LEMU CUYEN


Pasó que nos metimos sin querer con el poder real.

Autor: Juan Martín Perkins  


Empezamos a ir a la cordillera cuando nuestra primera hija tenía un año.

Íbamos a una estancia que queda sobre el camino que une Meliquina por el paso del Córdoba con Confluencia. 


Lemu Cuyen era un lugar soñado sobre el lago y río Filo Hua Hum hasta la confluencia con el Meliquina, para transformarse en río Caleufú. 


Fuimos muy felices ahí, disfrutando de flotadas en los rápidos del Caleufú, buceo en los pozones, paseo en bote por el lago, cabalgatas trepando el cerro Mochilero… asados y picnic con amigos entrañables.


Ruperto, el anfitrión, muy compinche siempre, nos acompañaba y nos recomendaba programas y actividades.


Hace 25/30 años la cordillera patagónica no tenía inoculado el veneno que tiene ahora.


Uno visitaba lugares casi vírgenes y no se encontraba un pañal usado bajo cada piedra ni un tipo exigiendo peaje para acceder a un lugar público dentro de un parque nacional...


Éramos educados y respetuosos de la creación, la naturaleza y las normas de convivencia.


Durante 15 años fuimos a las cabañas de Ruperto en Lemu Cuyen… y fuimos testigos de lo que fue pasando en la cordillera andina poco a poco.


Hasta que un día, tuvimos un violento despertar y todo cambió para siempre.


Hace unos 15 años, tomábamos sol después de un baño en el Caleufú cuando apareció un muchacho pescando en el río.


Entre nosotros se hallaba el mayordomo de la estancia Lemu Cuyen, quien le llamó la atención por no respetar el reglamento ni portar permiso de pesca.


Como el pescador no acusó recibo, el mayordomo fue hasta la camioneta y avisó por radio al puesto del guardaparque que quedaba distante a unos 600 metros aguas arriba.


El pescador se fue y todos nos quedamos comentando la situación hasta que, de repente, llegó una horda vociferando ser los dueños ancestrales del lugar, arrojando piedras a los autos, patadas voladoras, trompadas, alaridos, tirones de pelo… 


El balance final de la jornada, denuncia policial y previo paso por el hospital de San Martín de Los Andes fue, un amigo vendado con costilla quebrada, algún abollón de piedra en el auto, golpes, arañazos y todos los chicos muy asustados. ¿Qué pasó? Resultó que el pescador era el hijo de Margarita Marinao, una conocida activista, candidata kirchnerista para entrar en el Concejo Deliberante de San Martín. Pasó que nos metimos sin querer con el poder real, el kirchnerismo dando manija al terrorismo indigenista.


Algo se quebró ese día, algo que se venía gestando y crecía año a año.


El terrorismo indigenista cuenta con mucho presupuesto y con la inexplicable protección del gobierno para avanzar cada año un poco mas. Así es como vimos a Estela Carlotto humillando a los Regimientos de frontera en los aniversarios de la fundación, con sus discursos reivindicatorios de la subversión. 


Así es como han hecho cerrar capillas católicas para no ofender a la pacha mama. 

Así es cómo la bandera de la RAM ondea frente a la intendencia de San Martín.


Así es como hay que pagar peaje al lonco para entrar a la Villa Quila Quina, tener derecho a tomar sol y bañarte en una playa pública.


Así es como pueden pararte en Villa Mascardi y cagarte a palos o prenderte fuego la cabaña si no bajas la mirada y aceptas el maltrato y la amenaza con el palo del encapuchado… y no hay guardaparque, policía, gendarme o autoridad argentina que valga. Son un territorio soberano dentro de nuestro país.


Es por eso que no tomo en serio la batalla de los regadores automáticos en Lago Escondido, pero la festejo. Grabois y Lewis son socios y junto al kirchnerismo y parte de la oposición, son una desgracia que no merece manchar a la causa Malvinas con la agenda 2030.


Juan Martín Perkins

  


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Agradecemos la difusión del presente artículo:  

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