EL PLAN DEL GLOBALISMO
Autor: Santiago González - Gaucho Malo (@gauchomalo140)
Nota original: https://gauchomalo.com.ar/el-plan-del-globalismo/
Nota 1 en la serie “El vaciamiento de la Argentina”
Milei nunca hace explícito el objetivo de sus medidas económicas, parece no tener plan pero ese plan existe y lo diseñaron afuera
Cuando uno observa las decisiones y comportamientos de Javier Milei desde su asunción en diciembre de 2023 no acierta a decidir si están orientados a humillar y disciplinar a un pueblo históricamente indócil, consciente de sus derechos y orgulloso de su patria, obligarlo mediante el hambre y el insulto a bajar la cabeza y así mantenerlo sujeto, o a incentivar la rebelión y con ella una guerra civil cuyo efecto final sería el mismo: el sometimiento de los argentinos, aunque con sangre y previsible intervención externa; más costoso en lo inmediato pero más seguro en el tiempo.
Cuando uno ve al presidente desdeñar deliberadamente los símbolos patrios —en los actos del último 25 de Mayo se mostró sin la escarapela nacional ni los atributos del mando que los mandatarios acostumbran lucir en ocasión tan solemne— llega a preguntarse incluso si, temeroso de un eventual fracaso de sus medidas económicas, no estará agregando motivos para alentar su destitución por vía del juicio político y eludir victimizándose las responsabilidades del caso.
De hecho, un gobierno rutinariamente violento en su discurso y ademanes, multiplicó esa violencia en las última semanas. En el Tedeum del 25 de Mayo, el presidente negó el saludo a su vicepresidente y al jefe de gobierno porteño, y el responsable de la diplomacia argentina argumentó a favor de esas descortesías; en otro contexto, el ministro de economía se trabó en discusiones impropias con un periodista y con un actor. Esos brotes de irascibilidad, que no fueron los únicos, preocupan porque, si las cosas marcharan tan bien como el gobierno sugiere, no tendrían razón de ser.
En verdad, la administración que llegó al poder con una promesa de libertad se convirtió en la más represiva de la historia: reprime la actividad económica y los salarios para contener la inflación, reprime el gasto —obras públicas, jubilaciones, transferencias a las provincias— para lograr el equilibrio fiscal, reprime con la policía las protestas contra el cierre de empresas y comercios, la pérdida de empleos y la pobreza resultantes, y ahora amenaza con usar unos servicios de inteligencia sin restricciones presupuestarias para reprimir también la libertad de expresión.
Llama la atención el ensañamiento que muestra el gobierno al castigar o maltratar a los sectores más débiles o vulnerables: trabajadores despedidos, jubilados, puesteros, vendedores ambulantes, personas forzadas a vivir en la calle. Aparentemente suponen que eso complace a su electorado, y alguna razón deben tener porque la ministra que ordena esas acciones conserva un elevado margen de estimación pública, probablemente relacionado con los miedos que recorren la franja más apremiada de la clase media, afligida por un año y medio de estrecheces crecientes cuyas razones se niega a aceptar.
En realidad, las cosas no marchan bien, y al gobierno no le gusta que se lo digan. Es cierto que la inflación está contenida y que el gasto público está bajo control, pero al cabo de un año y medio de gobierno la economía no reacciona y el consumo no se reactiva; es cierto que se han eliminado regulaciones y que se han ofrecido hasta el exceso todas las facilidades y garantías del caso pero la inversión extranjera no llega. Peor aún, por mezquindad política el propio gobierno saboteó la planta de licuefacción de gas que se proponía construir Petronas en Bahía Blanca.
Lo único que funciona, en realidad, es el carry-trade: ese mecanismo perverso de especulación financiera que le permite al gobierno hacerse circunstancialmente de dólares a un costo exorbitante, con el propósito de mantener planchada la cotización de esa moneda, aplastar así cualquier conato inflacionario, y conservar la tolerancia pública hasta las elecciones de octubre. Y no sólo la tolerancia, sino también el aplauso, reflejado en las elecciones porteñas, de quienes aprovechan el dólar barato para pasear por el mundo y tirar manteca al techo.
Esas elecciones arrojaron resultados significativos sobre el temperamento público: un 47% de los votantes de la ciudad capital se ausentó del comicio, expresando menos un descontento con la oferta (porque en ese caso habría votado en blanco) que una pérdida de confianza en el sistema democrático; un 37% optó por una gama de opciones opuestas al oficialismo, y éste obtuvo apenas un 16% de respaldo, mayormente en los distritos con gente acomodada.
