos para la Producción Algodonera”.

Alegando razones de índole social y productivo, el Estado nacional determinó, con la rápida adhesión de las provincias algodoneras, una asignación de recursos del Tesoro Nacional para conformar el Fondo, para “garantizar la sustentabilidad del cultivo del algodón a través de mecanismos que permitan atenuar los efectos de las oscilaciones bruscas y negativas de los precios”. En la práctica funciona como un subsidio a los minifundistas y pequeños productores para que persistan en la producción algodonera.

Candidatas antes de ser nominada la
Reina Nacional del Algodón.
Trajes diseñados por estudiantes.
Es una recreación de la situación de dependencia que experimentan los pequeños productores respecto de la ayuda que les brinda el Estado, sea provincial o nacional.

Como en otras producciones y regiones del país, en la actividad algodonera los productores de más pequeña escala quedan subsumidos a la asistencia pública, sin capacidad de autogeneración de alternativas productivas que les permitan desenvolverse autónomamente.

Generaciones marcadas por algún tipo de asistencialismo configuran una matriz decisoria en la que predomina la opción de recibir para mal producir lo mínimo, antes de buscar nuevos caminos productivos.

A la par que el aparato estatal retroalimenta esa matriz al optar por brindar ayuda material y financiera para que se produzca lo mismo, sabiendo que el perfil de esos productores no les permite –en las actuales circunstancias- desenvolverse competitivamente en la actividad algodonera. Pudiendo destinar esos fondos hacia la definición de nuevas alternativas productivas, lo cual podría servir como vía de realización autónoma de esos productores, el Estado opta por reforzar los mecanismos de dependencia del productor.

La producción algodonera argentina (menos del 1% de la producción global y el 0,5% del comercio internacional de fibra) está subordinada a los vaivenes internacionales del precio. El segmento más dinámico de los productores están capacitados –técnica y económicamente- para hacer frente a esos vaivenes, adaptando sus estrategias a los precios y rentabilidades relativas entre productos sustitutos.


Pero la gran mayoría de los productores algodoneros, más del 90% de ellos, no poseen esa capacidad ni esa dotación de recursos. Y el Estado, en su afán de brindarles sustentabilidad, los mantiene sumergidos en la miseria y la dependencia asistencialista.

Se debe cambiar la finalidad del Fondo (Ley 26.060) para reconvertir a los pequeños productores (en forma individual o asociativa) si se quiere impulsar una estrategia de desarrollo en las áreas algodoneras.

Mantener el actual cuadro de situación es condenar a miles de productores a la dependencia de recibir del Estado.


Iniciado en los ‘60, el intervencionismo asistencialista alcanza su cénit con la  Ley 26.060 (1° turno K, prorrogándose durante el 3° mandato K).

La gestión actual no pretendió modificar el status quo. Por el contrario, se ha profundizado la tendencia.

En el cultivo del algodón, como en el del tabaco, el intervencionismo estatal, encubierto bajo la forma de promoción productiva, es solo otra forma de asistencialismo y de sumisión clientelar del pequeño productor agrícola.


* * *


* * *


[1] Estimular el desarrollo productivo, establecer parámetros regulatorios de la producción y comercialización, difundir innovaciones técnicas, etc.
[2] Tan ineficaz fue su labor, que fue una de las primeras Juntas eliminadas del entramado burocrático productivo: en 1972, el gobierno de A. Lanusse la disuelve y traslada sus funciones a lo que hoy es el Ministerio de Agroindustria.
[3] Es el mismo caso que con los colonos misioneros y el tabaco. Tienen cultivos y ganadería para autoconsumo y un único cultivo (en ese caso el tabaco) para adquirir moneda para comprar otros bienes.
[4] Brasil era el principal comprador de la cosecha argentina de algodón en esa época.
[5] El desmotado es el primer proceso al que se somete al algodón en bruto, y se realiza en instalaciones asentadas en las mismas zonas productivas, a poco de la cosecha; y consiste en separar la fibra de la semilla.
[6] Cfr. “Productores del sur provincial recibieron semillas de algodón y están listos para iniciar la siembra”, en Producción y Ambiente, www.formosa.gob.ar, 07/10/17.
[7] Cfr. “El gobierno brinda recursos para proteger los cultivos de algodón”, en www.diariopinion.com.ar, 11/01/18.

Entradas populares

ENDURO

Traducir