NO SE PUEDE SIN LOS ELFOS

 

Hipótesis para ganar la “batalla cultural” y que la Argentina sea grande de nuevo

“En una situación de debilidad, la única posibilidad de reversión de la situación de sumisión actual es la estrategia más que los manoteos y rencillas.”

Curtis Yarvin

Autor: Alejandro Gamboa (@alessoldado)


En este portal se publicó hace tiempo un texto de Curtis Yarvin titulado originalmente “Ustedes no pueden más que perder la batalla cultural”. Si bien el autor se refiere centralmente a lo que pasa en los Estados Unidos, creo que hay varias ideas provechosas para describir lo que se está haciendo mal en la Argentina entre quienes pretenden dar la disputa en el campo de la cultura (tengo varias objeciones a la idea de “batalla cultural”, pero tomo el término para que nos entendamos).

Como Yarvin, voy a usar de ejemplo la pelea contra el aborto legal, no solamente porque es el que más conozco, sino también porque es un caso paradigmático en muchos aspectos. Quiero destacar su importancia a partir de dos premisas que -por más que sean discutibles- sirven para trazar un esquema estratégico mínimo entre quienes pensamos de manera similar:

a)      Para sacar a millones de personas de la pobreza (y hacer a la Argentina grande de nuevo), hay que sacar a miles de personas del ideario progresista.

b)      La convicción de que el aborto legal es un bien (o peor, un derecho) es el error más grave, más grosero y más evidente del ideario progresista.

Ergo, el debate sobre el aborto legal fue una oportunidad de lujo para sacar a miles de personas del ideario progresista, ya que quedaron demasiado expuestos los grandes lineamientos culturales que están en juego. Fue un momento clave para delatar y redefinir valores colectivos, códigos intelectuales y marcos generales de acción social.

Voy a obviar deliberadamente los condicionamientos políticos y financieros globales que influyeron en esta discusión –y que también quedaron en evidencia-, no porque no sean relevantes (son, de hecho, causa eficiente de los fenómenos políticos e ideológicos que denunciamos), sino porque se elevan frecuentemente como coartada para un operar suficiente y mezquino, que infunde el conformismo en las propias filas y minimiza el poderío propio.  Dicho de otro modo, Soros no puede ser excusa.

Volviendo a Yarvin, él distingue dos tipos de personas, a los que llama “hobbits” y “elfos”. Desde mi perspectiva, su planteo es demasiado elitista y sus analogías muy discutibles, pero igualmente quiero rescatar la idea general. Más bien, dos ideas generales:

1)      El meollo de la “batalla cultural” se da en un sector social específico, el de los “elfos” (algo así como los intelectuales para Gramsci). 

La única guerra cultural que importa es la guerra cultural entre los elfos oscuros y los altos elfos. Esta guerra no se lleva adelante con bombas y balas, ni siquiera con leyes y jueces. Esta guerra se pelea en libros, y películas y juegos y poemas.

 

2)      Los “hobbits” reaccionan a los ataques toscamente, sin comprender al enemigo ni poder formular las tácticas apropiadas para pelear en ese terreno. 

No podemos ayudarlos hasta que ustedes no dejen de responder los forcejeos en forma instintiva y empiecen a pelear en forma estratégica.


El enemigo visible de la “batalla cultural”, decía al comienzo, es el ideario progresista. Estas ideas están encarnadas en personas e instituciones a cuya totalidad solemos llamar “progresismo”. Me interesa diferenciar entre las ideas y las personas, no por buen proceder ético, sino porque es el quid de esta tesis.

Muy brevemente, el progresismo es una sensibilidad intelectual neurótica que contrajo la mayor parte de la clase dominante de los países de Occidente (o sea, el pensamiento oficial, el sentido común de los “elfos”). Su impulso destructivo se debe a que toma medias verdades políticas, económicas y morales con las que luego despedaza los fundamentos políticos, económicos y morales de cualquier civilización.

La psicología del progre no es fácil de entender, ya que su proceso mental es increíblemente caótico, acomplejado y contradictorio. Sus ideas están enredadas en mandatos éticos no conscientes, necesidades emocionales mal enquistadas y certezas abrazadas con un capricho inusitado. Quienes estuvimos ahí sabemos que el tipo de esfuerzo que debe hacerse para sacarse el corsé mental no puede ser ortodoxo. Por eso, los conversos somos tan necesarios en los puestos de estrategia, porque cuando uno debate contra una persona, no lo hace tanto contra sus argumentos sino contra su psicología. Y esto es especialmente verdad con el progre.

Quien conoce el paño pro-vida sabe que las personas que se ocuparon de liderarlo son: movimientos de la Iglesia conocidos como “neocon” –en especial Opus Dei y Fasta-, universidades confesionales –en especial UCA y Austral-, personas y grupos de la familia militar y/o de estirpe tradicional(ista) –con sede, en general, en la comarca de Bella Vista; y en el último tiempo, iglesias evangélicas –mayormente agrupadas en Aciera. Probablemente no esté teniendo en cuenta otros que sean dignos de mención, pero el panorama no cambia mucho.



La cuestión está bastante a la vista. Estas personas son representantes de lo que Yarvin llama (al menos, en mi interpretación del texto) “hobbits”. La inmensa mayoría de estas personas son buena gente, con buenos valores y disciplinados en la ayuda social. Muchísimos son, además, brillantes en sus disciplinas profesionales. En lo personal, mis grandes ejemplos a seguir se encuentran entre esta gente que, en su conjunto, componen el ejército que defiende y expresa las verdades fundamentales que el ideario progresista adultera y corrompe para el mal de todos.