Pero aún así, con ese magro porcentaje, la lista gubernamental fue la más votada y el gobierno pudo vender el resultado como un gran triunfo y prueba de inalterable apoyo popular. Con ese argumento salió a buscar más deuda para seguir interviniendo en el mercado de cambios, mantener el dólar barato, contener la inflación y llegar a las elecciones de octubre; al parecer va a conseguir además la tolerancia del Fondo Monetario Internacional respecto del incumplimiento de sus compromisos en materia de acumulación de reservas.
La Casa Rosada nunca ha explicado de qué manera vamos a pagar el festival de endeudamiento en el que está comprometiendo al país —en los próximos cinco años la Argentina debe afrontar vencimientos por un total cercano a los 250.000 millones de dólares—, y hay quienes temen que esos débitos finalmente se salden con más o menos disimuladas cesiones de soberanía, particularmente en el Atlántico sur. La intención de despoblar Tierra del Fuego, liquidando sus industrias con el argumento de obtener ahorros irrelevantes, alienta las peores sospechas.
Lo de Tierra del Fuego es incomprensible porque la pérdida estimada de unos 7.000 puestos de trabajo registrados, con sus correspondientes aportes al sistema jubilatorio, más el efecto multiplicador que esas industrias tienen en la economía general de la isla, no haría sino agravar las consecuencias de la recesión general inducida y la apertura ilimitada de las importaciones que están destruyendo empresas de todo tipo y puestos de trabajo de todo nivel a ritmos acelerados.
El economista Ricardo Arriazu, cercano ideológicamente al gobierno, reconoció esa situación al decir en un foro profesional, poniendo en tiempo futuro lo que es duro presente: “Va a haber destrucción y creación, y la destrucción será más rápida.” Y de inmediato advirtió: “Les recomiendo hacer un estudio de equilibrio general para anticipar cuellos de botella y consecuencias sociales de la transición. Es imposible separar la economía de la política y la sociología.” Las marchas de protesta de investigadores, médicos y otros trabajadores que esta semana salieron a las calles muestran que los plazos de tolerancia se están venciendo.
En los comienzos del gobierno de Milei advertimos en esta columna que los sacrificios impuestos por la recesión inducida y la supresión del gasto público sólo se justificaban como respaldo de un plan económico cuyos detalles el gobierno demoraba en dar a conocer. Más tarde mostramos que el plan era justamente la falta de plan, que la idea era poner la casa en orden para que el capital financiero internacional pudiese explotar en su beneficio y sin sobresaltos ni interferencias los recursos naturales y humanos de la Argentina.
Estas políticas son funcionales a los proyectos globalistas de ingeniería social que desde el último cuarto del siglo pasado alientan ciertas élites, usando justamente el capital financiero como herramienta, con la intención de ordenar el mundo bajo parámetros supranacionales, borrando cualquier identidad política, religiosa o cultural capaz de obstaculizar ese orden, y reduciendo la población porque las nuevas tecnologías harán innecesario o escasamente significativo el trabajo masivo, sea industrial, comercial o administrativo.
El objetivo último es crear una sociedad de dos clases en la que sólo algunos, los menos, puedan desplegar vidas plenas, familiares, sanas y placenteras. Si la economía presuntamente sin plan de Milei prospera, éste es el tipo de sociedad de corte latinoamericano que nos espera, el tipo de sociedad con el que sueñan los globalistas y que los dueños de la Argentina vienen persiguiendo idealmente desde 1955 y prácticamente desde 1976.
El único obstáculo con el que tropezaron fue justamente la clase media, bien alimentada, con buena salud, tan bien educada como para haber dado al mundo aportes significativos así en las ciencias como en las artes, en la tecnología como en el deporte, lo suficientemente ingeniosa y aguerrida como para haber hundido con escasos recursos media flota británica en la guerra de Malvinas y, en términos generales, la que siempre definió las elecciones.
Pero esta clase, la proverbial clase media argentina, la protagonista del proceso de integración cultural, étnica y religiosa más exitoso del mundo moderno, la que supo hacer un culto de la familia y la amistad, la que ahora soporta los agravios y las humillaciones del gobierno al que votó y los rigores de su economía, ya venía siendo insidiosamente debilitada por propios y ajenos desde que los globalistas pusieron sus ojos en nuestro país en la década de 1970.
–Santiago González
Próximamente en esta serie...Hacia la violencia de los 70
* * *
Follow @RestaurARG Follow @gauchomalo140