El problema es que la verdad no sólo debe poder expresarse, también debe saber entonarse. Y para saber entonarla se necesitan buenos intérpretes. Entiéndase la palabra “intérprete” en su doble significado: traductor y ejecutor. Para entablar el diálogo (es decir, la lucha) con el campo progresista, se necesita gente que lo haya atravesado, por no decir directamente, que lo haya mamado.

Allí la importancia de lo que Yarvin denomina “elfos”, lo que interpreto como a la clase social con proyección política, mediática y académica que está llamada a gobernar y modelar la cultura. Esta es la “clase dominante” a la que debe cooptarse en parte. Un ejemplo de esa estirpe, en el caso argentino, fue el de Lupe Batallán.

Joven, no creyente y ex CNBA, Lupe se destacó rápidamente entre los pañuelos celestes por todo lo que no la asemejaba a los “hobbits”, pero en especial, por entender dónde estaban los nervios de los “elfos”. En la terminología de Yarvin, Lupe apareció como un buen proyecto de “elfo negro”, aquel tipo de elfos que se alían a los “hobbits” para defender sus valores (no sé cuán fiel es acá a la obra de Tolkien). El valor potencial de Lupe era más simbólico que de otro tipo, ya que se ofrecía como molde de la rebeldía auténtica; el significante que podía desplazar a las supuestas revolucionarias de pañuelo verde que recibían el aplauso manifiesto de todo el sistema.

Entiendo que otros temas que urgen a nuestra Nación son mucho más complejos de encarar, pero mi cálculo es que consiguiendo diez chicas con características similares y el mismo fervor de Lupe no había ley de aborto. ¿Por qué? Porque la fuerza simbólica de diez chicas con el mismo background de las pañuelo-verde habría desmantelado la trama central de la narrativa feminista, habría desmaniatado la coacción impuesta a quienes elegían callar y habría habilitado lecturas contrarias al ideario progresista en el preciado campo de los “elfos”. Haciendo pie ahí, una verdad de tal magnitud (como lo planteé en mis premisas del principio) se retroalimenta sola.

Pero, ¿era posible conseguir diez Lupes para la causa? Yo creo que había cientos de potenciales Lupes. Nadie que haya pasado por ámbitos donde el feminismo hizo estragos puede decir que quienes adhirieron a esa tendencia son personas estúpidas. El mejor ejemplo es Ofelia Fernández. Ofelia era el modelo ideal sobre el que se sostuvo la trama de la “revolución de las hijas”, el prototipo de mujer joven, apasionada e inteligente que es tracción natural para los “elfos” varones (a los que nuestra época les redujo los testículos). No casualmente, las Ofelias son la cara visible e infaltable de cualquier iniciativa con impronta global.

Pero para poder llegar a estas chicas había que penetrar en sus angustias, conocer su bagaje social y sus consumos culturales, habitar su atmósfera, intuir sus preocupaciones y sus expectativas. El éxito del feminismo en cada una de sus campañas consistió en la incorporación de todos estos elementos a su construcción discursiva extra-argumental. Logrado esto, el feminismo ya nunca admitió discusión: se convirtió en un sentimiento, una pasión, un mandato histórico. No adherir a él era síntoma indiscutible de falta de empatía. Desnudar sus falacias lógicas era una necedad.

Las diez Lupes habrían ofrecido un modelo alternativo para las de su clase, con la novedad de lo revelador, de lo verdaderamente controversial y con la garantía de estar respaldadas por una cosmovisión mucho más sólida y fértil. Habrían envalentonado a todo el conjunto de “hobbits”, dándoles una cara más presentable ante la opinión pública y los órganos de decisión política.

Pero para llegar a ellas había que tener el objetivo de llegar a ellas. Había que saber leer el mapa, rehuir del forcejeo estéril y establecer una buena estrategia. Dice Yarvin:

“La estrategia del elfo oscuro es seducir altos elfos en perder la fe en sus propias prestigiosas instituciones - para mostrarles algo que les atraiga aún más [que la moda que actualmente siguen] - al pintarles un extraordinario y totalmente diferente futuro como una obra de arte.”

Sin embargo, lo que aconteció ya lo conocemos: polarización pañuelo verde/celeste, “batalla cultural” dc argumentos que no le importan a casi nadie, identitarismo de minorías intensas, indiferencia creciente de las mayorías, pulseada fácilmente ganada por quienes tienen mayor poder político y financiero.

Quienes no me conocen podrán pensar que estoy divagando, quienes me conocen saben que estoy llevando agua para mi molino y quienes mejor me conocen saben que una de las cosas que mejor me sale es predecir. Esto es lo que creo que va a pasar.

Los dos mayores relatos que afectaron a mi generación (el kirchnerista y el feminista) se encuentran agotados. Todavía no está muy claro dónde van a encontrar sentido las generaciones más jóvenes para sentirse trascendentes. Todo parecería indicar que el ímpetu politizante será menor, que volverá cierta apatía (contra la que supuestamente se levantaron el kirchnerismo y el feminismo) y las mayorías se volcarán hacia una auto-realización más egoísta. Al ritmo del trap, los afectos efímeros y los viajes al extranjero, no habrá grandes melodías, ni amores de toda la vida, ni patria por la cual pelear. Encontrarán su buena acción en compromisos pequeños y ahogarán su angustia con la auto-ayuda de las redes sociales. Los grandes proyectos colectivos, apropiados por oportunistas profesionales, les serán ajenos.

Mientras tanto, el ideario progresista está en crisis y fracasa como modelo intelectual de un sistema que empuja a los nuevos ciudadanos hacia el paraje lúgubre que describimos. Habrá que leer bien dentro de esos corazones para saber cómo prender el fuego.

Es nuestra oportunidad.



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